Dijo que la argentina era un país vapuleado por la exclusión y la pobreza. No era Boicati, era Eva, más gorda, con barba, y un poco decadente. No nos sorprendamos si en el mismo acto aparecía un cartel con la leyenda “Si Evita viviera seria productora, o boicatera, o boicotera”
Cuando lo escucharon decir eso algunos directores de teatro deben haber pensado que habían hallado una joya. Deben haber gritado “Hemos encontrado al nuevo Sandrini” Porque lo que dijo, donde lo dijo, como lo dijo, daba riza y lástima a la vez. No era Boicati, era Marrone. Le faltaba decir ¡Cheee! Era mirarlo un rato más porque en algún momento se descolgaba con un “Me saco el saco, me pongo el pongo”
Boicati o el Gato de Verdaguer
Porque si ese discurso lo decía el Gato de Verdaguer tirando piñitas al aire, con las manitos con los guantecitos, era lo mismo.
El cuerpo del discurso
En un texto de filosofía budista se dice que el discurso tiene que estar de acuerdo con el cuerpo, porque el cuerpo está en el presente. Las palabras pueden ser engañosas, crear una ficción, primero al que lo dice, después al auditorio, estar en otro lugar. Y los que saben de discursos aconsejan ya a esta altura, por lo que se ha vuelto el arte de discursear, no solo escuchar las palabras sino leerlas, leyendo el cuerpo. El cuerpo habla cuando las palabras dicen, y eso es lo que nos está diciendo. Dicen que para conocer realmente un discurso, ahora es necesario más que nunca conocer el cuerpo del discurso
el lenguaje de la señas
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