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sábado, 3 de diciembre de 2022

Mi nombre es Santiago y Mi abuela ¿Viuda? (Breve ensayo presentación y relato de Santiago Delgavio, escritor de 9 de julio)

 

 


“Aún no pude entender cuándo pasó, ni cómo fue que empecé a escribir; muchas

veces culpé a los personajes de mis historias. Tal vez, estoy escribiendo todo lo que

Zoilo no pudo decir aquella tarde, o estoy relatando las anécdotas que mis abuelos

alguna vez me contaron. Pero en el fondo sé, que todos los personajes que forman

mis textos, aquellos que conviven en mi casa, vienen del fondo de una copa de

malbec. Mi nombre es Santiago Delgavio y gracias a este taller literario, hoy

curso el profesorado de lengua y literatura”

 

MI ABUELA, ¿VIUDA?

 


Como cada fin de año, esperaba el último día de clases para irme a disfrutar de las

vacaciones a lo de mis abuelos. Desde que recuerdo, no hubo ni un año que me haya

perdido ir, aparte de las visitas de los fines de semana largos y en vacaciones de

invierno. Pero las vacaciones de verano, eran muchísimo mejor. Recuerdo que ese año,

emprendimos viaje ni bien salí de la escuela, porque mis padres debían regresar

temprano a la ciudad y el viaje, era bastante largo. Teníamos varios kilómetros de ruta

hasta adentrarnos en un pueblito, el pueblito de donde viene toda mi familia, y de allí otros tantos kilómetros por caminos de tierra.

En el viaje me encantaba crear historias que luego se las contaría a mis abuelos, pero

Ninguna se comparaba con las historias que ellos me contaban a mí. Y ni hablar, de las

anécdotas con las que volvía yo a la ciudad, con todo lo que pasábamos y vivíamos,

siempre divirtiéndonos. De tanto imaginarme aquellas historias, cuando quería acordar ya estábamos pasando por debajo de aquel preciado guarda ganado que tenía un arco blanco, rodeado de plantas y flores que adornaban un cartel que decía ‘Establecimiento Los Abuelos’. Qué  lindo era llegar y ver que al final de aquel camino largo entre los maizales, estaba la abuela con el delantal floreado revoleando el repasador en símbolo de saludo. ¡Qué

persona tan linda mi abuela! Con esos casi setenta años, su cabello rubio y sus

resaltantes ojos color cielo, tan simpática, buena y con ese carácter que cuando lo

aprovecha, se hace respetar. Sin dudas, visitarla, era lo mejor del mundo, porque

automáticamente al bajar del auto, me recibían todos los perros y luego venía su

abrazo con aquella frase que siempre atesoraba escuchar “Hijo, viniste, te extrañé”.

Acomodaba todas mis cosas en la habitación del fondo, la que siempre usaba yo y

enseguida salía a disfrutar de ese magnífico paisaje que rodeaba el casco del campo;

cítricos, frutales, flores y árboles de todas las especies, un jardín con césped cortito, la

pileta y la parra colmada de uvas en la que pasábamos tardes enteras bajo su sombra,

jugando a las cartas, tomando mates y comiendo todo lo rico que la abuela cocinaba. El abuelo en cambio, vivía trabajando, así que mayormente lo veíamos a la tardecita en el galpón, cuando llegaba  y se ponía a reparar las máquinas para el día siguiente. Esa temporada, recuerdo que estaba bastante complicado

porque tenía uno de los tractores roto y faltaba muy poco para empezar con la

siembra de soja, y ellos no podían atrasarse en eso, porque cada año organizaban allí

mismo un concurso, por ser los primeros en traer ese cultivo a la zona. Así que durante

algunos días ambos estuvieron trabajando con la reparación mientras yo cebaba mates

y les charlaba hasta los codos entre risas e historias.

¡Cuántas historias! Me acuerdo de una noche cálida, que dormíamos todos con las

ventanas abiertas y a pocas horas de habernos acostado una explosión nos despertó;

asustados todos saltamos de la cama y el abuelo se apuró para salir a ver qué pasaba

 

mientras nosotros espiábamos nerviosos por el ventanal de la cocina. No entendíamos

nada. Que estaría pasando allí, que el abuelo no volvía ni avisaba nada. Íbamos de una punta a la otra, la abuela rezongaba. Hasta que en un momento se escucha gritar al abuelo “ayuda, ayuda”. ¡Dios mío, nunca la vi correr tan rápido a la abuela! Fue a la pieza, subió a una silla, y de arriba del ropero tomó la carabina wínchester calibre 22, la cargó y salió en dirección al galpón gritando “Qué pasa, quién anda ahí”. Yo sólo espiaba, estaba

asustado, pero me daba mucha gracia, ver a mi abuela de camisón, pantuflas y con los

pelos alborotados cargando una escopeta en posición de ataque. Llegó hasta el

tinglado, y como nadie le contestaba y el abuelo no había gritado más, comenzó a tirar

tiros al aire pensándose que habían entrado a robar y lo tenían agarrado, amordazado

pidiéndole plata. Poco a poco, sigilosamente Neli se acercó a la entrada y justo cuando

estaba a punto de disparar otra vez, sale el abuelo desesperado en busca de agua

porque se estaba incendiando el tractor que habían estado arreglando a la tarde. Y

asustado a la vez, por ver a su mujer apuntándole con una 22. Esa noche, pudieron

apagar el fuego y no pasó a mayores, por lo que tal incendio solo quedó como un dato

más de la historia que luego les contábamos a todos… de cuando la abuela, casi mata

al abuelo por equivocación.

Y hablando de historias, anécdotas, tengo muchas que se me vienen a la mente pero

no recuerdo con exactitud si han pasado ese verano del 2000 o las fui almacenando

por sólo haberlas vivido.

Otra vez, en la que el abuelo se vio amenazado con los caños de una escopeta, fue una

noche, también de verano que habíamos quedado los dos solos con la abuela,

mientras él se había ido a tomar algo con sus amigos al boliche de Tito. Serían

alrededor de las 4 de la madrugada, estábamos tomando un té y jugando al chinchón, cuando el silencio nocturno del campo, fue interrumpido por el cacareo de no una gallina, sino el gallinero completo.

La abuela corrió del living a la habitación haciendo sonar las pantuflas, subió a una silla

y de arriba del placard, nuevamente agarró la escopeta, la cargó y salimos hacia el

gallinero. Entre la oscuridad, sólo veíamos el aleteo de algunas gallinas y en el trasluz

de la linterna sólo se observaba la tierra que ellas mismas levantaban; ninguno de los

dos entendíamos que pasaba, la abuela gritaba con la escopeta en la mano y yo sólo le

alumbraba. No había zorros, comadrejas ni perros, solo un bulto que se movía sobre el suelo como buscando algo. ¿Qué era? Le preguntábamos quien era, pero no contestaba, la abuela liquidó un tiro al palo donde las gallinas descansaban y ahí mismo, en ese momento una voz grita “¡para, que me vas a matar!”. Era el abuelo que estaba agachado en el rincón del gallinero, desenterrando la latita donde guardaba los ahorros. Sí, desenterrando la latita de los ahorros a las cuatro de la mañana para hacer, vaya uno a saber qué cosa, porque jamás nos explicó. Fue tal el reto que le dio Nélida, que se fue a dormir al instante de haberlo encontrado. Lo que nos reímos esa noche con ella, es impresionantemente increíble, con la abuela siempre tenemos algo de que reír y más, con las ocurrencias que tenía el abuelo en aquel momento.

 

La abuela se había vuelto fanática de agarrar la escopeta para defenderse al escuchar

el más mínimo ruido. Ella ante cualquier duda, estaba lista hasta para ir a la guerra,

porque si hay algo que tenía era puntería. Y siempre nos cuenta que es gracias a unos

tíos viejos del campo que le habían enseñado a tirar apuntándole a una lata de

duraznos. Pobres tíos esos, los tres

viven solos en el campo y están medio chapitas, porque si los visitas tenes que gritar

desde la tranquera tu nombre y apellido, para que no salgan tirando tiros al aire; no

quieren recibir visitas, porque son tremendamente desconfiados, ellos sólo creen en

los extraterrestres y todo lo que estos seres les dicen cuando se comunican con todos

los artefactos que tienen adheridos a aquella Ford vieja despintada y con un sombrero

de paja atornillado en el techo. Vaya uno a saber qué cosas le dicen ellos a los

extraterrestres.

Pobres tíos, son viejos y malos, nunca quisieron a la familia, sólo a los que tenían su

apellido, según ellos el resto eran agregados que querían quedarse con la herencia

nada más. Por eso no querían a nadie, ni nadie los quiere a ellos. La abuela Neli se

hacía cargo, algo la apreciaban, pero no es nada que ver a los viejos, ella es un sol. Con puntería, eso sí. Y lo puedo asegurar, porque más de una vez la vi tirar. No me olvido jamás el día que me dijo que tiraba con los ojos cerrados y le daba al vaso de vino que tenía el tío Quito en la mano, y así fue. El tío quedó duro del susto y todo salpicado de vino. La abuela tenía y tiene sus locuras, y yo siempre me divierto. Como cuando salíamos los días de lluvia a manejar por el barro. O cuando le tiraba a los focos que no andaban más para bajarlos, en vez de subirse a la escalera. Siempre tuvo buena puntería e ideas locas. Ahora no sé, porque desde que el abuelo murió, no quiso agarrar más la escopeta. Será porque lo extraña y ya no le debe encontrar sentido a las cosas, o porque no tendrá a quien apuntarle. Y hablando de apuntar, las malas lenguas del pueblo dicen que mi abuela

fue la que mató a mi abuelo hace dos años, seguro son todas mujeres envidiosas que

estarían enamoradas del abuelo en su juventud. Porque nosotros sabemos que no fue así, ellos se amaban, y ese sí que fue un amor hasta que la muerte los separó esa noche que entraron a robar y la abuela no tenía ni un cartucho para la escopeta. Menos mal que el amigo de la familia, que es policía llegó rápido al lugar y pudieron ponerla a salvo. Porque en lo que es el caso de averiguación de muerte, no hicieron nada, ni siquiera sabemos que bala es la que usaron para matar al abuelo ese día. Tampoco nos permitieron hacer un

velorio ni autorizaron la autopsia. Ahora dicen que perdieron los papeles porque

cambió el fiscal que estaba a cargo del caso. El tío Quito dijo desde el primer momento

que no iban a hacer nada por la muerte de su hermano menor, y que a él no le cerraba

nada de todo lo que había pasado. Pero bueno, ya sabemos que el tío Quito,

simplemente es el tío Quito y está medio loco, será porque ya va llegando a los noventa, y encima vive sólo con su perro.

Yo ahora que me vine a vivir con la abuela al campo para hacerle compañía, voy a

tratar de averiguar qué fue lo que pasó, de todos modos ya pedí que abran el caso de

nuevo, hicieran una exhumación y la autopsia que en su momento negaron. Quedaron

en llamarme hoy de fiscalía. Mientras tanto tengo que aprovechar que ese policía

amigo viene de visita todos los días, para comentarle esto, pero ese tipo se ve que ha quedado muy mal con la muerte de mi abuelo y no sé si se va a querer involucrar, porque las veces que intente hablar, se puso tan nervioso que comenzaba a balbucear. No quiere que yo investigue, y lo único que logré entenderle una vez es que “lo hecho, hecho está”. En realidad, involucrado está porque él fue el comisario que vino esa noche y ahora viene bastante seguido al campo, será porque con el abuelo eran íntimos amigos, y no querrá que la abuela esté sola, no sé, pero ambos sonríen contentos al verse.

Y sí, es que la abuela ya se resignó, sigue con su vida, dice que por un lado está mejor y

más tranquila, porque el abuelo estaba bastante insoportable y malhumorado el

último tiempo, que no la dejaba hacer nada y ahora, es libre de hacer lo que ella

quiera. Pobre abuela, será su forma de hacer el duelo, aunque le doy la derecha en

decir, que el abuelo últimamente estaba bastante gruñón, y lo que más se lo

escuchaba decir es que estaba cansado del campo y de estar casado.

Y ahora que pienso, sólo se calmaba y lo veíamos sonreír cuando venía su amigo

Francisco, el policía. ¿Por qué sería? ¿Tramarían algo? Ese tipo a mí no me cierra.

-¡Hola! ¡Hola, sí, el nieto habla! Yo pedí la autopsia, sí. ¿Cómo dice? ¿Qué el cajón está

vacío?

¡NO PUEDE SER!

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