“Aún no pude entender cuándo
pasó, ni cómo fue que empecé a escribir; muchas
veces culpé a los personajes de
mis historias. Tal vez, estoy escribiendo todo lo que
Zoilo no pudo decir aquella
tarde, o estoy relatando las anécdotas que mis abuelos
alguna vez me contaron. Pero
en el fondo sé, que todos los personajes que forman
mis textos, aquellos que
conviven en mi casa, vienen del fondo de una copa de
malbec. Mi nombre es Santiago
Delgavio y gracias a este taller literario, hoy
curso el profesorado de lengua
y literatura”
MI ABUELA, ¿VIUDA?
Como cada fin de año, esperaba
el último día de clases para irme a disfrutar de las
vacaciones a lo de mis
abuelos. Desde que recuerdo, no hubo ni un año que me haya
perdido ir, aparte de las
visitas de los fines de semana largos y en vacaciones de
invierno. Pero las vacaciones
de verano, eran muchísimo mejor. Recuerdo que ese año,
emprendimos viaje ni bien salí
de la escuela, porque mis padres debían regresar
temprano a la ciudad y el
viaje, era bastante largo. Teníamos varios kilómetros de ruta
hasta adentrarnos en un pueblito,
el pueblito de donde viene toda mi familia, y de allí otros tantos kilómetros por
caminos de tierra.
En el viaje me encantaba crear
historias que luego se las contaría a mis abuelos, pero
Ninguna se comparaba con las
historias que ellos me contaban a mí. Y ni hablar, de las
anécdotas con las que volvía
yo a la ciudad, con todo lo que pasábamos y vivíamos,
siempre divirtiéndonos. De
tanto imaginarme aquellas historias, cuando quería acordar ya estábamos pasando
por debajo de aquel preciado guarda ganado que tenía un arco blanco, rodeado de
plantas y flores que adornaban un cartel que decía ‘Establecimiento Los
Abuelos’. Qué lindo era llegar y ver que
al final de aquel camino largo entre los maizales, estaba la abuela con el
delantal floreado revoleando el repasador en símbolo de saludo. ¡Qué
persona tan linda mi abuela!
Con esos casi setenta años, su cabello rubio y sus
resaltantes ojos color cielo,
tan simpática, buena y con ese carácter que cuando lo
aprovecha, se hace respetar.
Sin dudas, visitarla, era lo mejor del mundo, porque
automáticamente al bajar del
auto, me recibían todos los perros y luego venía su
abrazo con aquella frase que
siempre atesoraba escuchar “Hijo, viniste, te extrañé”.
Acomodaba todas mis cosas en
la habitación del fondo, la que siempre usaba yo y
enseguida salía a disfrutar de
ese magnífico paisaje que rodeaba el casco del campo;
cítricos, frutales, flores y
árboles de todas las especies, un jardín con césped cortito, la
pileta y la parra colmada de
uvas en la que pasábamos tardes enteras bajo su sombra,
jugando a las cartas, tomando mates
y comiendo todo lo rico que la abuela cocinaba. El abuelo en cambio, vivía trabajando,
así que mayormente lo veíamos a la tardecita en el galpón, cuando llegaba y se ponía a reparar las máquinas para el día
siguiente. Esa temporada, recuerdo que estaba bastante complicado
porque tenía uno de los
tractores roto y faltaba muy poco para empezar con la
siembra de soja, y ellos no
podían atrasarse en eso, porque cada año organizaban allí
mismo un concurso, por ser los
primeros en traer ese cultivo a la zona. Así que durante
algunos días ambos estuvieron
trabajando con la reparación mientras yo cebaba mates
y les charlaba hasta los codos
entre risas e historias.
¡Cuántas historias! Me acuerdo
de una noche cálida, que dormíamos todos con las
ventanas abiertas y a pocas
horas de habernos acostado una explosión nos despertó;
asustados todos saltamos de la
cama y el abuelo se apuró para salir a ver qué pasaba
mientras nosotros espiábamos
nerviosos por el ventanal de la cocina. No entendíamos
nada. Que estaría pasando allí,
que el abuelo no volvía ni avisaba nada. Íbamos de una punta a la otra, la
abuela rezongaba. Hasta que en un momento se escucha gritar al abuelo “ayuda,
ayuda”. ¡Dios mío, nunca la vi correr tan rápido a la abuela! Fue a la pieza,
subió a una silla, y de arriba del ropero tomó la carabina wínchester calibre
22, la cargó y salió en dirección al galpón gritando “Qué pasa, quién anda
ahí”. Yo sólo espiaba, estaba
asustado, pero me daba mucha
gracia, ver a mi abuela de camisón, pantuflas y con los
pelos alborotados cargando una
escopeta en posición de ataque. Llegó hasta el
tinglado, y como nadie le
contestaba y el abuelo no había gritado más, comenzó a tirar
tiros al aire pensándose que
habían entrado a robar y lo tenían agarrado, amordazado
pidiéndole plata. Poco a poco,
sigilosamente Neli se acercó a la entrada y justo cuando
estaba a punto de disparar
otra vez, sale el abuelo desesperado en busca de agua
porque se estaba incendiando
el tractor que habían estado arreglando a la tarde. Y
asustado a la vez, por ver a
su mujer apuntándole con una 22. Esa noche, pudieron
apagar el fuego y no pasó a
mayores, por lo que tal incendio solo quedó como un dato
más de la historia que luego
les contábamos a todos… de cuando la abuela, casi mata
al abuelo por equivocación.
Y hablando de historias,
anécdotas, tengo muchas que se me vienen a la mente pero
no recuerdo con exactitud si
han pasado ese verano del 2000 o las fui almacenando
por sólo haberlas vivido.
Otra vez, en la que el abuelo
se vio amenazado con los caños de una escopeta, fue una
noche, también de verano que
habíamos quedado los dos solos con la abuela,
mientras él se había ido a
tomar algo con sus amigos al boliche de Tito. Serían
alrededor de las 4 de la
madrugada, estábamos tomando un té y jugando al chinchón, cuando el silencio
nocturno del campo, fue interrumpido por el cacareo de no una gallina, sino el
gallinero completo.
La abuela corrió del living a
la habitación haciendo sonar las pantuflas, subió a una silla
y de arriba del placard,
nuevamente agarró la escopeta, la cargó y salimos hacia el
gallinero. Entre la oscuridad,
sólo veíamos el aleteo de algunas gallinas y en el trasluz
de la linterna sólo se
observaba la tierra que ellas mismas levantaban; ninguno de los
dos entendíamos que pasaba, la
abuela gritaba con la escopeta en la mano y yo sólo le
alumbraba. No había zorros,
comadrejas ni perros, solo un bulto que se movía sobre el suelo como buscando
algo. ¿Qué era? Le preguntábamos quien era, pero no contestaba, la abuela
liquidó un tiro al palo donde las gallinas descansaban y ahí mismo, en ese
momento una voz grita “¡para, que me vas a matar!”. Era el abuelo que estaba
agachado en el rincón del gallinero, desenterrando la latita donde guardaba los
ahorros. Sí, desenterrando la latita de los ahorros a las cuatro de la mañana
para hacer, vaya uno a saber qué cosa, porque jamás nos explicó. Fue tal el
reto que le dio Nélida, que se fue a dormir al instante de haberlo encontrado.
Lo que nos reímos esa noche con ella, es impresionantemente increíble, con la
abuela siempre tenemos algo de que reír y más, con las ocurrencias que tenía el
abuelo en aquel momento.
La abuela se había vuelto
fanática de agarrar la escopeta para defenderse al escuchar
el más mínimo ruido. Ella ante
cualquier duda, estaba lista hasta para ir a la guerra,
porque si hay algo que tenía
era puntería. Y siempre nos cuenta que es gracias a unos
tíos viejos del campo que le
habían enseñado a tirar apuntándole a una lata de
duraznos. Pobres tíos esos,
los tres
viven solos en el campo y
están medio chapitas, porque si los visitas tenes que gritar
desde la tranquera tu nombre y
apellido, para que no salgan tirando tiros al aire; no
quieren recibir visitas,
porque son tremendamente desconfiados, ellos sólo creen en
los extraterrestres y todo lo
que estos seres les dicen cuando se comunican con todos
los artefactos que tienen
adheridos a aquella Ford vieja despintada y con un sombrero
de paja atornillado en el
techo. Vaya uno a saber qué cosas le dicen ellos a los
extraterrestres.
Pobres tíos, son viejos y
malos, nunca quisieron a la familia, sólo a los que tenían su
apellido, según ellos el resto
eran agregados que querían quedarse con la herencia
nada más. Por eso no querían a
nadie, ni nadie los quiere a ellos. La abuela Neli se
hacía cargo, algo la
apreciaban, pero no es nada que ver a los viejos, ella es un sol. Con puntería,
eso sí. Y lo puedo asegurar, porque más de una vez la vi tirar. No me olvido
jamás el día que me dijo que tiraba con los ojos cerrados y le daba al vaso de
vino que tenía el tío Quito en la mano, y así fue. El tío quedó duro del susto
y todo salpicado de vino. La abuela tenía y tiene sus locuras, y yo siempre me
divierto. Como cuando salíamos los días de lluvia a manejar por el barro. O
cuando le tiraba a los focos que no andaban más para bajarlos, en vez de
subirse a la escalera. Siempre tuvo buena puntería e ideas locas. Ahora no sé,
porque desde que el abuelo murió, no quiso agarrar más la escopeta. Será porque
lo extraña y ya no le debe encontrar sentido a las cosas, o porque no tendrá a
quien apuntarle. Y hablando de apuntar, las malas lenguas del pueblo dicen que
mi abuela
fue la que mató a mi abuelo
hace dos años, seguro son todas mujeres envidiosas que
estarían enamoradas del abuelo
en su juventud. Porque nosotros sabemos que no fue así, ellos se amaban, y ese
sí que fue un amor hasta que la muerte los separó esa noche que entraron a
robar y la abuela no tenía ni un cartucho para la escopeta. Menos mal que el
amigo de la familia, que es policía llegó rápido al lugar y pudieron ponerla a
salvo. Porque en lo que es el caso de averiguación de muerte, no hicieron nada,
ni siquiera sabemos que bala es la que usaron para matar al abuelo ese día.
Tampoco nos permitieron hacer un
velorio ni autorizaron la
autopsia. Ahora dicen que perdieron los papeles porque
cambió el fiscal que estaba a
cargo del caso. El tío Quito dijo desde el primer momento
que no iban a hacer nada por
la muerte de su hermano menor, y que a él no le cerraba
nada de todo lo que había
pasado. Pero bueno, ya sabemos que el tío Quito,
simplemente es el tío Quito y
está medio loco, será porque ya va llegando a los noventa, y encima vive sólo
con su perro.
Yo ahora que me vine a vivir
con la abuela al campo para hacerle compañía, voy a
tratar de averiguar qué fue lo
que pasó, de todos modos ya pedí que abran el caso de
nuevo, hicieran una exhumación
y la autopsia que en su momento negaron. Quedaron
en llamarme hoy de fiscalía.
Mientras tanto tengo que aprovechar que ese policía
amigo viene de visita todos
los días, para comentarle esto, pero ese tipo se ve que ha quedado muy mal con
la muerte de mi abuelo y no sé si se va a querer involucrar, porque las veces
que intente hablar, se puso tan nervioso que comenzaba a balbucear. No quiere
que yo investigue, y lo único que logré entenderle una vez es que “lo hecho,
hecho está”. En realidad, involucrado está porque él fue el comisario que vino
esa noche y ahora viene bastante seguido al campo, será porque con el abuelo
eran íntimos amigos, y no querrá que la abuela esté sola, no sé, pero ambos
sonríen contentos al verse.
Y sí, es que la abuela ya se
resignó, sigue con su vida, dice que por un lado está mejor y
más tranquila, porque el
abuelo estaba bastante insoportable y malhumorado el
último tiempo, que no la
dejaba hacer nada y ahora, es libre de hacer lo que ella
quiera. Pobre abuela, será su
forma de hacer el duelo, aunque le doy la derecha en
decir, que el abuelo
últimamente estaba bastante gruñón, y lo que más se lo
escuchaba decir es que estaba
cansado del campo y de estar casado.
Y ahora que pienso, sólo se
calmaba y lo veíamos sonreír cuando venía su amigo
Francisco, el policía. ¿Por
qué sería? ¿Tramarían algo? Ese tipo a mí no me cierra.
-¡Hola! ¡Hola, sí, el nieto
habla! Yo pedí la autopsia, sí. ¿Cómo dice? ¿Qué el cajón está
vacío?
¡NO PUEDE SER!