SANTO PATRONO
Pozo del medio es un poblado
que está ubicado, mirando al oeste, detrás de una gran loma, destacada y muy
nombrada por los parroquianos de la zona. Un accidente geográfico que es como
un mojón natural, un hito que rompe con la planicie. La gente del lugar se
ubica diciendo: pasando la loma, una legua más o menos, yendo para el poniente,
por ejemplo, cuando se refieren a ella la llaman la loma alta. Justo pasando la
lomada, ahí, a alguien se le ocurrió hacer una iglesia y alrededor de la misma
algunos puesteros fueron levantando sus ranchos. Un campesino dueño de una
estancia, Don Carlos Iriarte, muchas hectáreas galopeadas tuvo otro Iriarte, de
esas estancias logradas a lomo de caballo, que dónde éste se cansaba clavaban
una estaca y decían hasta acá es mío y en un rincón del campo, Carlos, puso
primero una cruz junto a un galponcito de chapas y se prometió conseguir un
santo para que proteja la zona y tener más o menos cerca un lugar de confesión,
que en más de una ocasión era muy necesaria. El 18 de febrero de 1954, trajeron
una imagen de un santo, dicen que la mandaron de otro país, de Italia creían
muchos. En el galponcito de chapas y sobre una mesa, acondicionada para el
momento, vestida con un mantel blanco que había donado doña Florinda Flores, la
esposa de don Carlos, dejaron a la imagen rodeada de flores que las mujeres de
la peonada habían traído, prometiéndole después de unos cuántos rezos hacerle
una capilla. No tardó el rico en mandar a unos cinco o seis hábiles en el adobe
y levantaron rápidamente las cuatro paredes con techo, de paja, a dos aguas.
La imagen que mandaron de
Italia, supuestamente, la que gozaba de una capilla de adobe con una cruz en la
cumbrera, había venido en un embalaje perfecto, muchos metros de cartón
corrugado protegieron al santo. El primer gran problema lo tuvo quien recibió
el paquete. Una de las damas que más cantidad de rezos sabía, la señora
Bendecida Noble fue quien se encargó de ir a buscarlo, en sulky, a la estación
del ferrocarril del pueblo vecino de Green Grass, que se situaba detrás de la
gran loma, pero en dirección al norte. Desde el origen del despacho de la
encomienda, hasta el destino de la misma, estaba todo escrito en otro idioma.
Muchos fueron los consultados, algunos más leídos y otros no tanto, pero ninguno
supo deletrear nada de lo que decía el largo membrete, muchos palitos y
rayitas. A uno de los más curiosos, el Chato Cabrera, le llamó la atención que
al pie del paquete había dibujado un rectángulo rojo con una estrella amarilla
en una esquina circundada por cuatro más pequeñas, lo señaló, pero nadie le dio
bolilla. -Estos italianos manotearon cualquier papel para el envoltorio, vieron
como son de arrebatados los tanos-, dijo el Moro Giménez, como único aporte.
Una amiga de don Carlos, Alcira Diamante, que lo visitaba al señor cuando la
señora viajaba a la ciudad, se animó a decir que le parecía que algo de Daniel
leyó. Con mucho cuidado fueron descubriendo a la pequeña escultura, que con
casa propia sólo restaba saber quién era el santo, que se identificara, pedían
algunos.
Inauguraron el templo con una
vaquillona con cuero, para todos los fieles presentes, donada por doña Florinda
y don Carlos. Después de la comilona, la de los rezos, doña Bendecida Noble
tomó la palabra y se encomendó al altísimo para que recibiera con beneplácito a
la nueva parroquia y con un poco de agua que tenía en un tubito roció a las
paredes y a la imagen, nombrándolo oficialmente a “San Daniel de los que buscan
justicia”, patrono de la comarca. La rezadora oficial hizo hincapié en el
nombre de Daniel que la amiga de don Carlos mencionó en su momento, porque
recordó que en alguna lectura había visto, no lo tenía muy claro en qué siglo
A.C., a un tal Daniel, bastante parecido a éste, de gesto adusto, que había
sido sacrificado, por pretender hacer justicia con mano propia contra los
abusadores de poder y tiempo más tarde otros que defendieron su causa lo
santificaron. Primitiva Jiménez, ex concubina de uno de los peones de la
estancia, no estuvo de acuerdo con que el santo se llamara Daniel.
-Si hubiera venido de España
podría ser, pero éste, dicen que vino de Italia, italiano es, Giorgio o algo
así debería llamarse, y les digo algo, más allá del ceño fruncido, tiene cara
de mujer, para mí; es la patrona de Sicilia, Santa Rosalía.
-No señora- la increpó
Bendecida, -Daniel es de origen hebreo, no español, y significa justicia de
Dios.
Lucía Almirón, que no tenía ni
idea para que estaba ahí, largó la carcajada, esas carcajadas cargadas de
desconocimientos, bruta y desmedida, así fue la carcajada, -el santo tiene cara
de santa, el patrón se parece a la patrona, viene de lejos esa costumbre-,
aulló. Nadie le celebró el chiste, por inapropiado y fuera de lugar. El Obdulio
la miró fijo y poniéndose el índice derecho en la sien lo rotaba de un lado
para el otro. Mientras tanto en la mayoría quedó la duda, movían las cabezas
con incertidumbre, algunos tomándose la pera. La discusión no fue menor cuando
se trató el tema de la vestimenta. El escultor no reparó en todos los detalles
y eso hizo qué solo los rasgos faciales, no tenía otro indicio, determinaran si
lo vestían de santo o de santa. Cierto fue qué para la ceremonia de
presentación, algunos le llevaron ramos de color rosa y los adherentes a San
Daniel, unas pocas flores celestes cortadas en el campo, que consiguieron con
mucha dificultad. La mayoría de la gente se volcó por “San Daniel de los que
buscan justicia”, sin pensar en el color floral, y por tener como palabra
autorizada a Bendecida, que era la que más rezos sabía. Primitiva en cambio, lo
poco que rezaba era leído y a veces mal. Alcira Diamante había traído algo así
como un pañuelo de seda para vestirlo, grande, de color celeste que le regaló
don Carlos, porque él quería un santo, un patrono, no una patrona y así quedó
oficialmente bautizado.
Bendecida guardó en un lugar
apropiado el cartón del envoltorio, porque para ella tenía un valor especial,
fue con lo primero que sus manos tuvieron contactos cuándo recibió la
encomienda, al santo. Ese pedazo de cartón se había convertido en el primer
atuendo que “San Daniel de los que buscan justicia” había mostrado.
Pozo del medio iba tomando
forma con sus calles más o menos marcadas. En un terreno frente mismo a la
parroquia plantaron un palo largo e hicieron el mástil en el que para todas las
fiestas se luciría una flamante bandera patria; -que celeste y blanca, flameará
surcando el cielo de la plaza nueva-, anunció el Moro Giménez.
La segunda controversia entre los pocos que
habían levantado sus ranchos en las cercanías de la iglesia se desató porque al
mayor de aquellos habitantes, Julio Doménico, primo segundo de quién había
donado las tierras, se le ocurrió opinar que dicha plaza debía llamarse Italia.
-“Plaza Italia” la llamaremos-, y respaldaba sus razones con la lectura de un
papel que extraía del bolsillo, el cuál decía que el pueblo de Italia donaba la
imagen de “San Daniel de los que buscan justica”, para este poblado en ciernes
de la pampa argentina. Papel que había escrito él mismo, según se supo con el
tiempo, con la sola ambición de coquetear con la esposa de su primo segundo,
creyendo que el origen del apellido Flores, que portaba doña Florinda, era
italiano.
Jacobo Koski, había aparecido
en el lugar vendiendo baratijas, fue el primer comerciante de Pozo del medio y
no estaba de acuerdo con que la plaza se llamara Italia, -debe tener un nombre
autóctono-, pidió, -porque todos los que somos de acá deseamos eso-. Poco de
originario de ese lugar tenía el apellido Koski, pero nadie lo agregó a la
discusión, sólo Lucía que le gritó: - ¿y vos de dónde saliste? -, Obdulio
volvió a mirarla, esta vez cruzando sus labios con el índice en señal de que se
callara. Los que pensaron que un día podían necesitar de un fiado apoyaron la
moción de Koski. Los que pretendían quedar bien con la familia donante de estas
tierras levantaron las voces a favor de don Julio Doménico. La dama que
mediante sus rezos le había dado la bienvenida al santo patrono, seguida por
unas pocas más, sugirió el nombre de: “Plaza San Daniel de los que buscan
justicia” y ya que estaba pidió colaboración para hacer una ermita a la entrada
del pueblo. Ellos, los parroquianos presentes se miraron y entendieron que
habían llegado a la primera coincidencia, e hicieron como que no la habían
escuchado. Dado que la unanimidad de criterios había aflorado sólo para hacer
caso omiso al petitorio de Bendecida, un sobrino de don Carlos Iriarte, donante
de las tierras, propuso hacer una comisión; comisión pronombre de la plaza de
Pozo del medio y ofreció su salón de expendio de bebidas, recientemente
inaugurado, precisamente del otro lado de la plaza y de paso arrimaba algunos
clientes. No todos estuvieron de acuerdo con formar dicha comisión, algunos
opinaban que tres o cuatro que pensaban parecido convencerían al resto e iban a
la reunión con el asunto cocinado. Una de las mujeres presentes, la de los
rezos, quiso ser parte de la asamblea, entendiendo como propicias dichas
reuniones para convencer al resto de lo linda que quedaría una ermita en honor
a “San Daniel de los que buscan justicia”, en la entrada principal.
El primer lugar de encuentro
para los habitantes de Pozo del medio fue el boliche del Negro Iriarte, para
otros, el Vasquito Iriarte, los grandes pensadores del lugar lo llamaban con el
diminutivo para diferenciarlo con don Carlos, al que le decían el vasco
Iriarte.
Era un domingo de sol pleno y
con mucha paz en Pozo del medio, poco a poco fueron llegando los invitados a
formar la comisión, el Chato Cabrera y el Moro Giménez fueron los encargados de
darles la bienvenida a los participantes de la primera reunión en el salón “El
cardo negro”, así se llamaba el bodegón del Vasquito. Bendecida Noble llevó un
librito con tapas gruesas, de color sepia, del que rescataría algún rezo que
tuviera que ver con la ocasión. Don Carlos Iriarte se disculpó ante los
presente por medio de un emisario, atribuyéndole a un fuerte dolor de cabeza la
razón de la inasistencia, en su lugar se hizo presente el hijo del encargado de
la estancia, Juanito, que se ubicó al lado de doña Bendecida. Jacobo Koski se
sentó enfrente, él tenía una postura diferente a la rezadora y creía que era
una manera de diferenciarse estando retirado. Julio Doménico fue el último en
llegar, de los que postulaban un nombre para la plaza y se acodó en el
mostrador, lo más retirado posible de Bendecida y más lejos aún de Koski,
principal opositor. Doña Florinda, tampoco se hizo presente dado que don Carlos
requería asistencia permanente debido a su jaqueca y mandó en representación a
Dolores Tala, que apareció en una volanta manejada por ella misma, una chica de
finísima figura, que había traído de la ciudad para las tareas domésticas y
también se sentó escoltando a Bendecida. El Chato y el Moro tenían otra cosa
más para atender, Dolores era muy joven y atractiva. Después, por interés o
para chusmear, se fueron sumando los restantes pobladores.
Lucía Almirón, se apoltronó en
el mostrador al lado de Julio Doménico, no por tener idea a quien apoyar, sino
que el estaño la atraía. Primitiva Jiménez buscó lugar cerca de Koski, porque
no estaba de acuerdo ni con Bendecida, ni con Julio, se cree que éste,
habiéndose enterado de su separación, tuvo un abuzo de confianza hacia su
persona. Jiménez repentinamente se retiró del recinto quedándose en la vereda.
Mientras tanto, el Negro o el Vasquito para el resto, ofrecía chorizos y un
refrigerio a bajo costo. Alcira Diamante llegó y no sabía adónde quedarse,
todos aseguraban que votaría por don Julio, pero no se quería juntar con Lucía,
por considerar un desprestigio sentarse al lado de ella. Cachito, Luisa, la
mujer de Cachito, el Mulato Capdevila, Obdulio, el Vizcacha y el Micaelo
Gorrindo llegaron juntos y ya con un copetín encima. El Vizcacha que era el más
callado estando en ayunas, entró gritando: “viva la confederación carajo” y
revoleaba un poncho rojo. Cachito y la mujer se pararon detrás de Koski, porque
lo único que tenían en rojo era la libreta almacenera. Obdulio estaba más
preocupado por las pavadas que podría hacer Lucía, que por pensar a que idea
apoyaría. El Mulato Capdevila, el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo se pararon a
la espalda de Bendecida, no por una cuestión de creencias o de homenajear al
santo, fue la presencia de la hermosa Dolores Tala la que los atrajo. El
negrito Iriarte, mientras tanto hacía su negocio con los chorizos calentitos y
desagotando unas damajuanas bien frescas, que levantaba con cuidado del aljibe.
El Moro Giménez golpeó un par de veces las manos pidiendo silencio. El Chato
Cabrera tomó la palabra reiterando la bienvenida para todos y les pidió qué
mesuradamente intercambiaran opiniones defendiendo sus propuestas. A esto
seguramente lo debe haber estudiado en los días previos, porque el Chato nunca
antes había dicho tantas palabras juntas. Koski, levantando la mano a la
distancia, le deseó suerte a Doménico y éste le contestó con guiño clásico de
los fallutos. A Bendecida la ignoraron ambos. Cuando sendos bandos quisieron
exponer, poco a poco los participantes fueron aportando sus inquietudes por las
cuales entendían que la plaza debía llamarse tal cual cada uno proponía, hasta
que llegó el momento, después de largos conciliábulos entre los seguidores de
Jacobo y de Julio, más ellos mismos, todos levantaron la voz el mismo tiempo y
como era de suponer el desorden copó la sala, a los gritos Koski y Doménico con
sus aliados pretendían imponer sus posturas. La Luisa, mujer de Cachito, le
pegó un empujón a Alcira Diamante cuando se empinaba el vaso para saborear un
trago, derramándole el contenido sobre el pecho de Bendecida. El Moro golpeaba
las manos pidiendo cordura. Primitiva Jiménez, que no participaba de la
reunión, pero estaba en la puerta para enterarse de lo que pasaba rogando que
corriera sangre por no haber tenido en cuenta a Santa Rosalía. El vasquito
juntaba vidrios con una escoba con forma de media luna. Obdulio, de estar
abrazado con Lucía, paso a pretender tener voz de mando en el recinto, pero su
ronquera, producto del tabaco, pasó sin pena ni gloria por semejante disturbio.
El enviado de don Carlos, Juanito, de comedido nomás, pretendió secarle el escote
a Bendecida, pero esta, reaccionó con una cachetada y pegándole dos o tres
veces con el libro de los rezos, el de tapas duras, en la cabeza. El Moro se
arrimó con signos de preocupación, preguntándole a Dolores si le dolía algo,
que él estaba dispuesto a hacerle un masaje en caso que fuera necesario, casi
seguro que con semejante griterío la chica ni lo escuchó y el Moro se quedó de
ese lado. Don julio, el más democrático, sacó el revolver y tiró al aire,
saliendo la bala por la claraboya. Un silencio frío corrió por cada una las
espaldas de los participantes, Primitiva se escondió en la frondosidad de un
ombú viejo que había en la vereda, al bolichero se le cayó la bandeja sobre la
falda de Dolores, el Chato, el Moro y el mismo Vasquito se chocaron para
auxiliarla, los dos primeros parecían enfurecidos con el Negro por haberle
estropeado el vestido, mientras el cantinero le pedía perdón a la muchacha
ofreciéndole que fuera a acomodarse a su habitación. Un segundo disparo del
arma de don Julio precedió a la orden: -votemos-.
Como la mayoría de los
caballeros estaban al lado de Bendecida, para ayudar a Dolores, levantaron las
manos todos juntos, estableciéndose como grupo mayoritario. El resultado fue
sorpresivo, ganó por amplio margen la moción de la rezadora y encargada de la
capilla, doña Bendecida Noble, dejando a los favoritos con el ceño con grandes
surcos y pretendiendo anular el escrutinio, sin que fueran escuchados. El Moro
fue el encargado de redactar el acta y le pidió a Dolores que lo ayudara por
considerarse un tipo con muchas faltas de ortografía. Juntos documentaron que
el nuevo nombre para la plaza de Pozo del medio es; “Plaza San Daniel de los
que buscan justicia”. Aclarando que el resultado fue por mayoría y con una
abstención, la de Primitiva Jiménez. Antes de que la paisanada se dispersara,
Bendecida les agradeció a los que la habían apoyado, aclarándoles al resto que:
- la plaza es de todos y cada uno de ustedes pueden disfrutar de nuestra
maravilla-. Como todos suponían, en un apartado y después de un traguito de lo
poco que le quedaba en el vaso, pidió por una ermita a la entrada del pueblo.
De a poco se fueron yendo sin contestar. Koski le reprochaba a la mujer del
Cachito por haber empezado el despelote, -si hubiera sido todo tranquilo ganábamos
nosotros-.
- ¿Y qué nombre se te había
ocurrido? - Le preguntó Cachito.
-No sé, de autóctono no se me
ocurrió ninguno, pero tiene cara de Rosalía. Plaza Santa Rosalía, le hubiera puesto.
EL CARDO NEGRO
El negro Iriarte había logrado
una posición y un respeto en pocos años atendiendo a su clientela en el
boliche. En la zona no hay muchos cardos negros, más bien es raro encontrar
alguna planta, pero dicen que ha contado que en el patio de la casa en la que
se crio, todos los años nacía una espinuda, con la que jugaba pasándole
corriendo lo más cerca posible sin pincharse con las muchas púas, ese era el
desafío, tener que sacarse la menor cantidad de espinas posibles. Hacía campeonatos
con los pocos vecinos, el que más espinas juntaba perdía y las apuestas eran
infaltables para que los jugadores pusieran interés. Antes la gente se
entretenía con lo que tenía y era feliz, tanto que siendo grande le puso el
nombre de su amigo de la infancia al emprendimiento, “El cardo negro”.
El mostrador es largo, bah,
parece largo porque ocupa casi toda esa pared, la que da al patio, en la punta
tiene una bacha con una canilla para lavar las copas. El cantinero las enjuaga
y las pone boca abajo. Tiene muchas copas que no son todas iguales, unas son
más gruesas y a la mayoría de la gente no le gustan las copas de vidrio grueso.
A él le da lo mismo, no está esperando para elegir una a gusto del consumidor.
Los parroquianos lo acosan, a cada rato le piden una ginebra, un vino o una
caña y las copas son las mismas. El Negro Iriarte, el Vasquito, lleva algunos
años aguantando borrachos, no tiene ganas de que le cuestionen el espesor del
vaso, ya sabe que van a tomar lo que les sirva una y otra vez y después
empezaran a los gritos: che, Negro, a esta porquería no me la traigas más.
Todos los meses pasa un
arriero y se baja a tomar algo, el Vasquito siempre está esperando que venga el
tropero.
-Dicen que va a venir pronto
el forastero, seguro que para él va a sacar la caja azul, que del lado de
adentro tiene una felpa como de terciopelo, ahí guarda unas finitas. El
forastero debe ser un hombre delicado, será seguramente de esos que dejan buena
plata en el mostrador, creo que son las dos copas finas-, se quejaba el
Vizcacha, ya con dos copas de más, sentado en una cabeza de vaca forrada con un
cuero de oveja, que estaba en un rincón del bodegón.
La cosa se puso espesa cuando
una vez, se las secuestraron, debe haber sido el Chato Cabrera con algún otro
que estaba al pedo y se las pusieron a dos tipos malos, dos personajes del
mismo sexo, claro si acá vienen varones solamente, salvo Luisa que a veces
aparece con el Cachito, y la Lucía, Lucía siempre se da una vuelta. Al Micaelo
Gorrindo y al Vizcacha les apuntaron, no me acuerdo del apellido del Vizcacha,
no sé si alguna vez lo escuché, éste más bien es un vizcachón, es un grandote,
tipo gorilón, es de esos que no piensan, tiene algún lugar neuronal vacante. El
Micaelo es bastante parecido, por ahí la diferencia es que terminó la primaria,
pero porque se aburrieron de él. Muchos años fue a la escuela, dicen que en
quinto grado, en lugar de llevarle de regalo una manzana a la maestra, la
invitó a que fuera a comerla a su casa y a raíz de esto decidieron entregarle el
boletín con el ciclo cumplido. El Micaelo y el vizcachón, borrachos son tipos
jodidos, de muy mal genio, dos tipos que no se aguantan una joda. Fue en una de
esas que se armó semejante despelote por una boludez, cuando los vagos, viste
estos que hinchan las pelotas de quilomberos nomás, le secuestraron la copas
especiales al vasquito, le sirvieron la ginebra con el par de copas finitas,
que tenían algo escrito, al Micaelo y al Vizcacha, justo a ellos, y le sacaron
una fotografía, la hicieron revelar y la colgaron al lado de una del Diego del
’86. Al Micaelo le habían hecho un retoque en los labios.
Ese día con el boliche
colmado, entraron casi juntos el Micaelo y el Vizcacha, al ver el cuadro, que
puesto de tal manera parecía que Maradona se reía de ellos, enfurecieron a dúo.
Tal fue el escándalo que armaron, que no quedó nadie adentro del boliche. El
que podría pasar por una mina era el Micaelo, por la forma de caminar y la voz
aflautada, pero no lo acompañan los bigotes finitos y duros. Decía del barullo
que propusieron cuando sacaron los revólveres. Todo el mundo a la vereda
pensando en una catástrofe que se estaría avecinando, que en un río de sangre
se convertiría la vereda del “Cardo negro”, según los comentarios.
Hematocritos, leucocitos y plaquetas rodarían entre las mesas del bar. El Chato
en el apuro no alcanzó a guardar en su lugar a la caja azul con las copas
diferentes. El Lolo, uno que andaba de visita por el pueblo, salió corriendo
mirando a los fierros que sobre el mostrador aguardaban ansiosos el momento de
hacer blanco, con el envión de desesperado se pegó con la punta de la mesa en
la cadera y quedó tirado al lado del Vizcacha. De repente se escucharon gritos
y una estampida que estridente sonó. La vereda enmudeció, no se escuchó más al
Vasquito y se sintió otro ruido seco afuera. El Mulato Capdevila que apareció
detrás de un olmo, decía que había escuchado el retumbar de un cuerpo al caer
sin vida. Lucía que venía, porque siempre alguno la llamaba, comentaba que el
vasco es muy escandaloso y que si le hubieran pegado un tiro habría puesto el
grito en el cielo. El Chato Cabrera, desconsolado sentía culpa por haber
iniciado la joda. Cachito se negaba a creer que el vasquito estuviera muerto,
el dolor le desgarraba la camisa, era el único que le ayudaba a mantener los
vicios cuando andaba sin un cobre, aunque ya lo tenía amenazado con que le iba
a cortar la cuenta por cuestiones de incumplimiento. El Moro Giménez dijo que
al Vizcacha lo había visto comprando balas en lo de Jacobo, éste, que también
estaba en la montonera lo desmintió, porque el Vizcacha compro balas, pero eran
para el aire comprimido, -para cazar palomas- agregó, pero también advirtió que
siempre guarda las del “38” en la caña de la bota. -Buuaa, ¿alguien sabe si el
Vizcacha anda de botas o de alpargatas?, preguntó a los gritos y llorando,
Lucía sin poder controlarse, -entonces puede ser cierto que hayan matado al
Vasquito-, seguía Lucía sin poder contener el llanto, pero se calló la boca
cuando el Obdulio le aplicó tres cachetadas en la nuca para que reaccionara.
-No ande llamando a la muerte estúpidamente mujer-, el Obdulio nunca fue
feminista, más allá que tiene un hermano con un movimiento referente y que
robaba corpiños de los tendales.
Hicieron silencio en la
vereda, pero nadie quería asomarse, ninguno estaba preparado para ver la
masacre que suponían. La mayoría había fijado la vista en la rendija entre la
puerta y el piso, todos querían ser el primero en ver el hilo rojo cruzando el
umbral. Lucía volvió clamar por la vida del vasquito, Obdulio esta vez en lugar
del correctivo la llevó a la parte de atrás del boliche. Bendecida Noble venía
corriendo por si era necesario que ella dijera unas palabras. Todos hicieron
silencio, hasta que lo escucharon al Vizcacha pedir agritos que lo ayudaran
porque sólo no podía con el cuerpo muerto del Micaelo. Obdulio quería entrar
por la puerta de atrás, pero Lucía lo agarraba del brazo preguntándole, -¿ya te
vas? –
Todos los concurrentes, menos
Lucía y Obdulio que estaban en el patio, quedaron inmóviles cuando un caballo
zaino oscuro que venía al galope tendido se quedó como clavado frente a la
puerta del boliche, apoyadas sus patas como soldadas al suelo y con un relincho
agudo acompañaba la mirada con fiereza del jinete, éste echó pie a tierra, le
tiró las riendas sobre la crinera y con decisión se abrió paso. De una patada
hizo temblar la puerta en el mismo momento que la mano izquierda, era zurdo, se
aferraba al cabo de la daga, dio dos pasos hacia adentro mirando la foto que
estaba al lado del Diego, gritando; -traición, traición-. Obdulio, el más
corajudo de la parroquia de un salto se cuadró en el medio del salón, había
entrado por la puerta de atrás y con Lucía que lo seguía y una rama de acacia
negra, que encontró tirada en el patio, por si era necesario defenderse. - Qué
pasó acá, ¿quién es el traicionero? -. El Micaelo dormía sobre la mesa, rodeado
de botellas vacías. El Lolo se hacía el muerto y el Vizcacha estaba sentado en
un rincón, tapándose la cara con las manos, mirando por entre los dedos. Ese era el cuadro.
Una copa de pie y la otra en
el suelo, rota. El forastero rastreó el panorama con la mirada filosa y con la
voz entrecortada, ahora con la vista clavada en la puerta de la habitación del
Negro, bramó, -traicionero, vasco mentiroso, si yo las había traído para
nosotros-, exclamó. Levantando la copa, vio un vidrio que todavía se bamboleaba
en el suelo, se había despedazado el “yo”.
La media vuelta lo dejó al
forastero mirando a la puerta de salida. El Negro apareció blanco, no sabía
cómo explicarles a los presentes que las estampidas fueron producto de sendos
portazos de cuando se encerró debido al miedo al ver los revólveres sobre el
mostrador, manejados por los alcohólicos esos. Al forastero le rogaba que le
creyera, que se las habían afanado a las copas, que siempre las guarda para
cuándo el viene. Mientras el zaino escarbaba con furia en la calle, hasta que
el forastero caminó hacia él, lo montó y salieron al tranco lento, el caballo
con la cabeza baja, como decepcionado y el hombre con la mirada perdida.
De a poco volvió la
tranquilidad al “Cardo negro”, entre cuatro se llevaron al Micaelo y al
Vizcacha. Para Lucía fue un golpe grande, totalmente angustiada quedó, ella
estaba enamorada del Vasquito, -pero mira vos, Iriarte con compromisos y
tomando con un “tú y yo” con el forastero. Menos mal que también estoy
enamorada del Obdulio, ¿Qué sería de mí sino?
EL DUELO
Una mañana los parroquianos de
Pozo del medio se encontraron con que el boliche del Vasquito Iriarte estaba
cerrado y le habían cruzado un cartel con letras bien grandes que decía:
“CERRADO POR DUELO”. Se notaba a primera vista que con un lápiz de otro color
el cartel estaba corregido, primeramente, había escrito “cerrado” con “S”, un
detalle menor teniendo en cuenta el mensaje. ¿Quién murió en la familia de
Iriarte? La noticia corrió como reguero de pólvora en el pequeño caserío. El
Moro Giménez, uno de los más leídos, se quejó, -pobre Vasquito carajo,
últimamente le están pasando demasiadas cosas y ahora esto, ¡cómo le puede
pasar esto!, escribir “serrado” con “S”, ¡con “c” se escribe! - Se dio cuenta
enseguida del error ortográfico por tantos años de ir a la escuela, pero no se
lamentó por la desgracia que aquejaba a Iriarte, el duelo del pobre negro ni lo
inmutó. Lucía Almirón lloraba desconsoladamente mientras caminaba, casi
corriendo, hacia el bar. El llanto desgarrador apenas si le permitía balbucear,
-se murió el vasquito-. Obdulio, que venía detrás la agarró de un brazo y la
zamarreó para que dejara de gritar, siempre hace lo mismo, una cachetada o una
zamarreada y se le pasa.
-¿Quién te ha dicho semejante
barbaridad Lucía?
-Me dijo el Moro, él dice que
ahí dice que el Negro murió- y lloraba nuevamente.
-A mí me dijo que dice cerrado
por duelo, qué no dice que el Vasquito está muerto y yo al Moro le creo-.
-¿Y porque estamos de duelo
entonces?, preguntaba Lucía entre llantos y gritos.
Entre todos los habitantes de
Pozo del medio fueron hilvanando datos que llevaron a la conclusión que debía
haber muerto un primo de don Carlos Iriarte, un tal Baldomero Iriarte, quién
fue en realidad el que cansó el caballo poniendo las estacas para marcar las
hectáreas de la estancia. Contaban los moradores más viejos, que Baldomero
siempre aclaraba que se la había comprado al gobierno a la estancia y al que no
le creía lo convencía enfocándolo con un trabuco que llevaba siempre en la
cintura. Alcira Diamante, conocedora de algunos pasajes de los Iriarte,
recordemos que es muy amiga de don Carlos, aseguró que sí, que es cierto, que ese
Baldomero Iriarte murió.
-Baldomero murió, pero cuando
el vasquito era joven, que lo más probable es que la que haya muerto sea una de
las esposas que Baldomero tuvo, o sea una de las tías que el negrito frecuentó.
Belinda Corbalán, llevaba el apellido de la madre, fue una de las mujeres que
tuvo el viejo Iriarte, la que más llegada alcanzó en la familia. Belinda, mucho
más joven que Baldomero, era hija de un estanciero vecino y se comentaba por
aquella época que la unión entre Belinda y Baldomero fue un arreglo entre éste
y el padre de la muchacha, don Lisandro Arguello. La historia cuenta que fue a
cambio de unas vacas de plantel que el bueno de Baldomero le cedió a Arguello
para llevarse a Belinda, que a la vez fue coqueteada por Carlos, por entonces un
joven apuesto y con edades parecidas entre ellos. Tuvieron algunos encuentros
secretos hasta que Baldomero empezó a desconfiar por ciertas aptitudes de la
niña, como por ejemplo; llegar tarde al casco de la estancia y con el cabello
revuelto cuando salía a cabalgar por el monte, o con la blusa prendida con los
botones cruzados, como que le sobraba un ojal. Esas pequeñas cosas despertaron
el olfato intuitivo del sagaz Baldomero, que no dudó en suspenderle la
cabalgata. El Vasquito debería ser algo así como diez años menor que la tía
Belinda, pero no era un sobrino de sangre, la tía descubrió que eran apenas
allegados y que la fuerza del torrente rojo que corría por las venas del joven
causaba en ella diferentes sensaciones y era una oportunidad para volver a
sentirse como en aquellos tiempos cuando les daba rienda suelta a sus pasiones
y el Vasquito se sintió un colaborador con asistencia perfecta cada vez que la
tía se abría a los delirios sexuales. Por eso digo que es ella la que murió, el
Vasquito tiene los mejores recuerdos de la tía Belinda, tal vez sea el motivo
del cartel “cerrado por duelo”.
Primitiva Jiménez, que siempre
tenía algo para llevar la contra y también agregaba datos según fuera el
comentario, no estuvo del todo de acuerdo con Alcira Diamante. -Capaz que todo
lo que contó ésta, por Alcira, sea cierto, pero sería la media verdad. Quizás
las razones del duelo tengan que ver con esa realidad, pero lo concreto, es que
contó todo aquello para tapar la otra parte de la historia. Alcira nunca la quiso
a Belinda, solamente porque le desacomodó el “nido”, así sé decía, aquéllos
encuentros en el monte entre Carlos y Belinda no fueron secreto para nadie, y
todos saben que cuando Florinda, la señora de don Ramón, se iba de compras a la
ciudad, la doña Diamante visitaba al estanciero, hombre muy caritativo según
ella, coincidentemente con los viajes de la patrona, ella, Alcira, aparecía con
un anillo nuevo o un colgante de lujo, que el bueno de don Ramón le había
regalado, nunca quiso revelar en carácter de qué se lo había obsequiado. Y
Belinda… bueno Belinda también tenía lo suyo y algún diamante habrá ligado. Yo
nunca me había imaginado lo del Vasquito, es muy probable que Alcira la siga
ensuciando, porque no la quería, ahora me confunde esto de cerrado por duelo,
algo debe haber.
El Chato Cabrera reflexionó
sobre la vida de su amigo. -El Vasquito no nació en la estancia como algunos
creen, a él lo trajo don Ramón, cuando era un negrito chiquito, ¿Qué tendría,
6, 7 años? nunca tuvo otra familia-.
- ¿Se acuerdan que se decía
que era hijo de don Carlos? Aportó Lucía Almirón. Obdulio la sacudió y le pegó
dos cachetadas, suaves, para ubicarla.
-Es capaz que quien falleció
es la madre y por eso no sólo que cerró por duelo, sino que tampoco está en
Pozo del medio; está todo cerrado, puertas y ventanas. Se ha ido al santo
sepelio- Acotó Bendecida Noble, y agregó, -elevemos una plegaria para que sea
recibida en el seno que la cobijará eternamente-, y sola rezó a la memoria de
quien en vida fuera la madre del Vasquito, - y que el señor la perdone por
haberlo abandonado cuando era tan chiquito-. Todo esto dijo mientras el resto
de los participantes no se alcanzaron a poner en situación. Antes de que alguno
se retire, Bendecida aprovechó para pedir que la ayuden ante don Carlos, para
que se construya una ermita en honor a “San Daniel de los buscan justicia” a la
entrada del pueblo, reiterando que va a quedar hermosa.
-Por las dudas no le pongan
nombre, no sea cosa que sea “Santa Rosalía”-, dijo Primitiva Jiménez. Bendecida
la miró con su peor cara y Lucía Almirón largó la carcajada, antes que diera
una opinión desafortunada, Obdulio la sacudió de los pelos y la tranquilizó.
Jacobo Koski, aprovechando que
el Vasquito tenía cerrado habilitó un expendio de bebidas, entretenía a la
paisanada que sedienta se habituó enseguida al cambio de escenario y juntaba
unos pesos, que en realidad para él era lo importante.
-Lamento tanto la desgracia
del pobre Vasquito, cuanto lo siento-, le decía Jacobo al Chato Cabrera,
tratando de convencerlo de la veracidad de sus dichos, todos sabían que deseaba
que el vasco estuviera de luto un año, así vendía más copetines, como él los
ofrecía.
-Yo hablo mucho con el
Vasquito- le comentaba el Chato a Jacobo, - a mí nunca me habló de la madre, ni
del padre- el resto, que también se había venido para lo de Koski, escuchaba.
–Él, en alguna oportunidad me insinuó que una abuela lo crio, en otro pueblo,
creo que en Green Grass, la vieja era media curandera, partera y no sé cuántas
cosas más. Me contó una vez, que le hacía un jarabe con hojas de eucaliptos y
se lo daba como para prevenir el resfrío, con el tiempo el vasquito se dio
cuenta que le hacía tomar eso porque le llenaba un poco la panza y a la hora
del morfi no pedía tanto. Pero esa mujer ahora debe tener más de cien años, sí,
sí, muchos más.
- ¿Vos la conociste a la
abuela del Vasquito, Chato? Preguntó Bendecida.
- No, no, solo por comentarios
del Negro.
- Quizás sea ella la difunta,
oremos- Bendecida y sus plegarias molestaron a Jacobo por correrle a la
clientela y amablemente la invitó a retirarse o mantenerse callada, ésta optó
por irse ya que era mucho más fácil que estar con la boca cerrada.
Luisa, que es la mujer de
Cachito, Cachito, el Mulato Capdevila, el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo
descansaban en la vereda, contra un árbol que los ayudaba con su sombra y les
prestaba el tronco para que se apoyaran, dado que les era más fácil mantener la
vertical, ya que los efectos de una damajuana semivacía habían dejado huellas
en casi todos, Cachito el más sobrio, se lamentó por la situación del Vasquito,
-el Negro es un amigo y estará pasando por una situación desagradable- pensó en
voz alta.
- Y al final, ¿quién es la
muerta, la tía, la madre o la abuela? Preguntó casi a los gritos Luisa, sin
poder levantarse del suelo.
- No grites, respeta a las
finadas, por ahí son las tres- la frenó Cachito.
- Recemos por esas tres almas
que en vida lo rodearon de tanto afecto al Vasquito, por la madre…bah, aunque
la madre, dicen que lo abandonó de niño y la abuela le llenaba la panza con
agua de eucalipto para no darle de comer. Recemos entonces por Belinda Corbalán
que fue la única que lo lleno enserio-, dijo desde la vereda Bendecida Noble y
nuevamente sacó el librito que la acompañaba para esos acontecimientos.
Julio Doménico, que hacía
tiempo no frecuentaba el poblado, vivía en un rancho que había dejado un
puestero en la estancia de su primo, se sintió sorprendido por el cartel en el
boliche del Vasquito, en el ahora también bodegón de Koski se fue enterando de
los comentarios sobre las presuntas muertas, que por alguna de ellas el Negro
hacía duelo. Descartó que la occisa descendiera de la familia Iriarte,
aclarando que el Negrito, como él lo llamaba, nunca tuvo relación con la
familia de la madre, sumando al comentario, que: - los Iriarte fueron los que
formaron a una persona intachable, con modales que enorgullecen a los mayores
que lo guiaron por la senda del bien. Hombre de gran valor mi sobrino nieto-,
destacó en su alocución, aclarando que él es Doménico Iriarte, Julio Doménico
Iriarte. Después de unos vinos recordó que el Negrito tenía un tío, hermano de
la madre, que supo andar de arriero por acá, amigo de otro tropero que suele
pasar una vez por mes a saludar a mí sobrino nieto. Puede ser ese tío, por el
cual el vasquito está de duelo.
-El nombre del arriero, ¿sabe
el nombre del tío del Vasquito? - lo interrumpió Bendecida, -deberíamos pedir
por el eterno descanso del pobre-.
Ya nadie la escuchaba a
Bendecida. Primitiva Jiménez, le cerraba un ojo al resto, mientras le avisaba a
Bendecida que no se equivoque de difunto, -porque vos le rezas al santo
equivocado, bien te podes confundir de muerto-. Bendecida intentó tirarle con
la damajuana que estaba vacía al lado del tronco, pero el Mulato Capdevila
alcanzó a sujetarla, después logró convencerla para que se fuera a su casa y en
caso que apareciera el muerto la llamarían para que se haga cargo de la
despedida.
Juanito, el hijo del encargado
de la estancia, llegó al negocio de Koski en busca de las provisiones y tuvo
que andar esquivando borrachos hasta llagar al mostrador. Sin saber de los
últimos acontecimientos se asombró por el movimiento de gente que normalmente
se juntaba en lo del Vasquito. Jacobo lo puso al tanto de lo ocurrido, dejando
la duda sobre quién es el ser querido que ha partido al más allá. Juanito se
sacó la gorra y bajando la cabeza, le comentó, que hace un tiempo que no ve por
la estancia a un caminante, un croto, e hizo una pausa… Paco, ¡ha muerto Paco!,
el gran Paco, el solitario del camino le decíamos, él venía a lo del vasquito y se habían hecho
amigos. Ahora, mirando al cielo, se persigno y con la misma mano mandó imaginariamente
un beso hacia arriba. Primitiva Jiménez, que había escuchado todo, gritó; -che,
llamen a la rezadora, que apareció el candidato-. El Moro Giménez, le pidió que
hiciera silencio y un poco más de respeto. Juanito muy cortes, pidiendo
nuevamente permiso al montón de mamados, subió la mercadería al carro, se
acomodó la gorra, que se la había sacado para acompañar respetuosamente el
duelo y animó al caballo para perderse en la polvareda rumbo al casco.
Enterada de que una desgracia
acorralaba al Vasquito, doña Florinda, ni bien llegó Juanito al casco, hizo que
éste atara el sulki para llevar al poblado a Dolores, su ama de llaves, para
que recabara toda la información posible, llevando el más sentido pésame por
quién fuera él o la difunta, en nombre de ella y de don Carlos. Llegados
Juanito y Dolores al nuevo bodegón de Koski, la niña se paró en el pescante,
luciendo su cintura muy ajustada y una blusa blanca con volados de encajes, dio
un paso para pisar el estribo y ahí estaba dispuesto como todo un caballero, el
Moro Giménez, que tomándola de una mano la ayudó a descender, zigzagueando para
no pisar a nadie entraron en el local y al Moro se le ocurrió que deberían
sentarse en una mesita que estaba ubicada detrás de un biombo; - sólo para que los beodos no nos molesten-, beodos, usó
ese término por entender que era más fino que la palabra borrachos. Dolores con
cara de pura ingenuidad le preguntó si beodos quería decir amontonados. El
Moro, que ya le había tomado su mano derecha con las dos suyas, como haciendo
un sándwich de dedos, movió la cabeza estirando el cuello, dejó a la pregunta
sin respuesta y le dijo: -vamos a lo importante, el caso es horrible, lo del
pobre Vasquito nos tiene a todos así-.
-No te pongas mal Moro, yo no
soy una Iriarte, estoy acá porque me mandó la vieja, digo… me mandó la señora
Florinda. Y la conversación cambió de tono.
-Dolores, ya sé que lo que te
voy a preguntar no corresponde, quizás no se comporte de esta manera un
caballero, pero la oportunidad es propicia, sabido es; que no se le pregunta la
edad a una dama, pero saber de ti hace que el fuego que corre por mis venas
esté deseoso de ser aplacado por la frescura de tu juventud.
-¿Lo qué?, -preguntó Dolores,
y sin borrar esa cara ingenua, sé quedó mirándolo. –Que cosas decís Moro…
¡aaah!, ahora te entendí y ¿qué más queres saber?-, le preguntó mientras que
con la mano izquierda se trataba de acomodar las hombreras. Moro, cómo es tu
nombre, yo también quiero saber. El Moro sin soltarle la mano se paró, cambió
de silla y se sentó junto a ella, que estiraba una sonrisa hasta poner los
labios como dos carnosas líneas paralelas. El hombre ni lerdo, ni perezoso, le
soltó la mano para estar libres para un abrazo, estiró la boca, los bigotes
punzantes cortaban el aire entre los dos y ella lo contuvo pidiéndole: que sea
el primero de muchos. Jacobo interrumpió el momento con un: ¿toman algo la
señorita y el señor?, sin sacarle la mirada al escote prolongado de la blusa de
Dolores. El Moro quedó con la pose facial para el beso y no fue claro cuando
sugirió que le trajera dos refrescos, a Koski le costó entenderlo, dado la
dificultad para hablar del Moro con la boca fruncida y él, teniendo la atención
en la camisa media desprendida de la visitante. No fue casualidad la inoportuna
presencia de Koski en el lugar, no, ya que había escuchado en parte la
conversación de la pareja y ayudado por los huecos del biombo en decadencia,
había observado ciertos movimientos. Juanito también fue en busca de Dolores
preocupado por si ésta se había quebrado por el dolor generalizado ante la
tragedia que rosaba al Vasquito.
Los gritos de Bendecida Noble
atrajeron la atención de todos, corriendo y agitada entró al local de Koski.
–El Vasquito, el Vasquito quitó el cartel y está parado en la puerta-. Todos la
escucharon, los más capaces fueron al trote, otros como pudieron, Dolores y el
Moro llegaron más tarde y Jacobo se quedó anotando, porque algunos aprovecharon
la ocasión y se fueron sin pagar. Reunidos la mayoría en la vereda del boliche
“El cardo negro”, Juanito escuchaba desde arriba del sulki, Bendecida sacó el
tubito con agua y el librito, mientras que le preguntaba al Negrito, qué
efectivamente estaba en el umbral, por el nombre del difunto al cual le
deberían rezar. El Vasquito se la sacó de encima estirando el brazo con la
palma de la mano abierta y le preguntó: - ¿de qué muerto me hablas?, acá no hay
ningún muerto-. El murmullo se generalizó e Iriarte tuvo que pedir silencio,
-estoy muy mal, el duelo va a ser largo, muy largo. El forastero, como ustedes
lo llamaron-, -¿murió el forastero? - preguntó Lucía, Obdulio le aplicó un
codazo para que lo dejar hablar al Negrito. -No, ya dije que no hay que
lamentar una vida-, siguió el Vasquito, -pero el forastero pasó y sé llevó las
copas que había comprado para nosotros dos, las de la cajita azul, las del “Tú
y yo”, y me dejó sólo, dijo que no volverá, ¿les parece poco?-, y con un
sollozo imposible de parar se fue para adentro.
El Vizcacha y el Chato
Cabrera, brindaron cada uno con su botella, que habían traído del boliche de
Jacobo. Bendecida al no tener a quién rezarle comenzó con la desconcentración.
Lucía saltaba y gritaba de contenta, esta vez Obdulio la dejó que haga lo que
quiera y el Moro le pidió el sulki prestado a Juanito y la llevó a Dolores a
conocer otros lugares.
LA PRIMA
La llegada tardía de Dolores y
con la ropa desarreglada, no cayó bien en el seno de la familia, más
precisamente a Florinda no le gustó y con semejante noticia peor aún. El cambio
radical en la vida del Vasquito hizo mella en los Iriarte. -Un Iriarte ha
golpeado al apellido-, se le escuchó decir a Carlos cuando le llegó la
información de boca de Dolores. La estancia “La Regalada” por esos días estaba
revolucionada. Carlos le puso ese nombre porque siempre dio por sentado que el
primo Baldomero había tenido un buen gesto habiéndosela cedido. Baldomero en
cambio llegó a instancias judiciales con el afán de recuperarlas, pero la parca
le jugó una mala pasada y no tuvo tiempo de arreglar los papeles. La revolución
se dio por la llegada desde la capital de la prima más querida por el dueño de
casa y mucho menos por Florinda. Don Carlos había ido a buscar en el auto a
Belinda Corbalán hasta el pueblo vecino, Green Grass, al que había llegado en
tren. Florinda le había prohibido a su marido que la invitara a la estancia,
pero Belinda nunca se enteró de eso y cansada del gran ruido, decidió pasar un
fin de semana en el campo, pensando que sería bueno visitar a los parientes del
interior. La sonrisa ampulosa de Belinda al saludar a Florinda, se contraponía
con el gesto adusto de la dueña de casa, que no dejaba de bufar mientras que la
recién llegada se instalaba.
Cuando Florinda le preguntó a
Dolores por los motivos del atraso en el regreso al casco, habiendo sido
comisionada para averiguar sobre los sucesos y en todo caso presentar las
condolencias a quién corresponda, ésta, acomodándose los pelos y aclarándole
que el viento la había despeinado, le contó la situación del Vasquito: -es algo
que puede pasar, hay que entender a la gente que busca otras formas de vida, el
Vasquito está muy dolorido, fue algo que él no esperaba-.
- ¿Y por qué tardaste tanto en
volver? - Repreguntó Florinda.
-Resulta que me dio mucha pena
ver al Negrito así, debe ser horrible tener una desilusión amorosa, y nos
quedamos haciéndole compañía con Juanito, Juanito es tan bueno, tan fiel amigo,
hay poca gente como Juanito, deberíamos valorar más a ese tipo de personas.
-Juanito no me dijo eso, me
contó que un muchacho le pidió el sulki prestado y se fue con vos a algún lado.
- ¡Ay, que loco este Juanito!,
las cosas que inventa, así como le digo de lo amigo que somos, también le
cuento que es muy conventillero.
-¡Hola!, ¿se puede?, preguntó
Belinda que había entrado al cuarto adónde conversaban Florinda y Dolores.
-Sí, se puede pidiendo permiso
y no escuchando detrás de la puerta-, se apresuró Florinda.
- ¡Ay prima!, primita querida,
que me voy a poner a atender lo que decían, pasaba para mi habitación y escuché
una charla tan amena que me dije, yo también voy a participar.
-Yo no sabía que somos de la
familia-, le respondió Florinda, - ¿desde cuándo compartimos parentela
nosotras?, que yo sepa no somos nada.
-¡Qué rica que sos
Florindita!, si yo soy la viuda del primo de tu marido, se puede decir que
somos primas políticas.
-Bueno, yo me voy-, dijo
Dolores qué ya estaba con el picaporte en la mano-.
-No señorita, usted se queda,
usted no se va nada, me debe una explicación que sea creíble.
Dolores, con un pie habiendo
pasado el umbral y el otro dispuesto para imitarlo, hizo silencio como para
poner al cerebro en funcionamiento y le surgiera una coartada que la ayudara a
salir del paso, pero no fue necesario, porque Carlos apareció en escena
preguntándole si no había visto a Belinda, sin percatarse de la presencia de su
mujer junto a la prima.
-¿A quién buscas vos, que
tenes que interesarte de adónde va o que hace ella? Se precipitó Florinda,
señalándola con la pera a Belinda, distrayéndose del accionar de Dolores que
aprovechó la ocasión y desapareció por el largo pasillo.
-¡Hola!, pero que bien se la
ve juntas y de tertulia-, se apresuró Carlos con ese olfato de sabueso,-da
gusto verlas así. No, precisamente no la buscaba, sólo le pregunte a Dolores
por decir algo nomás, sigan, sigan en lo de ustedes-, el hombre estuvo al borde
de meter la pata, pero esa rapidez, esa reacción en ese momento lo salvo.
-A esa otra, a la Dolores, ya
la voy a agarrar, me debe, nos debe una explicación, adónde se metió cuando fue
al pueblo, sólo tenía que ubicar al finado y darles el pésame a los deudos y ni
una cosa ni la otra, para colmo viene con esa noticia, Iriarte tenía que ser
ese otro-. Furiosa, Florinda despotricaba contra la dama de compañía y ya que
estaba la ligó el Vasquito.
Carlos aprovechando la
confusión de su mujer, como todo un caballero, que algo esconde, les hizo una
enfática reverencia, con la mano derecha se quitó el sombrero y se encamino por
el pasillo hacia la puerta que da a la zona de los palenques.
Juanito, en el patio trasero,
cepillaba los dos caballos que eran del gusto del patrón antes de llevarlos al
galpón, lugar dónde los elegidos para una buena monta son guarecidos. A Carlos
le gustó siempre andar bien montado, desde muy joven cuándo se instaló en la
estancia se daba el gusto de andar horas y horas recorriendo leguas, era y aún
hoy lo es, su pasatiempo predilecto. Recorrer ese monte muy tupido y añejo le
trae recuerdos juveniles. Con la visita de Belinda, son inevitables las
rememoraciones de aquellos tiempos en los que por entonces la niña Belinda,
prometida del primo Baldomero, solía escaparse con la excusa de que debía tener
activos a los caballos, con el paso de los días aumentaron la frecuencia y esto
llevó a que don Baldomero sospechara de las reiteradas cabalgatas al atardecer.
Mucho lamentó Carlos que Baldomero fuera de tan mal carácter y encerrara a la
bella Belinda suspendiéndole el paseo diario, -siendo un asunto de familia,
hablando se podría haber arreglado y todo quedaba en la estancia, si lo que
pasa en la estancia, queda en la estancia-, decía Carlos pensando en voz alta,
apoyado en una maroma que estaba justo a la salida de los corrales. Programar
una cabalgata como antaño con la prima Belinda no era tarea fácil, porque si
bien Baldomero hoy no sería un escollo, suele llevarle alguna flor hasta la
lápida, aunque nunca fue el primo preferido, está Florinda, siempre desconfiada
por las muchas veces que tuvo que poner en línea a Carlos por cuestiones de
faldas. Con todo este preámbulo arrancaba el patrón, como le dice Juanito, con
la idea de llevar a “cabalgar” a Belinda, -para que se desintoxique de los
ruidos de la ciudad-, eso tenía pensado decirle a Florinda en caso de que ésta
se enterara de la pretendida excursión por el monte. Para que su mujer
distrajera su atención y pusiera el ojo en otra cosa se dirigió a la casa, la
llamó y le habló para que descubriera porqué Dolores había llegado tarde y así
la tendría ocupada. –En nuestra casa todo tiene que estar muy claro- le dijo
poniéndole una mano sobre el hombro y con el índice de la izquierda le daba
golpecitos en la pera.
Florinda lo escuchó
atentamente y se sacó la mano de encima, mientras que se sentaba en un gran
sillón, en el que habitualmente descansa y a veces lee. Lo que Carlos le
proponía, si bien correspondía según la interpretación de ella misma, dejaba
alguna duda respecto a si era cierto que él estaba interesado en saber de
aquella tardanza o simplemente sería que pretendía una distracción para la
dueña de casa, que tan rápida y desconfiada como es, no dejó que este pedido de
su marido le desviara el objetivo. -¿Por qué estarías interesado en la vida de
esa chica si nunca te preocupo? -, le cuestionó.
-Es que debemos mantener el
respeto por las buenas costumbres, no te olvides de que somos Iriarte y el
linaje de los Iriarte debe mantenerse bien arriba, ya sea por los qué portamos
el apellido, como por quienes nos rodean.
-Ah, ¡qué bien!, lástima que a
todo eso no se lo inculcaste a tu sobrino, bah, ahora dicen que se usa, yo qué
sé, para mí no es así, pero…
-No quiero ni hablar de mi sobrino,
esas costumbres son resabios de la familia de la madre, a un Iriarte puro ni se
le ocurriría. Me voy a recorrer a las vacas, a ver si Juanito ya las ha
encerrado para que no pisoteen el pasto tierno. Acordate, no dejes de hablar
con esa chica.
-Esa chica tiene nombre- le
respondió Florinda sin mirarlo, mientras se arreglaba las uñas. Después que
Carlos dejó la sala, ella hizo lo propio con el sillón, cruzó hacia un cuarto
que tiene una ventana por la que se ven los palenques, los caballos ya no estaban,
era hora de la ración en el galpón. Lo vio a Juanito acomodando unos cueros,
otros paisanos encerrando las ovejas y se quedó mirando a la tarde que se
disponía a juntar sus cosas para emprender la retirada. La quietud de las hojas
y la mezcla de los sonidos emitidos por
la gran cantidad de pájaros que se acovachaban en la frondosidad de los árboles
la aislaron del mundo, olvidándose por un momento de Dolores, de Belinda y
hasta de su marido. La noche la encontró apoyada en el marco de la ventana. Las
primeras estrellas armaron la cruz del sur y Florinda las contemplaba buscando
una, una para ella, una estrella con la cual identificarse, pero las vio
incomparables, -¡qué lindas!, todas iguales y todas las noches van a estar
así-, pensó, -no son como las personas, que cambian tanto. Ellas, las
estrellas, mantienen su lugar, siempre brillan de la misma manera, con la misma
intensidad. La gente pocas veces mantiene su lugar, la gente parece que brilla,
pero solo parece-, y se quedó callada, pensando en ella y su entorno, dudaba si
ese era su lugar en el mundo. Un largo silencio siguió a su reflexión, hasta
que el sonar de la campanita de Juana, la cocinera, le avisó que había llegado
la hora de la cena, que la mesa estaba puesta y la comida estaba servida.
Carlos, sentado en la
cabecera, le pidió a Juana que trajera el vino que a él le gusta, quería
compartirlo con la visita. Juanito no se quiso ubicar al lado de Dolores,
porque entendía que ésta lo traicionó mintiéndole a la patrona. Belinda que se
había vestido casi de gala y desparramaba sonrisas para todos, tomó la silla de
al lado de su primo y frente a Juanito. Florinda ocupó la otra cabecera y
Dolores que quería disimular su incomodidad, no lo lograba, casi no levantaba
la vista e intervenía muy poco en la conversación que fue monotemática, siempre
direccionada por Belinda que propuso hablar de su vida en la ciudad y las
grandes oportunidades que allí se tienen. -No como acá que se encuentran tan
limitados- se animó a decir en un momento.
-¿Y qué haces acá, limitándote
con tantos limitados? -, saltó Florinda.
-Tiene razón la señora- fue la
primera frase de Dolores
-Por fin estás de mi lado vos,
por momentos creí que estabas en mi contra.
-No señora, para nada, usted
tiene razón, en todos lados la gente tiene límites, lo que pasa que hay
personas que no los respetan y los límites de acá están marcado precisamente
por el respeto, algo que me parece que estuviera faltando en el comentario de
la señora Belinda-. Convencida de que lo dicho sumaba a su favor respecto a la
su relación actual con la patrona, Dolores respiró más tranquila.
-¿Y quién sos vos para
marcarle límites a mi prima?, qué si bien nos es una Iriarte, comparte el
prestigio con lo que sí lo somos-. Carlos había levando la voz defendiendo a
Belinda.
-Callate queres, dejate de
joder con el linaje y el prestigio, si muestran la hilacha cada vez más seguido
ustedes los Iriarte-, se desahogó Florinda.
-Tiene razón doña Florinda-
agregó Juanito integrándose a la charla.
-¡Qué manga de alcahuetes!-
gritó Belinda, con una papa caliente en la boca, a punto de escupirla.
-Acá cualquiera levanta la voz
y marca territorio- Carlos enardecido le contestó a Juanito.
-Juanito, ya te he dicho que
me tenes podrida con eso de doña, doña es para una vieja, con que me llames
señora Florinda ya está.
- A propósito, ¿cuántos años
tenes Florinda?, unos cuantos más que yo segura, pero te mantenes muy bien,
cuando llegue a tu edad no sé si voy estar así.
-Bueno Belinda, no seas así, a
las mujeres no les gusta hablar de su edad, a eso yo sé qué lo sabes muy bien-
Carlos quiso suavizar un poco.
-¿Y qué sabes tanto de ella
vos?, ¿cuántas cosas más sabes de tu prima? Una es conocer a la mujer de tu
primo, que en paz descanse, y otra es conocer sus pensamientos y lo peor es que
parece que ella te lo permite.
-Ay no Flori, sospecho que el
primo hace referencia a que nosotras no acostumbramos a hablar de nuestra edad.
- ¿Te crees que soy estúpida,
que no veo que entre ustedes se defienden? ¿Y para qué me preguntaste cuantos
años tengo entonces?, carajo, ustedes dos siempre están de acuerdo en todo,
aunque sea una estupidez que hayan dicho-. La cena transcurrió como se podía,
el ambiente estuvo tenso. Dolores creía que había sumado puntos a favor con
Florinda, pero a la vez sabía que ésta no se había olvidado de su llegada
después de hora. Juanito, que apenas tiró un bocadillo, creía que para el resto
había pasado poco menos que desapercibido, solo se habían dirigido a él para
retarlo, levantó la vista como casi no lo hiciera en toda la cena cuando Juana,
la cocinera, distribuyo el postre; arroz con leche y canela, en unos tazones
enormes que hubiera sido suficiente para llenar la panza de todos con eso
solamente y un frasco con miel en el centro de la mesa para que cada uno se
sirviera a gusto.
Carlos, Florinda y Dolores
estaban totalmente poseídos con el postre preferido de la casa. Belinda, mojó
la yema del índice derecho en la cucharita con miel y se la pasó por los
labios, y con esa mirada fresca que a pesar de los años aún conservaba,
encontró a Juanito que en ese momento estaba con la cabeza altiva y la bella
con un guiño ruborizó al muchacho, que no hizo otra cosa que clavar la vista en
el tazón hasta que el flequillo bordeara al arroz. Los cachetes de Juanito
tomaron un color rojizo, tanto que le llamaron la atención a Carlos que
enseguida le preguntó qué le estaba pasando, -pareces paspado- y largó una
carcajada que nadie celebró.
-¿Porqué te reis del pobre
muchachito, te parece que queda bien? Acá no se puede ni tener calor porque al
señor le molesta- Florinda enojada con su marido y mirándola de reojo a
Dolores, cada vez disimulaba menos su mal humor.
-Chicos, chicos no discutan,
son tan lindas las sobremesas en familia, porque ellos dos- señalando a Dolores
y a Juanito, -para ustedes son de la familia y si lo son para un Iriarte lo son
para mí-. Belinda tratando de poner paños fríos arengaba por la paz.
Florinda, sin decir palabra alguna,
con la mirada le insinuó mucho más que un insulto a Belinda, a quién ya la
consideraba una intrusa, -buenas noches, me voy a un lugar adónde haya
tranquilidad enserio-. Corrió la silla bruscamente y salió hacia la sala de
estar.
-Buenas noches y buen provecho
doña Florinda-, acotó Juana, la cocinera.
-Sos sorda vos, ¿no escuchaste
cuando le dije a aquel otro que con señora alcanza?, señalando a Juanito.
-Sabes que me da bronca cuando me dicen doña-.
Juana, retorciendo las manos
en el delantal, también bajó la cabeza, dio media vuelta e hizo como que
acomodaba utensilios en la alacena.
-Tiene razón Florinda, es muy
joven para el doña- Dolores con una sonrisa se sumó a la defensa y seguía con
la ilusión de que la patrona no la persiguiera con aquella investigación.
Dolores y Juanito, se
levantaron de sus sillas al mismo tiempo ni bien terminaron con el arroz y poco
menos que a coro, dieron las gracias a “San Daniel de los que buscan justicia”
por la cena, con un buen provecho y hasta mañana, no sin antes agradecerle a
Juana también por la exquisita comida, salieron hacia la sala y de ahí por el
pasillo que los llevaba a cada uno a su dormitorio. Juanito que iba detrás de
su compañera pasó y cerró la puerta que separa al comedor con la sala de estar.
Florinda, que leía en su sillón, dejó que su marido y su prima se diviertan con
sus charlas, si bien sabía que con la puerta cerrada hacía de cuenta que había
dejado al zorro en el gallinero, también tenía a su favor que en el mismo
gallinero estaba Juana, y Juana siempre le fue muy fiel, sumando que no solo
que no se le escapa nada, sino que retiene todo, no se olvida de detalle
alguno, y se regocijaba contándole a su patrona lo que ha visto. Las virtudes
de la fiel cocinera dejaron leer tranquila a Florinda una novela que
precisamente describía la historia de un “cazador de viudas”, así era el título
que eligió justamente para esos días sin tener en cuenta que a veces la
realidad supera a la ficción.
Habiendo pasado un buen rato
con Juana ocupada en la higiene del comedor, Carlos, con el fin de no despertar
sospechas, le sugirió a Belinda que cada uno se retirara a su cuarto, - y
mañana vemos- le dijo en voz baja sin que Juana oyera, aunque algo sospechara,
por conocerlos a ambos.
La noche del campo estaba en
su plenitud, el silencio era el dueño del lugar. Los anfitriones descansaban en
su habitación, Belinda hacía lo propio en la suya, Juana fue apagando una a una
las luces y también se disponía a descansar. Un día más había terminado en la
estancia “La Regalada”. Juana intuía que ese fin de semana no sería igual a uno
común, el aire se notaba espeso, ella sabía que Belinda alteraba el andar
normal en el casco y con un: -que pase lo que Dios quiera-, se fue adormir.
Para Dolores no fue fácil
pegar un ojo, es más, fue imposible, tenía la preocupación de cómo salir de los
cuestionamientos que le ha hecho Florinda respecto a su llegada tarde, sin
poder darle una explicación razonable, ella no quería contarle de los lindos
momentos que pasó esa tardecita con el Moro, -si después de todo es parte de mi
vida privada, una cosa es ser la patrona, pero de ahí qué se meta en mis
asuntos, no, no le corresponde- con los ojos abiertos mirando el techo a través
de la penumbra pretendía armar un relato creíble, sin contar nada de su
intimidad y que Florinda quede satisfecha, para ello el camino más corto era
Juanito, debía reconciliarse con el hijo del encargado, pensó que era más o
menos fácil la tarea. -Juanito es una persona intachable, mentir jamás-, desde
ese punto debía partir Dolores, no podría convencerlo de alguna mentira, pero
tal vez con un -yo no vi nada- o algo parecido, una cosa que no la perjudicara,
a ella le sumaría a favor. No estaba dispuesta a romper relaciones con nadie,
ni con Juanito, ni mucho menos Florinda, -porque ahora se metió en esto de
querer averiguar, pero no es así, es buena patrona-.
La noche larga de Dolores la
hizo pensar sin poder conciliar el sueño, escuchó ruidos de alguien caminando
por el pasillo, -es don Carlos que se levanta tres o cuatro veces al baño por
noche, la gente grande lo hace seguido-, pensó, en tanto el tic tac del reloj
acompañaba a su desvelo. -Son las cinco y media de la mañana, Juanito ya debe
estar dándole la comida a los caballos en el galpón, me voy para allá, si lo
agarro con la buena lo convenzo, no es una persona rencorosa, yo siempre lo
dije, Juanito es un buen pibe, sin maldad, un extraordinario amigo, me tiene
que ayudar a salir de ésta-. Dolores si vistió sin hacer ruido y aprovechando
que el pasillo estaba otra vez en silencio, salió en puntas de pies, usó el
baño de servicio que está del otro lado de las habitaciones, para que nadie la
escuchara y sigilosa se encaminó hasta la salida. El galpón con el portón semi abierto ya le
avisaba que Juanito estaba en plena tarea. Recorrió corriendo los cincuenta
metros que separan al establo de la casa y entró de la misma manera deteniendo
la marcha abruptamente dos metros ya adentro del recinto, sorprendida, lo que
sus ojos veían no estaban en la cabeza de nadie. Belinda y Juanito se besaban
apasionadamente, tanto que ninguno se percató de la presencia inoportuna de
Dolores. Maldijo por no tener encima una cámara de fotografía para que la misma
le sirva de presión sobre Juanito y así ponerlo de su parte. Se quedó pensando,
mirando y no pudo menos que recordar aquel encuentro en el sulki con el Moro, y
las fantasías la hicieron volar, con sus manos inquietas y sintiendo que sus
venas se hinchaban mientras la garganta se le resecaba, por esto mismo
carraspeó e interrumpió un acto de amor sorprendiendo a los poseídos sobre los
fardos. Pidió perdón por la interrupción, -nunca me lo imaginé-, ya sus venas
estaban volviendo a mantener el cauce normal y una risa se le escapó. Juanito
de los nervios ni cuenta se dio que sus pantalones no estaban en el debido
lugar, Belinda, muy tranquila y también con una sonrisa le dijo a él que se
vistiera, la miró a Dolores, diciéndole, -esto de acá no sale, lo que pasa en
el galpón, queda en el galpón-, y volvió a sonreír. Dolores, cómplice, moviendo
la cabeza afirmativamente, la miró a ella y le preguntó, - ¿eras vos la que
caminaba por el pasillo hace un rato?, después giró la cabeza hacia Juanito y
le dijo: -Juanito, entre nosotros, para la vieja, yo nunca estuve sola en el
sulki con el Moro, ¿verdad que no? -. Juanito ajustándose el cinto, con los
nervios se lo había ceñido demasiado, tanto que le costaba respirar, le
contestó que sí, que se quedara tranquila, a la vez que con la cabeza hacía
movimientos negativos.
-Afloja Juanito… no solo el
cinturón, también las tensiones-, le sugirió Belinda, acomodándose ella también
por que el desarreglo había sido para ambos. - ¿Y vos que andas haciendo a esta
hora en el galpón, querías tener algo con él?, es un león Juanito, se puede
recomendar- terminó la veterana.
-Yo pasaba, vi la puerta
abierta, a esta hora me llamó la atención y entre. Respecto a Juanito y a
juzgar por tu cara de felicidad, no sé si será el rey de la selva, pero debe
ser un puma por lo menos, seguro que tiene lo suyo-. Juanito, otra vez con los
cachetes colorados, agarró un balde lo llenó de avena y se dispuso a racionar a
los caballos.
-¿En serio que no tenes nada
con él?- insistió Belinda.
Dolores largó una carcajada
más, -no, no, solo quería hablar de un asunto nuestro, un mal entendido con la
patrona que ahora él me lo va a saber solucionar, ¿no es cierto Juanito? –
Juanito entre satisfecho y encerrado, ahora movió la cabeza afirmativamente,
siguiendo en lo suyo y Dolores muy distendida volvió a la casa.
El sol ya se había metido en
el monte, los primeros rayos hurgueteaban entre las hojas, la frescura de la
mañana invitaba a andar por ese caminito angosto que garabatea la tierra entre
los troncos caídos. Belinda tomó esa senda y se dejó llevar hasta dar con la
plantación de ciruelas, cuándo encontró la primera de ellas arrancó una, a la
que le faltaba madurar, estaba dura pero sabrosa, cerró los ojos y apoyada
contra el tallo, se recordó que ésta era la segunda fruta nueva, robada, que se
comía en esta mañana, -a la otra también le falta madurar, pero hay que darle
tiempo- dijo y decidió seguir por el camino retorcido.
El aire renovador del domingo
invitaba a salir, Carlos buscó a Juanito por los lugares en los que normalmente
se desenvolvía, pero el muchacho no aparecía, -es feriado, quizás se haya ido
al puesto con los padres-, reflexionó. Ensilló uno de sus preferidos, la saludó
a Florinda que estaba en la ventana que da a los palenques y salió a pegar una
recorrida acompañado de su perro, se recordó que su primo mayor, Baldomero, siempre
insistía con aquel latiguillo que dice: “el ojo del amo engorda al ganado”. Un
poco al tranco y un rato al galope despuntaba el vicio, viejo vicio de leguas
andadas por el solo hecho de sentir la magia del aire libre, -y un cacho de
soledad no está demás- se dijo. Con el recuerdo de Baldomero no podía estar
ausente Belinda, tanto conoce a su prima que estaba seguro que ella andaría por
el monte. Varias eran las entradas al mismo, eligió una de las más recónditas y
al paso del caballo fue esquivando ramas. Un cigarrillo le arrimaba más placer,
decidió bajarse y fumarlo sentado en un tronco y que la frescura de la media
mañana dominguera le hiciera olvidar los rezongos de su mujer en la cena de la
noche pasada. El perro que estaba echado salió corriendo y ladrando hacia unos
arbustos con importante densidad, apagó el pucho con cuidado y caminó por donde
fue el animal que ya no toreaba. Las voces que escucho lo sorprendieron, la
imagen más aún, la furia se apoderó de él cuándo vio a Juanito abrazado a Belinda.
-Con razón el perro no siguió ladrando, te reconoció, hijo de la gran puta-.
-Un momento primo, los
modales, cuida los modales, no le queda bien a un Iriarte desubicarse. Juanito
es inocente, a esto lo propuse yo, vos me conoces primo, desde hace mucho sabes
que yo a la ensalada le pongo fruta fresca- volteando la cabeza hacia Juanito,
-hace tiempo que no consumo orejones-, esta vez mirándolo a Carlos. Los
cachetes de Juanito se volvieron a encender, -yo le pudo explicar patrón-.
-Vos no explicas nada, ¿a
quién le vas a decir de tu vida? Vos sos grande, muy grande Juanito-, y largó
una carcajada que, para el hombre destruido, fue una puñalada.
Carlos caminó hasta el caballo
y salió del monte un poco rayado por las ramas, pero la rabia le dolía más. No
podía ni contarle a Florinda, porque ésta, zorra, muy zorra se daría cuenta de
porque su intento de paseo por el monte. –Pero ya lo voy a agarrar al Juanito
ese, mañana se va mi prima, ya no tendrá quien lo defienda, vamos a ver como se
pone.
Dolores hacía las tareas de
doméstica en la sala y no podía dejar de pensar en la situación en el galpón,
Juana que pasaba para la cocina la miró y algo le llamó la atención; -¿de qué
te reís vos? El que solo se ríe de sus picardías se acuerda, decía mi abuela-.
-De nada Juana, hoy es domingo
y viste que los domingos son tan alegres-.
-Estás re loca che, el domingo
pasado me dijiste que estabas nostálgica porque precisamente era domingo,
¿quién te entiende?
-¿Hoy no comemos? Las chicas
están ocupadas con sabrosas charlas seguramente, cuenten, si se puede saber,
bah, Juana si me cuenta sus cosas, pero a vos Dolores te noto muy reservada, no
sé qué te pasa.
-Ya está el almuerzo casi
listo señora, al tuco le falta poco, los fideos se cocinan en dos minutos, el
plato de entrada está servido, ya llamo con la campanita para que venga don
Carlos, Juanito no debe tardar y su prima se estará arreglando para venir a la
mesa.
-Esa no es pariente mía y si
no viene mejor.
Al sonar de la campana,
Florinda y Dolores fueron las primeras en sentarse, Carlos muy serio se ubicó
en su lugar sin decir una palabra. Juana le preguntó cuál vino deseaba tomar y
le contestó: cualquiera. A Florinda no se le escapa nada y esta actitud menos
aún.
-¿Qué te pasa a vos que tenes
esa cara de vinagre? ¿No la pudiste ver a tu primita que te alegra las horas?
Algo así te debe pasar-. Dolores y Juana miraban para cualquier lado, Juana muy
seria y Dolores que no podía contener la sonrisa pensando en qué lugar se
estarían revolcando la vieja Belinda, -porque para él es una vieja-. Y Juanito,
el de los cachetes rojos.
Juana había preparado, para la
entrada, bombas de papas con hiervas frescas de la huerta que ella misma
cultivaba y roscas de queso feteado, con un toque de oliva, un manjar según se
lo había dicho Carlos días atrás. Florinda le pidió a la cocinera que hiciera
sonar la campanita, -Tal vez Juanito no la ha escuchado-. A Dolores se le
escapó una risa sostenida y por poco no se le cayó de la boca la bombita que
estaba saboreando.
-Qué te pasa a vos- a coro
Florinda y Juana se lanzaron sobre Dolores.
-Nada, nada, me acordé de un
chiste que me contó Juanito, vieron que no es de hacer chistes, pero a veces
hace cosas que a una la sorprenden- y volvió a reírse.
-A Juanito y vos cada vez los
entiendo menos, están locos- Florinda un poco más distendida le hablaba a la
niña, como ella la llamaba hace un tiempo. – ¿Y vos no comes?, mirándolo a
Carlos que seguía con el ceño fruncido y sin probar bocado.
-Ni ganas de comer me dan
cuándo te pones así.
- ¿Así cómo?, el alterado sos
vos y todo desde que apareció la loca reventada de tu prima, y que raro que no
se fue a lo del Vasquito a hacer de las suyas. El Negrito era casi un nene
cuándo la muy descarada abuso de él, ¿o no te acordas de las historias con tú prima?
Claro, que te vas acordar, no queres acordarte por que vos también tenes tus
cosas con ella.
A Dolores se le habían ido las
ganas de reírse, el almuerzo amagaba con no terminar bien. Juana siempre que se
pone nerviosa se retuerce las manos con el delantal. Como para salir de la
conversación le preguntó a la señora si levantaba el fiambre y servía los
tallarines o esperaba por Belinda y Juanito.
-A ese hijo de su madre
deberíamos prohibirle que se siente en la mesa con nosotros-, alterado Carlos
no se pudo contener.
-¿Qué te pasa a vos con ese
pobre chico? Anoche te le reíste por que el calor del arroz con leche le puso
los cachetes colorados, ¿y ahora qué?
Dolores se levantó de la mesa
con intento de ayudar a Juana.
-Ya te vas a enterar de tu
protegido Juanito, no es ningún santo como vos te crees.
-¿Juanito?, Juanito es un
ejemplo en el que vos tendrías que mirarte.
-Hola, buen provecho. ¿Qué tal
familia? Disculpen la demora, digo por la tardanza en avisar que no venimos
almorzar- Belinda mirando a Juana y a Dolores, sin desviar la cabeza hacia la
ubicación de los dueños de casa continuó: nos vamos con Juanito, te dejamos el
sulki en lo del Negrito y de paso lo saludo- ahora si mirando a Carlos.
- ¿Adónde vas con Juanito? -
Florinda que como un resorte saltó de la silla preguntándole y pegando dos
golpes en la mesa.
Carlos con los ojos bien
grandes y rojos no podía disimular su bronca, sin decir ni una palabra seguía
sentado.
-¿Y vos no le vas a decir
nada, qué esperas, que lo lleve al chico por el camino de la ruina?
-¿El chico? Ya le dije a tu
marido que Juanito no es ningún chico, Juanito está crecido, vos no te das una
idea. Belinda y su desparpajo se floreaban en la despedida.
Dolores y Juana en un rincón
de la cocina disimulando desentenderse de la discusión, registraban todo lo
escuchado. Juana sin entender nada. Dolores, por el contrario, sabedora del
romance de Juanito y la vieja, pero sorprendida porque no pensó que su amigo
tomara la decisión de irse con Belinda.
-¿Qué sabías vos, qué te dijo
de Juanito la descarada ésta? Con demasiada furia lo increpó Florinda a Carlos.
-Lo que te acabo de contar
prima- contestó Belinda. -Lo grande que está ese chico, ¡qué estirón pegó el
mocoso! - Y con un ondear de la mano izquierda se despidió de los Iriarte llevando
en su mano derecha la valija. – Juanito me espera en el sulki, me dijo que los
salude de su parte, que no viene porque las despedidas son tristes, no le
sientan bien. Hasta siempre chicos, se los quiere.
El silencio se apoderó del
recinto. Los tallarines de Juana se habían transformado en un mazacote. Carlos
retiró el plato si haber probado la comida, se levantó sin decir nada y salió
rumbo a su habitación. Florinda cuando reaccionó fue corriendo hasta el galpón,
pero ya era tarde, apenas un poquito de polvo se veía en el camino como última
imagen de Juanito y los recuerdos le anudaron la garganta. Cuando Juanito y los
padres vinieron a la estancia, éste era un niño que apenas caminaba, -y ahora
tengo qué escuchar semejantes guarangadas de la yegua esa-. Un par de lágrimas
rodaron por las mejillas, mientras que le pedía a “San Daniel de los que buscan
justicia” que lo ampare, que no lo abandone tirándolo al lado de la desquiciada
de Belinda. Dolores, también confundida estaba atrás de su patrona, la tomó de
un brazo diciéndole: -todo va a estar bien, Juanito es grande. Él ya sabrá lo
que tiene que hacer-.
Carlos se fue hasta el puesto
dónde vivían los padres de Juanito para ponerlos al tanto, estos ya sabían y
con cierta amargura se consolaban y trataban de hacer lo propio con el patrón.
Juana, que parece que tuviera
un ojo más, había visto que algo iba a pasar en “La Regalada” ese fin de
semana, algo le había dicho que el aire estaba espeso. Belinda rompió con la
tranquilidad de la casa, a eso lo vieron todos, pero Juana se anticipó.
La tarde pareció más larga.
Dolores salió a caminar, pasó por la puerta del galpón, sonrió y dijo. –Qué
tengas mucha suerte amigo, cuidate de la vieja- y siguió la recorrida. El
retumbe del galope del caballo de Carlos y Juana que la llamaba del otro lado
la sacaron del recuerdo de su amigo, de la vieja y de lo que descubrió esa
mañana en el galpón.
-Veni Dolores la señora está
muy triste- la escuchó a Juana, en tanto se refregaba las manos en el delantal,
tal cuál es su costumbre evidenciando sus nervios. Florinda mantenía el libro
que eligió para esos días en sus manos, pero no lograba concentración. Maldecía
a Belinda y a todos los Iriarte y a la vez les pedía perdón a ellas por el mal
rato que les estaba haciendo pasar. Dolores les pasaba la mano por la cabeza
sin decir una palabra, Juana le alcanzaba un mate y unos bollitos de maicena
riquísimos. Las horas se hicieron largas y la conversación entre las tres no
fue variada, Juanito más algún insulto para Belinda las mantuvieron en esa
charla.
Carlos, que estaba en la
ventana que da a los palenques no podía con su bronca con Juanito. Él quería
haber estado en su lugar, pero la juventud del muchacho y la avidez de Belinda
pudieron más. Un cigarrillo lo acompañaba apretado entre sus labios resecos
cuando escuchó ladrar al perro, levantó la vista por si algún bicho andaba por
las ovejas y vio la polvareda que se acercaba por el camino. Una sonrisa se le
dibujó a pesar de que su momento no lo preveía. Juanito volviendo sólo, bajó
del sulki con los cachetes colorados y la gorra casi hasta las orejas. Carlos
apresuró el paso desde el cuarto hacia la sala donde estaban las tres mujeres,
-Juanito, volvió Juanito- Dijo en el mismo momento que por la puerta principal
Juanito ponía los pies en “La Regalada”, pidiendo permiso y perdón, les dijo:
-no pude, yo soy de acá-.
La bandeja con los bollitos
rodó, el libro no corrió mejor suerte y el mate se salvó de milagro. Florinda y
Carlos se apresuraron para abrazarlo. Juana y Dolores se miraron sorprendidas,
hacía mucho que los patrones no coincidían en algo. El muchacho se disculpó sin
dar demasiadas explicaciones. Dolores entendió que era lo correcto, que la vida
privada no se debe ventilar. Rato después la campanita de Juana sonó a deshora,
temprano había armado la mesa dulce como para agasajar a alguien, no sabía a
quién. Todos se reunieron alrededor de la mesa, Juana se sentó al lado del
patrón, frente a Juanito, -mirame che- le gritó con una carcajada y brindaron,
con el vino del patrón, por la vuelta del hijo del encargado, como lo conocía
la gente de Pozo del medio.
CONFUNDIERON LA AMISTAD
Belinda no le dijo nada al
vasquito que se había enterado de la ruptura amorosa de la que había sido
partícipe precisamente el pobre Negrito. En realidad, después de que Juanito la
dejó en el boliche, pensó en quedarse unos días más de vacaciones. Si bien ella
eligió a la gran ciudad para vivir, Pozo del medio no era un lugar más en su
vida, ahí tiene recuerdos. La familia de su marido es fundadora del pueblo. Los
Iriarte, donantes de las tierras para esa población, son importantes y sentía
que algo de todo aquello le pertenecía, es la viuda de quien fuera el primer
dueño de la estancia que ahora se llama “La Regalada”. –Recordemos que el
pueblo está emplazado en tierras que fueron de Baldomero- Hablaba sola Belinda,
porque el Vasquito estaba en otra dimensión, no escuchaba, no entendía, solo un
pensamiento lo ataba por aquellos días, el forastero y las copas seguían dando
vueltas en su cabeza. -En tiempos de mi finado esposo, siendo él el propietario
tenía otro cartel en la entrada, algo de “Cacique Guichén”, una cosa así era su
nombre-, seguía hablando para ella, pensando que nunca les había dado demasiada
importancia a las cosas de su entonces marido. Cuando Belinda se enteró que se
acercaba la fecha del aniversario de la llegada al lugar del santo patrono,
“San Daniel de los que buscan justicia”, creyó que era una buena idea quedarse
con el Negrito, de paso lo entretenía, y presenciar los festejos patronales, de
los que ya se venía hablando, era tentador. La fiesta se realizaría por primera
vez, después de largo tiempo desde que el santo es el patrono de Pozo del
medio.
Bendecida Noble se encargó de juntar a algunos
habitantes del lugar con la idea de que ayuden a organizar los actos litúrgicos
y también para la reunión de las familias, en torno a una kermes, que sería en
la plaza, a la que considera como de ella. Haber ganado la votación para
ponerle el nombre, “Plaza San Daniel de los que buscan justicia”, le dada según
pensaba, cierta autoridad sobre el predio. Sin ir muy lejos, tiempo atrás tuvo
un altercado con el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo, porque los encontró
corriendo una carrera de a caballo cruzando la plaza desde el almacén de Koski,
hasta el bodegón del Vasquito. El Vizcacha no le contestó nada, porque él no
habla estando fresco, pero el Micaelo es un hombre de pocas pulgas, así que la
amenazó avisándole que correría otra carrera con quién se cuadre de esquina a
esquina de la plaza, esta vez sería cambiando la dirección. Bendecida, ya con
un tono de voz más bajo, le avisó que el santo lo iba a castigar si no se
arrepentía de los dichos y lo mandó a rezar a la capilla por tres días
consecutivos, prestándole un librito chiquito que sacó de uno de sus bolsillos.
-No voy a ir, ¿para qué? Si ni sé rezar y leer menos, pero tengo una idea,
déselo al Moro Giménez, él se las rebusca leyendo-. Bendecida guardó el libro
pensando que el santo pude hacer algunos milagros, pero encaminar a cierta
gente le cuesta, hasta ahí no llega.
Jacobo Koski ofreció el lugar
para que pudieran reunirse los organizadores, en tanto pensaba en una venta
mayor de bebidas. En la primera reunión no eran muchos los presentes con ganas
de colaborar. Lucía Almirón fue unas de las primeras en llegar. Jacobo y Bendecida
se miraron sabiendo que no era un buen paso hacerla participar. Obdulio llegó
un poco después y se llevó a Lucía a otra mesa para que no desbarrancara con
algún comentario fuera de lugar. El Chato Cabrera y el Moro Giménez siempre
atentos a cualquier manifestación en el pueblo, llegaron juntos y dispuestos
para lo que sea necesario. Como de casualidad, con la excusa de comprar yerba,
entró Primitiva Jiménez, se apoyó contra una pila de bolsas de azúcar suelta,
esas, de arpillera de 50 kg, puso atención para escuchar lo que decían en la
otra mesa y con la sonrisa de boca torcida que se le forma cuándo pretende
burlarse de algo, hablaba con Jacobo sin bajar el tono, recordándole que: ella
no está de acuerdo con la fiesta, o, mejor dicho, con la fiesta sí, pero no con
el santo, que se debería seguir investigando, insistía. Los organizadores de la
primera fiesta en honor a “San Daniel de los que buscan justicia”, incómodos
por sentirse atacados con los comentarios de Primitiva, le comunicaron a Koski
qué: de seguir este tipo de agresiones, así habían catalogado al comentario de
Jiménez, -desalojaremos el recinto- se descargó Bendecida. Koski se negó a
perder un céntimo de venta por culpa de alguien que no estaba de acuerdo con el
resto y le pidió a Primitiva que se mantenga callada, o fuera pensando en
retirarse, cosa que no le cayó bien a la señora Jiménez, porque siendo ella una
clienta tiene derecho a decir lo que siente; -porque estamos en un país libre y
soberano-dijo levantando aún más la voz.
-O se va ella, o nos vamos
nosotros, gritó Bendecida desde su asiento.
El Chato Cabrera y el Moro
Giménez, con un vino cada uno ya servidos, no estuvieron de acuerdo con dejar
el lugar, le aconsejaron a la rezadora que no la escuchara, que se concentre en
lo de ellos, que había que poner la fuerza y la razón al servicio del evento.
Toda conmovida por las palabras de sus compañeros, Bendecida también pidió un
vinito, pero con un poco de soda; -a esta hora de la mañana, quizás puro no me
caiga bien-, comentó.
-Salud compañeras- Lucía
levantando su vaso, desde la otra mesa, señaló a Bendecida e hizo lo propio con
Primitiva. -Aprovechemos para brindar, total qué más da, sea quien sea, el
patrón o la patrona-. Obdulio, como siempre atento a estas reacciones de su
ladera, con cuidado le sacó el vaso de la mano y cerrando los dedos le asestó
dos golpes en la cabeza con los nudillos que la volvieron a poner en calma, a
la buena de Almirón.
La señora Florinda mandó a
preguntar con Dolores, qué cosas harían falta para que la celebración sea
distinguida, exitosa. Adelantándose a cualquier respuesta, con la enviada les
hizo llegar una caja cerrada. A Primitiva Jiménez se le iluminaron los ojos
pensando que otra imagen estaría a punto de cambiar a la actual, -Yo sabía que
ese no es, no tiene cara de Daniel-, se decía en voz baja, la a esa altura de
los dichos, protestante Jiménez.
Dolores le pidió al Moro que
abriera el paquete; -vos tenes manos suaves, hacelo con cuidado-, mirándolo a
los ojos y regalándole esa sonrisa que dibuja en su cara, cuándo pone a los
labios rectos. El Chato Cabrera, también en principio interesado en galantear a
la bella dama, dejó de lado su intención, liberando el camino para qué su amigo
y la exquisita Dolores se hicieran todas las señas que quisieran, -y que la
vida los lleve por la mejor huella-, murmuró. Bendecida al escucharlo,
Bendecida tiene una dificultad auditiva, pero no siempre, a veces algo escucha,
levantó la cabeza sin entender lo que el Chato quiso decir con su murmullo,
ella estaba ansiosa por ver que le había mandado doña Florinda. Primitiva que
ya se había parado para ver mejor la desenvoltura del paquete, ahora estiraba
el cuello para mejorar el ángulo de enfoque y así no perderse detalle,
fundamentalmente quería observar la cara de Bendecida cuándo viera que en la
caja había otra imagen, mandada para cambiar, a la que según ella no era la de
San Daniel.
Bendecida le pidió al Moro que
por favor tenga cuidado al desempaquetar, que no rompa el papel del envoltorio,
porque ella lo guarda, -es lo primero que tocamos de la imagen-, le dijo
convencida de que la señora Flores le había mandado otra escultura, más
pequeña, y que ella, Bendecida, imaginó encabezando la procesión por las calles
de Pozo del medio.
-Mira si la vieja se apioló y
mandó a la que decías vos Primitiva- Lucía, hacía bastante que estaba callada y
no pudo contener lo que pensaba, ni la carcajada, también la señora Jiménez
lanzó al aire con vozarrón de tabaco, algo similar. Obdulio que se había
levantado para ir hasta la letrina, no pudo sujetar a su compañera y ésta se
despachó a boca suelta con lo que le salió. Bendecida le pidió que se callara y
que terminara con sus bromas de mal gusto, sin mirar a Primitiva, pero con
ganas de estrujarle el cuello. Lucía siguió a los gritos. Obdulio que venía del
fondo del patio entró apurado para sacudirla y casi choca con Jacobo que estaba
con intención de llevarse el coperío vacío y reponer el contenido. -Al mío no
le pongas tanta soda che, al anterior me lo bautizaste demasiado-, Bendecida le
recriminaba al bolichero por haberle puesto más agua que vino en el vaso.
El Moro con mucho cuidado, y
sin dejar de mirar a Dolores, desenvolvió el paquete que tenía otro mantel
blanco para cambiar a aquel, ya amarillento, que se luciera vistiendo a la mesa
que ha sostenido al santo durante tanto tiempo, paño que también había
obsequiado la señora Flores, y le sumó al presente, un cuadro de “San Daniel de
los que buscan justicia”, enmarcado, pintado sobre una tela, al óleo, por un
distinguido pintor que alguna vez supo andar por el pueblo, que en esos días
había hecho una pasada, y se refería al gran artista del pincel, el uruguayo,
Juan Noble.
Las manos del arte ambulante,
según dicen que pregonaba el propio Juan, habían trazado líneas en el rostro
que no se emparentaban con las de la imagen original. De aquel gesto adusto,
que la escultura primitiva tenía, paso a una sonrisa insipiente y con unas
líneas al costado de los ojos que le marcaban muy visiblemente sendas patas de
gallo. La nariz aguileña y el cabello más largo, definitivamente hicieron dudar
a Bendecida sobre la habilidad del pintor,-o bien le mostraron otra foto- dijo
la rezadora, haciendo hincapié en la gran diferencia entre una imagen y la
otra. Dolores acotó que la frente no tiene los surcos marcados, pero que la
pera y el color de los ojos, son idénticos, aunque que en el busto se veían más
achinados. El Moro sin dudar de la palabra de Dolores, opinó que tal vez la
escultura que ellos poseían era del santo cuando niño.
-Y… los años pasan para todos-
agregó Lucía
-¿Y ahora que me contas? Viste
Jacobo, no saben ni quien es- Primitiva se frotaba las manos como cuando un
triunfo está al caer.
El Moro se paró e increpó a
Primitiva, -señora Jiménez, ¿usted sabe leer?, creo que sí, vea, acá abajo bien
clarito aclara que la pintura del artista Noble refiere a “San Daniel de los
buscan justicia”-. Dolores, el Chato Cabrera y Bendecida, que eran los otros
tres que sabían deletrear, asintieron con leves movimientos de cabezas.
-Che Chato, ¿vos viste lo que
es eso? Anda a saber quién cuernos es el pintor Noble, ¿no será pariente tuyo,
¿no? -, ahora Primitiva mirándola a Bendecida.
-No, no es nada mío, ¿y se
fuera qué?-
-Si fueran de la familia le
podrías decir que se dedique a otra cosa- aconsejaba Jiménez, clavándole la
vista al bolichero y pechándole un cigarrillo. -Si llega a volver por acá,
decile que yo quiero que me haga un retrato, por ahí me saca como Juana de Arco
y me ponen como la santa de Pozo del medio-.
Lucía volvió a largar esa
carcajada fuera de lugar, Obdulio le pegó un fuerte golpe a la mesa y le
preguntó - ¿por qué esa desmedida falta de respeto? -.
-No sé- le contestó, -pero me
parece que aquella dijo algo que a esta otra no le gustó- señalando primero a
Primitiva y después a Bendecida.
Después de un largo rato, tal
vez hayan pasado más de dos horas, Juanito, con hambre, extrañando la siesta y
esperando arriba del sulki que Dolores se desocupara y así poder volver
temprano a la estancia para que la patrona no cambie el humor para peor, se bajó.
El sol, qué había superado la altura del árbol gigante, ya le molestaba
pegándole de lleno sobre su humanidad. Entró al bodegón, molesto y sin saludar,
actitud que normalmente no suele tener, le dijo a su compañera que ya era hora
de volver al casco, pero ésta ni lo advirtió.
Giménez, que estaba atento a
todos movimientos o referencias que tuvieran que ver con Dolores, le salió al
cruce. -Este encuentro de la feligresía necesita y merece la participación de
quienes, como en el caso de Dolores, estén presentes y a disposición del evento
más importante que haya surgido de las mentes de nuestro amado pueblo-. El Moro
inspirado en la presencia de la niña bonita, hacía que de su verba brotasen
palabras que él nunca supuso que podría juntar para armar una frase.
Juanito, se disculpó por no
pedir permiso para interrumpir, se sentó en una silla de otra mesa, sólo, colgó
la gorra en el respaldar, pidió una Spur Cola y se dispuso a esperar, estirando
los escasos centímetros que le recorren desde la cabeza del fémur hasta la
punta de la alpargata.
En un determinado momento
todas las miradas se clavaron en la puerta, cuando con un vestido muy
colorinche y una gran capellina blanca, algo que llamó mucho la atención a
todos los que allí estaban, entró Belinda al almacén de Koski en busca de
aceite suelto, lo saludó a Jacobo como si se vieran todos los días, éste ni la
recordaba, la tenía presente por algunos comentarios que había escuchado y nada
más, en tiempos que Belinda vivía en la zona no bajaba al pueblo, no salía de la
estancia, sólo lo hacía para viajar a la ciudad, pero igual la atendió como
corresponde a un caballero. Cuándo le preguntó si deseaba alguna otra cosa, -
¿pan, necesitas pan? - fue lo primero que se le ocurrió, a lo que ella le
contestó con un: -gracias Jacobo, siempre tan atento, a vos no se te pasan los
años che-. El bolichero, entre sorprendido y agradecido, le respondió con una
sonrisa, -no están así, sos muy generosa Belinda, como decía Lucía hace un
ratito, los años pasan para todos-.
-¿Qué dije yo que no me
acuerdo?- Lucía que escuchaba a todos y no entendía a nadie, siempre se metía
en alguna conversación.
-No, Jacobo, no es tu caso, se
te ve jovial, mantenes tu pinta de aquellos tiempos-.
-Muchas gracias, a vos también
se te ve muy bien. ¿Tu estadía por estos días acá, es con fines de radicarte, o
simplemente de paso? La vida en la ciudad es otra cosa, ¿renunciaste a ella?
Belinda, lo escuchaba y
elaboraba una respuesta, no veía mal endulzarle el ego al dueño de casa y
persuadirlo con formar una sociedad, o una pareja. Ella se ofrecería a ayudarlo
con el negocio, haciendo exquisiteces gastronómicas, y así asegurarse casa y
comida, dos cosas que le estarían flaqueando en la metrópolis.
-Todavía no sé qué voy a
hacer, allá estoy muy bien, pero vivo muy sola, yo soy joven todavía y tengo
derecho a rehacer mi vida, ¿vos qué opinas Jacobo?-, ella, muy astuta, sabía
que le dejaba picando una propuesta. -Tal vez el interés de conocer bien las
entrañas de esta mezcla de judío y de gaucho la llevó a decirme todo aquello-,
fue lo que pensó Koski, a él le sonaba bien cuando alguien le hacía notar el
ensamble de dos tradiciones, que en él habitan, y aparte que también estaba con
un exceso de soledad, y lo dejó reflexionando con que él también sé merecía una
oportunidad. El Chato Cabrera, sin demasiados aportes en la mesa organizadora,
ya retirado de la carrera por Dolores y al ver a Belinda, si bien había una
gran diferencia, porque ésta tenía arrancadas las hojas de varios almanaques
más que la joven, también era cierto qué se mantenía en forma y con ese estilo
de mujer fina siempre dejaba una nota de color. Dejó entonces que su amigo se
las arregle con las dos mujeres y se arrimó al mostrador con ganas de entrar en
conversación, cualquiera fuera el tema, con la dama de la capellina. Belinda,
tan rápida en esas cuestiones, reconoció inmediatamente la intención del Chato
y lo convidó a compartir ese lugar del escaparate, que no era demasiado extenso
y le propuso beber juntos: lo que gustes. El Chato, no muy caminador en esos
encuentros fortuitos con una moza, no tenía un abanico de ofertas seductoras,
solo algunas cosas ya aprendidas por haberlas repetido muchas veces que había
preparado por sí un encuentro de esta magnitud se produjera con Dolores,
cuestión ya descartada, pero de ese pequeño libretito, cambiándole algunas
costas, como por ejemplo la edad, y fundamentalmente el nombre, -no debe haber
peor cosa para una mujer, como que le confundan el nombre y mucho menos en el
primer encuentro-. Si la memoria lo ayudaba podría romper el hielo del primer
día.
-Chato, ¿Por qué te dicen
Chato, debes tener un nombre propio?
-Sí, sí, Octavio me llamo, me
pusieron así porque yo soy el menor de los ocho hermanos y me dicen Chato
porque de chiquito me vieron nariz de boxeador-
-Ay, no, rotundamente no,
tenes una naricita hermosa, tus amigos deben ser de esos que les gustan las
bromas que a veces hieren- Belinda lucía su voz aterciopelada desparramando
encantos. -Te noto callado, ¿no tenes nada para decirme?-.
Jacobo, que había vuelto de
lavar las copas, se encontró con un cuadro totalmente opuesto al que dejó
cuando se fue a la pileta a higienizar los cuencos, él, mientras refregaba
imaginó ya una vida junto a Belinda y ahora la ve poco menos que entregada a
esa mole de carne sin forma de hombre.
Juanito, que se había puesto
la gorra sobre la cara para no ser reconocido por Belinda, observaba la
situación por debajo de la visera y pensaba en silencio, que la carrera entre
el Chato y Jacobo iba a ser muy pareja, porque si bien Belinda elegiría al
primero por su juventud, conocedor de los gustos de la veterana, ésta, lo que
estaba buscando eran techo y morfi y el que le podía saciar sus necesidades era
Jacobo, no el Chato. Todo es posible en la alocada vida de Belinda qué con semejante
manifestación de afectos, hacia el dueño de casa primero y posteriormente al
joven Cabrera, se olvidó que había venido a buscar un poco de aceite suelto,
razón por la cual el Vasquito tuvo que cruzar la plaza para hacerse de ella,
sino no serían posibles los huevos fritos que injería cada vez que le picaba la
garganta, receta que le sugirió su abuela, alguna vez cuando niño y andaba con
carraspera.
El barullo no era menor en lo
de Koski después de tantas horas y copas, por lo menos para algunos, todos
hablaban y de distintos temas. Lucía lo miró fijo a su compañero diciéndole:
-estos están locos, así no se van a entender-. Obdulio, sorprendido por la
reflexión, la miró haciéndole un gesto, que no era de ternura porque a él no le
sale, pero era un gesto diferente, más conciliador, le puso la mano en la
cabeza y no le dijo nada.
-Bendecida creyó que lo mejor
era dejar todo como estaba, -veremos si hacemos la kermes, capaz que con una
misa lo arreglamos. Vos agradécele a tu patrona por el mantel, del cuadro no le
digas nada, yo igual lo voy a colgar en la capilla, ya sé que a más de uno
habrá que explicarle quién es el del retrato. Tomó sus bártulos, el cuadro,
saludó y se marchó.
El Vasquito, con su voz
quebrada, la cara triste y el medio litro de aceite suelto, le dijo a
Belinda, -me voy, te espero en casa,
vos hace lo que quieras-.
El Chato, que había ido hasta
la mesa de su amigo que charlaba con Dolores, a saludarlos porque interpretó
que éstos estaban por retirarse, volvió a su lugar en el mostrador viendo a
Belinda ubicada detrás del mismo pasándole un trapo húmedo a la madera, siempre
manteniendo una sonrisa. -Sos simpático Octavio, nos veremos seguido acá, con
Jacobo haremos una sociedad, Jacobo es un tierno-. El gaucho/judío, que había
escuchado a su ahora compañera, levantaba las manos en señal de triunfo detrás
del biombo, entendiendo que cortaría con esas ataduras de muchos años de
soledad. Que tendría con quien compartir su tiempo pensó, mientras que Belinda
ponía a su imaginación al servicio de su estómago.
Primitiva Jiménez, también se
acomodó para irse, le dijo a Jacobo que a la yerba la llevaría mañana u otro
día, hoy tengo otras cosas en que ocuparme, levantó la mano saludando mientras
se escuchaba el ronronear de un auto, algo no tan común en el pueblo, Don Juan
Cantero, hombre con un pedacito de campo en Green Grass, la esperaba en un
Playmon negro, para llevarla quién sabe adónde.
Juanito le aviso a Dolores que
él se iba, -¿qué pensas hacer vos?, yo no quiero llagar tarde-. El Moro entendió
la situación, pero igual le pidió el sulki prestado por un ratito, a cambio de
otra Spur Cola, a lo qué Juanito accedió, accedió pensando que Dolores un día
debería devolverle todos esos favores y él sabía cómo. La bella se negó a ir
con el Moro por que se haría tarde, -otra vez será- le dijo poniendo los labios
en paralelos. En el viaje de regreso a la estancia, ninguno de los dos abrió la
boca en la primera legua recorrida, hasta que Juanito, muy dubitativo, hizo un
intento, precario, pretendiendo cobrar aquellos favores que según pensaba,
Dolores le estaba debiendo. La muchacha le pidió que fuera más claro, que
siendo amigos no debería dar tantas vueltas,- ¿qué pretende usted de mí? - le
dijo parafraseando a un párrafo de una película que había visto hacía poco,
cuándo hicieron un viaje con la patrona a la ciudad. A Juanito por poco no se
le cayeron las riendas de la mano. Dolores se rio mucho, no por burlarse de la
postura de su amigo, sino que fue algo natural, un aviso que le salió de
adentro, que hizo que esos labios carnosos tuvieran movimientos como con
sobresaltos insignificante y sin poder ser controlados. Juanito que era tímido,
pero es hombre, detuvo al caballo que los llevaba, estacionándolo detrás de un
gran árbol, un gigante plantado en el medio de la pampa, y ahí confundieron la
amistad, por un rato, o para siempre talvez. A Dolores le vinieron a la memoria
los comentarios de Belinda ponderando las virtudes de Juanito, -no siempre
miente la vieja esa, es el rey de la selva- pensaba mientras viajaban rumbo al
casco, apoyando su cabeza sobre el hombro de Juanito, riendo y sin decir
palabras. Juanito, más tranquilo, pero algo transpirado iba como en una nube,
dejando que el caballo los guiara.
La llegada a la estancia fue
diferente, indisimulable era que algo les pasaba, Florinda, que estaba apoyada
en la ventana que da a los palenques, los miraba con un dejo de satisfacción al
verlos tan alegres, expresó, -mejor así,
que estos locos sigan amigos, no cómo la vez pasada que andaban cómo, perro y
gata.
LA LLUVIA APAGÓ LA LUZ
El Moro Giménez y el Chato
Cabrera, Octavio, para Belinda, se quedaron solos en la mesa, en ese cuadrado
de madera con manchas de vino tinto y varias quemaduras de cigarrillos, en la
que poco antes había dejado su perfume Dolores. Aromas de incienso de mirra
flotaban en el ambiente hasta adentrarse en las fosas nasales del Moro, que se
blandeaban al contraerse y expandirse con esa respiración sonora, profunda y
relajante. Haber alcanzado la meta al conocer a la mujer de su vida en un
encuentro casual aquel día en lo del Vasquito, un encuentro de esos que ni de
casualidad se le cruzó alguna vez por la cabeza, hacía que sintiera que una
fuerza mayor lo había señalado con el rayo de la felicidad, esa marca que solo
él percibía lo catapultó a la cima de un imaginario cerro encantado. Cerró los
ojos y fantaseó con esos labios carnosos, estirados, tirándole flechazos
directos al corazón con esa sonrisa penetrante, esa mueca alegre capaz de abrir
mil puertas en el zurdo del Moro, músculo duro que a veces aflojó ante esa
mirada que como una daga le dejó su sello. El “bobo” de Giménez se había hecho
merecedor de una atención, ese último tiempo estuvo muy acelerado, ya que de
solo verla caminar a Dolores meneando las caderas al acercarse, dejando que un
mechón negro juegue en su cara, como molestando, pero coqueteando, hacía que
las venas de las sienes le golpeteen más seguido, dejando un retumbe en los
oídos, que para el Moro era como el jadeo debido a la excitación de Dolores
cuándo estaban juntos.
Para el Chato no era lo mismo,
rendido ante la evidencia, Dolores no fue ni siquiera un paso en falso en su
camino de amoríos, él nunca estuvo en el radar de la hermosa niña que de primer
momento fijó sus ojos en su amigo, por eso y habiendo estado incentivado para
la seducción, para la que no era muy ducho, puso atención a algunos movimientos
de Belinda cuándo ésta apareció en lo de Koski, también luciéndose con su
rebolear de buena parte de su anatomía y
con una gran simpatía que aunque parecía improvisada tenía la virtud de llegar
hasta las entrañas de la mayoría de los caballeros. Belinda Corbalán era mayor
pero todavía mantenía varios de sus encantos y reconocido era, por la gran
mayoría de los hombres que habían tratado con ella, qué el manejo de
situaciones era una de sus virtudes, alegre, dispuesta a participar para
pasarla bien en cualquier grupo que integrara. Esas bondades y otras tal vez,
fueron las que hicieron que Octavio pusiera proa al puerto de la señora de la
gran capellina. Ese barco cargado de ilusiones, después de recorrer escasas
millas, encalló poco antes de llegar a amarrar.
El intento fallido no lo
corrió del lugar al Chato por estar acompañado por su amigo del alma. Un rato
más tarde, cuándo se habían quedado solos los dos en el boliche, Jacobo se
arrimó a la mesa y como al descuido le hizo notar a Octavio que se consideraba
ganador, por sus méritos o su billetera quizás, con la sonrisa entre inocente y
fanfarrona a la vez, como si hubiera sacado la sortija en la calesita, le
mostraba el galardón mirando de reojo a Belinda y sin que ninguno le preguntara
le refregó que era él quien gozaba del respirar cercano de la dama, -es
hermosa, con los breteles tensos que recorren esos hombros desnudos,
insinuantes, que descienden hasta los voluminosos pechos-, y dio dos pasos
hacia atrás por cualquier reacción del oponente.
El Chato pensó en irse
entendiendo que no valía la pena masticar tanta bronca, pero al amigo no se lo
deja sólo con una copa sin terminar. Poco tenía Cabrera para aportar a una
charla trunca, los dos frente a frente y callados. Giménez, pensaba y una
sonrisa apenas dibujada en su cara le reflejaba que había encontrado la forma
de ser feliz. Ambos vasos como únicos testigos de dos realidades diferentes
eran tratados de maneras opuestas. El Moro jugaba con el vino haciéndolo girar,
pretendiendo guardar en su armoniosa turbulencia esos momentos vividos aferrado
a una realidad de primavera inesperada, viendo en ese maremoto color bordó
oscuro dos perlas sobre las mejillas de Dolores y en cada una de ellas
estrellas fugases que se hacían eternas en las pupilas del Moro. La copa del
Chato, vacía, no esperaba nada, entendedora, porque las copas de la noche son
sabias, de que Octavio no sabía que contarles a esas cuatro gotas pegadas al
vidrio, colgadas como lágrimas que se desprendían estallando contra el fondo
aceptando la derrota, por sentirse hijas de una triste verdad, la verdad de una
copa sin historia por haber sido compañera de un corazón desierto.
El Moro daba vueltas con su
cuento de encuentros y de amores, así de corto, porque no sabía con explicarlo;
para él todo era hermoso y las cosas tenían el mejor perfume. - Algún que otro
sueño se le habrá cruzado por la cabeza-, suposiciones del Chato, que lo miraba
a través de una leve cortina de humo que se levantaba indiferente, separando
estados de ánimos antagónicos. En el centro de la mesa el cigarrillo del Moro
había quedado olvidado, consumiéndose lentamente en el cenicero lleno de
colillas en el que se destacaba una con la marca del rouge que dejó Dolores. El
Chato veía un recipiente lleno de resaca y el Moro observaba la marca de esos
labios carnosos, rojos y tensos, en ese revoltijo de puchos abandonados.
La posibilidad de seguir
tomándose otro vinito dependía del cambio de tema, uno no sabía cómo explicar
lo que le pasaba y el otro no tenía nada para contar. A ambos le gusta tomarse
un trago, no son de aquellos empedernidos que hasta que no se arrastran no
dejan de chupar, varios ejemplos hubo y habrá en Pozo del medio, pero les
apetece juntarse con una copa a charlar. Las conversaciones son casi siempre
las mismas, alguna que otra anécdota que agrega uno u otro, o los dos,
enriquece al archivo para el próximo encuentro. Esta vez era en lo de Koski,
pero al pobre Vasquito si le habrán robado horas de sueño, el Negrito ya los
conocía, si a las dos de la mañana no se habían ido él se recostaba en un
sillón grande que tenía, y dormía un rato mientras estos proyectaban hacer un
mundo mejor. Desde acomodar su situación económica, hasta formar una familia,
iban variando las propuestas que ponían a consideración normalmente en los
enfoques a futuro. Pero esa vez era en lo de Jacobo y él no estaba dispuesto a
tolerar que las horas se les hagan largas. El gaucho Koski ese día tenía otro
objetivo. Si bien es cierto que las ventas, en este caso dos copas de vino,
siempre fueron hacia dónde apuntó con el afán de tener más plata, ése, era un
momento especial, una noche diferente y los invitó a retirarse, -por razones
obvias-, les dijo, mirándolo como con desprecio al Chato, que campaneaba el
techo buscando una respuesta que no encontró. –Hoy estrenamos cama matrimonial-
boconeó Belinda, frase seguida por una carcajada, asomada desde una puerta que
está atrás del biombo, pero que uno de los agujeros del mismo dejaba ver.
Jacobo, pretendiendo que el Chato sienta la derrota en carne viva, les contó
que había puesto su inteligencia al servicio de la pareja, que juntando dos
camitas turcas hizo una de dos plazas con patas reforzadas. –Para la comodidad
de mi reina, comodidad que comparto- agregó, jugando con una falta total de
empatía con el Chato.
El Moro reaccionó ante el mal
gusto de Jacobo al pretender relatar el preámbulo de una historia que a ellos
no les interesaba, -callate, guarda tus golpes bajos para otro momento-, pagó y
salieron sin saludar. Ellos tenían la costumbre de que quien no paga lo
consumido deja una propina, pero esa vez el Chato se negó y el Moro no le pidió
explicaciones. Caminaron las pocas cuadras para llegar a sus casas, en Pozo del
medio todas las casas están cerca, antes de despedirse en la esquina en la que
se separaban habitualmente, el Chato le sugirió que algo deberían hacer para
las patronales, - ¿qué te parece un partido de futbol? –. Al Moro le gustó la
idea, pero contaban con el primer inconveniente, -cuando mucho juntaremos once,
los que podemos correr un rato somos poquitos acá-, mientras se rascaba la
oreja con la intención de que le afloje el zumbido provocado por la permanente
pulsación acelerada de la vena que le pasa al lado del ojo.
-Desafiamos a los de Green
Grass, ellos vienen si los invitamos- aseguró el Chato.
Una cascara de peludo con
cabeza y cola que voló desde la ventana en la que estaba el Moro apoyado y
rozándole la frente al Chato, les avisó que a esa hora estaban molestando con
sus comentarios a viva voz, motivo por el cual decidieron dejar el tema abierto
para el día siguiente, despidiéndose con un hasta mañana que debió escucharse
en la otra esquina. Una chancleta salió disparada desde las sombras, que fue a
dar de lleno en el cachete del Chato, les reavivó el mensaje de que se estaban
desubicando. -Lo que me faltaba- exclamó, -hoy no fue mi mejor día, lo único
que me llevo es un alpargataso en la cara-. Y la noche los vio irse a cada uno
por su lado y sus realidades a cuesta. El Moro con las alforjas llenas y el
Chato con los bolsillos del corazón dados vuelta.
Bendecida Noble regaba un
rosal que ya mostraba pimpollos rojos en el jardincito que luce con otras
flores frente a la capilla. La mañana transcurría sus primeras horas. El pueblo
estaba en silencio, tranquilo, la mayoría de los hombres ya estarían en sus
labores, casi todos en el campo y las mujeres en las tareas hogareñas. El Chato
Cabrera que no había pegado un ojo en toda la noche, se levantó mal humorado
pensando en Jacobo y sus modos, le molesta la gente que solo busca que su
opositor muerda el polvo de la derrota. La burla y la soberbia lo habían sacado
de esa pasividad que normalmente lo acompaña y suele distinguirlo aun cuando se
relaciona con personas que no piensan como él. Con todo ese malestar salió
rumbo a la capilla, no tenía pensado rezar, sino que supuso que ahí podría
encontrar a Bendecida e informarle sobre la idea de hacer un partido de futbol
o una reunión entre las dos comunidades con diversos juegos para celebrar por
primera vez la llegada a Pozo del medio de “San Daniel de los que buscan
justicia”. Bendecida recibió con alegría que el Chato, el Moro y otros más,
tuvieran presente que el santo patrono merece un homenaje y se ofreció para
hablar con autoridades de Green Grass para que juntos poder organizar el
evento, -yo conozco al médico, es muy buena persona, estoy segura que va a
querer colaborar-.
Los días pasaron y en una
reunión, esa vez en lo del Vasquito, el Chato se negó a hacerla en el bar de
Jacobo, Bendecida les contó que estuvo charlando con el doctor, aprovecho
cuándo fue a la consulta médica, les dijo que a éste le pareció buena idea para
celebrar el acontecimiento y fraternizar entre vecinos, acercándole algunas
ideas, ya que ellos cada cuatro años festejan por la fundación de lo que fue
primero un paraje alrededor de la estación ferroviaria y luego un pueblo que es
referencia en la zona.
Lucía Almirón, sentada en la
cabeza de vaca con un cojinillo de cobertura que estaba en un rincón, creyó que
había entendido mal y entonces preguntó; - ¿cada cuatro años festejan y por qué
no todos los años? -
Bendecida, que también le
había hecho la misma observación al doctor, le contó que en el estatuto que
alguna vez escribieron, dice qué: todos los 29 de febrero se realizarán los
actos con los que celebrarán las fiestas cumpleañeras comunales. –Sólo festejan
los años bisiestos-, agregó.
Lucía sin entender nada lo
miró a Obdulio y no siguió preguntando para no meter la pata y así evitar un
coscorrón. El Moro no se aguantó y pidió que le avisaran a doña Florinda del
nuevo programa, era relevante según sus dichos, lo que de palabras de la señora
surgiera para una realización de gran resonancia, todos se miraron y cruzaron
una carcajada, coincidiendo que al Moro le interesaba la presencia en el lugar
de Dolores Tala, cosa que a este no le molestó.
Julio Doménico, participante
de la mesa organizadora de los festejos propuso una idea: -para continuar
dándole forma de pueblo con destino de grandeza, Pozo del medio debería tener
quién dirija los destinos de la comuna. Se lo voy a proponer a mi primo Carlos,
recordemos qué si bien él donó estas tierras, todavía son de su propiedad. Yo
me postularía como director del caserío, hasta tanto desde la gobernación sea
declarado formalmente como pueblo y que figuremos en catastro-.
-¿Mas catástrofes?, no me
gustan las catástrofes-, le confesó Lucía a Bendecida y ésta le devolvió una
mirada contemplativa mientras le acariciaba la cabeza.
Nadie había pensado en eso de
las leyes, pero todos estuvieron de acuerdo con que un día tenían que ser reconocidos
por las autoridades mayores.
Bendecida Noble no quiso
desviar el tema que los convocó y retomó recordando su afinidad con el doctor
de Green Grass, -y podemos aprovechar esa cercanía para ponerla al servicio de
la fiesta de la liturgia y la hermandad entre los pueblos-. Bendecida había
querido separar los acontecimientos, pero Julio la había contagiado con el tono
político con que él tomó la posible bandera del liderazgo. La señora Noble no
tenía, por ahora, pretensiones de poder en la comuna, pero sí quería dejar bien
en claro que; después de “San Daniel de los que buscan justicia” en la capilla
y en todo lo que se refiera a la misma, manda ella. Lucía, que escuchaba
atenta, se encogió de hombros, lo miró a Obdulio, firme, a los ojos y le dijo:
-y mi qué me importa-, y se cubrió con los brazos esperando la reprimenda de
Obdulio, que solo atinó a mover la cabeza con señales negativas.
-Propongo un cuarto intermedio
hasta que notifiquemos a mi primo Carlos, él, seguro estará de acuerdo y
rápidamente nos comunicaremos con las autoridades correspondiente a los efectos
de que le den celeridad a los documentos que hemos de celebrar en el escritorio
de la estancia para que el reconocimiento como pueblo esté pronto y seamos
considerados en el mapa, ¡salud! -. El entusiasmo de Julio Doménico por hacer
fondo blanco y tomar el mando en el poblado era evidente. Bendecida junto a la
mayoría se querían abocar a la celebración y veían que el primo de don Carlos
pretendía ir por otro camino.
-Quiere la manija, quiere-,
opinó Lucía aprovechando que Obdulio no estaba en el rincón. -Obdulio, atrás de
la planta no-, esta vez le grito estirando la “o”, cuando vio por el hueco de
la puerta abierta salir disparado al perro que descansaba a la sombra del
árbol, la pobre se despachó con una carcajada torpe, que sólo la celebró Julio
con el afán de demostrar simpatía a los efectos de lograr una adhesión futura.
Alcira Diamante, que se había
sumado a la rueda de emprendedores de la fiesta vio con buenos ojos que sin
desentenderse del acontecimiento por el que se habían reunido, no dejar de lado
los requisitos burocráticos, necesarios, para el reconocimiento del gobierno
provincial. -Y dejar de ser una aldea-, manifestó, palabras que retumbaron feas
en los oídos de los que tanto aman a Pozo del medio. -¿Quién la avisa a doña
Florinda?-, preguntó el Moro, demostrando su cintura para salir de posibles
discusiones que solo retrasan los temas importantes.
-No hay problema m’hijito,
cuando ella vuelva de la capital yo le aviso-. Julio quería dejar satisfechos a
todos.
-Yo mañana tengo una reunión
con el señor Carlos y le puedo ir adelantando algo de lo aquí conversado-,
prometió Alcira. Bendecida y el Moro intercambiaron un mensaje malicioso con
esas miradas ponzoñosas.
-Ya sé lo que están pensando
ustedes dos, señora Noble y señor Giménez-.
- Qué casualidad, cada vez que la vieja no está, ellos se reúnen en la
estancia- Lucía, con sus acostumbrados comentarios desubicados, sacó de quicios
otra vez a Obdulio que con un sopapo le hizo perder el vaso. Alcira Diamante le
pidió al Vasquito que saque a -“ese personaje”-, así se refirió a Lucía, -o yo
me voy y dejo de ser un enlace entre los organizadores y don Carlos-. Lucía que
ya estaba saliendo del lugar por voluntad de Obdulio, se dio vuelta y le
preguntó: ¿muy viejo está que le decis don? ¿Sigue regalando pulseras caras en
las reuniones?, Y con otro empujón apareció en el medio del patio.
-Listo, parece que tendríamos
que dejar por hoy-, Bendecida consideró que la cosa se podría ir de madres y le
bajó el martillo a la reunión. -Usted Julio abóquese a conseguir los papeles
que se necesitan para ser reconocidos como pueblo y nosotros seguimos con la
organización de las patronales, ya me voy a poner en contacto con el doctor
para ver como seguimos-.
Unos y otros se fueron
marchando cuando ya estaba oscureciendo. Bendecida juntaba el cuaderno de
apuntes, el librito de los rezos, la cartera y una mañanita que siempre la
lleva colgada del brazo, por si refresca.
-Señora Bendecida, no sé
cuáles serán los motivos de su visita al médico, no se le nota algún mal, todo
lo contrario, fíjese, pero en todo caso yo tendría el remedio para alguna de
sus nanas-, Julio, que se había parado para retirarse, volvió sobre sus pasos y
se sentó frente a Bendecida que lo miraba entendiendo a medias la indirecta del
caballero.
-Usted Julio cuando toma un
trago de más dice cualquier cosa, ya le ordené tareas, siga nomás-
-Solo dos copitas, y solo dos…
ayudan a abrir bien los ojos y no perderse momentos, objetos o personas que
normalmente por el trajinar diario a veces dejamos pasar. Dicen que un vaso de
vino es bueno para el corazón y me está pereciendo que es cierto, que lo abre
para que entren los mensajes saludables y acogedores del órgano homónimo que
late en el pecho al que hemos flechado.
A Bendecida no le habían caído
mal las palabras de Doménico y decidió seguir el juego, -Julio, Julio, ¿está
leyendo la revista Radiolandia?, sonriendo lo miró a los ojos, -no llegan
muchas de esas acá, ¿cómo las consigue?, esa revista es para las mujeres
Julio-, y volvió a sonreírle.
-Hay situaciones que por más
que nos parezcan adversas debemos encontrarle el lado positivo y yo ya se lo
encontré, le arranqué una sonrisa y a esa me la llevo, ¿me permite? Debe ser
muy placentero tener una sonrisa suya permanentemente-.
El Vasquito había encendido el
farol a kerosene, en esos días no andaba bien la luz eléctrica, que tenía un
tendido de cables provisorios a modo de prueba, conectada a una línea que los
comunicaba con los conductores de alta tensión y se cortaba seguido. Iba y
venía el Negrito desde adentro de la vivienda hasta la bacha dónde lavaba los
vasos, mientras acomodaba los secos para guardarlos observó que Bendecida les
prestaba mucho cuidado a las palabras en tono amable, moderado, y le llamó la
atención la cortesía de Julio, -algo está tramando el farabute este-, pensaba
mientras que con un trapo se secaba las manos y hacía lo propio con el
mostrador. El palabrerío dulce no era tan común en Julio, que siempre se hizo
notar por su soberbia, con modales altaneros, con pretensiones de estanciero,
pero sin estancia, él acostumbraba a contar las hectáreas del primo como
propias, hasta que más de cuatro lo paraban para que se dejara de macanear,
pero al discurso siempre lo tenía preparado por si agarraba a algún
desprevenido.
Con las cejas arqueadas, los
ojos chiquitos, redondos y abiertos en su mayor expresión, Bendecida atendía al
caballero, que cómo tal pretendía que la dama se interese en una conversación
que dejara abierta la posibilidad de profundizarla, y tal vez encaminarla hacia
una relación. Julio, aventurero, avezado en el arte del amor, cómo su primo, al
percibir esas cejas como arcos negros adornando el brillo de los farolitos que
alumbraban la cara de Bendecida se acomodó en las silla, sonriente, sintiéndose
un ganador, sacó del bolsillo de la chaqueta un atado de cigarrillos, largos
con filtro, novedosos para la época y el lugar, y convidó a la dama que más
sorprendida todavía se negó, -nunca fumé, no sé fumar, me da vergüenza hacerlo
adelante de la gente, qué van a decir de mí-, Bendecida, con sus cachetes ahora
coloreados y no por el maquillaje, aunque nunca había estado en una situación
así se dio cuenta de que la carne es débil y se arrebata tratando de descubrir más
allá de los riesgos y con los dedos en “V” se acomodó para sostener el
cigarrillo que marcaría un antes y después, una bisagra en su vida. A punto
estuvo de romper con la vieja regla paterna, aquella que maldecía a los vicios,
pero la memoria de sus ancestros y “San Daniel de los que buscan justicia” la
frenaron. A poco de estar sentada frente a ese hombre y tan cerca, un
cosquilleo le corría por la pierna. Cuanto más hablaba Julio más nerviosa se
sentía. Él, seductor de largas noches, jugaba entre el humo del cigarro y
golpeaba la mesa rítmicamente ensayando un valsecito, como al descuido lucía un
encendedor de oro que tenía las mismas iniciales, “JD”, que el anillo, del
mismo metal que le tapaba la tercera falange del dedo anular izquierdo, se
sentía el gato maula que jugaba con la indefensa presa. El cosquilleo se
agudizaba en la pierna de Belinda, en un momento paso a ser picazón, pero creyó
que era descortés agacharse para rascarse y dejar de atender a ese hombre que
seguía hablando, contándole de la nocturnidad y sus laberintos de los cuales se
sale, le aclaró, pero se tarda, -se tarda tanto como uno tarda en entender al
juego de la pasión, y eso se aprende recorriendo esa maraña de curvas, señora-.
-¿Serán las cosas que dice que
me hacen hervir la sangre? - Belinda se preguntaba tratando de encontrar
respuesta a tanta confusión, por un instante se vio atrapada por esa ensalada
de palabras, algunas desconocidas por ella, tiradas como con una picadora de
carne por la verborragia de Julio. A la segunda invitación la aceptó, el
Vasquito no se hizo esperar, una copa de vino tinto para cada uno, un platito
con maní y otro con unos cubos de queso, fueron el aderezo para la primera vez
que Bendecida estaba charlando con un hombre, aunque algunos años mayor que ella,
que le había provocado interés por escucharlo y la vez una picazón en la pierna
que cada vez más marcada la tenía en vilo, estaba entre preocupada y contenta,
preocupada por no saber cuánto le duraría la comezón en la pierna y contenta
porque le pasaban cosas, algo que nunca la había ocurrido, el fuego interior se
le había bajado primero a la pierna izquierda, pero después comenzó a
percatarse que a la derecha le pasaba lo mismo, pensó en pedir permiso para ir
al baño a rascarse, pero se contuvo ya que recordó haber escuchado que en estas
cuestiones la procesión va por dentro y hubiese sido de gusto arañarse las
pantorrillas, -me voy a rayar las piernas y esto debe pasar solo, no sé-,
pensaba sin poder controlar sus nervios. Julio, estirado cuan largo pudo, al
tocar con sus piernas las piernas de Bendecida sintió que temblaban demasiado y
se percató que su encanto verbal había llegado. Aquellos viejos truco que como
telas de arañas atraparon a tantas muñecas rendidas ante la dialéctica que le
brotaba de su inspiración nocturna daban resultado, él siempre ganó el corazón
de una mujer de noche, era como que el sol lo aplacaba, pero una vez que éste
desaparecía se consideraba invencible en cuestiones de polleras.
Julio ya había terminado con
su vino, Bendecida apenas probó del suyo, los nervios la anularon tanto que no
se dio cuenta que a la garganta reseca la podía haber aflojado con un sorbo.
Julio le preguntó si no iba a tomar más él lo consumía y volvió a ofrecerle con
su atado de largos con filtro, la tentación de la muchacha estuvo a punto de
ceder, pero la imagen de “San Daniel de los que buscan justicia” fue más
fuerte, por lo menos hasta ese momento, y agradeció esta vez sin dar
explicaciones, actitud que no fue bien valorada por Julio e hizo fondo blanco
con lo quedaba en el vaso de Bendecida. No le cayó bien que la mujer fuera tan
tajante en su negativa a aceptar un cigarrillo, la ira lo transformó al punto
de precipitársele una deformación facial, los músculos de la cara del hombre se
veían contraídos, los ojos más achinados y opacos, tal vez por la espesura de
la humarada o la ingesta de unas cuantas copitas de más ya no era el dulce que
habitaba esa silla un rato antes. Con el pucho pegado a la comisura izquierda,
Doménico pretendía seguir contándole, reboleando humo, de sus hazañas nocturnas
pero las palabras ya no le salían tan fluidas y el aliento se había tornado
denso y hediondo. La molestia de las piernas de Bendecida no aflojaba a pesar
de que el encanto de Julio había desaparecido, llegó a preguntarse: -¿tanto
me marcó esa primera hora del juego de
palabras hecho almíbar de este tipo, ahora en ruinas?- La memoria de Bendecida
la llamó a una reflexión, ese hombre vencido por el alcohol es el mismo que disparó
dos tiros en este lugar el día de la votación para elegir el nombre de la plaza
y disimuladamente giró la cabeza mirando a la puerta como buscando una salida,
cuando volvió a enfrentarlo Julio se había dormido sentado, bien tirado sobre
el respaldar de la silla, Bendecida todavía luchaba con el escozor en sus
piernas que se encontraban apretadas por las piernas de él, trató de sacar la
izquierda primero y un calor que le llegó hasta la garganta producido desde el
tendón de Aquiles hacía arriba la dejo poco menos que sin aire, con la derecha
fue un poco menos pero nada agradables. Las pantorrillas lucían como con un
gran sarpullidlo, algunas gotitas de sangre fluían desde la epidermis en la
zona de los gemelos de Bendecida, que curiosa como es, buscó sin saber qué por
debajo de la mesa sin despertar al candidato y se encontró con la triste
realidad por la cual primero sintió cosquillas y después ardor. No fue Cupido.
Julio usaba polainas tejidas con lana hilada, de oveja, y fue con ellas que al
friccionar contra sus piernas le produjeron esas sensaciones que en un momento
la hicieron pensar que una puertita se le estaba abriendo para deshacerse de su
soltería. Tomó sus cosas y salió para su casa, ya estaban iluminadas las calles
de Pozo del medio, no era tan tarde y tampoco alguien esperaba por ella.
Julio se despertó cuando
Bendecida pegó el portazo, lo llamó al Vasquito para pagarle mientras trataba
de acomodarse el pelo que dormido rascándose la cabeza lo había puesto
desprolijo, se puso el sombrero mientras se levantaba. -Che Vasquito, salió
apurada la fulana, se olvidó la mañanita, las mujeres que están un rato conmigo
nunca tienen frio-, y con risa burlona inundó el lugar con un vaho a quesos
vencido que le salió con el aliento. –Al final de cuentas yo lo que quería era
una adhesión más para cuando me postule para alcalde-. Salió despacio,
caminando con las patas abiertas, clásica postura por haber superado
ampliamente el límite de las dos copitas y como pudo se subió al caballo que
acostumbrado lo llevó rumbo a la querencia. Y otra noche consumió a otro día
sin que avanzaran los preparativos en la organización de las fiestas
patronales.
Primitiva Jiménez, a la mañana
siguiente, bien temprano fue hasta lo de Koski en busca de la yerba que días
pasados había dejado cuando salió apurada por motivos personales y no pudo
menos que abrir el juego con Jacobo, -¿vos sabes algo de la fiesta que están
por armar? A mí la Bendecida esa no me cuadra, es autoritaria, se cree que se
las sabe a todas y le erra como desde acá a la China-.
-Yo no sé nada, por este lugar
no aparecieron más, el Chato no me quiere porqué le soplé la dama y se los
llevó a todos a lo del Vasquito. Le voy a decir a Belinda que se haga una
pasada como para saludarlo al Negrito, a ver si se entera de algo-.
El viento veraniego que
levantaba conos de arena era aprovechado por algunas madres para mandar adormir
a esos caprichosos niños de pocos años diciéndole que Satanás estaba en el
remolino y si no dormían la siesta se los llevaba, que “San Daniel de los que
buscan justicia no los iba a proteger, y el silencio se apoderaba del poblado.
Todo era quietud hasta que una pelea de perros callejeros rompía con el reposo
que cortaba el día en Pozo del medio. De a poco iban asomando para seguir
descansando un rato más a la sombra de unos paraísos o algunos otros árboles,
que nacían en las veredas y ayudaban con el follaje.
Poco antes del crepúsculo los
parroquianos se arrimaban al bar del Vasquito, a los que se sumaban algunas
mujeres interesadas en el desarrollo organizativo del evento mayor que haya acontecido
en Pozo del medio, una de las que pasó de casualidad, dijo, fue Belinda, que
como siempre saludó amablemente sin saltearse a ninguno, dejó para lo último al
Chato y al Vasquito, con éste tenía un recuerdo de aquellas andadas de
juventud, pero con Octavio, nunca más le dijo Chato desde que sabe su nombre,
una inquietud le daba vueltas por la cabeza, no estuvo muy segura del paso que
dio cuándo decidió quedarse con Jacobo, no le fue fácil optar por el
almacenero, no estaba desconforme, pero sentía que le faltaba descubrir que
cosas pasaban en ese cuerpo, que si bien no era atlético, se lo veía forzudo e
inexplorado según dejaba traslucir cuando el muchacho hablaba.
Alcira, según contó, que hace
apenas unas horas estuvo reunida con don Carlos y trajo como novedad un total
apoyo para tramitar todo lo que fuera necesario para que Pozo del medio tenga
rango de pueblo. Que él en persona, se encargaría de los detalles para lo cual
convocaría a unos contactos partidarios, ya que le debían desde la parroquia
central un par de gauchadas, por haber tenido cobijados en la estancia a
algunos camaradas por un tiempo cuándo la justicia los reclamaba por tener que
ver con unos aprietes pre electorales. –Alcira, comentale a esa gente que no
cuenten con Julio, ese dice ser primo mío, pero no somos nada, un borrachín de
cuarta con pretensiones de abolengo, no responde a nuestra estirpe, no es un
Iriarte-. La señora Diamante comentó textualmente el mensaje del mandamás, con
tono de vocera del patrón. Agregó también, que le dejó en claro que al regreso
de doña Florinda le informaría sobre la planificación del encuentro con los
vecinos de Green Grass a raíz de los festejos en honor a “San Daniel de los
buscan justicia”. Bendecida le agradeció a Alcira mientras pensaba que las
palabras de don Carlos sobre Julio, no hacían otra cosa que corroborar lo que
ella misma había vivido y sufrido la noche anterior.
Como siempre, Belinda no había
pasado desapercibida, Alcira la miró una vez y con desprecio, pero disfrutando,
porque ella aún sigue gozando de su amistad con Carlos, el estanciero, mientras
Belinda con un zarpazo de última encontró cobijo en el almacenero. Octavio
tenía otra mirada, los modos, la cintura y el escote le hacían florecer aquella
idea, aquellas palabras dulces que una vez preparó debía recitárselas si fuera
posible al oído. Apoyado en el mostrador no le sacaba la vista a quién en ese
momento era la mujer anhelada y estaba decidido a confesárselo, solo esperaba
la ocasión o tal vez una ocurrencia que a ella le llamara la atención y le
sirviera de disparador para el inicio del diálogo. En eso estaba cuándo el
Vasquito lo sorprendió tocándole el hombro y por lo bajo le dijo: -che, se
mantiene la veterana, un día de estos la voy a invitar para que venga a la
siesta a recordar los tiempos de cuando ella era joven y yo tenía la cara llena
de granitos, después se me curaron-. El Chato tenía todo en la cabeza, palabras
por palabras, pero con un golpecito en el hombro el Negrito se las desacomodó.
-Hola Octavio, qué tal Daniel-,
al Vasquito nadie lo llamaba por su nombre, así que la mayoría se dio vuelta un
tanto sorprendida. Belinda caminó entre las pocas mesas zigzagueando, con el
bamboleo de caderas como si caminara por una pasarela, provocando que un hilo
brilloso descendiera, como una leve catarata, por la comisura del Chato que
sentía calor en la cara, como con un estado de excitación, casi al punto de la
deshidratación. Con la garganta oprimida y la mente nublada no supo que decir
cuando el aroma a Polyana 555, lo envolvió. Belinda sin dejar pasar un minuto
manejó la situación y los nervios de Octavio. -Tranquilo, tranquilo, tenemos
tiempo, te dije que nos íbamos a ver seguido, ¿te acordas?, bueno, ya ves, aquí
estamos frente a frente como dos buenos amigos que hace rato no se ven,
-¿conoces ese tango?, quizás no, eso se escucha en la ciudad, acá van por otra
música-.
-¿Queres tomar algo Belinda?-,
los interrumpió el Vasquito.
El Chato lo miró serio. –No
Daniel, gracias. O sí, si me invita Octavio si- y le sonrió a éste.
Octavio, a pesar de sentirse
maniatado por los nervios, recordó aquella vieja historia de cuando al Vizcacha
lo egresaron anticipadamente de la escuela por haber invitado a la maestra a
comer una manzana en su casa con intenciones de saborearla juntos, aptitud no
correspondiente entre un alumno y la señorita según el estatuto. Con la ayuda
de la memoria y rompiendo las ligaduras del cepo que lo anulaba invitó a
Belinda a tomar un anís y a comer una manzana en su casa, que quedaba a la
vuelta de la capilla. La señora de la capellina, ese día sin ella, acepto la
invitación pidiéndole a él que saliera primero, que ella iría un rato más
tarde, Octavio, en esas circunstancias era Octavio, obedeció y fue preparando
la cancha, ese día jugaba de local.
Belinda cortó unas flores del
jardín del Vasquito, -las flores robadas, aunque sean para un santo, tienen
mejor perfume-, pensó. Salió caminando para la casa de “San Daniel de los que
buscan justicia”, levantó el ramo mostrándoselo a Jacobo que desde la otra
cuadra observaba todos movimientos y con la otra mano le hizo señas que estaba
yendo para la capilla, cosa que dejó más tranquilo al almacenero que con su
paciencia siguió barriendo, esta vez adentro del local. La imagen del santo la
miraba con el ceño fruncido, ella no estaba muy acostumbrada a verlo, nunca iba
a ese lugar, no sabía de las señas particulares en las que el artista había
hecho hincapié y pensó que el patrono le había adivinado las intenciones, pero
también estaba segura de que no se lo contaría a nadie, dejó las flores y salió
por una puertita trasera desde la que se veía la casa del Chato, giró, le echó
la última mirada al santo y con el dedo índice sobre sus labios le rogó que
hiciera silencio, juntó las manos en señal de perdón y cruzó el baldío para
llegar corriendo al encuentro con Octavio, que más apurado que ella le abrió la
puerta que se cerró rápidamente para que se descubrieran ambos. Belinda y todo
su bagaje encendieron es volcán encerrado en el pecho del Chato para que
entrara en erupción y ella bañarse en la lava del amor que Octavio tenía
contenida.
El reloj corrió al ritmo del
corazón y la hora se voló como siempre se vuela en ese tipo de encuentros, el
anís quedó para la próxima vez, Belinda tenía que volver con Jacobo, su
prometido. El Chato necesitaba encontrarse con el Moro, debía contarle de su
dicha, porque el amigo tenía que enterarse y él no podía guardar toda esa
felicidad que le brotaba por los poros. La señora de Koski volvió a cruzar el
terreno, se adentró en la capilla por la puerta de atrás, miró al santo y lo
notó más sonriente, casi con cara de compinche, ella le prometió llevarle
flores más seguido por su complicidad, se inclinó a modo de saludo, con media
vuelta se encaminó hacia la salida y la puerta principal le dio paso a una
mujer feliz.
Bendecida que pasaba por ahí,
no por casualidad, sino que todas las tardecitas cerraba la capilla, la vio
salir a Belinda y no pudo menos que asombrase, mucho más cuando observó las
flores recién cortadas al pie de “San Daniel de los que buscan justicia”, sacó
de la cartera el librito de los rezos y le agradeció al santo por haber traído
a su casa a una nueva feligresa, a la que pensó pedirle, aprovechando su
parentesco con don Carlos, le recordara, a éste, sobre la posibilidad de construir
una ermita del santo patrono a la entrada del pueblo.
La fecha del aniversario se
acercaba, por lo cual Bendecida y el Moro decidieron convocar a los
comprometidos con la planificación del encuentro. El Vizcacha se encargó de
avisarle a Juanito cuando fue a la estancia y éste pasó el mensaje a doña
Florinda que ya había regresado de la ciudad. Don Carlos iría en el auto hasta
Green Grass a traer al doctor para que con su experiencia ordenara los
preparativos del evento.
Le reunión fue preparada para
el domingo y sé celebraría en el bar “El cardo negro”. Un cordero y varias
damajuanas esperaban a los comensales. El Micaelo Gorrindo, Cachito y Luisa,
fueron los encargados del asador. El Chato esperaba encontrarse con el Moro,
tenía que contarle lo vivido con Belinda, tres días lo buscó y Giménez no
apareció por el pueblo. Bendecida el sábado fue a cerrar la capilla un rato
antes y aprovechó ese tiempo para pedirle a “San Daniel de los que buscan
justicia”, que hiciera lo posible para que todo salga bien, para no entorpecer
la relación con la gente de Green Grass y juntos pudieran hacer la fiesta
deseada.
Ese domingo “El cardo negro”
abrió sus puertas más temprano, para cuando los gallos comenzaron a cantar en
Pozo del medio el Vasquito ya tenía la vereda regada. Las lenguas de fuego,
provocado por el equipo de asadores, asomaban por sobre el techo del edificio.
El Chato Cabrera llegó primero esperando a su amigo, ansioso por narrar la
nueva historia, -una vez tenía que ser-, se decía a sí mismo. El negrito lo
escucho hablar solo y prestó atención por si repetía algo porque no llegó a
entenderlo, pero el Chato no repitió nada más y solo se frotaba las manos, así
que dejó de prestarle atención. El Moro Giménez y Bendecida, puntuales,
llegaron a la hora convenida. Octavio agarró del brazo al Moro arrastrándolo
para el patio, mientras le explicaba que algo maravilloso le había ocurrido,
-majestuoso- llegó a decirle en tanto lo empujaba hacia afuera. Al equipo de
asadores le llamó la atención la manera con la que Cabrera lo agarraba, más
allá de que siempre andaban juntos. Luisa le pregunto por lo bajo a Cachito si
no serían pareja, cosa que éste negó rotundamente. El relato apurado para
contarle todo a la vez hizo que una llovizna expulsada, en forma de rocío, desde
la cavidad bucal del Chato humedeciera el rostro del pobre Giménez, que estaba
feliz por lo que escuchaba, pero incomodo con la cara mojada. El Vasquito,
Bendecida y otros más no ocultaron su asombro de verlos abrazados en el patio.
–Amigos, amigos, estos andan siempre juntos y los besos, ¿serán amigovios? -,
comentó Lucía que se había alejado de Obdulio.
Una volanta reluciente con
filetes dorados atracó al palenque, de la misma bajó Juanito y como corresponde
se apresuró hasta el otro estribo, dándole una mano a la dama la ayudó para que
esta descendiera sin problemas. Dolores Tala se tomó del brazo de su compañero
y ambos entraron saludando, dirigiéndose a la mesa dónde estaba Bendecida que
lo primero que hizo fue llamar al Moro que no había advertido la presencia de
Dolores. La pareja se sentó y quedaron muy juntos. Dolores tomó la palabra
anunciándole a Bendecida que doña Florinda no estaba de acuerdo con que la
celebración por el aniversario de la llegada a Pozo del medio de “San Daniel de
los que buscan justicia” sea compartido con gente de otro pueblo, que nada
tenían que ver con dicha fiesta parroquial. Bendecida abrió todo lo que pudo
sos ojos chiquitos, la sorpresa fue mayor, quería preguntar si hubo otro motivo
por el cual la señora pensaba así pero no le salían las palabras, el librito de
los rezos se cayó al suelo y quedó ahí sin que la señora Noble se diera cuenta.
El Moro se precipitó sobre la mesa empujando a Juanito que casi se cae de la
silla y pretendió agarrar la mano de Dolores sin resultado positivo porque ésta
contrajo el brazo dejando al muchacho con un ademán en el aire, -¿podemos
hablar Dolores?, preguntó el Moro por sobre el hombro de Juanito, a lo que éste
respondió: -está conmigo-, y sin más palabras le aplicó un codazo en la nuez haciendo
que el forzudo Giménez trastabillara, éste, envalentonado por semejante
provocación con la pata de una silla le abrió un tajo en la cabeza que al
instante baño de sangre a Juanito y una neblina le puso un manto oscuro a los
ojos del hijo del encargado que se desplomó junto a los pies de la incrédula
Dolores, ella, empalideciendo primero lo miró al Moro sin poder creer lo
sucedido. Un silencio atroz ganó el recinto, Juanito yacía estirado en el piso.
Bendecida rezaba, nadie sabía si imploraba para qué despertara del desmayo o lo
estaba despidiendo. El Moro con cara de arrepentido se inclinó con la intención
de levantarlo, pero en el mismo movimiento Dolores, haciéndole la grulla, le
asestó un rodillazo en la pera que noqueó al indefenso Giménez. El Chato y
Belinda, que había llegado un instante antes, se inclinaron con intención de
auxiliar al Moro, Obdulio sin tener en claro quién tenía razón pegó tres
empujones sólo porque le gustan las peleas. -Y se armó la discusión por culpa
de una pollera- cantaba Lucía mientras se empinaba el vaso que había dejado
Obdulio. Gritos y llantos se escuchaban desde la vereda.
El Playmon negro de Juan
Cantero, que ya había recorrido las calles de Pozo del medio paseando a
Primitiva Jiménez, dejó oír su ronroneo estacionando frente a la puerta, Juan
se había comprometido con don Carlos a traer al Dr. Matta desde Green Grass
para que colabore con su experiencia y así decidir y programar los festejos.
Matta y Cantero no pudieron ocultar su asombro al ver semejante desorden, dos
hombres en el piso, el galeno fue en busca del botiquín rogando que solo fueran
desmayos, pidiéndole a un tercer habitante del Playmon que le alcanzara la
maleta de cuero negro con cierre de broches dorados y con una pequeña crucecita
verde en un costado. Obdulio estaba ya más tranquilo, el Chato, que también
anduvo por el suelo debido al guaso empujón, nunca supo de quién, se sacudía la
ropa para sacarse el polvo. Dolores en otro rincón temblaba de miedo, llorando
la supuesta muerte de Juanito y suponiendo que la reacción del Moro cuando
despertara sería con más agresiones, ahora hacia su persona. Bendecida seguía
rezando para que todo se solucionara pronto y poder hablar con Matta sobre el
motivo que lo había traído hasta el “Cardo negro”.
Obdulio y el Chato, con un
esfuerzo mayor, levantaron al Moro y lo sentaron en una de las sillas que había
quedado entera, quedándose uno de cada lado para sostenerlo, el Vasquito trajo
agua fresca del aljibe por si el Dr. consideraba necesario para unos paños fríos.
El facultativo se abocó a la noble tarea para la cual se había preparado
dedicándole atención a Juanito ya que el Moro respiraba, las fosas nasales
advertían vida con sus característicos movimientos flameantes. Matta lo tomó a
Juanito de la muñeca izquierda apoyándole el pulgar sobre dos venitas
insignificantes y con un decir que sí con la cabeza confirmó que tenía pulso,
que solo fue un desmayo y que el tajo en la cabeza fue solo un raspón, -la pata
de la silla no ha dado de pleno, sino que resbaló por el cuero cabelludo, sin
incidir en la zona ósea, debido a la abundancia de gomina-. Solo recomendó que:
- cuando despierte, adviértanle de la humedad entre las piernas, esa emanación
de prolongados gases gástrico, ácidos, producto del flujo evacuado debido a la
incontinencia por la relajación de los esfínteres, atribuida ésta al pavor por
las patas de las sillas que vuelan, públicamente lo muestra desfavorecido-.
-¡Se cagó!, el hijo del
encargado se cagó- gritó Lucía sin poder detener la carcajada.
El hombre que acompañaba en el
automóvil a Cantero y al Dr. era de baja estatura, ojos chiquitos, más bien
oblicuos, pelo negro corto, el color de la piel de difícil definición y las
ojeras con sombra verde militar, hablaba solo con Juan y al oído, algunas pocas
señas y nada más. Mientras se llevaban al Moro al patio para que tomara aire.
El Vizcacha, haciendo gala de su poderío, se cargó al hombro a Juanito
sentándolo en la volanta y que Dolores se lo llevara antes de que Giménez
despertara. Bendecida llamó a un rincón apartado a Matta, quería pedirle
disculpas por lo acontecido y comenzar de una vez por todas a organizar los
festejos.
El Dr. le puso una mano en la
espalda y con gesto sutil la invito para ir a charlar a la vereda. A Bendecida
se le cruzaron muchas cosas, esa mano sobre su omóplato le hizo pensar que ese
hombre al que ella tanto admiraba por sus conocimientos médicos tenía otras
cosas para decirle que nada tenían que ver con un evento popular, supuso que el
Dr. con su dialéctica llenaría ese vacío que la acompañaba desde hacía
tantísimo tiempo, que a su soledad le quedaría poco tiempo, que la capilla le
abriría su puerta y que “San Daniel de los que buscan justicia” bendeciría esa
unión.
-Vea señora Bendecida-.
-Señorita-, le aclaró ella.
-Debo comentarle que
hablaremos de otras cosas, y no de lo que teníamos pensado, todo será un volver
a empezar-, casi murmurando y poniéndole la otra mano en el hombro izquierdo,
mientras Bendecida apoyaba lentamente su espalda en el olmo gigante, en tanto
un sudor tibio le comenzaba a fluir por los poros, imaginando que un vestido
blanco la estaba esperando para entrar del brazo del médico e hincarse a los
pies de “San Daniel de los que buscan justicia” y un par de anillos sellarían
el compromiso.
-Le cuento Bendecida-, comenzó
el Dr.-, un orfebre chino, con sos manos callosas, realizó la escultura del
“Monje del arroz” a pedido de un con nacional, que vive en esta tierra, dado
que este último se comprometió a entregar en carácter de pago de una apuesta
perdida en una carrera de galgos chinos, qué se corrió en el último aniversario
de Green Grass, los galgos chinos son más ligeros que los galgos rusos-, le
aclaró, para continuar con: -y por no cumplir con la entrega del mismo, un
comando lo está buscando para cobrarse la cuenta de cualquier manera. Ese
hombre que viajó con nosotros, es representante del deudor y está buscando la
escultura, debido a seguimientos, ellos tienen muchos aparatos capaces de
descubrir hasta lo imposible, le decía que por su capacidad para encontrar
objetos en el mundo han descubierto que el jefe de la estación de Green Grass
equivocó el paquete que vino de oriente. El santo que venía para acá se
extravió, y por error le entregó a usted el monje de yeso que como le cuento
tenía otro destino y ese señor quiere hacerse hoy de la estatua del “Monje del
arroz”, de no ser posible vendría con el grupo comando que entrena cerca del
parque japonés a destruir todo que se le oponga, porque dice, en chino lo dice,
que a las deudas hay que honrarlas.
La desazón invadió a
Bendecida, un hilo helado le corrió por la médula, con lo que le quedaba de voz
le preguntó al Dr., - ¿qué hago ahora? Nos quedamos sin patrono, la yegua de
Primitiva gozará por este momento, ¿a quién voy rezarle ahora? Yo pensé que
usted quería hablar conmigo de otra cosa Sr. Matta, ¿cómo se atrevió a ponerme
una mano encima por esto? ¿No le parece un exceso de confianza? El Dr.,
pretendía remediar con la promesa de seguir hablando en otra oportunidad. El
chino salió del local casi colgado a la oreja de Cantero y en voz baja algo le
decía. Juan que oficiaba de intérprete, nadie sabía si traducía correctamente,
le pidió a Bendecida ir hasta la capilla a retirar el monje, que los tiempos se
acortaban, que el comando rastrero, así los llamaban, estaba cerca de allí
dispuestos a intervenir. Matta le indicó con un gesto a la encargada de los
rezos que obedeciera por qué; - los del comando no tienen límites-. Ya todos
los presentes estaban enterados dado que Bendecida había levantado lo voz.
Alcira Diamante también estaba confundida, - ¿qué habré visto cuando entendí
que en el envoltorio algo de Daniel decía? -, se preguntó también en voz alta.
El chino, que no se separaba de Juan Cantero, volvió a hablarle al oído, -dice
que “comandante Daniel” es el nombre de combate del dueño de la estatua, que el
nombre de pila no se le conoce, esta gente vive camuflada-, le explicó el
improvisado traductor. Después de otro acercamiento del asiático a la oreja de
Juan, éste mirando a Alcira le tradujo: ¿Cuál es su nombre? También está
interesado en usted. Alcira pensó un instante, pero después recordó las
reuniones con Carlos y se alejó sin responder.
Bendecida y Matta encabezaron
la fila hacia el lugar del monje, ya no era más el patrono, la mesa con el
mantel blanco vacía daba una imagen de orfandad que congelaba los huesos, los
habitantes de Pozo del medio no tendrían a quien pedirle por un milagro, aunque
éste no había hecho ninguno y a partir de ese momento se explicaban el porqué
de tanta negligencia, si era un impostor. Solo les quedaba el cuadro pintado
por el artista Noble, pero no era ni parecido, aunque se llamaban igual.
El monje pagó la deuda, o al
menos iba en camino. Primitiva Jiménez, que había subido al Playmon como
habitualmente lo hacía, sacando la estatuilla por la ventanilla le gritaba a
Bendecida, -qué te dije, éste no era-, y despacio, sin levantar más polvareda,
salieron los cuatro en el auto negro rumbo a Green Grass.
Otra vez el silencio en Pozo
del medio retumbaba en la loma alta, esa vez parecía más profundo, todos
estaban en una gran depresión. El fuego del asado sé fue apagando lentamente.
El propietario del bar tomó la palabra. -“El cardo negro” ha sido testigo de
otro acontecimiento histórico, en este lugar ha ocurrido el hecho, como una
fruta saturada de maduración se han caído todas las ilusiones. –En ese lugar-
decía el Vasquito apuntando con el dedo, -ahí mismo se desparramaron todas las
esperanzas. Yo vi caer a un grande, nocaut por un rodillazo-. Los pocos que
quedaban esperaban que el Negrito se refiriera al santo que ya no estaba, pero
también sabían que el Vasquito suele sorprenderlos con salidas ilógicas.
-Que loca que está la gente-
se le escucho decir a Lucía Almirón, mientras el Vasquito, para que no siguiera
aumentando la hinchazón, le ponía rodajas de papas en la pera morada al Moro,
que no podía mantener la vertical. El Chato y Belinda no ocultaban lo suyo,
Belinda ya no tenía la coartada de ir el templo por unas oraciones, pero quería
nuevas experiencias y Octavio le ofrecía la savia fresca y Jacobo solo polenta.
El Micaelo Gorrindo, el Vizcacha, el Mulato Capdevila, Cachito y Luisa, acompañaron
a Bendecida, que no podía con su desazón, hasta su casa. -Vos veni conmigo que
sos mi santo. Viste, el hijo del encargado se fue con la Dolores al final- le
dijo Lucía a Obdulio.
La lluvia disimuló las
lágrimas de algunos y comenzó a caer en el poblado, otros salieron corriendo
para mojarse menos, nunca ocurre eso de llegar a la casa menos mojado, pero la
gente corre igual. El Moro se quedó con el Vasquito para que le pusiera paños
fríos y todos se acordaron del forastero, del caballo zaino y de las copas
rotas.
La noche de Pozo del medio
quedó a oscuras, y todos le echaron la culpa al chubasco, que no era un gran
chaparrón, pero con una llovizna alcanzó para apagar a las tan pocas luces.
FIN.