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martes, 9 de febrero de 2021

Mundos (Novela infantil)

 

Capítulo uno

Los Palabros y las palabras

 

José trabajaba las palabras como un orfebre. Era chico, tenía siete años, pero trabajaba cada palabra como si tuviera una academia de palabras adentro. Cada vez que iba a hablar José hacia una pausa, inhalaba con la boca, o tomaba aire para adentro, perdía los ojos en ningún lugar y buscaba en su cabeza. En sus primeras palabras José se manejaba con mucho cuidado, sabiendo que estaba pisando terreno pantanoso. Estaba empezando a meterse en el vocabulario. A José las palabras le brotaban del pecho, se formaban en su cabeza como todos, pero le bajaban hasta el pecho para salir, y desde ahí salían. Por eso sus palabras estaban más llenas de aire, tenían más pronunciadas las s, las f, las h. Y cuando salían llenaban de aire toda la casa. Las palabras de José eran un soplo de aire fresco.

José las primeras veinte o treinta palabras que dijo en su vida fueron todos adjetivos. Ni nombres, ni pronombres, ni verbos, ni artículos, solo adjetivos. José hablaba en adjetivos

Ahora vamos al padre de José, el padre de José tenía una relación especial con las distancias. Hablaba en distancias. Y la madre tenían una relación especial con las repeticiones, le gustaba recorrer terreno recorrido, pisar sobre seguro,  hablaba  en repeticiones, miraba lo que ya habían mirado, cocinaba lo que ya había cocinado, comía lo que ya había comido. Una conversación entre el padre y la madre de José podrían ser así

-Vine desde el trabajo hasta acá, diez cuadras derecho- Le decía el padre

-Hasta acá diez cuadras- Repetía la madre

-¿Cuánto?- Preguntaba el tío

-Estoy como diez cuadras agotado, tengo como un agotamiento de 500 metros, o de 50 mil centímetros, o de cinco millones de milímetros-ampliaba el padre

-Anoto, agotamiento de 500 metros- Anotaba el tío

-¿Qué comemos?- Preguntaba el padre

-¿Qué comemos?- Repetía la madre- Compre tortilla en la panadería, la que compro siempre, tortilla, en la panadería. La de siempre

-La que esta acá derecho, tres cuadras para allá, media para allá, que tiene la fachada alta, del piso hasta el techo ¿Qué tendrán? seis metros- Media  el padre-  600 centímetros, o seis mil milímetros

-Anoto seis metros de fachada, tortilla, seis huevos, cinco papas. La tortilla de siempre, tortilla número 345, 302 a punto, 39 pasaditas, y 2 bobe- anotaba el tío

-Lindo

Y José decía lindo y se terminaba esa conversación de adultos, porque el padre aprobaba

-Sí, lindo

Y la madre repetía

-Lindo

Y el tío anotaba

-Lindo

Y los tres sonreían

El hermano mellizo de José también estaba empezando a hablar, pero a diferencia de su hermano hablaba en verbos. Los primeros dos años de su vida solo había dicho verbos, y todo lo que decía era un verbo. Por supuesto era un niño  más tendiente a la acción. Cuando José decía lindo, Joaquín decía gusta. Cuando José decía alto, Joaquín decía sube. Y a Joaquín los verbos le salían de la cabeza, a una velocidad fuera de lo normal, y fuera de lo normal recorrían el mundo. En esta manera particular de mencionar los verbos, que eran el vocabulario de Joaquín, no estaban incluidos él ni los otros. No decía, me gusta, le gusta, sino solo gusta, que era un genérico que abarcaba al mundo todo. Si bien los verbos del hermano de José salían enseguida, no estaban en su cabeza, sino en su cuerpo. El verbo agarra, que Joaquín lo estaba usando mucho, lo tenía en la mano derecha. Vivía entre los dedos, y cuando Joaquín lo estaba por decir, subía hasta la cabeza, y salía de golpe. Cuando salía el verbo agarra, salía extendido y agarraba lo primero que aparecía en su paso, generalmente pantorrillas de adultos, y se quedaba ahí. Por eso no resonaba mucho en otros lados. Joaquín decía el verbo agarra en voz baja. El verbo toca, que era el que más mencionaba en esos días (Su vocabulario de un tiempo a esta parte se había vuelto una serie de combinaciones de tocas diferentes, que iban anunciando lo que iba tocando, y más que nada lo que no podía tocar) Tampoco era un anuncio para los padres ese verbo toca, porque Joaquín lo dejaba salir cuando ya había tocado lo que no podía tocar. Más que un anuncio era una ilustración. Y si de todos modos hubiese sido un anuncio, como esa vez que tocó el perro que mordía a todos, el del vecino de al lado, que no se podía tocar, no hubiese servido de nada para su padres con tan poco tiempo. Primero el padre hubiese medido

-Va a tocar al perro, está derecho del perro a un metro con la mano extendida, en cinco segundos toca al perro, 100 centímetros lo toca, toca perro en 200 milésimas.

Y la madre hubiese repetido

-Va a tocar al perro. A ese perro ya lo tocó antes

Y el tío hubiese anotado

-Anoto, toca el perro de nuevo, ahora a dos metros de él. Tocó el perro dos veces. Ahora otra vez más. Ahí está tocando al perro. Perro de al lado, quinto perro del barrio, de un barrio con 27 perros, que ladran entre todos 462 veces al día. 10 ladridos claros, cinco ladridos bien cortitos, un ladrido mezcla de aullidos, y el resto de ladridos roncos. Anoto sigue tocando el perro, ahí lo toca otra vez. Sigue tocando perro, anoto, toca  

Y el padre hubiese vuelto a medir

-Toca perro, mano a dos centímetros de perro, ahora a cero centímetros, ahora a tres centímetros, ahora a cero centímetros. Está tocando perro que mide un metro y medio de largo y 50 centímetros de alto. Ahora a dos centímetros de perro, ahora a cero centímetros de perro

Por suerte para todos al perro le encantaba que lo tocara, y si bien amagaba a morder a todos, a Joaquín, por quien tenía devoción, no

 

Capítulo dos

Los últimos que hablaban

 

En ese lugar todos veían el mundo según como lo tenían en la cabeza. El mundo de afuera era una proyección de las cabezas de las personas, y el mundo que tenían en la cabeza. Y para entender a las personas, a sus mundos, había que entender sus cabezas primero. No tratar de imponerle otros mundos o modificarles los mundos de la cabeza. Cada cabeza era un mundo, y cada mundo era una reunión de pequeños mundos. Y eso lo decía el especialista de la familia. El mundo no es un solo mundo, sino una reunión de un montón de pequeños mundos, que para funcionar tienen que entenderse y comentarse, como si se tratara de una reunión de países.

¿Por qué estamos contando la historia de la familia de José? Porque eran los últimos que quedaban en el mundo que hablaban. El idioma, la representación de las cosas había empezado a desaparecer, y todos en esa ciudad había decidido callar, los únicos que todavía hablaban eran ellos. Y ese día, el día que vamos a empezar a contar esta historia, habiendo notado esto hacía meses, habían decidido recuperar las palabras y los mundos

 

Capítulo tres

Los mundos de Los Parlanchín

 

Una de las últimas que había dejado de hablar era la vecina del otro lado de la casa de José, la que estaba todo el día preguntando sobre el clima y haciendo comentarios climatológicos. Que se paraba debajo de la lluvia, y con su mejor cara de incomprensión preguntaba: ¿Llueve? O un día a las dos de la tarde, a los 40 grados de calor, achicharrándose al sol y haciendo ruido como de maíz explotando preguntaba: ¿Hará calor?

El mundo en la cabeza de esa vecina era de un amplio espacio de naturaleza, como un campo enorme, sin ningún techo donde guarecerse, donde todo el tiempo estaban pasando inclemencias climáticas. Por ahí se largaba un aguacero en la parte izquierda del mundo de su cabeza, o hacía mucho calor en la central, o granizaba en la parte de atrás, o soplaba una briza hermosa y fresca en la parte de adelante del mundo de su cabeza. Y muchas veces todas estas inclemencias climáticas en su mundo en la cabeza pasaban todas juntas, a la vez. Y los tipitos que tenían habitando y ordenando ese mundo corrían de un lado para el otro, gritando cosas como: Lluviaaa, lluvia en la región interior de la cabeza de Clota –Se disparó el calor en el frente – Inundación, se inunda el mundo cerca de la región del oidoo. Se le van a tapar las orejassss -Viento, viento en toda la parteeee de arriba del mundo de la cabeza, cerca del pelooo, se va a despeinar desde abajo – Un remolinooo en la parte de arriba del mundo de la cabeza cerca del rodeteeeeee, no lo podemos parar. Le va a salir de nuevo ese remolinooo en el pelooo.

Una de las características de la vecina del clima era que predecía climas, y anunciaba el final de los presentes. Si le decían: Está lindo. Sí, pero va a llover, decía. Si le decían, allá atrás se viene una tormenta. Pasa por arriba anunciaba, y nunca acertaba. Cuando se cruzaba con la familia de José se daban conversaciones de lo más interesantes

-¿Hará calor?- Preguntaba Clota

-38 grados vecina, 38 todos juntos en un mismo espacio, que acá en la ciudad es más por el asfalto. Calcule 42, pero en el campo, cerca de la laguna por ahí estemos en 31, es por la distancia del sol. El sollll estaaa a una distanciaaaa- Resmedia el padre, que era una palabra que había inventado el,  una forma de responder y medir todo junto

-Por la distancia del sol ¿Hará calor? Parece, 38 grados ¿Qué hace con ese pullover?- Preguntaba la madre

-Va a refrescar- Aseguraba Clota

Y esa tarde hacia tres veces más calor

Pero esa vecina ya no hablaba, ni anunciaba tormentas fallidas ni nada, se había callado su identidad

La otra que había dejado de hablar era la vecina del otro lado, la Matilde, la que hablaba todo el tiempo de mosquitos, jejenes y otros tipos de insectos. Que cuando el tío se la cruzaba en la calle le salía de adentro de la casa haciendo grandes espamentos, moviendo las manos como alas de  mosquito y diciéndole

-Lossssssssss mosquitosssssss, que vamosssss a hacerrrr con los mosquitossssss. El flagelo de los mosquitosssssssss

Y él le decía

-No se vecina, vayámonos del planeta. Dejémosle el planeta a los mosquitos. O entreguémosle el país a los mosquitos, que gobiernen ellos. Total alguien la sangre nos la tiene que chupar. Más vale que sean profesionales del género, con una genética, una capacidad en eso de chupar la sangre. Anoto todo esto- Y anotaba

Y ella se iba revoleando los brazos como un muñeco de gomería y diciendo

-Los mosquitossssssssss, que vamos a ser con los mosquitos.

A Matilde los palabros también le veían el mundo que tenía en la cabeza, ella en la cabeza tenían un mundo enorme y vacío, con un piso todo de pasto alto, como el del parque de la ciudad, algunos árboles aislados por los costados, y por el medio de ese mundo en la cabeza, por encima del pasto nubes y nubes de mosquitos, mosquitas, jejenes, tábanos, todo tipos de insectos. Era como un mundo con manchones negros en el aire, que se armaban y se desarmaban. Y en ese mundo en su cabeza cada tanto le pasaban unas tipitas, que eran como unas señorcitas iguales a ellas pero diminutas, que pasaban tirando raid al aire y tirándose ellas. Y no mucho más que eso era el mundo que le veían ahora. Aunque le habían llegado a ver un mundo inmenso, llenos de un montón de cosas, y súper poblado, como una planeta entero, de la tierra, pero diferente todo en la cabeza de ella. Hubo una época en que la cabeza de ella era una galaxia

 Pero con el tiempo la Matilde había ido olvidando cosas, y lo que había quedado en su mundo era nada más que el pasto alto y las nubes de mosquitos. A lo lejos en el mundo, porque ese mundo era extensísimo, kilómetros y kilómetros ahí arriba, a dentro de esa cabeza de 20 centímetros de circunferencia. A lo lejos se veía como una niebla de cosas que habían estado y ya no estaban. Lo que le daba a pensar a los palabros, hablando con la vecina, era que los mundos que tenían las personas en las cabezas eran enormes, y que cada persona ponía la atención en un momento en una parte de ese mundo, y lo otro quedaba en otras partes de ese enormidad. Pero que se frontalizaba solo la parte em la que se quedaba detenida la persona. Y que cuando más se podía abarcar en el presente de atención a los elementos de ese mundo inmenso más crecida estaba la persona. Cosa que pensaban Los palabros

 

Capítulo cuatro

Joaquín

 

Antes de ir a como ocurrió ese día en que los vecinos de la ciudad, pero sobre todo sus identidades,  ya no hablaron más, y como lo solucionó la familia de José. Vamos a hablar del más chico de la familia,  Joaquín. Porque Joaquín sabía algo especial, que los animales también tenían distintos mundos en la cabeza. El mundo que tenía en la cabeza la paloma que se paraba siempre en la antena a mirar para abajo. Era un extenso campo con granos de maíz  en el aire formando choclos y plantas de choclo. En ese mundo en la cabeza de la paloma llovían distintos granos de distintos momentos del día. Y estaba lleno de nidos de palomas que no había que hacer. La paloma era feliz con ese mundo en la cabeza. Le encantaba no tener que hacer su nido

Imagínense lo que fue para Joaquín, el más pequeño de la familia el día que fueron al zoológico, él, que podía ver los mundos que tenían en la cabeza todos los animales. Un zoológico nuevo, moderno, con acuario. Lo primero que vio fue a la ballena, la ballena azul que sobresalía en ese acuario que daba al mar. Estaba abierto hacia el mar, pero tenía un enorme espacio vidriado abajo, incrustado en la roca.  Y si todos los niños vieron la ballena pasar, en silencio, Joaquín le vio el mundo que tenía en la cabeza. En la parte de arriba de la cabeza, donde iría el cerebro Joaquín le vio el mundo que tenía la ballena.  Joaquín vio en la cabeza de la ballena que pasó por ahí un mundo formado por una especie de galaxia enorme, llena de agua, con tres cuarto agua hasta donde se perdía la vista en el horizonte, y un cuarto para arriba aire. Con gaviotas que pasaban, un barco a la distancia que siempre se mantenía a la distancia, y ballenitas pequeñas que saltaban a la lejanía. Y cada tanto,  del costado del mundo, aparecía por el aire un pez volador, caía al agua, y volvía a salir de los límites de ese mundo. O pasaba una gaviota y volvía a salir de los límites de ese mundo. Y también por ahí asomaba la parte final de un cuerno de narval. Joaquín se dio cuenta que en el mundo de la ballena a veces entraban cosas de otros mundos y volvían a sus mundos, que el mundo que tenía la ballena en la cabeza estaba abierto y se entremezclaba con otros mundos, y ese fue un gran descubrimiento para la familia. Esa noche se lo contó a sus padres. Sonoramente era un mundo hecho de ecos, por todos. De la cabeza se escuchaban ecos que venían de lejanías impensables, frases, gritos, sonidos de radio, ruido de motores. Como si ese sonar hubiese atrapado todos los sonidos del universo.  Joaquín vio algo particular en el mundo de la cabeza de la ballena, extensión, sabiduría y colaboración

Lo sacó de su ensoñación el murciélago que pasó volando, como si estuviera borracho, casi chocándose todo y esquivándolo a último momento, con esas alas que describían formas raras en el aire, como si fuera una figura que  aparecía y desaparecía en el aire. Tenía un mundo en la cabeza formado por un inmenso sonar de un verde fosforescente, que había organizado todo los objetos en pistas sonoras, y  que además del visor enorme que tenía con los objetos hechos sonido, tenía tres visores más, uno era el sonar de una ballena, otro era el sonar de un submarino, y otro era el radar de un aeropuerto. Ese murciélago era amigo de una ballena, un submarino y un aeropuerto y tenía partes de sus mundos en su mundo

Segunda señal que aprendió Joaquín de que los mundos se mezclaban y se metían en los otros mundos

El último mundo al que la prestó atención Joaquín fue al mundo que tenía en la cabeza una rana que vieron en la lagunita. Era un mundo extenso, como un charco interminable, con una superficie de agua en la parte bien de debajo de ese mundo, y una superficie de aire más grande en la parte de arriba, y estaba hecho de comienzos de cosas. Porque  era un mundo hecho de mirada de abajo, donde se veían piernas, o patas, piernas de personas, patas de animales, picos solos que asomaban de arriba. Comienzo de amaneceres, y se acuchaban comienzos de charlas y comienzos de nombres. Comienzos de plantas. Y hasta en un costadito un repetición constante del big bang, el comienzo del universo. La rana por estar en la parte de debajo de todo, solo veía los comienzos, de ahí que su mundo fuera de comienzos, y solo sabía de comienzos. Y sabía mucho de comienzos. Eso sí, todo lo que empezaba la rana lo abandonaba, porque solo veía comienzos, por eso estaba todo el tiempo comenzando algo nuevo

 

Capítulo cinco

Las palabras de Los Parlanchín

 

Ese día la familia de José se encontró con que los únicos que seguían hablando en la ciudad eran ellos. Ya no hablaban los vecinos de al lado, ni los de la otra cuadra, ni los nenes de la vuelta, que parecían loros, todo el día hablando y hablando, corriendo y gritando, parecían loros que volvían al nido, y a la mama Parlanchín le gustaba imaginárselo así. Los vecinos de la ciudad parlanchina, la ciudad más habladora del mundo, la ciudad que según investigadores franceses y estudios especializados era la que más hablaba, se había callado. Se habían hecho estudios de decibeles y los habitantes de parlanchín usaban la mayor cantidad de decibles de charla que el resto de los habitantes del mundo, y sus palabras, en vez de ir extinguiéndose a los metros,  andaban muchos kilómetros (Se sabe que los sonidos salen con fuerza de las bocas, recorren con mucha energía una corta distancia, se cansan, van bajando y finalmente se acuestan en el piso, y se duermen) Pero las palabras de los habitantes de Parlanchín no se agotaban y cruzaban ciudades y mares atravesaban continentes, recorrían todo el planeta y se iban para el espacio. Las palabras de los habitantes de Parlanchín se escuchaban en la estepa china, en bares alemanes, en jugueterías de Noruega. Eran voces que pasaban por el aire como grupos comandos o restos de transmisiones de radio y los habitantes de esas ciudad se pensaban que venían de por ahí nomás, no de tan lejos, no las sabían de ninguna manera, tan viajadas. Por ahí pasaba por los campos de Holanda una parte de la conversación de los Parlanchín. O se escuchaba en una barcaza en el medio del mar Etrusco. O aparecían en las líneas de teléfono de los pueblos agrarios de California. O salían por la televisión mexicana.

 

Capítulo seis

Las comunicaciones de Los Parlanchín

 

¿Pero qué hacían los parlanchín si ya no hablaban? ¿Cómo se comunicaban?

Los parlanchín de un tiempo a esta parte de habían empezado a comunicar con señas. Con miradas, con el hombro, con chistidos, con silencios, con distancias, con cosas, con sus mascotas. La vecina de al lado, la que barría todo, tenían un lenguaje que constaba de una serie de chistidos. Si alguien le pisaba el cantero, le hacía un chistido. Su alguien no la saluda le hacía dos chistidos. Si alguien hacia mucho ruido le hacía un chistido largo. Si los perros se acercaban a las plantas les hacia un chistido bien cortito. El chistido se le creaba en el pecho, le recorrían toda la espalda, como un frio en la espalda, le subía a la cabeza le despeinaba un poco el pelo, y desde ahí salía,  a buscar velas de cumpleaños, sahumerios, cosas que apagar. A veces algún chistido se enganchaba a algún viento que pasaba, y se iba a otro lado. Como los chistidos eran todos medios parecidos, si la señora no lo hacía bien, el perro se pensaba que estaba apagando una vela. La sobrina a punto de apagar la vela se pensaba que le estaba diciendo que no la apague. Y los que le cantaban los cumpleaños cuando soplaba para apagar se pensaban que era un chistido de desaprobación. Además que los alrededores de su casa de un tiempo a esta parte se habían empezado a llenar de todo tipo de lechuzas que se pensaban que las estaba llamando

La señora del clima tenía un idioma de cabezazos, mostraba para arriba con un cabezazo las tormentas, hacia qué no con tres cabezas cortos cuando veía la ropa de estación que se habían puesto los vecinos. Hacía que sí, con un cabezazo muy largo, cuando escuchaba un trueno, como si ella lo hubiese anticipado. Y veces cuando hacia cabezazos para espantarse las moscas o sacarse un mechón o enfocar bien la mirada, los otros se creían que les estaba hablando pero ella estaba en un silencio de cabezazos. Y cuando hacía muchos cabezazos para espantar moscas o mosquitos, y como en idioma de cabezados hablaba de tormentas, las personas se creían que de venia un maremoto, un tsunami, un huracán, y corrían todos a descolgar la ropa, esconderse y mirar películas

El vecino que anticipaba las cosas funestas hablaba con los ojos y las cejas. Otro hablaba con movimientos de hombros. Había uno muy curioso que hablaba con un solo ojo. Y otro que hablaba todo con movimientos del dedo índice de la mano derecha. Una vecina de los barrios más alejados de la ciudad no solo hablaba sino que hacia todo con las piernas. Uno de los vecinos más ancianos hablaba con su rodilla y su mujer con movimientos de su nariz. Así cada uno de los vecinos de Parlanchín hablaba con una cosa diferente del cuerpo y un movimiento diferente de alguna parte del cuerpo, pero ninguno usaba ya las palabras

Los que hablaban con las miradas se escuchaban en esas frases que versaban, las miradas lo dicen todo. Y tenían muy buenas comunicaciones con los perros, grandes habladores de miradas. Los que hablaban con el silencio eran de todos a los que más se le entendía

 

Capítulo siete

Las razones de Los Parlanchín

 

Las razones las charló la familia de José el día que se dieron cuenta

-Las personas ya no hablan, antes hablaban unas palabras que avanzaban entre siete u ocho metros a la redonda, o 700 centímetros después caían. Y algunas tomaban vuelo y alcanzaban otros continentes u otros tiempos. Según las palabras, algunas otros planetas- desmedia  el padre, que era una cosa nueva que había inventado él, una mezcla entre decir y medir

-Ya no hablan, callan, según las palabras, planetas, otros- repetía la madre

-Anoto, ya no hablan palabras. Ocho metros avanzaban, 8 mil milímetros. Tengo anotado, habían hablado en el último mes entre todos 3 millones de palabras. Cerca de 15 millones de letras- Anotaba el tío

-¿Las anotaste? ¿Escribiste en la lapicera diez centímetros a lo largo, y un centímetro a lo alto de letras en 15 renglones para abajo que miden 20 centímetros- preguntaba el padre

-Yo anoto todo- repetía el tío y anotaba también eso-Y anoto que anoto todo

-Todo anota- repetía la madre

-Todo anoto- anotaba el tío

-Todo anota- repetía la madre

-Todo anoto- anotaba el tío

-Todo anota- repetía la madre

-Todo anoto que anoto- anotaba el tío

-Anota que anota todo- repetía la madre

Y José preguntaba

¿Por qué no hablan más las personas?

Y el tío explicaba

-Porque cada vez que hablaban los criticaban, mucho metros de críticas, kilómetros, le querían decir lo que tenían que decir, lo que tenían que pensar, lo que tenían que hacer. Lo tengo medido, se le metían adentro de las personas más de cien metros, mil metros.

Y José replicaba

-Si las personas miden no más de dos metros

Y el padre aprovechaba para volver a medir

-Eso afuera, adentro miden kilómetros, continentes. Se pueden medir en años luz

Con lo que tío coincidía

-Lo tengo anotado, adentro no terminan nunca

Y José, que siempre quería saber más, volvía a preguntar

-¿Cómo se le metían adentro de la cabeza a las personas?

-Si ¿Cómo la metían?- aprovechaba para volver a repetir la madre

Y el tío para anotar

-Anoto, pregunta cómo se le metían adentro

-¿Vieron que cada persona tiene un mundo adentro? Y son como ese mundo, y ven el mundo como ese mundo- comentaba el padre-Nadie sabe que las personas tienen cada uno un mundo adentro, y le meten adentro de ese mundo cosas que no tienen que ver con ese mundo

Y José, que cuando preguntaba lo hacía como un profesional, volvía a preguntar

-¿Lo invaden?

-De algún modo. No sabe que las personas tienen mundos adentro ¿Viste la señora del clima? La de al lado, que tiene en la cabeza un mundo que es una basta extensión de naturaleza con distintos climas. Digamos, tienen un mundo de tormenta en la cabeza. Cada vez que ella hablaba le decían que no tenía que pensar en las tormentas, que tenía que pensar en los pasteles por ejemplo. Entonces a su mundo de tormenta en la cabeza, le metían un mundo de pasteles. Entonces adentro de su mundo le llovían pasteles. Y el mar era de dulce de leche, como de un kilómetro. Y claro, y era remar en dulce de leche para ella, porque su mundo, la que la tranquilizaba, la que la definía, era un mundo de tormenta no de tormenta de pasteles. Era una señora que había querido ser meteoróloga, y de algún modo lo era, unos cuarenta años hacia que lo era. Entonces cada vez que le metían en la cabeza temas de los que tenía que hablar o pensar, o tener, como pasteles, bulones, los coches últimos modelos, ranas, la moda, la alteraban. Si le metían en la cabeza coches últimos modelos, porque en la tele estaban todo el día con los coches último modelo, 10 modelos, 1000 coches. Y en su cabeza llovían coches de punta. Y si le hablaban de sahumerios, que solo tenían que pensar en sahumerios. Los vientos que tenían en la cabeza eran de humo de sahumerios, y el olor a lluvia que a ella le gustaba era olor a sahumerio: Esencia de agua. Y el sol que ella tenía en la cabeza estaba hecho de un sahumerio enorme prendido. Por eso dejo de hablar, porque no le entendían su mundo, y le metían otros mundos en la cabeza, y al no entenderlo lo estaban haciendo desaparecer

-No del todo, yo tengo todo anotado acá, yo tengo anotados los mundos acá-  los sorprendía el tío

El tío de los Palabros anotaba todo, hacia listas, así como su padre media todo, y su madre repetía todo. Y sus hijos, uno observaba todo y el otro conectaba  con todo. Y de ellos dependían ahora los parlanchín para recuperar sus palabras y sus mundos

-Los mundos se rompen cuando los chocás otros mundos con mucha potencia, los mundos tienen que dialogar. Tenemos que hablar entendiendo al otro y su mundo en la cabeza, y compartir respetando. Entendiendo, que es un modo de respetar, y respetando, que es un modo de entender- dijo el padre

-Sigo sin entender

-¿Viste la vecina de al lado José? La que tiene un barrio inmenso en la cabeza

-Sii

-Cada vez que hablaba de veredas, plantas, perros, le hablaban de precios, de fiestas, y le decían que tenía que hablar de eso. Y en el mundo de veredas que tenía en la cabeza había fiestas en la vereda. Pero a la madrugada terminaban mal. Y en el mundo de vereda que tenían en la cabeza toda la noche estaba haciendo denuncias por ruidos molestos. Y si aparecía la otra vecina, la que solo hablaba de tormentas, y le decía que solo tenía que pensar en las tormentas, y le metía tormentas en la cabeza, el mundo de verada que tenía la vecina vereda en la cabeza se inundaba, hasta la altura de los bancos, y los vientos arrancaban las plantas. Y si también le aparecía el vecino que tenía un mundo de números en la cabeza, y le decía que solo tenía que pensar en números, y le metía el mundo de números suyo en la cabeza de ella, entonces, a las inundaciones en las veredas se le suman las cifras de los gastos. Y así iban invadiendo para adentro el mundo que ella tenía en la cabeza, cada vez más adentro y ella iba dejando de hablar de a poco, para cuidar su mundo, o porque su mundo empezaba a no estar, que es lo que me temo. Cuarenta y nueve mundos en el barrio se están extinguiendo

El tío de Joaquín se puso atento

-¿Qué te temés?- preguntó

-Que no hablan porque no tiene nada que decir porque le desparecieron los mundos a las personas, porque se le metieron otros mundos que no les gustan o no aceptan. Porque si les gustara y los aceptaran, serian su mundo de nuevo, modificado, ampliado

-¿Son personas sin mundo? Sin caminos, sin persona. Anoto

-Estamos ante el peor de los problemas, me temo que son personas sin personas. Ya no va a poder volver. Mido cero, personas que tengo que medir cero

- Es muy duro eso, yo no anoto

Y José, que cuando se trataba de preguntar, se tomaba las cosas con mucha dedicación, como El principito, preguntaba de nuevo

-¿Cómo perdieron las palabras? ¿Cuáles fueron las primeras que perdieron?

Durante toda la tarde la mamá de Joaquín le explico a toda la familia como habían perdido las palabras las personas con sus mundos

 

Capítulo ocho

La ciudad de Los Parlanchín

 

Mientras andaban por la calle por la calle Los Palabros veían en la ciudad un paisaje de ausencia, la ciudad que antes estaba llena de mundos, porque al mundo que tenían todos en conjunto se le sumaba el mundo que tenía cada uno en la cabeza. La ciudad antes era una reunión de comercio internacional, una pacífica reunión intergaláctica, llena de acciones y de dialectos y ruidos, y palabras y reuniones, y descubrimientos.  Cruzarse a cada persona por la ciudad antes, era un descubrimiento, un aprendizaje. Ahora cruzarse a alguien era un milagro, la ciudad estaba vacía y silenciosa, las calles parecían más amplias, las casas más apartadas unas de otras. Ahora las casa parecían más grandes y muchos más lejanas, y se escuchaba desde adentro de las paredes un ruido de crujido, como si las casas se estuvieran alejando. Al tío de José se le ocurrió que esto de que el universo estaba en expansión hacia que se expandiera la ciudad, y se alejaran las cosas de las otras cosas. El aire estaba más pesado, y los aplastaba un poco más hacia abajo, como si el aire no tuviera más fuerza y estuviera cayendo. Lo que sentían era un sensación de estancamiento, que había empezado en las palabras, continuado en las persona, y ahora seguido en ellos. Las personas se veían más chicas que antes porque se veían a las cuadras, que salían y volvían a entrar a sus casas

 

Capítulo nueve

Los mundos medidos

 

La ciudad en silencio de los palabros, a distintos días, no dejaba de ser una especie de maravilla. A la mañana temprano parecía un mar. A la tardecita cuando al silencio se le sumaba una bruma que venía del rio cercano, parecía Londres o alguna zona de Escocia. Y a la noche, en ese silencio de cuatro de la mañana parecía cualquier lugar, todo el mundo estaba en silencio a esa hora

-Se han perdido extensiones y extensiones de mundos adentro de las cabezas, de acá para allá, y de allá para acá- dijo el padre

-Mido, mundos perdidos- Midió el tío

-Se han perdido para allá, para allá, para abajo y para arriba, miles de extensiones de mundos, que si se hubieran transitado, nos hubiesen llevado a un montón de lugares diferentes- Analimedio el padre, que era una mezcla de analizar y medir, o analizar la medida, otra palabra inventada por él

Y José cuando empezaba a preguntar en un momento ya los empezaba a cansar, preguntó

-¿Cómo lo recuperamos?

Y ahí entro Joaquín, fue un soplo de aire fresco. Joaquín era tendiente a la acción, y los llevaba a todos a la acción. Y dijo

-Entrando a las personas

-No se puede, los estoy midiendo, no quedo espacio donde entrar. Se cerró la puerta de entrada a los mundos- dijo el padre

-Nosotros no podemos- Descubrió Joaquín

-No podemos nosotros- repitió la madre

- ¿No están más esos mundos? Se perdieron- Preguntó José

-Sí, salvo… recurrir, yo los medí todos, los tengo medidos

-¿Todos pa?- Pregunto José de nuevo, que amaba preguntar

-Medí todos los mundos de las personas de esta ciudad. Eso hago, mido

-Eso hace, mide- repitió la madre

-¿Todos los mundos?- volvió a preguntar José que en su afán de preguntar a veces se repetía y preguntaba lo mismo, como su madre. Era los momentos en que mejor le caía a su madre

-Todos- dijo el padre

-¿Y te los acordás? La medida ¿Cómo eran?- Preguntó de nuevo José, que no paraba de preguntar, como si le dieran cuerda

-Algunos, tengo algunos planos de esos mundos

-Va a faltar- Aseguro José, y después se dio cuenta que no había preguntado. Y pregunto- ¿Va a faltar?

-Yo los repetí a todos, digo, los mundos- dijo la madre algo que ya sabían todos

-Me acuerdo mamá

-A todos los mundos que midió y nos contó él, digo, los repetí- repitió la madre lo que había repetido, e hizo algo nuevo, repitió sobre la repetición

-Lo escuchamos mamá

-Entonces ella conoce algunos de los mundos a las cabezas de las personas, los puede repetir- Empezó  a encontrar un puente para una solución el padre

-Yo puedo repetir algunos- Repitió la madre algo que ya había repetido y volvió a repetir, y siguió profundizando en su camino de repeticiones, cosa que la ponía cómoda

-Pero faltan muchos ¿Faltan muchos madre?- preguntó José

-Faltan muchos- repitió la madre

Ese momento de la conversación fue cuando el tío mostró las libretitas

Tío-Tengo todo anotado, lo que él midió y dijo, lo que ella repitió, los planos de los mundos de todos en la cabeza, la forma, y hasta una biografía de cada mundo

El tío anotaba todo, lo que decían, lo que escuchaba, lo que median, lo que hacía, en libretas donde iba haciendo un croquis y una biografía de la vida de cada persona. Con el nombre de cada persona y el nombre de su mundo, el tío tenía anotados y dibujados los mundos de cada uno de los habitantes de esa ciudad. Cuando el tío les mostró eso, todos festejaron. Estaban en medio de la calle, en la esquina de su casa en su barrio. Una calle desierta, donde no transitaba nadie. Y cada tanto se veía correr con pequeñas vocecitas una de las palabras pedidas, haciendo, desasiendo, buscando, llevando, dejando, corriendo, se perdía de la vista alguno de los últimos verbos. O señalándose, señalando algo se iba algún artículo, hablando a grandes voces de las personas y las cosas, actuando como presentadores de espectáculos, se iban los pronombres

Fue José el que tuvo la duda, pero esta vez no lo manifestó en preguntas. Su sistema de preguntas estaba tomando un descanso

-Tenemos los mundos de las personas afuera en esas libretitas, pero no están adentro, en las personas

Y el padre desenredo el hilo, encontrando la punta de la solución al problema

-Tenemos los mundos de las personas fuera de lugar, las mediciones van a dar todas mal ¿Cómo se los podemos dar?

El tío tuvo una buena idea, justo cuando pasó cerca de él una idea, de las que se estaban yendo de la ciudad

-Se los contamos

-Se lo contamos, buena idea- repitió la madre

Contarles a las personas el mundo de las personas era una idea brillante, era lo que hacían los que las ayudaban, psicólogos, asistentes, maestros, maestros de yoga y meditación. Pero en ese caso habían llegado un poco tarde, las personas ya no escuchaban. Habían perdido las palabras, que se habían ido todas de la ciudad, o peor, tenían las palabras pero las tenían guardadas, encerradas en esos mundos que tenían cerrados

-Ya no nos escuchan- Dijo el padre

-No nos escuchan ya- repitió la madre

-Ni nos leen. No sirve tampoco darle una libreta a cada uno- desalentó el tío

-Ni nos leen- repitió la madre

 

Capítulo diez

Los mundos de los animales

 

El que estaba sonriendo era el segundo de los hermanos, Joaquín, que podía ver los mundos internos de los animales, que sabía que los animales tenían mundos internos. Justo en ese momento pasaba un hornero que tenía un mundo en la cabeza que era una mañana lluviosa en un barrio con calles de barro, y las calles llenas de barro y encima de ellos, en cientos de palos que estaban uno al lado del otro, arriba de todo, cientos de nidos de barro de horneros. Los animales mantenían sus mundos intactos

-Se los podemos dar a los animales para que les cuenten el mundo que tenían, los animales aún tienen mundos, yo se los veo, cada uno un mundo en la cabeza. Y las personas no miran ni escuchan ni leen a las personas, pero si a los animales

No se supo si justo había pasado otra idea por ahí y a Joaquín le surgieron las ideas, o si Joaquín en sí mismo era una fábrica las ideas, porque los dos niños de la familia, Joaquín y José, parecían funcionar como dos fábricas de ideas, que no paraban de tener ideas. Y si se ponían a buscar en la cabeza de ellos quizás podían encontrar mundos de ideas, o mundos llenos de ideas, pero todos coincidieron con la propuesta. Empezando por el padre

-Todas las personas tienen una o dos mascotas, en la casa, las conté

Siguiendo por el tío

-Y yo las anoté

Y terminando por la madre

-Yo veo dos, una y otra igual

-Y las personas no cuidan a las mascotas, las mascotas cuidan a las personas, los cuidan metros y metros- midió el padre

-Cada mascota tiene una persona- Dijo pero no repitió la madre

Y todos la miraron sorprendidos

-Lo tengo medido, cada mascota tiene  una persona de la que se hace cargo, y la mide, y la cuida. Pero más que nada la mide. La mide metros, centímetros, milímetros - Aprovecho para medir el padre- Si no la midiera se la chocaría

Y esta vez fue el tío que pregunto al padre

-¿Las mascotas miden a las personas?

- Si, más que nada las miden. Si están enojados le miden el enojo, si están tristes le miden la tristeza. Si están alegres le miden la alegría. Y desde ahí se relacionan, desde esas mediciones. Si están tan tristes que tienen metros de tristeza, por ejemplo

Pregunto José que seguía indagando sobre el mundo. Y nuevamente la conversación de preguntas y respuestas entre el padre y José fue así

-¿Hay metros de tristeza?

- O kilómetros de tristeza. Y hasta pueblos enteros de tristeza

-¿Las personas tienen adentro pueblos enteros de tristeza?

-Sí, cuando están tristes las personas tienen adentro pueblos enteros de tristeza, porque todos están tristes cuando las personas están tristes. Pero eso los perros que miden eso, se acercan a las personas para que la tristeza se aleje, es como que anticipan la tristeza, la marcan. No dejan de hacer también un trabajo de distancia, son estudiosos de la distancia los perros. Miden, observan, acortan o alejan las distancias. Los perros son como algunos arqueros que saben estar bien ubicados

A la madre se le prendió una lamparita, u otra idea de las que se iban de la ciudad pasó corriendo por ahí y se le metió en la cabeza, porque se escuchó una vocecita chiquita en el aire, como tenían las ideas, y una pequeña riza

-Les recuerdan sus mundos

Esta vez el padre repitió lo de la madre

-Siiii, les recuerdan sus mundossss

- Claro, son como un cine las mascotas. Tienen un montón de escenas de película con sus dueños- dijo el tío

-¿De comedias?- pregunto José

- Si comedias, y se los recuerdan cuando los ven. Y ellos lo cuentan

-Siii, se los recuerdannn- repitió la madre

- ¿Y si les damos a los animales, las mascotas, los planos de los mundos de las personas así ellos se los cuentan y vuelven a tenerlos?- Esta vez el que pregunto fue Juan

-Ellos escuchan a las mascotas- Y el que aseguro fue José

-O mejor, y si los rodeamos de mascotas, les rodeamos las casas de mascotas- Y el que aportó la solución fue el padre

-Claro, de mascotas que puedan ser parecidas a sus mundos, que puedan habitar los mundos de las cabezas de las personas- Volvió a afirmar la madre, sin repetir, y volvió a sorprender a todos

-Mascotas que estén en sus mundos ya, así les es fácil entrar- dijo el padre

-Claro claro, muchas mascotas cada uno, de sus mundos

-Pero con eso, viviendo rodeados de animales volvieran al pasado, a como vivíamos en las épocas anteriores- Dijo el padre al tío

-Cuando empezamos a hacer los mundos – dijo el tío

La madre aprovecho para repetir

-Volveríamos a empezar a hacer los mundos

Y esta vez el que pregunto fue el padre

-¿Y si juntos con las mascotas les reproducimos los mundos de ellos, les hacemos cerca de ellos mundos parecidos a los de ellos, para que se acuerden?

-Sí, mascotas, mundos ¿Qué más?- se entusiasmó Joaquín

-Plantas- Propuso José

-Paren ¿Las plantas tienen mundos? Digo- preguntó el padre. Y José se sorprendió porque era él el que preguntaba, pero le dio permiso

Dice- dijo José

-Dice- Repitió la madre

-Cada planta tiene un mundo interno en la cabeza, digo- dijo el padre

-Dice- repitió la madre

-Pregunto- dijo el padre

-Pregunta- repitió la madre

Fue José el que sorprendió a todos esta vez

-Sí, cada planta tiene  un mundo propio en la cabeza, yo se los veo

Y la madre también, sorprendió, aseguró, y de paso repitió

-Se los veo también

Y el padre decidió activar

-No se hable más, mascotas, mundos, plantas ¿Qué más necesitamos para que cada persona pueda tener un mundo de nuevo en la cabeza?

-Tranquilidad, mucha tranquilidad, lo tengo anotado

-Tranquilidad- repitió la madre

-Solo en la tranquilidad la gente puede entenderse y recuperar su mundo, y reconstruirlo- agregó el tío

-Tranquilidad- aceptó el padre

-Tranquilidad- repitió la madre

-Tranquilidad- repitió José

-Tranquilidad- repitió Joaquín

-Tranquilidad- repitió de nuevo la madre, que tratando de repetir, era algo que le gustaba hacer. Y esa breve charla, donde todos repitieron dijo en ese momento que fue una de las charlas que más le gustó

 

Capítulo  once

En el zoológico

 

Fue así como Joaquín se hizo llevar al zoológico, cuando llegaron, no había una sola persona. Lo primero que vieron fue que lo encontraron descuidado, ya no había ninguna persona que en la cabeza tuviera un mundo que fuera un enorme zoológico.

Fueron hasta el gran acuario que había delante de ellos, y delante del acuario, mirando fijo, como si ya supieran y estuvieran esperando, tres ballenas los miraban. Joaquín a través del vidrio les habló a las tres, necesitaban que en sus mundos de ballenas, en sus cabezas, incluyeran a las personas y a los mundos de las personas. Y que desde esos mundos, se metieran en los mundos de las personas que ya no tenían, y se los hicieran recuperar. Las ballenas se fueron nadando, pero en el mundo de cada una empezaron a aparecer varias personas.

La vecina del clima, apareció en el mundo de la cabeza de la ballena más chica, mirando toda esa extensión de mar desde una islita, que era ese mundo en la cabeza de la ballena, y diciendo: Como ha llovido acá, se inundó todo

De regreso  se cruzaron con la manada de elefantes que caminaba libremente por los pasillos del zoológico, Joaquín les habló, les dijo también que tenían que meter a las personas en sus mundos y meterse en el mundo de las personas. Y los animales, que tenían mucho mundo, se fueron caminando, comiendo plantas, pero cada uno en el mundo que tenían en la cabeza sumo algunas personas. La vecina que barría la vereda de todos, apareció en el mundo de la elefanta hembra más grande de la manada, que era una estepa interminable de pasto, tierra y árboles, a decir: Que trabajo que tengo acá ¿Cuánto me va a llevar barrer todo esto? Bueno, empezamos- Y de la cabeza de la ballena vino un pequeño shit shit shit de barrido. Solo escuchado por los niños

Algunos de los elefantes se fueron hacia la ciudad, a vivir en las casas de algunas de las personas. Varios de los vecinos terminaron teniendo un elefante en el patio, a muchos les pusieron una piletita de nene, para que tomara agua y se bañara. Otros terminaron con algún pez raro en la bañera. Hubo quienes en el malvón del living tenían una rana. Y los que en el altillo les vivía una familia de gatos, con 32 gatos. Así los mundos de las cabezas de los animales se llenaron de personas, y las casas de las personas se llenaron de animales, de todo tipo. Y los mundos de las cabezas de las personas se llenaron de animales, y redescubrieron el mundo. Y los mundos de los animales se siguieron llenando de personas, porque ya se estaban llenando, pero ahora bien

Esa tarde, volviendo a sus casas, por el medio de la calle vieron correr tres topos, en la inmensidad de la ciudad vacía, con sus semáforos aun andando, su neblina y su espacio. Se veía espacio vacío por todos lados, como si las casas, los edificios y las calles fueran una esfera de espacio organizadas solo para contener espacio vacío. Y el movimiento de tres topos lo llevó  a Joaquín a ver sus mundos. El mundo del primero era de subterráneo inmenso, lleno de túneles y cuevas, y paredes de tierra, y de pequeños subtes de topos, donde los topos tomaban el subte y viajaban. Y arriba raíces de todo tipo de plantas, divididas por espacios, con carteles hacia abajo que decía la planta que era. En una de ellas se asomó la mano, agarró la planta de raíz, y se la llevó, y a último momento, agarrado a él  fue el topo, que lo tomó de un dedo. Entonces fundidos del mundo del topo apareció el mundo de Eustides, el almacenero, y en el mundo que tenía en la cabeza Eustides, se amplió hacia el del topo, y además de los enormes estantes con despensas, que eran las paredes del mundo de su cabeza aparecieron, hacia abajo despensas de productos de tierra, enterrados debajo de la tierra y las líneas de subtes de topos, y las comunidades de lombrices. Y el mundo de la cabeza de Eustides se amplió con el mundo de la cabeza de del topo, que se fue a vivir a la casa de él. Y el mundo de la cabeza del topo se amplió con el de Eustides, y comenzó a tener hacia arriba montículos y estantes de tierra lleno de productos que ahora ya  tenían pero antes había tenido raíces, o quizás siempre tendrían raíces. A los topos les encantaba pensar en raíces

Eustides comenzó a salir a la calle en los días que siguieron, perseguido por su nuevo amigo, el topo

Casi llegando a la casa vieron una bandada de patos volando, cruzando el cielo, como si los inventaran en ese paso, como si a medida que pasaban el cielo fuera apareciendo. Pero era más que nada que uno veía el cielo a medida que lo cruzaban los patos, y Joaquín se metió en uno de los mundos que tenía una de los patos en la cabeza. Era un mundo inmenso, de un espacio de estepa, lagunas, cielo interminables, repleto de bandadas de patos que pasaban volando para todos lados, como si fuese el mundo de un tráfico aéreo de patos. Vio que uno de los patos tenía un largavistas, y se detenía en el aire y miraba para abajo, y veía a Martínez, el matemático, con un largavista. Miró para abajo y vio a Martínez con un largavista en la puerta de su casa. Le encantaba contar patos. Y a ese pato, que lo había visto con un largavista a su paso, le encantaba contar Martínez

Cuando Joaquín se concentró en Martínez el pato había bajado y se había puesto a nadar en una piletita que tenía Martínez en el patio. En el mundo de Martínez apareció el mundo del pato y de los patos, de cielos y de bandadas. Y en el mundo del pato apareció el mundo de Martínez, de oficinitas y de Martínez que trabajaban de algo. Martínez había contado 4693378550 patos. El pato 77 Martínez. En los días que vinieron a Martínez se lo volvió  a ver en las calles caminando con su pato al lado, o al pato, caminando con su Martínez al lado. Pronto Martínez había empezado a aprender aviación, para volar con los patos. Martínez soñaba con poder volar con una bandada de patos, y los patos soñaban con poder andar con una bandada de Martínez

Joaquín vio como una lombriz se asomaba de un agujero de tierra. Se metió en el mundo de la cabeza de la lombriz. La lombriz tenía en la cabeza un mundo de una estructura de tierra fresca, como si fuera un frasco trasparente lleno de tierra, de esos que se usaban para las enseñanzas de los niños, llenos de caminitos y cuevitas y más lombrices, y tierra del lado de adentro de la tierra para adonde quisieran mirar. Y dentro de ese mundo aparecía de vez en cuando una o dos manos, que se metían en la tierra y sacaban un montoncito, y ponían donde había estado ese montoncito una raíz, y después en otro lado y después en otro lado. Y así el mundo que tenía la lombriz en la cabeza se iba llenando de raíces. Y la lombriz se sentía más acompañada en el mundo de su cabeza, porque en ese mundo se metía el mundo de Gilberto, el botánico, el que vendía plantas en la esquina de la casa de los palabros, que empezó a compartir el mundo con a lombriz, y en el mundo de su cabeza, había lombrices que vivían de la tierra, y a las que conocía y cuidaba. Y Joaquín profundizó un poco más y vio a l lado de la lombriz una planta de papas y se metió en el mundo de esa planta de papas. Ese mundo también era un mundo subterráneo, lleno de tierra, y hombres de tierra que cuidaban las raíces y las papas enterradas, que se llamaban Gilberto, y de lombrices que andaban felices entre la tierra. Y el mundo que tenía en la cabeza la planta de papa estaba llena de Gilbertos, todos, de tierra, que cuidaban las plantas y las raíces, todas llenas de lombrices y papas y gilbertos. Cuando observo bien Joaquín vio que estaba viendo una lombriz que había en el cantero de la casa de Gilberto, donde ponían plantas de papas. Y que Gilberto estaba al lado, ahí, en la puerta de su casa, sonriendo, y saludando. No quiso ver qué mundo tenía en la cabeza Gilberto, porque se imaginó que iba a estar lleno de plantas y raíces, y tierra, y lombrices, y sol y agua y vientos. Pero si se lo escuchó salir por la boca cuando saludo. Gilberto los vio venir y les dijo

-Buenos frescos días. Hay que aprovechar que hoy está la tierra fresca y fértil, y todo lo que se cultive, va a florecer. Guarda que no le entre mucha tierra por el zapato, que le van a salir plantas entre los dedos. Y sacó el píe del zapato y les mostró unas pequeñas plantitas que le habían crecido entre los dedos de los pies

Gilberto hablaba siempre de plantas y tierras y raíces y florecimientos

Cuando llegaban a la casa Joaquín vio un a calandria pasar cerca de ellos, y abrir el pico para sacar un grito. Y metió la mirada por el pico, y vio el mundo de la calandria. La calandria tenía en la cabeza un mundo de un gran cielo todo azul, lleno por todos lados de bichitos para comer y por distintos lados de ese cielo, llovizna de agua que caía para ver, y que en el piso formaba charcos. Y ahí había un montón de pequeñas calandrias, que eran como los pensamientos que esa calandria tenía en la cabeza, pensamiento de calandria, que iban a tomar agua de los charcos, y se iban al cielo lleno de bichitos, a volar. En ese mundo que la calandria tenía en la cabeza había un montón de Patricias, que era la vecina de la vuelta de la casa de los Palabros, que alimentaba a los pájaros y le ponía agua para que tomaran las calandrias. Y de vez en cuando del mundo que tenía la calandria en la cabeza, se juntaban todas las calandrias como una bandada de calandrias de 100 0 200 calandrias, y salían desde los límites del mundo que tenía la calandria en la cabeza, por un costado, desaparecían. La calandria no sabía adonde iban las pequeñas calandrias el mundo de su cabeza. Pero patricia sí, porque en su mundo, en el  mundo que tenía en la cabeza ella, de golpe le aparecían volando, desde todos los costados, a los cielo que tenía su mundo en la cabeza, 100, 200, 300 calandrias en bandada, haciendo un griterío alegre. Y le habitaban el mundo y se lo llenaban. Allí tomaban agua, comían bichitos y descansaban al sol, en los playones y las playas que tenía el mundo de la cabeza de Patricia, que estaban siempre con un sol hermoso, para que las calandrias disfruten y descansen al sol. Patricia amaba las calandrias y les escribía poemas. Que se escuchaban muchas veces, como voz en off, en el mundo que tenía en su cabeza, que las calandrias escuchaban por el cielo cuando viajaban

Viendo estas cosas y otras,  aprendizajes que se habían logrado, y cosas que se volvían a hacer, o se hacían de nuevo, pero mejor, y mundos que se ampliaban, los palabros fueron llegando de nuevo a sus casas

Así fue como las personas recuperaron sus mundos, y esos mundos se mezclaron con otros mundos, y se hicieron nuevos mundos de la fusión, tomando cada uno una parte de ese mundo

La interna idea de todos, sin saberlo, pero la interna idea de todos, era que de a poco se pudieran definir galaxias de mundos en colaboración, que pudieran constituir un universo de mundos, habitándose

 

Capítulo doce

Un universo de mundos

 

Cuando la madre de los chicos miró la piedra le pasó lo que nunca le había pasado, pudo ver el mundo que tenía la piedra en la cabeza. El mundo que tenía la piedra en la cabeza primero estaba formado por ecos de montañas, de gritos en avistamientos, de ruidos de animales, de pájaros, y de ruido de viento. Joaquín se maravilló, esa piedra estaba llena de ruido adentro. Quizás había sido una piedra de  montaña, o antes en ese mismo lugar se había levantado una montaña. O todas las piedras se sentían una montaña. Después había todo un mundo enorme cavernoso, que iba hacia adentro y se perdía kilómetros y kilómetros, en el mundo que tenía la piedra en la cabeza, donde se perdía la vista se escuchaba una cascada. Y se escuchaban voces en todo ese mundo hueco de caverna que tenía la roca en la cabeza, de todas las épocas. Era como una caja que guardaba ruidos. Y pensó Joaquín que era cierto, las piedras escuchaban, sabían escuchar en silencio, aunque adentro tenían mundos de cavernas y montañas llenas de ecos, y voces y palabras. Por la parte de arriba del mundo que tenía la piedra en la cabeza vio todo un mundo de agua, brillante, cristalina, suave y bien fría, que se metía en el mundo de caverna de la piedra. Y pensó que la caverna que tenía en la cabeza esa pequeña piedra tenía una filtración de agua arriba, o una especie de rio, y después se dio cuenta que en la piedra había caído una gota de rocío, y el mundo que tenía la piedra en la cabeza, de caverna, se había mezclado con el mundo que tenía la gota de rocío en la cabeza, de un rio helado que bajaba hacia la llanura y alimentaba pastos. Y enseguida vio que un por el costado que se perdía de ese mundo de caverna aparecían volando un montón de pájaros, que se metían dónde estaba el agua de la gota de rocío, y se mojaban completo y tomaban de esa agua. Cientos de miles de horneros, que pasaban por ahí, y salían, y dejaban atrás suyo unos cuantos nidos construidos. Y cuando miró bien vio que en la roca se había parado un hornero, que  de un picotazo se había tomado la gota de rocío y habia seguido volando. Y entendió que en el mundo que tenía la roca en la cabeza se había metido los mundos que tenía gota de rocío en la cabeza y el mundo que tenía el hornero en la cabeza, que se habían mezclado, modificado, ampliado, y mejorado entre todos. Y a diferencia de lo que a veces hacia los hombres, todos habían dejado que los otros sean lo que eran, ni la roca había querido volver roca al hornero, ni el hornero volver hornero al agua ni al agua volver rio a la roca. Pero que si una parte de cada uno, de cada uno de sus mundos que tenían en la cabeza, como pensaba Joaquín, que todo tenía un mundo en la cabeza, una parte de cada mundo que tenían en la cabeza, había quedado ampliando el otro mundo. Por eso ahora el mundo de caverna que tenía la roca en la cabeza un tenía un poco de agua, de los ríos que tenía en la cabeza la gota. Y algunos nidos de hornero, y ruidos de plantas de los mundos que tenían en las cabezas los horneros. Y ese fue un nuevo aprendizaje para Los palabros, que iban a compartir con Los Parlanchines

Ahí la madre hablo, y dijo

- Llegamos

 

Capítulo trece

Final y principio, principio y final

 

Y ese llegamos José, el otro hermano de la familia lo vio en el aire, porque José también podían ver los mundos de las palabras, podía sentir las energías que llevaban en el aire y como se movían. José veía las palabras como pequeños seres vivos que atravesaban el aire volando, y que cuando se juntaban con otras palabras formaban un montón de cosas en conjunto. Lo que primero que hizo la palabra llegamos cuando salió de la boca de su madre, fue mirar, a ver si había otras palabras para reunirse con ellas y tomar otro sentido. Las palabras, en boca de José, eran los seres más sociables que había, y formaban reuniones con otras palabras, para formar otras cosas, ideas, pensamientos, enunciados, que José también podía ver materializados en el aire cuando salían de las bocas. Después de ver que estaba sola, salió volando disparada a pasar por la ventana abierta, como si fuera un gato y meterse adentro de la casa. Se la notaba relajada. José abrió la puerta, se metió en la casa, y la vio ahí, tirada en el sillón, descansando, panza para arriba. Cuando se metió en el mundo interno de la palabra, tenía un espacio vacío enorme en su cabeza, como una especie de zona gigante de todo vacío y hueco, sin límite por ningún lado, donde resonaban un montón de de cosas. Y un montón de pequeñas: Llegamos, daban vueltas alrededor de todo ese vacío. A los costados ese vacío, que parecía un vacío soleado, o con un chocolate caliente preparado, o con una estufa calentando el hogar. Había otra cosa que se fundía con ese llegamos, que era otro espacio vacío, pero lleno de mucha tranquilidad, y quietud, y que dabas mucha paz. José ya conocía lo que estaba viendo, estaba viendo un silencio. Él también podía ver los silencios en el aire, y el mundo interno que tenían los silencios. Los silencios estaban llenos de quietud y de calma, y de energía que se va frenando. Y cada vez que veía un silencio, a lo lejos le parecía ver, gente que hacia yoga en un parque, ahí metido en medio del silencio, o en el mundo que tenía en la cabeza el silencio. Y también a lo lejos le parecía ver gente que meditaba, o que caminaba en parques, o que miraba pájaros. O que descansaba quietos mirando algo. José amaba los silencios, y cada vez que podía ver uno le alegraban el día. Lo veía adonde estaba, le veía el mundo que tenía en la cabeza, lo seguía, y se ponía a descansar al lado del silencio. Y cada vez que pasaba un silencio, José decía: Pasó un santo, o pasó un monje,  o pasó una tranquilidad,  o pasó una respiración. Porque ete aquí que José también podía ver las respiraciones. Las inhalaciones, las que eran muy lentas y muy suaves. Las veía entrar a la boca, y era como esos días de calor, que uno abre la heladera y sale ese especie de humito blanco del frescor, que inunda la casa y a uno y lo refresca, así entraban las respiraciones lentas en el pecho, y llenaban de tranquilidad todo el cuerpo. O como un grupo de amigos que llegaban al campito de su infancia a jugar al futbol, alegres, haciendo chistes, jugando. Así llegaban las respiraciones a los cuerpos, los cuerpos eran el campito, y los amigos el aire. O cuando los bañistas se tiraban a algún mar, y se metían y  se refrescaban, y era una sensación de estar en otro lugar, otra dimensión, así entraban las respiraciones suaves en los cuerpos, como si fueran esos bañistas, y el cuerpo, el mar. O como cuando la tormenta lejana traía olor a tierra mojada, que entraba con el aire por la nariz, así veía José entrar las respiraciones a los cuerpos, y los silencios en los espacios hablados. Y la paz en la tensión. Porque José además, también podía ver las tensiones en el aire, y la paz en el aire, y como podía ver el aire mismo, podía ver todo lo que andaba en el aire. Las palabras, los pensamientos, los sonidos, las ideas, los enunciados, las emociones. Y a la tensión el la veía como una cosa que estaba tensada con resortes, de todo tipo, que se tensaban y se soltaban todo el tiempo, ya hacían ruidos de tensiones y de cosas retorciéndose y enredándose cada vez más, y tensar cada vez. Y eran cosa que que se achicaban cada vez en un espacio pequeño de aire y tiempo, y atraían cosas hacia así, que se volvían a transformar en esos resortes tensos que se achicaban y se atraían, y tensaban, y achicaban todo, y la realidad alrededor se veía metida adentro de eso, y se deformaba y chupaba la realidad en una especie de cosa que era otra realidad, un realidad adentro de la realidad. Y a veces esas tensiones se metían en las cabezas de las personas, y otras veces se metían en las sociedades mismas. Y la única manera de aflojar eso era el aire. Porque si les iba una aire bien suave, lleno de silencio y respiración tranquila, esa tensión se iba aflojando y los resortes aflojaban suavemente, y liberados caían al piso, y desparecían, y la tensión, así como se había armado, se iba desarmando si misma

Pero lo más interesante era cuando Joaquín y José se ponían a construir lo que veían juntos

Por ejemplo, cuando José pudo ver un tac que pasaba por la calle, un pequeño fragmento de sonido, que se escuchó y se alejó. Y José lo vio como una especie de vibración que se alejaba, como si el aire estuviese corrido, o fuese  una colcha mal arreglada, los pliegos de una colcha mal arreglada. Como si al acolchado del aire se plegara y eso fuese el sonido. Una especie de borroneo o dibujo de lapicera en la superficie del sonido. Y cuando se conectó con esa imagen y se concentró mejor, lo que vio fue el aire, todo el espacio de aire como si fuese una pizarra o un vidrio. Y los sonidos como escritos encima de él con fibrón de distintos colores que pasaban por el aire. Los sonidos eran escritos en una pizarra trasparente, que se movían y tenían distintos colores, según la emoción que llevaba el sonido. Y a ese tac, que era un ruido a chapa, se le metió adentro de la cabeza, y lo que vio en el mundo de la cabeza de ese sonido fue toda un golpen enorme de chapa, donde todo el tiempo algo pegaba y sacaba unos ruidos a chapa, que atravesaban contento todo el galpón, como si entrenaran sus tacs. Y en el medio el perro ovejero alemán, que era del vecino de al lado, que estaba parado, escuchando esos tacs y levantando la cabeza, prestando más atención, e inclinándola, como tratando de descubrir de donde venía ese tac. Y es que en el mundo de la cabeza de ese ruido se le había metido el mundo de la cabeza del ovejero alemán. Y ahí dejaron de observar y escuchar y ver mundos, porque llegaron a su casa

Entraron ellos y sus padres, y los vecinos, con sus animales y cosas nuevas empezaron a salir a hablar a la calle. Habían aprendido mucho, y tenían mucho más que aprender

Todos habían recuperado su mundo, y más, pero de otro modo

 

Alejandro Miguel