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miércoles, 27 de enero de 2021

Lectores y creativos. Entrevista a un lector anónimo “El primer libro lo leí de un tirón sentado debajo de una planta de mandarinas”

                                                                                                                    

-¿Qué estás leyendo ahora?

-Estoy leyendo dos novelas. Una de ciencia ficción, llamada “La Tierra Permanece”, de un autor norteamericano, George Stewart. Y la otra, “Las dos señoras Grenville”, de otro autor de la misma nacionalidad, Dominick Dunne. Ambas son novelas recomendadas por Guillermo Piro, columnista de Perfil. Piro saca un tema, habla de él, y ocasionalmente recomienda un libro. En estos dos casos, las recomendaciones tienen un origen interesante. En el caso del primer libro, Piro contó que trabajaba como vendedor en una librería de la calle Corrientes, y que un día llegó Roberto Carnaghi, el actor, y al ver “La Tierra Permanece” entre los libros ofertados, le comentó: “Esta es la mejor novela de ciencia ficción que leí”, y se llevó cuatro ediciones para regalar, de una pila de cinco. Y Piro pensó que el quinto libro que había quedado, evidentemente, Carnaghi lo había dejado para él. Y se lo llevó. El título de la columna de Piro fue “Carnaghi recomienda”. Yo lo busqué y no hay a la venta una edición nueva del libro, pero lo encontré usado en Mercado Libre, en muy buen estado, en una edición de Minotauro  de 1962, y lo estoy leyendo. El otro es producto de una nota del mismo autor, que trata sobre los libros “buenos” y los “malos” en función de lo que se considera berreta o no en el ámbito de la literatura: libros de autores buenos, consagrados, “serios”, y libros que son producto del marketing, de autores no tan “serios”, de guionistas de Hollywood, etc. (libros berratas, en una palabra). Piro cuenta que buscando un libro de John Gregory Dunne, un autor “serio”, se equivocó y compró uno de Dominick Dunne, autor “no serio” o de poco valor. El libro es “Las dos señoras Grenville”, y dice que ese error lo llevó a un libro que le encantó, y que quizás no habría leído de haberse guidado por el prejuicio “libro bueno, libro malo”, “escritor serio, escritor no serio” . Y a partir de eso pone en tela de juicio esa categorización.

-¿Cuál fue el primer libro que leíste?

-Robin Hood, a los 7 u 8 años. Para el colegio, o sea, por deber, pero que se transformó en algo muy placentero. Lo leí de un tirón, sentado abajo de una planta de mandarinas, en el patio de mi casa. Así empecé a leer libros grandes. Después, Frankenstein, de Mary Shelley. Empecé por libros “no serios”, parece, pero me entretuvieron mucho.

-¿Lees digital o sos de los que no pueden abandonar el papel?

-En literatura, libro físico, digital no (en digital leo las noticias y he leído algún cuento que escucho nombrar, para simplificar y no tener que buscar el libro por un cuento. Me acuerdo dos: leí en digital hace poco “La primera noche del cementerio”, de Eduardo Wilde, que sentí nombrar a alguien. Y hace varios años creo que leí un par de veces Enoch Soames, de Max Beerbohm , por recomendación de Borges, a quien hay que hacerle caso en estas cosas -es una historia muy bien creada, inteligente, y muy triste-).

-¿Leíste algún libro de futbol?

-Hace poco leí “Maldito United”, que relata la historia como técnico del Leeds United  (donde está Bielsa) de Brian Clough, un técnico que era borracho y estaba loco, ex jugador de la selección de Inglaterra, que fue técnico del Leeds durante sólo 49 días. El libro cuenta  lo que fue esa experiencia breve y muy particular como técnico. Está muy bueno, porque es muy bueno el personaje. Lo escribió David Peace, un escritor también inglés. Vale la pena. Lo único malo es la traducción al español “gallego”, no neutro, que abunda en los libros traducidos al español y es horrible.

-¿Algún libro de River?

-No. No me gusta leer libros de fútbol. El anterior que mencioné lo leí porque sabía que trata acerca de una persona, no de un deporte, en la que el fútbol sirve de excusa para que se conozca al personaje. Ese tipo Clough hubiera justificado un libro aunque se dedicara a otra cosa cualquiera. Si el libro hubiera sido puramente deportivo no lo habría leído. Por eso también me gustan los cuentos de fútbol de Fontanarrosa, porque hablan de fútbol pero como una excusa para contar otras cosas. Los libros de fútbol como deporte me aburren. El fútbol es para verlo.

-¿Lees los prospectos en el baño?

-No.

-¿Crees que ese es un tipo de lectura?

-No.

-¿Disfrutaste tu lectura como abogado?

-Los libros de derecho? Pocas veces, cuestiones muy concretas, que me gustaban. Pero a diferencia de la literatura, aun las lecturas de derecho que me resultan interesantes llega un punto en el que me aburren, y tengo que dejarlas sin poder reemplazarlas con otras lectura de derecho (en suma, lo que me aburre es el derecho mismo). Eso no pasa con la literatura, donde si algo se hace pesado se puede dejar descansar por un tiempo  y agarrar otra cosa, y después retomarlo. Uno descansa de la literatura con otra literatura, y eso en el derecho no se puede (en mi caso).  

-¿Algún autor de tu carrera de abogado que hayas disfrutado literariamente?

-Si, sin dudas Zaffaroni, pero siempre con la salvedad anterior.

-¿Lees diarios a la mañana?

-Si, en forma digital. pero es una mala costumbre, porque es  deprimente y poco fructífero.

-¿Lees diarios de los dos lados de la grieta para compensar la información?

-Trato de leer alguno que pueda considerar que sortea la grieta, y que pretende decir algo veraz. Los que están de uno y otro lado generan pérdida de tiempo, si uno parte de la idea de que lee para informarse. Igual, cada vez me interesa menos buscar información. Preferiría no leer los diarios ni nada de actualidad, pero lo hago casi automáticamente (lo que también me quitó tiempo de lectura de calidad).

-¿Creíste alguna vez en alguna fas news que hayas leído?

-Si, muchas veces. Como todos. Por eso persisten, porque son efectivas.

-¿Crees que los tic tocs son una forma de comunicación audiovisual muy rápida y pequeña?

-Son los mensajes que manda la gente que duran no más de 60 segundos? Leí que la empresa que los maneja elige qué publicar y que no, seleccionando en función, por ejemplo, de que el lugar donde está el emisor no muestre una situación de pobreza o de fealdad. Que se busca mostrar, en definitiva, entre persona y ámbito, un cuadro lindo, colorido, divertido, y que todos son más o menos de ese estilo, y lo que no, no se publican. Ahí tenés un ejemplo de tergiversación banal pero muy desagradable.

-¿Algún texto te hizo caer alguna ficha respecto de algo que tenías que madurar en la vida?

-No recuerdo, creo que no.

-¿Si tuvieras que vivir la vida de algún escritor, que escritor serias?

-Seguro no uno sufriente, como Borges o como Kafka. Uno que haya vivido bien, más allá de la literatura, o conjuntamente con la literatura (hay varios; acá, Bioy Casares. Hay uno inglés que era el prototipo del escritor famoso que la pasaba bien, pero no me acuerdo el apellido; no era de los más conocidos).

-¿Crees que Borges debería haber ganado el Nobel?

-Creo que sí. Por su obra, puramente. Pero ni hablar si se considera además que se lo dieron a cualquiera, hasta a una persona que no es escritor (Dylan; el otro día leí a un español que dice que se lo dieron porque hacía mucho que no lo entregaban a un norteamericano, lo que puede ser posible).

-¿El hecho de hacer humor en wasap, faceb, y redes sociales, te hace una especie de escritor comediante de humor, que produce en producción colectiva y en formatos heterodoxos?

-No sé mucho de eso, es una pregunta para un escritor, o al menos para un editor. Pero como lector creo que sí puede ser. Escritor es el que escribe con fines artísticos, más allá del  género o del medio de difusión que emplea. Esas cosas no le quitan su condición ni permiten prejuzgar sobre la calidad de lo que hace. Pero la verdad es que desconozco el tema.

-¿Alguna vez escribiste alguna frase en un baño para que la lean millones de lectores?

-No. Ni en el baño ni en ningún lado.

-¿Cuál fue el texto que escribiste más leído?

-La verdad, ninguno. No escribo, sólo leo.

-¿Mejoraste con tu imaginación algún texto que hayas leído?

-No. Hay historias que me parecían ideas buenas que no me gustaron como se resolvieron, o como terminó tal o cual personaje, pero no me puse a pensar cómo mejorarlos, salvo decir que “tendría que haber terminado así y no así”; pero nada más.  

-¿A lo que escribís como abogado, tratas de darle una vuelta literaria?

-No, simplemente hacerlo entendible y fluido, evitando los giros y las deformaciones de la escritura jurídica.

-¿Escribís o escribiste?

-No.

-¿Tenes algún tipo de relación secreta con la escritura que no conoce nadie?

-No.

-¿Notas relación con la creatividad más allá de la escritura o el arte? Digo ¿Sos un abogado creativo, o un padre creativo o un deportista creativo. O …?

-Nada creativo, lamentablemente. Es una cualidad muy valiosa, para cualquier actividad, pero no la tengo.

-¿Te acordas de memoria algún fragmento de algún libro?

-Si, de algunos. Por ejemplo, un párrafo casi entero de La Náusea, cuando Roquentin explica en qué consiste la náusea, precisamente (la estoy repasando ahora después de algunos años, y de a poco me sale).

-¿Robaste libro o no devolviste libros prestados o te bajaron a vos tu biblioteca?

-Si, robé de una biblioteca, no devolví, y no me devolvieron. Una vez leí que los libros no quieren ser prestados, y que por eso  no vuelven al dueño. Una especie de venganza.

-¿Si tuvieras que ir a una isla solo, años, con solo tres libro como ayuda, que libros llevarías?

-Alguno de John Fante (uno largo, así me dura más, porque son todos igualmente buenos), por ahí una novela rusa que no haya leído (Los endemoniados, La guerra y la Paz, o alguna larga, por lo mismo -para que dure-, y porque ya no creo que la vaya a leer) y algo de Borges que no sea poesía.

-¿Cómo te presentás  como lector?

-Antes  muy aplicado. Ahora cada vez más inconstante  y un poco apesadumbrado por lo que no voy a llegar a leer, por falta de tiempo.

Entrevista Alejandro Miguel

                                                


domingo, 24 de enero de 2021

Encontrados (Relato corto)


-Un día salve una vaquita de San Antonio- dijo Macarena

-Que grandioso ¿Cómo hiciste?

-Así, se había caído a la pileta, se había mojado, la saqué, la sequé, gogleé que se le da de comer, la alimenté y la cuidé unas horas, hasta que pudo volar de nuevo. Y no vas a creer- dijo incrédula Macarena – desde ese día las vaquitas de San Antonio se me paran en el brazo, en todo momento. Es como si yo no hubiese salvado a la vaquita de San Antonio, sino como si la vaquita de San Antonio me hubiese salvado a mí

-Yo un día le di el postre que me había acabado de comprar y me quería comer a una persona que me lo pidió en la calle- dijo Juliana

-Bueno, está bien, es por ahí- Le respondió Joaquín

-No es difícil- retrucó Juliana- Sí, es cierto, no es difícil. Me gusto más que lo comiera él. Estaba más rico así ¿Y saben qué? Yo no le di un postre a ella, ella me dio a mí un comensal

-Yo recuperé una planta que se estaba secando, una planta salvaje, de la calle, que había crecido entre dos masetas. Todos los días la riego. Y la planta aunque no lo crean, me lo devuelve- Dijo Matías

-¿Cómo?

-No sé, cada vez que la veo me tranquilizo

-Tenés una amiga, la planta- Dijo Damián

-No se amigos, no, hay si, como un vinculo

-Porque ella, simple, ella todo los días te riega a vos

-Claro

-Ella es la te refresca. Por ahí ella es la que recupero una persona de la calle que se estaba quedando

-Yo no he salvado ninguna pequeña parte del mundo

-Bueno, Damián, quizás sí, no lo sabes

-Pero dejado de romper Matías

-Ha bueno, ese es otro concepto.

-Una vez estuve a punto de matar una araña que había en la pieza. Yo me estaba por dormir y me podía atacar. Ameritaba matarla, para que no me picara

-Una especie de asesinato preventivo, lo hacemos mucho

-Y sin embargo no la maté. Si me picaba me picaba, pero no era nadie para matarla

-Y no te picó

-Y no me picó. Y ahora como que nos conocemos. Está siempre ahí. Y yo también. Somos como parte de algo

-Y de un pacto también

-Claro, un pacto de paz. No salvé a nadie, pero deje de destruir- Dijo Damián

-¿Y qué te gusta?

-Me gusta ver como los yuyos crecen en el revoque de la pared, se imponen a la dureza, sacan lo que no hay de donde no hay, y entre las grietas asoman. Y en vez de darle sensación de derrumbe a esa casa. Le dan sentido de otra cosa

-Una especie de imagen de pacto entre la ciudad y la naturaleza. Un orden nuevo donde coexisten los dos, que se impone de manera salvaje

-Claro, y no es que vos ves salir ese yuyo a pesar de todo, sino que ese yuyo te ve seguir a vos. Por eso te identificás

Muy cerca de ahí, de manera media telepática, media mental, media perceptiva, y media de un modo que no podemos conocer, porque no sabemos,  hablaban, a la distancia una vaquita de San Antonio que había en el pasto, una araña que había adentro de un luz en una pieza, una planta que había crecido entre las baldosas en una cuadra, un yuyo que había salido en las grietas del revoque

-Un día salve del agua a mujer- dijo la vaquita de san Antonio

-Se iba a ahogar- preguntó el pensamiento de la araña

-No, pero se la veía triste, días y días sin nada que hacer. Le di una ocupación, me sacó del agua y me dedicó mucho tiempo. Y ahora todos los días, cualquiera de nosotros la ve, y ella se piensa que soy yo, y que me tiene que cuidar. Y no está equivocada

-Estás criando una persona- dijo el pensamiento de la araña

-Algo así- dijo la vaquita de san Antonio- algo así pero diferente

-Yo también tengo una persona- dijo el pensamiento de la araña- en esta pieza vive un hombre que me tenía miedo, igual que el miedo que le tenía yo a él. En el fondo éramos lo mismo, sentíamos lo mismo, y no lo sabíamos. Y un día el me dejo de tener miedo, yo lo sentí, y le deje de tener miedo. Desde ese día somos amigos. Bueno, yo no diría amigos, buenos vecinos. Ninguno de los dos va a hacer daño al otro

-Yo veo salir una persona de las gritas del mundo. Me enorgullezco porque la veo crecer de las grietas de la vida, todos los días- dijo el pensamiento del yuyo que salía de las grietas- Él me va a mí como una imagen de lo que se puede. Y yo lo veo a él como una imagen de lo que se puede. Yo creo que él pone en mí el que se puede y yo pongo el que se puede en él. Pero distinto seria el mundo para los dos, si en el mundo no hubiese ninguna imagen de que se puede, para ver que se puede, y hacer que se puede

Y así siguieron un largo rato, las personas hablando del mundo, el mundo hablando de las personas. Y ambos habitándose



Los nombres de las calles (Relato corto)


Él sabía que los nombres de las calles habían sido un gran debate histórico en el país. Se lo ponía un nombre a una calle, de alguna persona que había hecho algo, y ya saltaba el debate justo a veces sobre la disposición moral del personaje, y una contrapropuesta más justa. Rara vez los nombres se cambiaban. A veces se tapaban, a veces las personas las denominaban diferente, a veces se ignoraban. Era más fácil que las calles cambiaran el apellido con las modificaciones que se le veían hacer a la ciudad, que se agrandaba y se transformaba. A veces pasaban a ser avenidas, a veces boulevard, por ahí volvían a ser calles. Si les aparecía algo eran cortadas. Si no las consideraban muy importantes se volvían pasaje. Y si ya había mucha gente que caminaba en la ciudad y querían que no hubiera mucho tránsito, probaban con peatonal. Pero los nombres de las calles por nombres más justos, jamás se cambiaban

 

Pero esa mañana cuando se levantó e hizo su caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de nombres de las calles estaban vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos, debatidos, nombrados. Se paró en medio de la plaza principal, una plaza de árboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la ciudad le decían. Miró hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que había tenido un nombre y una identidad, sin nombre. Casi todos de hombres que para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban importante para el país, ¿a dónde habían ido los nombres? –se preguntó–.

 

¿Él seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de orientación? Para él no era un problema ése, porque él no se orientaba por los nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado, plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De hecho pensaba que quizás, los nombres de las calles obedecían a su conocimiento, y aquellos que él no conocía eran los que habían cambiado.

 

Se fue a dormir con una sensación de culpa y de ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como él era, ya había empezado a pensar cómo iba a hacerle para vivir en una ciudad sin nombre.

 

Cuando se despertó al otro día, y salió casi con miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acercó a mirar con cierto miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando, “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a todos lados”. La primera calle tenía nombre de gato, del gato de una vecina cualquiera. Esto sobrepasaba los límites de lo que habían buscado los revolucionarios más avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzó se llamaba “Calle El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina”. Pero mira vos, se dijo, al tito Marfati, lo conocía, había muerto el año pasado, pero que buen hombre que era.

 

Enseguida empezaron sus especulaciones. Si al Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quién podía ser, uno si quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo, “Calle el Cucha Saavedra, el cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos”. Eso lo confundió un poco, conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a todos a mal traer. Sin pensar que el Cucha era difícil, también le ponían nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo desorientó un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de necesitar modus operandi generales para sentirse cómodo.

 

Mientras llegaba a la próxima cuadra caminando por la Cucha Saavedra, se puso a pensar que quizás le estaban poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban. Bueno, eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llegó, la de la esquina, una calle cortita de seis cuadras se llamó “Calle Mirta Marfeti, le gustan las tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y está tranquila si todas las tardecitas habla un ratito por teléfono con sus amigas”. Eso lo despistó totalmente, la cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…”. Y a la Mirta Mafei él la conocía, de hecho estaba caminando de frente por vaya uno a saber qué calle. Ella con una sonrisa pícara lo cruzó, lo saludó, y tomó por su calle, pero no dijo nada.

 

 

Entonces pensó que le ponían los nombres de las calles por los nombres de los vecinos aún vivos. Más que enojarlo lo puso contento, cuántas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asustó, su propia calle, esperaba que no estuviera. Él era tímido, no quería de ninguna manera encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además, qué característica iban a destacar de él, si ni él mismo conocía lo que le gustaba. Pero la calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban varios, lo dejo mudo. Cuando llegó a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris bonita que está en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa”. Se acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces. Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.

 

Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzó el pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso”, que él cree haber visto más de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame, los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar”. Se alegró que el pepe también tuviera una calle, él conocía al pepe Ferrone. Y llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos”. Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida que se hacía ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba teniendo una calle.

 

Se fue a dormir contento de haber encontrado una lógica, se le ponía calle a todo porque más que liberar un país o descubrir una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro día, al salir a caminar, iba a poder caminar en la lógica más que en la incertidumbre, conocía los nombres de las calles.

 

Cuando llegó al otro día a la primera calle, la de la esquina, la calle de la pulga del  Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos, vino la primera sorpresa, cuando la calle ésa ya no se llamaba así sino que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que nos ha sacado la hinchazón a más de uno”. Los nombres de las calles habían cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo nombres de distintas cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico y las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el marianito que siempre nos alcanzaba la pelota.

 

Sorprendiéndose y también tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban. Aunque todas las consideraciones eran positivas, él mismo era negativo. En el camino fue pensando cómo se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía igual. Su sorpresa mayor fue cuando llegó a la placita de su infancia, la del campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ése y todos los campitos de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugó de relleno acá con los equipos que le faltaban jugadores y como entregó en cada partido. Buen pie, buen compañero”.

 

Un nombre un poco largo para un campito, pero eso no le impidieron las lágrimas, Jorge Pérez era el que tantas veces había ido de relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Sí, pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosa en la ciudad estaba bastante bien.

 

“A las cosas por su nombre” se fue diciendo, y durmió tranquilo esa noche.