Funciones de terceros

viernes, 17 de febrero de 2023

Las calles

 

 El sabía que los nombres delas calles habían sido un gran debate histórico en el país. Se lo ponía un nombre a una calle, de alguna persona que había hecho algo, y ya saltaba el debate sobre la disposición moral del personaje, y una contrapropuesta mas justa. Rara vez los nombres se cambiaban. A veces se tapaban, a veces las personas las denominaban diferente, a veces se ignoraban. Eran mas fácil que las calles cambiaran el apellido, con las modificaciones que le veía hacer a la ciudad, que se agrandaba, se transformaba. A veces pasaban a ser avenidas, a veces bulevar, por ahí volvían a ser calles. Si les aparecia algo eran cortada. Si no las consideraban muy importantes se volvían pasaje. Y si ya había mucha gente que caminaba en la ciudad y querían que no hubiera mucho transito, probaban con peatonal. Pero los nombres de las calles por nombres mas justos jamás se cambiaban

Pero esa mañana cuando se levanto e hizo su caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de nombres de las calles vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos, debatidos, nombrados. Se paro en medio de la plaza principal, una plaza de arboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la ciudad le decían. Miro hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que había tenido un nombre y una identidad sin nombre. Casi todos de hombres que para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban importante para el país ¿Adonde habían ido los nombres? Se pregunto ¿El seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de orientación? Para el no era un problema ese, porque el no se orientaba por los nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado, plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De hecho pensaba que quizás, culpojeno que era, los nombres de las calles obedecían a su conocimiento, y aquellos que el no conocía, eran los que habían cambiado.

Se fue a dormir con una sensación de culpa y de ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como era ya había empezado a pensar como iba a hacer para vivir en una ciudad sin nombre

Cuando se despertó al otro día, y salió casi con miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acerco a mirar como con miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a todos lados” La primer calle tenia nombre de gato, del gato de una vecina cualquiera. Esto iba mas allá de lo que habían buscado los revolucionarios mas avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzo se llamaba “Calle El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina” Pero mira vos, se dijo, al tito Marfati lo conocía, había muerto el año pasado, pero que buen hombre que era. Enseguida empezaron sus especulaciones y fantasías. Si al Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quien podía ser, uno si quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo “Calle el Cucha Saavedra, el cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos” Eso lo confundió un poco también conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a todos a mal traer. Sin pensar que el cucha era difícil, también le ponían nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo desoriento un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de necesitar modus operandis generales, para sentirse cómodo. Mientras llegaba a la próxima cuadra caminando por la Cucha Savedra, se puso a pensar que quizás le estaba poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban. Bueno eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llego, la de la esquina, una calle cortita de seis cuadras se llamo “Calle Mirta Marfeti, le gustan las tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y esta tranquila si todas las tardecitas habla un ratito por teléfono con sus amigas” Eso lo despisto totalmente, la cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…” Y a la Mirta Mafei el la conocía, de hecho estaba viniendo caminando de frente por, vaya uno a saber que calle. Ella con una sonrisa picara lo cruzo, lo saludo, y tomo por su calle, pero no dijo nada. Entonces pensó, le ponían los nombres de las calles por los nombres de los vecinos aun vivos. Mas que enojarlo lo puso contento, cuantas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asusto, su propia calle, esperaba que no estuviera, el era tímido, no quería de ninguna manera encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además que característica iban a destacar de el, si ni el mismo se conocía lo que le gustaba. Pero la calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban varios lo dejo mudo. Cuando llego a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris bonita que esta en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa” Se acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces. Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.

Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzo el pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso” Que el cree haber visto mas de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame, los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar” Se alegro que el pepe también tuviera una calle, el conocía al pepe Ferrone. Y llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos” Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida que se hacia ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba tuviera una calle

Se fue a dormir contento de haber encontrado una lógica, se le ponía calle a todo, porque mas que liberar un país o descubrir una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro dia al salir a caminar iba a poder caminar en la lógica mas que en la incertidumbre, conocía los nombres de las calles.

Cuando llego al otro día a la primer calle, la de la esquina, la calle de la pulga del  Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos” vino la primera sorpresa, cuando la calle esa ya no se llamaba así sino que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que nos ha sacado la hinchazón a mas de uno” Los nombres de las calles habían cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo todos nombres distintos a distintas, cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico, las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el marianito, que siempre nos alcanzaba la pelota. Sorprendiéndose y también tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban. Aunque todas las consideraciones eran positivas, el mismo era negativo. En el camino fue pensando como se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía igual. Su sorpresa mayor fue cuando llego a la placita de su infancia, la del campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ese y todos los campitos de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugo de relleno acá con los equipos que le faltaban jugadores y como entrego en cada partido. Buen pie, buen compañero” Un nombre un poco largo para un campito pero eso no le impidieron las lagrimas, Jorge Pérez era el, el que tantas veces había ido de relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Si, pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosas en la ciudad, estaba bastante bien. A las cosas por su nombre se fue diciendo, y se fue a dormir tranquilo esa noche

 

POZO DEL MEDIO. Un pueblo como la gente (Novela de Omar Arruiz)

 

SANTO PATRONO

 

Pozo del medio es un poblado que está ubicado, mirando al oeste, detrás de una gran loma, destacada y muy nombrada por los parroquianos de la zona. Un accidente geográfico que es como un mojón natural, un hito que rompe con la planicie. La gente del lugar se ubica diciendo: pasando la loma, una legua más o menos, yendo para el poniente, por ejemplo, cuando se refieren a ella la llaman la loma alta. Justo pasando la lomada, ahí, a alguien se le ocurrió hacer una iglesia y alrededor de la misma algunos puesteros fueron levantando sus ranchos. Un campesino dueño de una estancia, Don Carlos Iriarte, muchas hectáreas galopeadas tuvo otro Iriarte, de esas estancias logradas a lomo de caballo, que dónde éste se cansaba clavaban una estaca y decían hasta acá es mío y en un rincón del campo, Carlos, puso primero una cruz junto a un galponcito de chapas y se prometió conseguir un santo para que proteja la zona y tener más o menos cerca un lugar de confesión, que en más de una ocasión era muy necesaria. El 18 de febrero de 1954, trajeron una imagen de un santo, dicen que la mandaron de otro país, de Italia creían muchos. En el galponcito de chapas y sobre una mesa, acondicionada para el momento, vestida con un mantel blanco que había donado doña Florinda Flores, la esposa de don Carlos, dejaron a la imagen rodeada de flores que las mujeres de la peonada habían traído, prometiéndole después de unos cuántos rezos hacerle una capilla. No tardó el rico en mandar a unos cinco o seis hábiles en el adobe y levantaron rápidamente las cuatro paredes con techo, de paja, a dos aguas.

La imagen que mandaron de Italia, supuestamente, la que gozaba de una capilla de adobe con una cruz en la cumbrera, había venido en un embalaje perfecto, muchos metros de cartón corrugado protegieron al santo. El primer gran problema lo tuvo quien recibió el paquete. Una de las damas que más cantidad de rezos sabía, la señora Bendecida Noble fue quien se encargó de ir a buscarlo, en sulky, a la estación del ferrocarril del pueblo vecino de Green Grass, que se situaba detrás de la gran loma, pero en dirección al norte. Desde el origen del despacho de la encomienda, hasta el destino de la misma, estaba todo escrito en otro idioma. Muchos fueron los consultados, algunos más leídos y otros no tanto, pero ninguno supo deletrear nada de lo que decía el largo membrete, muchos palitos y rayitas. A uno de los más curiosos, el Chato Cabrera, le llamó la atención que al pie del paquete había dibujado un rectángulo rojo con una estrella amarilla en una esquina circundada por cuatro más pequeñas, lo señaló, pero nadie le dio bolilla. -Estos italianos manotearon cualquier papel para el envoltorio, vieron como son de arrebatados los tanos-, dijo el Moro Giménez, como único aporte. Una amiga de don Carlos, Alcira Diamante, que lo visitaba al señor cuando la señora viajaba a la ciudad, se animó a decir que le parecía que algo de Daniel leyó. Con mucho cuidado fueron descubriendo a la pequeña escultura, que con casa propia sólo restaba saber quién era el santo, que se identificara, pedían algunos.

Inauguraron el templo con una vaquillona con cuero, para todos los fieles presentes, donada por doña Florinda y don Carlos. Después de la comilona, la de los rezos, doña Bendecida Noble tomó la palabra y se encomendó al altísimo para que recibiera con beneplácito a la nueva parroquia y con un poco de agua que tenía en un tubito roció a las paredes y a la imagen, nombrándolo oficialmente a “San Daniel de los que buscan justicia”, patrono de la comarca. La rezadora oficial hizo hincapié en el nombre de Daniel que la amiga de don Carlos mencionó en su momento, porque recordó que en alguna lectura había visto, no lo tenía muy claro en qué siglo A.C., a un tal Daniel, bastante parecido a éste, de gesto adusto, que había sido sacrificado, por pretender hacer justicia con mano propia contra los abusadores de poder y tiempo más tarde otros que defendieron su causa lo santificaron. Primitiva Jiménez, ex concubina de uno de los peones de la estancia, no estuvo de acuerdo con que el santo se llamara Daniel.

-Si hubiera venido de España podría ser, pero éste, dicen que vino de Italia, italiano es, Giorgio o algo así debería llamarse, y les digo algo, más allá del ceño fruncido, tiene cara de mujer, para mí; es la patrona de Sicilia, Santa Rosalía.

-No señora- la increpó Bendecida, -Daniel es de origen hebreo, no español, y significa justicia de Dios.

Lucía Almirón, que no tenía ni idea para que estaba ahí, largó la carcajada, esas carcajadas cargadas de desconocimientos, bruta y desmedida, así fue la carcajada, -el santo tiene cara de santa, el patrón se parece a la patrona, viene de lejos esa costumbre-, aulló. Nadie le celebró el chiste, por inapropiado y fuera de lugar. El Obdulio la miró fijo y poniéndose el índice derecho en la sien lo rotaba de un lado para el otro. Mientras tanto en la mayoría quedó la duda, movían las cabezas con incertidumbre, algunos tomándose la pera. La discusión no fue menor cuando se trató el tema de la vestimenta. El escultor no reparó en todos los detalles y eso hizo qué solo los rasgos faciales, no tenía otro indicio, determinaran si lo vestían de santo o de santa. Cierto fue qué para la ceremonia de presentación, algunos le llevaron ramos de color rosa y los adherentes a San Daniel, unas pocas flores celestes cortadas en el campo, que consiguieron con mucha dificultad. La mayoría de la gente se volcó por “San Daniel de los que buscan justicia”, sin pensar en el color floral, y por tener como palabra autorizada a Bendecida, que era la que más rezos sabía. Primitiva en cambio, lo poco que rezaba era leído y a veces mal. Alcira Diamante había traído algo así como un pañuelo de seda para vestirlo, grande, de color celeste que le regaló don Carlos, porque él quería un santo, un patrono, no una patrona y así quedó oficialmente bautizado.

Bendecida guardó en un lugar apropiado el cartón del envoltorio, porque para ella tenía un valor especial, fue con lo primero que sus manos tuvieron contactos cuándo recibió la encomienda, al santo. Ese pedazo de cartón se había convertido en el primer atuendo que “San Daniel de los que buscan justicia” había mostrado.

Pozo del medio iba tomando forma con sus calles más o menos marcadas. En un terreno frente mismo a la parroquia plantaron un palo largo e hicieron el mástil en el que para todas las fiestas se luciría una flamante bandera patria; -que celeste y blanca, flameará surcando el cielo de la plaza nueva-, anunció el Moro Giménez.

 La segunda controversia entre los pocos que habían levantado sus ranchos en las cercanías de la iglesia se desató porque al mayor de aquellos habitantes, Julio Doménico, primo segundo de quién había donado las tierras, se le ocurrió opinar que dicha plaza debía llamarse Italia. -“Plaza Italia” la llamaremos-, y respaldaba sus razones con la lectura de un papel que extraía del bolsillo, el cuál decía que el pueblo de Italia donaba la imagen de “San Daniel de los que buscan justica”, para este poblado en ciernes de la pampa argentina. Papel que había escrito él mismo, según se supo con el tiempo, con la sola ambición de coquetear con la esposa de su primo segundo, creyendo que el origen del apellido Flores, que portaba doña Florinda, era italiano.

Jacobo Koski, había aparecido en el lugar vendiendo baratijas, fue el primer comerciante de Pozo del medio y no estaba de acuerdo con que la plaza se llamara Italia, -debe tener un nombre autóctono-, pidió, -porque todos los que somos de acá deseamos eso-. Poco de originario de ese lugar tenía el apellido Koski, pero nadie lo agregó a la discusión, sólo Lucía que le gritó: - ¿y vos de dónde saliste? -, Obdulio volvió a mirarla, esta vez cruzando sus labios con el índice en señal de que se callara. Los que pensaron que un día podían necesitar de un fiado apoyaron la moción de Koski. Los que pretendían quedar bien con la familia donante de estas tierras levantaron las voces a favor de don Julio Doménico. La dama que mediante sus rezos le había dado la bienvenida al santo patrono, seguida por unas pocas más, sugirió el nombre de: “Plaza San Daniel de los que buscan justicia” y ya que estaba pidió colaboración para hacer una ermita a la entrada del pueblo. Ellos, los parroquianos presentes se miraron y entendieron que habían llegado a la primera coincidencia, e hicieron como que no la habían escuchado. Dado que la unanimidad de criterios había aflorado sólo para hacer caso omiso al petitorio de Bendecida, un sobrino de don Carlos Iriarte, donante de las tierras, propuso hacer una comisión; comisión pronombre de la plaza de Pozo del medio y ofreció su salón de expendio de bebidas, recientemente inaugurado, precisamente del otro lado de la plaza y de paso arrimaba algunos clientes. No todos estuvieron de acuerdo con formar dicha comisión, algunos opinaban que tres o cuatro que pensaban parecido convencerían al resto e iban a la reunión con el asunto cocinado. Una de las mujeres presentes, la de los rezos, quiso ser parte de la asamblea, entendiendo como propicias dichas reuniones para convencer al resto de lo linda que quedaría una ermita en honor a “San Daniel de los que buscan justicia”, en la entrada principal.

El primer lugar de encuentro para los habitantes de Pozo del medio fue el boliche del Negro Iriarte, para otros, el Vasquito Iriarte, los grandes pensadores del lugar lo llamaban con el diminutivo para diferenciarlo con don Carlos, al que le decían el vasco Iriarte.

Era un domingo de sol pleno y con mucha paz en Pozo del medio, poco a poco fueron llegando los invitados a formar la comisión, el Chato Cabrera y el Moro Giménez fueron los encargados de darles la bienvenida a los participantes de la primera reunión en el salón “El cardo negro”, así se llamaba el bodegón del Vasquito. Bendecida Noble llevó un librito con tapas gruesas, de color sepia, del que rescataría algún rezo que tuviera que ver con la ocasión. Don Carlos Iriarte se disculpó ante los presente por medio de un emisario, atribuyéndole a un fuerte dolor de cabeza la razón de la inasistencia, en su lugar se hizo presente el hijo del encargado de la estancia, Juanito, que se ubicó al lado de doña Bendecida. Jacobo Koski se sentó enfrente, él tenía una postura diferente a la rezadora y creía que era una manera de diferenciarse estando retirado. Julio Doménico fue el último en llegar, de los que postulaban un nombre para la plaza y se acodó en el mostrador, lo más retirado posible de Bendecida y más lejos aún de Koski, principal opositor. Doña Florinda, tampoco se hizo presente dado que don Carlos requería asistencia permanente debido a su jaqueca y mandó en representación a Dolores Tala, que apareció en una volanta manejada por ella misma, una chica de finísima figura, que había traído de la ciudad para las tareas domésticas y también se sentó escoltando a Bendecida. El Chato y el Moro tenían otra cosa más para atender, Dolores era muy joven y atractiva. Después, por interés o para chusmear, se fueron sumando los restantes pobladores.

Lucía Almirón, se apoltronó en el mostrador al lado de Julio Doménico, no por tener idea a quien apoyar, sino que el estaño la atraía. Primitiva Jiménez buscó lugar cerca de Koski, porque no estaba de acuerdo ni con Bendecida, ni con Julio, se cree que éste, habiéndose enterado de su separación, tuvo un abuzo de confianza hacia su persona. Jiménez repentinamente se retiró del recinto quedándose en la vereda. Mientras tanto, el Negro o el Vasquito para el resto, ofrecía chorizos y un refrigerio a bajo costo. Alcira Diamante llegó y no sabía adónde quedarse, todos aseguraban que votaría por don Julio, pero no se quería juntar con Lucía, por considerar un desprestigio sentarse al lado de ella. Cachito, Luisa, la mujer de Cachito, el Mulato Capdevila, Obdulio, el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo llegaron juntos y ya con un copetín encima. El Vizcacha que era el más callado estando en ayunas, entró gritando: “viva la confederación carajo” y revoleaba un poncho rojo. Cachito y la mujer se pararon detrás de Koski, porque lo único que tenían en rojo era la libreta almacenera. Obdulio estaba más preocupado por las pavadas que podría hacer Lucía, que por pensar a que idea apoyaría. El Mulato Capdevila, el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo se pararon a la espalda de Bendecida, no por una cuestión de creencias o de homenajear al santo, fue la presencia de la hermosa Dolores Tala la que los atrajo. El negrito Iriarte, mientras tanto hacía su negocio con los chorizos calentitos y desagotando unas damajuanas bien frescas, que levantaba con cuidado del aljibe. El Moro Giménez golpeó un par de veces las manos pidiendo silencio. El Chato Cabrera tomó la palabra reiterando la bienvenida para todos y les pidió qué mesuradamente intercambiaran opiniones defendiendo sus propuestas. A esto seguramente lo debe haber estudiado en los días previos, porque el Chato nunca antes había dicho tantas palabras juntas. Koski, levantando la mano a la distancia, le deseó suerte a Doménico y éste le contestó con guiño clásico de los fallutos. A Bendecida la ignoraron ambos. Cuando sendos bandos quisieron exponer, poco a poco los participantes fueron aportando sus inquietudes por las cuales entendían que la plaza debía llamarse tal cual cada uno proponía, hasta que llegó el momento, después de largos conciliábulos entre los seguidores de Jacobo y de Julio, más ellos mismos, todos levantaron la voz el mismo tiempo y como era de suponer el desorden copó la sala, a los gritos Koski y Doménico con sus aliados pretendían imponer sus posturas. La Luisa, mujer de Cachito, le pegó un empujón a Alcira Diamante cuando se empinaba el vaso para saborear un trago, derramándole el contenido sobre el pecho de Bendecida. El Moro golpeaba las manos pidiendo cordura. Primitiva Jiménez, que no participaba de la reunión, pero estaba en la puerta para enterarse de lo que pasaba rogando que corriera sangre por no haber tenido en cuenta a Santa Rosalía. El vasquito juntaba vidrios con una escoba con forma de media luna. Obdulio, de estar abrazado con Lucía, paso a pretender tener voz de mando en el recinto, pero su ronquera, producto del tabaco, pasó sin pena ni gloria por semejante disturbio. El enviado de don Carlos, Juanito, de comedido nomás, pretendió secarle el escote a Bendecida, pero esta, reaccionó con una cachetada y pegándole dos o tres veces con el libro de los rezos, el de tapas duras, en la cabeza. El Moro se arrimó con signos de preocupación, preguntándole a Dolores si le dolía algo, que él estaba dispuesto a hacerle un masaje en caso que fuera necesario, casi seguro que con semejante griterío la chica ni lo escuchó y el Moro se quedó de ese lado. Don julio, el más democrático, sacó el revolver y tiró al aire, saliendo la bala por la claraboya. Un silencio frío corrió por cada una las espaldas de los participantes, Primitiva se escondió en la frondosidad de un ombú viejo que había en la vereda, al bolichero se le cayó la bandeja sobre la falda de Dolores, el Chato, el Moro y el mismo Vasquito se chocaron para auxiliarla, los dos primeros parecían enfurecidos con el Negro por haberle estropeado el vestido, mientras el cantinero le pedía perdón a la muchacha ofreciéndole que fuera a acomodarse a su habitación. Un segundo disparo del arma de don Julio precedió a la orden: -votemos-.

Como la mayoría de los caballeros estaban al lado de Bendecida, para ayudar a Dolores, levantaron las manos todos juntos, estableciéndose como grupo mayoritario. El resultado fue sorpresivo, ganó por amplio margen la moción de la rezadora y encargada de la capilla, doña Bendecida Noble, dejando a los favoritos con el ceño con grandes surcos y pretendiendo anular el escrutinio, sin que fueran escuchados. El Moro fue el encargado de redactar el acta y le pidió a Dolores que lo ayudara por considerarse un tipo con muchas faltas de ortografía. Juntos documentaron que el nuevo nombre para la plaza de Pozo del medio es; “Plaza San Daniel de los que buscan justicia”. Aclarando que el resultado fue por mayoría y con una abstención, la de Primitiva Jiménez. Antes de que la paisanada se dispersara, Bendecida les agradeció a los que la habían apoyado, aclarándoles al resto que: - la plaza es de todos y cada uno de ustedes pueden disfrutar de nuestra maravilla-. Como todos suponían, en un apartado y después de un traguito de lo poco que le quedaba en el vaso, pidió por una ermita a la entrada del pueblo. De a poco se fueron yendo sin contestar. Koski le reprochaba a la mujer del Cachito por haber empezado el despelote, -si hubiera sido todo tranquilo ganábamos nosotros-.

- ¿Y qué nombre se te había ocurrido? - Le preguntó Cachito.

-No sé, de autóctono no se me ocurrió ninguno, pero tiene cara de Rosalía. Plaza Santa Rosalía, le hubiera puesto.

 

 

EL CARDO NEGRO

 

El negro Iriarte había logrado una posición y un respeto en pocos años atendiendo a su clientela en el boliche. En la zona no hay muchos cardos negros, más bien es raro encontrar alguna planta, pero dicen que ha contado que en el patio de la casa en la que se crio, todos los años nacía una espinuda, con la que jugaba pasándole corriendo lo más cerca posible sin pincharse con las muchas púas, ese era el desafío, tener que sacarse la menor cantidad de espinas posibles. Hacía campeonatos con los pocos vecinos, el que más espinas juntaba perdía y las apuestas eran infaltables para que los jugadores pusieran interés. Antes la gente se entretenía con lo que tenía y era feliz, tanto que siendo grande le puso el nombre de su amigo de la infancia al emprendimiento, “El cardo negro”.

El mostrador es largo, bah, parece largo porque ocupa casi toda esa pared, la que da al patio, en la punta tiene una bacha con una canilla para lavar las copas. El cantinero las enjuaga y las pone boca abajo. Tiene muchas copas que no son todas iguales, unas son más gruesas y a la mayoría de la gente no le gustan las copas de vidrio grueso. A él le da lo mismo, no está esperando para elegir una a gusto del consumidor. Los parroquianos lo acosan, a cada rato le piden una ginebra, un vino o una caña y las copas son las mismas. El Negro Iriarte, el Vasquito, lleva algunos años aguantando borrachos, no tiene ganas de que le cuestionen el espesor del vaso, ya sabe que van a tomar lo que les sirva una y otra vez y después empezaran a los gritos: che, Negro, a esta porquería no me la traigas más.

Todos los meses pasa un arriero y se baja a tomar algo, el Vasquito siempre está esperando que venga el tropero.

-Dicen que va a venir pronto el forastero, seguro que para él va a sacar la caja azul, que del lado de adentro tiene una felpa como de terciopelo, ahí guarda unas finitas. El forastero debe ser un hombre delicado, será seguramente de esos que dejan buena plata en el mostrador, creo que son las dos copas finas-, se quejaba el Vizcacha, ya con dos copas de más, sentado en una cabeza de vaca forrada con un cuero de oveja, que estaba en un rincón del bodegón.

La cosa se puso espesa cuando una vez, se las secuestraron, debe haber sido el Chato Cabrera con algún otro que estaba al pedo y se las pusieron a dos tipos malos, dos personajes del mismo sexo, claro si acá vienen varones solamente, salvo Luisa que a veces aparece con el Cachito, y la Lucía, Lucía siempre se da una vuelta. Al Micaelo Gorrindo y al Vizcacha les apuntaron, no me acuerdo del apellido del Vizcacha, no sé si alguna vez lo escuché, éste más bien es un vizcachón, es un grandote, tipo gorilón, es de esos que no piensan, tiene algún lugar neuronal vacante. El Micaelo es bastante parecido, por ahí la diferencia es que terminó la primaria, pero porque se aburrieron de él. Muchos años fue a la escuela, dicen que en quinto grado, en lugar de llevarle de regalo una manzana a la maestra, la invitó a que fuera a comerla a su casa y a raíz de esto decidieron entregarle el boletín con el ciclo cumplido. El Micaelo y el vizcachón, borrachos son tipos jodidos, de muy mal genio, dos tipos que no se aguantan una joda. Fue en una de esas que se armó semejante despelote por una boludez, cuando los vagos, viste estos que hinchan las pelotas de quilomberos nomás, le secuestraron la copas especiales al vasquito, le sirvieron la ginebra con el par de copas finitas, que tenían algo escrito, al Micaelo y al Vizcacha, justo a ellos, y le sacaron una fotografía, la hicieron revelar y la colgaron al lado de una del Diego del ’86. Al Micaelo le habían hecho un retoque en los labios.

Ese día con el boliche colmado, entraron casi juntos el Micaelo y el Vizcacha, al ver el cuadro, que puesto de tal manera parecía que Maradona se reía de ellos, enfurecieron a dúo. Tal fue el escándalo que armaron, que no quedó nadie adentro del boliche. El que podría pasar por una mina era el Micaelo, por la forma de caminar y la voz aflautada, pero no lo acompañan los bigotes finitos y duros. Decía del barullo que propusieron cuando sacaron los revólveres. Todo el mundo a la vereda pensando en una catástrofe que se estaría avecinando, que en un río de sangre se convertiría la vereda del “Cardo negro”, según los comentarios. Hematocritos, leucocitos y plaquetas rodarían entre las mesas del bar. El Chato en el apuro no alcanzó a guardar en su lugar a la caja azul con las copas diferentes. El Lolo, uno que andaba de visita por el pueblo, salió corriendo mirando a los fierros que sobre el mostrador aguardaban ansiosos el momento de hacer blanco, con el envión de desesperado se pegó con la punta de la mesa en la cadera y quedó tirado al lado del Vizcacha. De repente se escucharon gritos y una estampida que estridente sonó. La vereda enmudeció, no se escuchó más al Vasquito y se sintió otro ruido seco afuera. El Mulato Capdevila que apareció detrás de un olmo, decía que había escuchado el retumbar de un cuerpo al caer sin vida. Lucía que venía, porque siempre alguno la llamaba, comentaba que el vasco es muy escandaloso y que si le hubieran pegado un tiro habría puesto el grito en el cielo. El Chato Cabrera, desconsolado sentía culpa por haber iniciado la joda. Cachito se negaba a creer que el vasquito estuviera muerto, el dolor le desgarraba la camisa, era el único que le ayudaba a mantener los vicios cuando andaba sin un cobre, aunque ya lo tenía amenazado con que le iba a cortar la cuenta por cuestiones de incumplimiento. El Moro Giménez dijo que al Vizcacha lo había visto comprando balas en lo de Jacobo, éste, que también estaba en la montonera lo desmintió, porque el Vizcacha compro balas, pero eran para el aire comprimido, -para cazar palomas- agregó, pero también advirtió que siempre guarda las del “38” en la caña de la bota. -Buuaa, ¿alguien sabe si el Vizcacha anda de botas o de alpargatas?, preguntó a los gritos y llorando, Lucía sin poder controlarse, -entonces puede ser cierto que hayan matado al Vasquito-, seguía Lucía sin poder contener el llanto, pero se calló la boca cuando el Obdulio le aplicó tres cachetadas en la nuca para que reaccionara. -No ande llamando a la muerte estúpidamente mujer-, el Obdulio nunca fue feminista, más allá que tiene un hermano con un movimiento referente y que robaba corpiños de los tendales.

Hicieron silencio en la vereda, pero nadie quería asomarse, ninguno estaba preparado para ver la masacre que suponían. La mayoría había fijado la vista en la rendija entre la puerta y el piso, todos querían ser el primero en ver el hilo rojo cruzando el umbral. Lucía volvió clamar por la vida del vasquito, Obdulio esta vez en lugar del correctivo la llevó a la parte de atrás del boliche. Bendecida Noble venía corriendo por si era necesario que ella dijera unas palabras. Todos hicieron silencio, hasta que lo escucharon al Vizcacha pedir agritos que lo ayudaran porque sólo no podía con el cuerpo muerto del Micaelo. Obdulio quería entrar por la puerta de atrás, pero Lucía lo agarraba del brazo preguntándole, -¿ya te vas? –

Todos los concurrentes, menos Lucía y Obdulio que estaban en el patio, quedaron inmóviles cuando un caballo zaino oscuro que venía al galope tendido se quedó como clavado frente a la puerta del boliche, apoyadas sus patas como soldadas al suelo y con un relincho agudo acompañaba la mirada con fiereza del jinete, éste echó pie a tierra, le tiró las riendas sobre la crinera y con decisión se abrió paso. De una patada hizo temblar la puerta en el mismo momento que la mano izquierda, era zurdo, se aferraba al cabo de la daga, dio dos pasos hacia adentro mirando la foto que estaba al lado del Diego, gritando; -traición, traición-. Obdulio, el más corajudo de la parroquia de un salto se cuadró en el medio del salón, había entrado por la puerta de atrás y con Lucía que lo seguía y una rama de acacia negra, que encontró tirada en el patio, por si era necesario defenderse. - Qué pasó acá, ¿quién es el traicionero? -. El Micaelo dormía sobre la mesa, rodeado de botellas vacías. El Lolo se hacía el muerto y el Vizcacha estaba sentado en un rincón, tapándose la cara con las manos, mirando por entre los dedos. Ese era el cuadro.

Una copa de pie y la otra en el suelo, rota. El forastero rastreó el panorama con la mirada filosa y con la voz entrecortada, ahora con la vista clavada en la puerta de la habitación del Negro, bramó, -traicionero, vasco mentiroso, si yo las había traído para nosotros-, exclamó. Levantando la copa, vio un vidrio que todavía se bamboleaba en el suelo, se había despedazado el “yo”.

La media vuelta lo dejó al forastero mirando a la puerta de salida. El Negro apareció blanco, no sabía cómo explicarles a los presentes que las estampidas fueron producto de sendos portazos de cuando se encerró debido al miedo al ver los revólveres sobre el mostrador, manejados por los alcohólicos esos. Al forastero le rogaba que le creyera, que se las habían afanado a las copas, que siempre las guarda para cuándo el viene. Mientras el zaino escarbaba con furia en la calle, hasta que el forastero caminó hacia él, lo montó y salieron al tranco lento, el caballo con la cabeza baja, como decepcionado y el hombre con la mirada perdida.

De a poco volvió la tranquilidad al “Cardo negro”, entre cuatro se llevaron al Micaelo y al Vizcacha. Para Lucía fue un golpe grande, totalmente angustiada quedó, ella estaba enamorada del Vasquito, -pero mira vos, Iriarte con compromisos y tomando con un “tú y yo” con el forastero. Menos mal que también estoy enamorada del Obdulio, ¿Qué sería de mí sino?

 

EL DUELO

 

Una mañana los parroquianos de Pozo del medio se encontraron con que el boliche del Vasquito Iriarte estaba cerrado y le habían cruzado un cartel con letras bien grandes que decía: “CERRADO POR DUELO”. Se notaba a primera vista que con un lápiz de otro color el cartel estaba corregido, primeramente, había escrito “cerrado” con “S”, un detalle menor teniendo en cuenta el mensaje. ¿Quién murió en la familia de Iriarte? La noticia corrió como reguero de pólvora en el pequeño caserío. El Moro Giménez, uno de los más leídos, se quejó, -pobre Vasquito carajo, últimamente le están pasando demasiadas cosas y ahora esto, ¡cómo le puede pasar esto!, escribir “serrado” con “S”, ¡con “c” se escribe! - Se dio cuenta enseguida del error ortográfico por tantos años de ir a la escuela, pero no se lamentó por la desgracia que aquejaba a Iriarte, el duelo del pobre negro ni lo inmutó. Lucía Almirón lloraba desconsoladamente mientras caminaba, casi corriendo, hacia el bar. El llanto desgarrador apenas si le permitía balbucear, -se murió el vasquito-. Obdulio, que venía detrás la agarró de un brazo y la zamarreó para que dejara de gritar, siempre hace lo mismo, una cachetada o una zamarreada y se le pasa.

-¿Quién te ha dicho semejante barbaridad Lucía?

-Me dijo el Moro, él dice que ahí dice que el Negro murió- y lloraba nuevamente.

-A mí me dijo que dice cerrado por duelo, qué no dice que el Vasquito está muerto y yo al Moro le creo-.

-¿Y porque estamos de duelo entonces?, preguntaba Lucía entre llantos y gritos.

Entre todos los habitantes de Pozo del medio fueron hilvanando datos que llevaron a la conclusión que debía haber muerto un primo de don Carlos Iriarte, un tal Baldomero Iriarte, quién fue en realidad el que cansó el caballo poniendo las estacas para marcar las hectáreas de la estancia. Contaban los moradores más viejos, que Baldomero siempre aclaraba que se la había comprado al gobierno a la estancia y al que no le creía lo convencía enfocándolo con un trabuco que llevaba siempre en la cintura. Alcira Diamante, conocedora de algunos pasajes de los Iriarte, recordemos que es muy amiga de don Carlos, aseguró que sí, que es cierto, que ese Baldomero Iriarte murió.

-Baldomero murió, pero cuando el vasquito era joven, que lo más probable es que la que haya muerto sea una de las esposas que Baldomero tuvo, o sea una de las tías que el negrito frecuentó. Belinda Corbalán, llevaba el apellido de la madre, fue una de las mujeres que tuvo el viejo Iriarte, la que más llegada alcanzó en la familia. Belinda, mucho más joven que Baldomero, era hija de un estanciero vecino y se comentaba por aquella época que la unión entre Belinda y Baldomero fue un arreglo entre éste y el padre de la muchacha, don Lisandro Arguello. La historia cuenta que fue a cambio de unas vacas de plantel que el bueno de Baldomero le cedió a Arguello para llevarse a Belinda, que a la vez fue coqueteada por Carlos, por entonces un joven apuesto y con edades parecidas entre ellos. Tuvieron algunos encuentros secretos hasta que Baldomero empezó a desconfiar por ciertas aptitudes de la niña, como por ejemplo; llegar tarde al casco de la estancia y con el cabello revuelto cuando salía a cabalgar por el monte, o con la blusa prendida con los botones cruzados, como que le sobraba un ojal. Esas pequeñas cosas despertaron el olfato intuitivo del sagaz Baldomero, que no dudó en suspenderle la cabalgata. El Vasquito debería ser algo así como diez años menor que la tía Belinda, pero no era un sobrino de sangre, la tía descubrió que eran apenas allegados y que la fuerza del torrente rojo que corría por las venas del joven causaba en ella diferentes sensaciones y era una oportunidad para volver a sentirse como en aquellos tiempos cuando les daba rienda suelta a sus pasiones y el Vasquito se sintió un colaborador con asistencia perfecta cada vez que la tía se abría a los delirios sexuales. Por eso digo que es ella la que murió, el Vasquito tiene los mejores recuerdos de la tía Belinda, tal vez sea el motivo del cartel “cerrado por duelo”.

Primitiva Jiménez, que siempre tenía algo para llevar la contra y también agregaba datos según fuera el comentario, no estuvo del todo de acuerdo con Alcira Diamante. -Capaz que todo lo que contó ésta, por Alcira, sea cierto, pero sería la media verdad. Quizás las razones del duelo tengan que ver con esa realidad, pero lo concreto, es que contó todo aquello para tapar la otra parte de la historia. Alcira nunca la quiso a Belinda, solamente porque le desacomodó el “nido”, así sé decía, aquéllos encuentros en el monte entre Carlos y Belinda no fueron secreto para nadie, y todos saben que cuando Florinda, la señora de don Ramón, se iba de compras a la ciudad, la doña Diamante visitaba al estanciero, hombre muy caritativo según ella, coincidentemente con los viajes de la patrona, ella, Alcira, aparecía con un anillo nuevo o un colgante de lujo, que el bueno de don Ramón le había regalado, nunca quiso revelar en carácter de qué se lo había obsequiado. Y Belinda… bueno Belinda también tenía lo suyo y algún diamante habrá ligado. Yo nunca me había imaginado lo del Vasquito, es muy probable que Alcira la siga ensuciando, porque no la quería, ahora me confunde esto de cerrado por duelo, algo debe haber.

El Chato Cabrera reflexionó sobre la vida de su amigo. -El Vasquito no nació en la estancia como algunos creen, a él lo trajo don Ramón, cuando era un negrito chiquito, ¿Qué tendría, 6, 7 años? nunca tuvo otra familia-.

- ¿Se acuerdan que se decía que era hijo de don Carlos? Aportó Lucía Almirón. Obdulio la sacudió y le pegó dos cachetadas, suaves, para ubicarla.

-Es capaz que quien falleció es la madre y por eso no sólo que cerró por duelo, sino que tampoco está en Pozo del medio; está todo cerrado, puertas y ventanas. Se ha ido al santo sepelio- Acotó Bendecida Noble, y agregó, -elevemos una plegaria para que sea recibida en el seno que la cobijará eternamente-, y sola rezó a la memoria de quien en vida fuera la madre del Vasquito, - y que el señor la perdone por haberlo abandonado cuando era tan chiquito-. Todo esto dijo mientras el resto de los participantes no se alcanzaron a poner en situación. Antes de que alguno se retire, Bendecida aprovechó para pedir que la ayuden ante don Carlos, para que se construya una ermita en honor a “San Daniel de los buscan justicia” a la entrada del pueblo, reiterando que va a quedar hermosa.

-Por las dudas no le pongan nombre, no sea cosa que sea “Santa Rosalía”-, dijo Primitiva Jiménez. Bendecida la miró con su peor cara y Lucía Almirón largó la carcajada, antes que diera una opinión desafortunada, Obdulio la sacudió de los pelos y la tranquilizó.

Jacobo Koski, aprovechando que el Vasquito tenía cerrado habilitó un expendio de bebidas, entretenía a la paisanada que sedienta se habituó enseguida al cambio de escenario y juntaba unos pesos, que en realidad para él era lo importante.

-Lamento tanto la desgracia del pobre Vasquito, cuanto lo siento-, le decía Jacobo al Chato Cabrera, tratando de convencerlo de la veracidad de sus dichos, todos sabían que deseaba que el vasco estuviera de luto un año, así vendía más copetines, como él los ofrecía.

-Yo hablo mucho con el Vasquito- le comentaba el Chato a Jacobo, - a mí nunca me habló de la madre, ni del padre- el resto, que también se había venido para lo de Koski, escuchaba. –Él, en alguna oportunidad me insinuó que una abuela lo crio, en otro pueblo, creo que en Green Grass, la vieja era media curandera, partera y no sé cuántas cosas más. Me contó una vez, que le hacía un jarabe con hojas de eucaliptos y se lo daba como para prevenir el resfrío, con el tiempo el vasquito se dio cuenta que le hacía tomar eso porque le llenaba un poco la panza y a la hora del morfi no pedía tanto. Pero esa mujer ahora debe tener más de cien años, sí, sí, muchos más.

- ¿Vos la conociste a la abuela del Vasquito, Chato? Preguntó Bendecida.

- No, no, solo por comentarios del Negro.

- Quizás sea ella la difunta, oremos- Bendecida y sus plegarias molestaron a Jacobo por correrle a la clientela y amablemente la invitó a retirarse o mantenerse callada, ésta optó por irse ya que era mucho más fácil que estar con la boca cerrada.

Luisa, que es la mujer de Cachito, Cachito, el Mulato Capdevila, el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo descansaban en la vereda, contra un árbol que los ayudaba con su sombra y les prestaba el tronco para que se apoyaran, dado que les era más fácil mantener la vertical, ya que los efectos de una damajuana semivacía habían dejado huellas en casi todos, Cachito el más sobrio, se lamentó por la situación del Vasquito, -el Negro es un amigo y estará pasando por una situación desagradable- pensó en voz alta.

- Y al final, ¿quién es la muerta, la tía, la madre o la abuela? Preguntó casi a los gritos Luisa, sin poder levantarse del suelo.

- No grites, respeta a las finadas, por ahí son las tres- la frenó Cachito.

- Recemos por esas tres almas que en vida lo rodearon de tanto afecto al Vasquito, por la madre…bah, aunque la madre, dicen que lo abandonó de niño y la abuela le llenaba la panza con agua de eucalipto para no darle de comer. Recemos entonces por Belinda Corbalán que fue la única que lo lleno enserio-, dijo desde la vereda Bendecida Noble y nuevamente sacó el librito que la acompañaba para esos acontecimientos.

Julio Doménico, que hacía tiempo no frecuentaba el poblado, vivía en un rancho que había dejado un puestero en la estancia de su primo, se sintió sorprendido por el cartel en el boliche del Vasquito, en el ahora también bodegón de Koski se fue enterando de los comentarios sobre las presuntas muertas, que por alguna de ellas el Negro hacía duelo. Descartó que la occisa descendiera de la familia Iriarte, aclarando que el Negrito, como él lo llamaba, nunca tuvo relación con la familia de la madre, sumando al comentario, que: - los Iriarte fueron los que formaron a una persona intachable, con modales que enorgullecen a los mayores que lo guiaron por la senda del bien. Hombre de gran valor mi sobrino nieto-, destacó en su alocución, aclarando que él es Doménico Iriarte, Julio Doménico Iriarte. Después de unos vinos recordó que el Negrito tenía un tío, hermano de la madre, que supo andar de arriero por acá, amigo de otro tropero que suele pasar una vez por mes a saludar a mí sobrino nieto. Puede ser ese tío, por el cual el vasquito está de duelo.

-El nombre del arriero, ¿sabe el nombre del tío del Vasquito? - lo interrumpió Bendecida, -deberíamos pedir por el eterno descanso del pobre-.

Ya nadie la escuchaba a Bendecida. Primitiva Jiménez, le cerraba un ojo al resto, mientras le avisaba a Bendecida que no se equivoque de difunto, -porque vos le rezas al santo equivocado, bien te podes confundir de muerto-. Bendecida intentó tirarle con la damajuana que estaba vacía al lado del tronco, pero el Mulato Capdevila alcanzó a sujetarla, después logró convencerla para que se fuera a su casa y en caso que apareciera el muerto la llamarían para que se haga cargo de la despedida.

Juanito, el hijo del encargado de la estancia, llegó al negocio de Koski en busca de las provisiones y tuvo que andar esquivando borrachos hasta llagar al mostrador. Sin saber de los últimos acontecimientos se asombró por el movimiento de gente que normalmente se juntaba en lo del Vasquito. Jacobo lo puso al tanto de lo ocurrido, dejando la duda sobre quién es el ser querido que ha partido al más allá. Juanito se sacó la gorra y bajando la cabeza, le comentó, que hace un tiempo que no ve por la estancia a un caminante, un croto, e hizo una pausa… Paco, ¡ha muerto Paco!, el gran Paco, el solitario del camino le decíamos, él  venía a lo del vasquito y se habían hecho amigos. Ahora, mirando al cielo, se persigno y con la misma mano mandó imaginariamente un beso hacia arriba. Primitiva Jiménez, que había escuchado todo, gritó; -che, llamen a la rezadora, que apareció el candidato-. El Moro Giménez, le pidió que hiciera silencio y un poco más de respeto. Juanito muy cortes, pidiendo nuevamente permiso al montón de mamados, subió la mercadería al carro, se acomodó la gorra, que se la había sacado para acompañar respetuosamente el duelo y animó al caballo para perderse en la polvareda rumbo al casco.

Enterada de que una desgracia acorralaba al Vasquito, doña Florinda, ni bien llegó Juanito al casco, hizo que éste atara el sulki para llevar al poblado a Dolores, su ama de llaves, para que recabara toda la información posible, llevando el más sentido pésame por quién fuera él o la difunta, en nombre de ella y de don Carlos. Llegados Juanito y Dolores al nuevo bodegón de Koski, la niña se paró en el pescante, luciendo su cintura muy ajustada y una blusa blanca con volados de encajes, dio un paso para pisar el estribo y ahí estaba dispuesto como todo un caballero, el Moro Giménez, que tomándola de una mano la ayudó a descender, zigzagueando para no pisar a nadie entraron en el local y al Moro se le ocurrió que deberían sentarse en una mesita que estaba ubicada detrás de un biombo; - sólo para  que los beodos no nos molesten-, beodos, usó ese término por entender que era más fino que la palabra borrachos. Dolores con cara de pura ingenuidad le preguntó si beodos quería decir amontonados. El Moro, que ya le había tomado su mano derecha con las dos suyas, como haciendo un sándwich de dedos, movió la cabeza estirando el cuello, dejó a la pregunta sin respuesta y le dijo: -vamos a lo importante, el caso es horrible, lo del pobre Vasquito nos tiene a todos así-.

-No te pongas mal Moro, yo no soy una Iriarte, estoy acá porque me mandó la vieja, digo… me mandó la señora Florinda. Y la conversación cambió de tono.

-Dolores, ya sé que lo que te voy a preguntar no corresponde, quizás no se comporte de esta manera un caballero, pero la oportunidad es propicia, sabido es; que no se le pregunta la edad a una dama, pero saber de ti hace que el fuego que corre por mis venas esté deseoso de ser aplacado por la frescura de tu juventud.

-¿Lo qué?, -preguntó Dolores, y sin borrar esa cara ingenua, sé quedó mirándolo. –Que cosas decís Moro… ¡aaah!, ahora te entendí y ¿qué más queres saber?-, le preguntó mientras que con la mano izquierda se trataba de acomodar las hombreras. Moro, cómo es tu nombre, yo también quiero saber. El Moro sin soltarle la mano se paró, cambió de silla y se sentó junto a ella, que estiraba una sonrisa hasta poner los labios como dos carnosas líneas paralelas. El hombre ni lerdo, ni perezoso, le soltó la mano para estar libres para un abrazo, estiró la boca, los bigotes punzantes cortaban el aire entre los dos y ella lo contuvo pidiéndole: que sea el primero de muchos. Jacobo interrumpió el momento con un: ¿toman algo la señorita y el señor?, sin sacarle la mirada al escote prolongado de la blusa de Dolores. El Moro quedó con la pose facial para el beso y no fue claro cuando sugirió que le trajera dos refrescos, a Koski le costó entenderlo, dado la dificultad para hablar del Moro con la boca fruncida y él, teniendo la atención en la camisa media desprendida de la visitante. No fue casualidad la inoportuna presencia de Koski en el lugar, no, ya que había escuchado en parte la conversación de la pareja y ayudado por los huecos del biombo en decadencia, había observado ciertos movimientos. Juanito también fue en busca de Dolores preocupado por si ésta se había quebrado por el dolor generalizado ante la tragedia que rosaba al Vasquito.

Los gritos de Bendecida Noble atrajeron la atención de todos, corriendo y agitada entró al local de Koski. –El Vasquito, el Vasquito quitó el cartel y está parado en la puerta-. Todos la escucharon, los más capaces fueron al trote, otros como pudieron, Dolores y el Moro llegaron más tarde y Jacobo se quedó anotando, porque algunos aprovecharon la ocasión y se fueron sin pagar. Reunidos la mayoría en la vereda del boliche “El cardo negro”, Juanito escuchaba desde arriba del sulki, Bendecida sacó el tubito con agua y el librito, mientras que le preguntaba al Negrito, qué efectivamente estaba en el umbral, por el nombre del difunto al cual le deberían rezar. El Vasquito se la sacó de encima estirando el brazo con la palma de la mano abierta y le preguntó: - ¿de qué muerto me hablas?, acá no hay ningún muerto-. El murmullo se generalizó e Iriarte tuvo que pedir silencio, -estoy muy mal, el duelo va a ser largo, muy largo. El forastero, como ustedes lo llamaron-, -¿murió el forastero? - preguntó Lucía, Obdulio le aplicó un codazo para que lo dejar hablar al Negrito. -No, ya dije que no hay que lamentar una vida-, siguió el Vasquito, -pero el forastero pasó y sé llevó las copas que había comprado para nosotros dos, las de la cajita azul, las del “Tú y yo”, y me dejó sólo, dijo que no volverá, ¿les parece poco?-, y con un sollozo imposible de parar se fue para adentro.

El Vizcacha y el Chato Cabrera, brindaron cada uno con su botella, que habían traído del boliche de Jacobo. Bendecida al no tener a quién rezarle comenzó con la desconcentración. Lucía saltaba y gritaba de contenta, esta vez Obdulio la dejó que haga lo que quiera y el Moro le pidió el sulki prestado a Juanito y la llevó a Dolores a conocer otros lugares.

 

LA PRIMA

 

La llegada tardía de Dolores y con la ropa desarreglada, no cayó bien en el seno de la familia, más precisamente a Florinda no le gustó y con semejante noticia peor aún. El cambio radical en la vida del Vasquito hizo mella en los Iriarte. -Un Iriarte ha golpeado al apellido-, se le escuchó decir a Carlos cuando le llegó la información de boca de Dolores. La estancia “La Regalada” por esos días estaba revolucionada. Carlos le puso ese nombre porque siempre dio por sentado que el primo Baldomero había tenido un buen gesto habiéndosela cedido. Baldomero en cambio llegó a instancias judiciales con el afán de recuperarlas, pero la parca le jugó una mala pasada y no tuvo tiempo de arreglar los papeles. La revolución se dio por la llegada desde la capital de la prima más querida por el dueño de casa y mucho menos por Florinda. Don Carlos había ido a buscar en el auto a Belinda Corbalán hasta el pueblo vecino, Green Grass, al que había llegado en tren. Florinda le había prohibido a su marido que la invitara a la estancia, pero Belinda nunca se enteró de eso y cansada del gran ruido, decidió pasar un fin de semana en el campo, pensando que sería bueno visitar a los parientes del interior. La sonrisa ampulosa de Belinda al saludar a Florinda, se contraponía con el gesto adusto de la dueña de casa, que no dejaba de bufar mientras que la recién llegada se instalaba.

Cuando Florinda le preguntó a Dolores por los motivos del atraso en el regreso al casco, habiendo sido comisionada para averiguar sobre los sucesos y en todo caso presentar las condolencias a quién corresponda, ésta, acomodándose los pelos y aclarándole que el viento la había despeinado, le contó la situación del Vasquito: -es algo que puede pasar, hay que entender a la gente que busca otras formas de vida, el Vasquito está muy dolorido, fue algo que él no esperaba-.

- ¿Y por qué tardaste tanto en volver? - Repreguntó Florinda.

-Resulta que me dio mucha pena ver al Negrito así, debe ser horrible tener una desilusión amorosa, y nos quedamos haciéndole compañía con Juanito, Juanito es tan bueno, tan fiel amigo, hay poca gente como Juanito, deberíamos valorar más a ese tipo de personas.

-Juanito no me dijo eso, me contó que un muchacho le pidió el sulki prestado y se fue con vos a algún lado.

- ¡Ay, que loco este Juanito!, las cosas que inventa, así como le digo de lo amigo que somos, también le cuento que es muy conventillero.

-¡Hola!, ¿se puede?, preguntó Belinda que había entrado al cuarto adónde conversaban Florinda y Dolores.

-Sí, se puede pidiendo permiso y no escuchando detrás de la puerta-, se apresuró Florinda.

- ¡Ay prima!, primita querida, que me voy a poner a atender lo que decían, pasaba para mi habitación y escuché una charla tan amena que me dije, yo también voy a participar.

-Yo no sabía que somos de la familia-, le respondió Florinda, - ¿desde cuándo compartimos parentela nosotras?, que yo sepa no somos nada.

-¡Qué rica que sos Florindita!, si yo soy la viuda del primo de tu marido, se puede decir que somos primas políticas.

-Bueno, yo me voy-, dijo Dolores qué ya estaba con el picaporte en la mano-.

-No señorita, usted se queda, usted no se va nada, me debe una explicación que sea creíble.

Dolores, con un pie habiendo pasado el umbral y el otro dispuesto para imitarlo, hizo silencio como para poner al cerebro en funcionamiento y le surgiera una coartada que la ayudara a salir del paso, pero no fue necesario, porque Carlos apareció en escena preguntándole si no había visto a Belinda, sin percatarse de la presencia de su mujer junto a la prima.

-¿A quién buscas vos, que tenes que interesarte de adónde va o que hace ella? Se precipitó Florinda, señalándola con la pera a Belinda, distrayéndose del accionar de Dolores que aprovechó la ocasión y desapareció por el largo pasillo.

-¡Hola!, pero que bien se la ve juntas y de tertulia-, se apresuró Carlos con ese olfato de sabueso,-da gusto verlas así. No, precisamente no la buscaba, sólo le pregunte a Dolores por decir algo nomás, sigan, sigan en lo de ustedes-, el hombre estuvo al borde de meter la pata, pero esa rapidez, esa reacción en ese momento lo salvo.

-A esa otra, a la Dolores, ya la voy a agarrar, me debe, nos debe una explicación, adónde se metió cuando fue al pueblo, sólo tenía que ubicar al finado y darles el pésame a los deudos y ni una cosa ni la otra, para colmo viene con esa noticia, Iriarte tenía que ser ese otro-. Furiosa, Florinda despotricaba contra la dama de compañía y ya que estaba la ligó el Vasquito.

Carlos aprovechando la confusión de su mujer, como todo un caballero, que algo esconde, les hizo una enfática reverencia, con la mano derecha se quitó el sombrero y se encamino por el pasillo hacia la puerta que da a la zona de los palenques.

Juanito, en el patio trasero, cepillaba los dos caballos que eran del gusto del patrón antes de llevarlos al galpón, lugar dónde los elegidos para una buena monta son guarecidos. A Carlos le gustó siempre andar bien montado, desde muy joven cuándo se instaló en la estancia se daba el gusto de andar horas y horas recorriendo leguas, era y aún hoy lo es, su pasatiempo predilecto. Recorrer ese monte muy tupido y añejo le trae recuerdos juveniles. Con la visita de Belinda, son inevitables las rememoraciones de aquellos tiempos en los que por entonces la niña Belinda, prometida del primo Baldomero, solía escaparse con la excusa de que debía tener activos a los caballos, con el paso de los días aumentaron la frecuencia y esto llevó a que don Baldomero sospechara de las reiteradas cabalgatas al atardecer. Mucho lamentó Carlos que Baldomero fuera de tan mal carácter y encerrara a la bella Belinda suspendiéndole el paseo diario, -siendo un asunto de familia, hablando se podría haber arreglado y todo quedaba en la estancia, si lo que pasa en la estancia, queda en la estancia-, decía Carlos pensando en voz alta, apoyado en una maroma que estaba justo a la salida de los corrales. Programar una cabalgata como antaño con la prima Belinda no era tarea fácil, porque si bien Baldomero hoy no sería un escollo, suele llevarle alguna flor hasta la lápida, aunque nunca fue el primo preferido, está Florinda, siempre desconfiada por las muchas veces que tuvo que poner en línea a Carlos por cuestiones de faldas. Con todo este preámbulo arrancaba el patrón, como le dice Juanito, con la idea de llevar a “cabalgar” a Belinda, -para que se desintoxique de los ruidos de la ciudad-, eso tenía pensado decirle a Florinda en caso de que ésta se enterara de la pretendida excursión por el monte. Para que su mujer distrajera su atención y pusiera el ojo en otra cosa se dirigió a la casa, la llamó y le habló para que descubriera porqué Dolores había llegado tarde y así la tendría ocupada. –En nuestra casa todo tiene que estar muy claro- le dijo poniéndole una mano sobre el hombro y con el índice de la izquierda le daba golpecitos en la pera.

Florinda lo escuchó atentamente y se sacó la mano de encima, mientras que se sentaba en un gran sillón, en el que habitualmente descansa y a veces lee. Lo que Carlos le proponía, si bien correspondía según la interpretación de ella misma, dejaba alguna duda respecto a si era cierto que él estaba interesado en saber de aquella tardanza o simplemente sería que pretendía una distracción para la dueña de casa, que tan rápida y desconfiada como es, no dejó que este pedido de su marido le desviara el objetivo. -¿Por qué estarías interesado en la vida de esa chica si nunca te preocupo? -, le cuestionó.

-Es que debemos mantener el respeto por las buenas costumbres, no te olvides de que somos Iriarte y el linaje de los Iriarte debe mantenerse bien arriba, ya sea por los qué portamos el apellido, como por quienes nos rodean.

-Ah, ¡qué bien!, lástima que a todo eso no se lo inculcaste a tu sobrino, bah, ahora dicen que se usa, yo qué sé, para mí no es así, pero…

-No quiero ni hablar de mi sobrino, esas costumbres son resabios de la familia de la madre, a un Iriarte puro ni se le ocurriría. Me voy a recorrer a las vacas, a ver si Juanito ya las ha encerrado para que no pisoteen el pasto tierno. Acordate, no dejes de hablar con esa chica.

-Esa chica tiene nombre- le respondió Florinda sin mirarlo, mientras se arreglaba las uñas. Después que Carlos dejó la sala, ella hizo lo propio con el sillón, cruzó hacia un cuarto que tiene una ventana por la que se ven los palenques, los caballos ya no estaban, era hora de la ración en el galpón. Lo vio a Juanito acomodando unos cueros, otros paisanos encerrando las ovejas y se quedó mirando a la tarde que se disponía a juntar sus cosas para emprender la retirada. La quietud de las hojas y la mezcla de los   sonidos emitidos por la gran cantidad de pájaros que se acovachaban en la frondosidad de los árboles la aislaron del mundo, olvidándose por un momento de Dolores, de Belinda y hasta de su marido. La noche la encontró apoyada en el marco de la ventana. Las primeras estrellas armaron la cruz del sur y Florinda las contemplaba buscando una, una para ella, una estrella con la cual identificarse, pero las vio incomparables, -¡qué lindas!, todas iguales y todas las noches van a estar así-, pensó, -no son como las personas, que cambian tanto. Ellas, las estrellas, mantienen su lugar, siempre brillan de la misma manera, con la misma intensidad. La gente pocas veces mantiene su lugar, la gente parece que brilla, pero solo parece-, y se quedó callada, pensando en ella y su entorno, dudaba si ese era su lugar en el mundo. Un largo silencio siguió a su reflexión, hasta que el sonar de la campanita de Juana, la cocinera, le avisó que había llegado la hora de la cena, que la mesa estaba puesta y la comida estaba servida.

Carlos, sentado en la cabecera, le pidió a Juana que trajera el vino que a él le gusta, quería compartirlo con la visita. Juanito no se quiso ubicar al lado de Dolores, porque entendía que ésta lo traicionó mintiéndole a la patrona. Belinda que se había vestido casi de gala y desparramaba sonrisas para todos, tomó la silla de al lado de su primo y frente a Juanito. Florinda ocupó la otra cabecera y Dolores que quería disimular su incomodidad, no lo lograba, casi no levantaba la vista e intervenía muy poco en la conversación que fue monotemática, siempre direccionada por Belinda que propuso hablar de su vida en la ciudad y las grandes oportunidades que allí se tienen. -No como acá que se encuentran tan limitados- se animó a decir en un momento.

-¿Y qué haces acá, limitándote con tantos limitados? -, saltó Florinda.

-Tiene razón la señora- fue la primera frase de Dolores

-Por fin estás de mi lado vos, por momentos creí que estabas en mi contra.

-No señora, para nada, usted tiene razón, en todos lados la gente tiene límites, lo que pasa que hay personas que no los respetan y los límites de acá están marcado precisamente por el respeto, algo que me parece que estuviera faltando en el comentario de la señora Belinda-. Convencida de que lo dicho sumaba a su favor respecto a la su relación actual con la patrona, Dolores respiró más tranquila.

-¿Y quién sos vos para marcarle límites a mi prima?, qué si bien nos es una Iriarte, comparte el prestigio con lo que sí lo somos-. Carlos había levando la voz defendiendo a Belinda.

-Callate queres, dejate de joder con el linaje y el prestigio, si muestran la hilacha cada vez más seguido ustedes los Iriarte-, se desahogó Florinda.

-Tiene razón doña Florinda- agregó Juanito integrándose a la charla.

-¡Qué manga de alcahuetes!- gritó Belinda, con una papa caliente en la boca, a punto de escupirla.

-Acá cualquiera levanta la voz y marca territorio- Carlos enardecido le contestó a Juanito.

-Juanito, ya te he dicho que me tenes podrida con eso de doña, doña es para una vieja, con que me llames señora Florinda ya está.

- A propósito, ¿cuántos años tenes Florinda?, unos cuantos más que yo segura, pero te mantenes muy bien, cuando llegue a tu edad no sé si voy estar así.

-Bueno Belinda, no seas así, a las mujeres no les gusta hablar de su edad, a eso yo sé qué lo sabes muy bien- Carlos quiso suavizar un poco.

-¿Y qué sabes tanto de ella vos?, ¿cuántas cosas más sabes de tu prima? Una es conocer a la mujer de tu primo, que en paz descanse, y otra es conocer sus pensamientos y lo peor es que parece que ella te lo permite.

-Ay no Flori, sospecho que el primo hace referencia a que nosotras no acostumbramos a hablar de nuestra edad.

- ¿Te crees que soy estúpida, que no veo que entre ustedes se defienden? ¿Y para qué me preguntaste cuantos años tengo entonces?, carajo, ustedes dos siempre están de acuerdo en todo, aunque sea una estupidez que hayan dicho-. La cena transcurrió como se podía, el ambiente estuvo tenso. Dolores creía que había sumado puntos a favor con Florinda, pero a la vez sabía que ésta no se había olvidado de su llegada después de hora. Juanito, que apenas tiró un bocadillo, creía que para el resto había pasado poco menos que desapercibido, solo se habían dirigido a él para retarlo, levantó la vista como casi no lo hiciera en toda la cena cuando Juana, la cocinera, distribuyo el postre; arroz con leche y canela, en unos tazones enormes que hubiera sido suficiente para llenar la panza de todos con eso solamente y un frasco con miel en el centro de la mesa para que cada uno se sirviera a gusto.

Carlos, Florinda y Dolores estaban totalmente poseídos con el postre preferido de la casa. Belinda, mojó la yema del índice derecho en la cucharita con miel y se la pasó por los labios, y con esa mirada fresca que a pesar de los años aún conservaba, encontró a Juanito que en ese momento estaba con la cabeza altiva y la bella con un guiño ruborizó al muchacho, que no hizo otra cosa que clavar la vista en el tazón hasta que el flequillo bordeara al arroz. Los cachetes de Juanito tomaron un color rojizo, tanto que le llamaron la atención a Carlos que enseguida le preguntó qué le estaba pasando, -pareces paspado- y largó una carcajada que nadie celebró.

-¿Porqué te reis del pobre muchachito, te parece que queda bien? Acá no se puede ni tener calor porque al señor le molesta- Florinda enojada con su marido y mirándola de reojo a Dolores, cada vez disimulaba menos su mal humor.

-Chicos, chicos no discutan, son tan lindas las sobremesas en familia, porque ellos dos- señalando a Dolores y a Juanito, -para ustedes son de la familia y si lo son para un Iriarte lo son para mí-. Belinda tratando de poner paños fríos arengaba por la paz.

Florinda, sin decir palabra alguna, con la mirada le insinuó mucho más que un insulto a Belinda, a quién ya la consideraba una intrusa, -buenas noches, me voy a un lugar adónde haya tranquilidad enserio-. Corrió la silla bruscamente y salió hacia la sala de estar.

-Buenas noches y buen provecho doña Florinda-, acotó Juana, la cocinera.

-Sos sorda vos, ¿no escuchaste cuando le dije a aquel otro que con señora alcanza?, señalando a Juanito. -Sabes que me da bronca cuando me dicen doña-.

Juana, retorciendo las manos en el delantal, también bajó la cabeza, dio media vuelta e hizo como que acomodaba utensilios en la alacena.

-Tiene razón Florinda, es muy joven para el doña- Dolores con una sonrisa se sumó a la defensa y seguía con la ilusión de que la patrona no la persiguiera con aquella investigación.

Dolores y Juanito, se levantaron de sus sillas al mismo tiempo ni bien terminaron con el arroz y poco menos que a coro, dieron las gracias a “San Daniel de los que buscan justicia” por la cena, con un buen provecho y hasta mañana, no sin antes agradecerle a Juana también por la exquisita comida, salieron hacia la sala y de ahí por el pasillo que los llevaba a cada uno a su dormitorio. Juanito que iba detrás de su compañera pasó y cerró la puerta que separa al comedor con la sala de estar. Florinda, que leía en su sillón, dejó que su marido y su prima se diviertan con sus charlas, si bien sabía que con la puerta cerrada hacía de cuenta que había dejado al zorro en el gallinero, también tenía a su favor que en el mismo gallinero estaba Juana, y Juana siempre le fue muy fiel, sumando que no solo que no se le escapa nada, sino que retiene todo, no se olvida de detalle alguno, y se regocijaba contándole a su patrona lo que ha visto. Las virtudes de la fiel cocinera dejaron leer tranquila a Florinda una novela que precisamente describía la historia de un “cazador de viudas”, así era el título que eligió justamente para esos días sin tener en cuenta que a veces la realidad supera a la ficción.

Habiendo pasado un buen rato con Juana ocupada en la higiene del comedor, Carlos, con el fin de no despertar sospechas, le sugirió a Belinda que cada uno se retirara a su cuarto, - y mañana vemos- le dijo en voz baja sin que Juana oyera, aunque algo sospechara, por conocerlos a ambos.

La noche del campo estaba en su plenitud, el silencio era el dueño del lugar. Los anfitriones descansaban en su habitación, Belinda hacía lo propio en la suya, Juana fue apagando una a una las luces y también se disponía a descansar. Un día más había terminado en la estancia “La Regalada”. Juana intuía que ese fin de semana no sería igual a uno común, el aire se notaba espeso, ella sabía que Belinda alteraba el andar normal en el casco y con un: -que pase lo que Dios quiera-, se fue adormir.

Para Dolores no fue fácil pegar un ojo, es más, fue imposible, tenía la preocupación de cómo salir de los cuestionamientos que le ha hecho Florinda respecto a su llegada tarde, sin poder darle una explicación razonable, ella no quería contarle de los lindos momentos que pasó esa tardecita con el Moro, -si después de todo es parte de mi vida privada, una cosa es ser la patrona, pero de ahí qué se meta en mis asuntos, no, no le corresponde- con los ojos abiertos mirando el techo a través de la penumbra pretendía armar un relato creíble, sin contar nada de su intimidad y que Florinda quede satisfecha, para ello el camino más corto era Juanito, debía reconciliarse con el hijo del encargado, pensó que era más o menos fácil la tarea. -Juanito es una persona intachable, mentir jamás-, desde ese punto debía partir Dolores, no podría convencerlo de alguna mentira, pero tal vez con un -yo no vi nada- o algo parecido, una cosa que no la perjudicara, a ella le sumaría a favor. No estaba dispuesta a romper relaciones con nadie, ni con Juanito, ni mucho menos Florinda, -porque ahora se metió en esto de querer averiguar, pero no es así, es buena patrona-.

La noche larga de Dolores la hizo pensar sin poder conciliar el sueño, escuchó ruidos de alguien caminando por el pasillo, -es don Carlos que se levanta tres o cuatro veces al baño por noche, la gente grande lo hace seguido-, pensó, en tanto el tic tac del reloj acompañaba a su desvelo. -Son las cinco y media de la mañana, Juanito ya debe estar dándole la comida a los caballos en el galpón, me voy para allá, si lo agarro con la buena lo convenzo, no es una persona rencorosa, yo siempre lo dije, Juanito es un buen pibe, sin maldad, un extraordinario amigo, me tiene que ayudar a salir de ésta-. Dolores si vistió sin hacer ruido y aprovechando que el pasillo estaba otra vez en silencio, salió en puntas de pies, usó el baño de servicio que está del otro lado de las habitaciones, para que nadie la escuchara y sigilosa se encaminó hasta la salida.  El galpón con el portón semi abierto ya le avisaba que Juanito estaba en plena tarea. Recorrió corriendo los cincuenta metros que separan al establo de la casa y entró de la misma manera deteniendo la marcha abruptamente dos metros ya adentro del recinto, sorprendida, lo que sus ojos veían no estaban en la cabeza de nadie. Belinda y Juanito se besaban apasionadamente, tanto que ninguno se percató de la presencia inoportuna de Dolores. Maldijo por no tener encima una cámara de fotografía para que la misma le sirva de presión sobre Juanito y así ponerlo de su parte. Se quedó pensando, mirando y no pudo menos que recordar aquel encuentro en el sulki con el Moro, y las fantasías la hicieron volar, con sus manos inquietas y sintiendo que sus venas se hinchaban mientras la garganta se le resecaba, por esto mismo carraspeó e interrumpió un acto de amor sorprendiendo a los poseídos sobre los fardos. Pidió perdón por la interrupción, -nunca me lo imaginé-, ya sus venas estaban volviendo a mantener el cauce normal y una risa se le escapó. Juanito de los nervios ni cuenta se dio que sus pantalones no estaban en el debido lugar, Belinda, muy tranquila y también con una sonrisa le dijo a él que se vistiera, la miró a Dolores, diciéndole, -esto de acá no sale, lo que pasa en el galpón, queda en el galpón-, y volvió a sonreír. Dolores, cómplice, moviendo la cabeza afirmativamente, la miró a ella y le preguntó, - ¿eras vos la que caminaba por el pasillo hace un rato?, después giró la cabeza hacia Juanito y le dijo: -Juanito, entre nosotros, para la vieja, yo nunca estuve sola en el sulki con el Moro, ¿verdad que no? -. Juanito ajustándose el cinto, con los nervios se lo había ceñido demasiado, tanto que le costaba respirar, le contestó que sí, que se quedara tranquila, a la vez que con la cabeza hacía movimientos negativos.

-Afloja Juanito… no solo el cinturón, también las tensiones-, le sugirió Belinda, acomodándose ella también por que el desarreglo había sido para ambos. - ¿Y vos que andas haciendo a esta hora en el galpón, querías tener algo con él?, es un león Juanito, se puede recomendar- terminó la veterana.

-Yo pasaba, vi la puerta abierta, a esta hora me llamó la atención y entre. Respecto a Juanito y a juzgar por tu cara de felicidad, no sé si será el rey de la selva, pero debe ser un puma por lo menos, seguro que tiene lo suyo-. Juanito, otra vez con los cachetes colorados, agarró un balde lo llenó de avena y se dispuso a racionar a los caballos.

-¿En serio que no tenes nada con él?- insistió Belinda.

Dolores largó una carcajada más, -no, no, solo quería hablar de un asunto nuestro, un mal entendido con la patrona que ahora él me lo va a saber solucionar, ¿no es cierto Juanito? – Juanito entre satisfecho y encerrado, ahora movió la cabeza afirmativamente, siguiendo en lo suyo y Dolores muy distendida volvió a la casa.

El sol ya se había metido en el monte, los primeros rayos hurgueteaban entre las hojas, la frescura de la mañana invitaba a andar por ese caminito angosto que garabatea la tierra entre los troncos caídos. Belinda tomó esa senda y se dejó llevar hasta dar con la plantación de ciruelas, cuándo encontró la primera de ellas arrancó una, a la que le faltaba madurar, estaba dura pero sabrosa, cerró los ojos y apoyada contra el tallo, se recordó que ésta era la segunda fruta nueva, robada, que se comía en esta mañana, -a la otra también le falta madurar, pero hay que darle tiempo- dijo y decidió seguir por el camino retorcido.

El aire renovador del domingo invitaba a salir, Carlos buscó a Juanito por los lugares en los que normalmente se desenvolvía, pero el muchacho no aparecía, -es feriado, quizás se haya ido al puesto con los padres-, reflexionó. Ensilló uno de sus preferidos, la saludó a Florinda que estaba en la ventana que da a los palenques y salió a pegar una recorrida acompañado de su perro, se recordó que su primo mayor, Baldomero, siempre insistía con aquel latiguillo que dice: “el ojo del amo engorda al ganado”. Un poco al tranco y un rato al galope despuntaba el vicio, viejo vicio de leguas andadas por el solo hecho de sentir la magia del aire libre, -y un cacho de soledad no está demás- se dijo. Con el recuerdo de Baldomero no podía estar ausente Belinda, tanto conoce a su prima que estaba seguro que ella andaría por el monte. Varias eran las entradas al mismo, eligió una de las más recónditas y al paso del caballo fue esquivando ramas. Un cigarrillo le arrimaba más placer, decidió bajarse y fumarlo sentado en un tronco y que la frescura de la media mañana dominguera le hiciera olvidar los rezongos de su mujer en la cena de la noche pasada. El perro que estaba echado salió corriendo y ladrando hacia unos arbustos con importante densidad, apagó el pucho con cuidado y caminó por donde fue el animal que ya no toreaba. Las voces que escucho lo sorprendieron, la imagen más aún, la furia se apoderó de él cuándo vio a Juanito abrazado a Belinda. -Con razón el perro no siguió ladrando, te reconoció, hijo de la gran puta-.

-Un momento primo, los modales, cuida los modales, no le queda bien a un Iriarte desubicarse. Juanito es inocente, a esto lo propuse yo, vos me conoces primo, desde hace mucho sabes que yo a la ensalada le pongo fruta fresca- volteando la cabeza hacia Juanito, -hace tiempo que no consumo orejones-, esta vez mirándolo a Carlos. Los cachetes de Juanito se volvieron a encender, -yo le pudo explicar patrón-.

-Vos no explicas nada, ¿a quién le vas a decir de tu vida? Vos sos grande, muy grande Juanito-, y largó una carcajada que, para el hombre destruido, fue una puñalada.

Carlos caminó hasta el caballo y salió del monte un poco rayado por las ramas, pero la rabia le dolía más. No podía ni contarle a Florinda, porque ésta, zorra, muy zorra se daría cuenta de porque su intento de paseo por el monte. –Pero ya lo voy a agarrar al Juanito ese, mañana se va mi prima, ya no tendrá quien lo defienda, vamos a ver como se pone.

Dolores hacía las tareas de doméstica en la sala y no podía dejar de pensar en la situación en el galpón, Juana que pasaba para la cocina la miró y algo le llamó la atención; -¿de qué te reís vos? El que solo se ríe de sus picardías se acuerda, decía mi abuela-.

-De nada Juana, hoy es domingo y viste que los domingos son tan alegres-.

-Estás re loca che, el domingo pasado me dijiste que estabas nostálgica porque precisamente era domingo, ¿quién te entiende?

-¿Hoy no comemos? Las chicas están ocupadas con sabrosas charlas seguramente, cuenten, si se puede saber, bah, Juana si me cuenta sus cosas, pero a vos Dolores te noto muy reservada, no sé qué te pasa.

-Ya está el almuerzo casi listo señora, al tuco le falta poco, los fideos se cocinan en dos minutos, el plato de entrada está servido, ya llamo con la campanita para que venga don Carlos, Juanito no debe tardar y su prima se estará arreglando para venir a la mesa.

-Esa no es pariente mía y si no viene mejor.

Al sonar de la campana, Florinda y Dolores fueron las primeras en sentarse, Carlos muy serio se ubicó en su lugar sin decir una palabra. Juana le preguntó cuál vino deseaba tomar y le contestó: cualquiera. A Florinda no se le escapa nada y esta actitud menos aún.

-¿Qué te pasa a vos que tenes esa cara de vinagre? ¿No la pudiste ver a tu primita que te alegra las horas? Algo así te debe pasar-. Dolores y Juana miraban para cualquier lado, Juana muy seria y Dolores que no podía contener la sonrisa pensando en qué lugar se estarían revolcando la vieja Belinda, -porque para él es una vieja-. Y Juanito, el de los cachetes rojos.

Juana había preparado, para la entrada, bombas de papas con hiervas frescas de la huerta que ella misma cultivaba y roscas de queso feteado, con un toque de oliva, un manjar según se lo había dicho Carlos días atrás. Florinda le pidió a la cocinera que hiciera sonar la campanita, -Tal vez Juanito no la ha escuchado-. A Dolores se le escapó una risa sostenida y por poco no se le cayó de la boca la bombita que estaba saboreando.

-Qué te pasa a vos- a coro Florinda y Juana se lanzaron sobre Dolores.

-Nada, nada, me acordé de un chiste que me contó Juanito, vieron que no es de hacer chistes, pero a veces hace cosas que a una la sorprenden- y volvió a reírse.

-A Juanito y vos cada vez los entiendo menos, están locos- Florinda un poco más distendida le hablaba a la niña, como ella la llamaba hace un tiempo. – ¿Y vos no comes?, mirándolo a Carlos que seguía con el ceño fruncido y sin probar bocado.

-Ni ganas de comer me dan cuándo te pones así.

- ¿Así cómo?, el alterado sos vos y todo desde que apareció la loca reventada de tu prima, y que raro que no se fue a lo del Vasquito a hacer de las suyas. El Negrito era casi un nene cuándo la muy descarada abuso de él, ¿o no te acordas de las historias con tú prima? Claro, que te vas acordar, no queres acordarte por que vos también tenes tus cosas con ella.

A Dolores se le habían ido las ganas de reírse, el almuerzo amagaba con no terminar bien. Juana siempre que se pone nerviosa se retuerce las manos con el delantal. Como para salir de la conversación le preguntó a la señora si levantaba el fiambre y servía los tallarines o esperaba por Belinda y Juanito.

-A ese hijo de su madre deberíamos prohibirle que se siente en la mesa con nosotros-, alterado Carlos no se pudo contener.

-¿Qué te pasa a vos con ese pobre chico? Anoche te le reíste por que el calor del arroz con leche le puso los cachetes colorados, ¿y ahora qué?

Dolores se levantó de la mesa con intento de ayudar a Juana.

-Ya te vas a enterar de tu protegido Juanito, no es ningún santo como vos te crees.

-¿Juanito?, Juanito es un ejemplo en el que vos tendrías que mirarte.

-Hola, buen provecho. ¿Qué tal familia? Disculpen la demora, digo por la tardanza en avisar que no venimos almorzar- Belinda mirando a Juana y a Dolores, sin desviar la cabeza hacia la ubicación de los dueños de casa continuó: nos vamos con Juanito, te dejamos el sulki en lo del Negrito y de paso lo saludo- ahora si mirando a Carlos.

- ¿Adónde vas con Juanito? - Florinda que como un resorte saltó de la silla preguntándole y pegando dos golpes en la mesa.

Carlos con los ojos bien grandes y rojos no podía disimular su bronca, sin decir ni una palabra seguía sentado.

-¿Y vos no le vas a decir nada, qué esperas, que lo lleve al chico por el camino de la ruina?

-¿El chico? Ya le dije a tu marido que Juanito no es ningún chico, Juanito está crecido, vos no te das una idea. Belinda y su desparpajo se floreaban en la despedida.

Dolores y Juana en un rincón de la cocina disimulando desentenderse de la discusión, registraban todo lo escuchado. Juana sin entender nada. Dolores, por el contrario, sabedora del romance de Juanito y la vieja, pero sorprendida porque no pensó que su amigo tomara la decisión de irse con Belinda.

-¿Qué sabías vos, qué te dijo de Juanito la descarada ésta? Con demasiada furia lo increpó Florinda a Carlos.

-Lo que te acabo de contar prima- contestó Belinda. -Lo grande que está ese chico, ¡qué estirón pegó el mocoso! - Y con un ondear de la mano izquierda se despidió de los Iriarte llevando en su mano derecha la valija. – Juanito me espera en el sulki, me dijo que los salude de su parte, que no viene porque las despedidas son tristes, no le sientan bien. Hasta siempre chicos, se los quiere.

El silencio se apoderó del recinto. Los tallarines de Juana se habían transformado en un mazacote. Carlos retiró el plato si haber probado la comida, se levantó sin decir nada y salió rumbo a su habitación. Florinda cuando reaccionó fue corriendo hasta el galpón, pero ya era tarde, apenas un poquito de polvo se veía en el camino como última imagen de Juanito y los recuerdos le anudaron la garganta. Cuando Juanito y los padres vinieron a la estancia, éste era un niño que apenas caminaba, -y ahora tengo qué escuchar semejantes guarangadas de la yegua esa-. Un par de lágrimas rodaron por las mejillas, mientras que le pedía a “San Daniel de los que buscan justicia” que lo ampare, que no lo abandone tirándolo al lado de la desquiciada de Belinda. Dolores, también confundida estaba atrás de su patrona, la tomó de un brazo diciéndole: -todo va a estar bien, Juanito es grande. Él ya sabrá lo que tiene que hacer-.

Carlos se fue hasta el puesto dónde vivían los padres de Juanito para ponerlos al tanto, estos ya sabían y con cierta amargura se consolaban y trataban de hacer lo propio con el patrón.

Juana, que parece que tuviera un ojo más, había visto que algo iba a pasar en “La Regalada” ese fin de semana, algo le había dicho que el aire estaba espeso. Belinda rompió con la tranquilidad de la casa, a eso lo vieron todos, pero Juana se anticipó.

La tarde pareció más larga. Dolores salió a caminar, pasó por la puerta del galpón, sonrió y dijo. –Qué tengas mucha suerte amigo, cuidate de la vieja- y siguió la recorrida. El retumbe del galope del caballo de Carlos y Juana que la llamaba del otro lado la sacaron del recuerdo de su amigo, de la vieja y de lo que descubrió esa mañana en el galpón.

-Veni Dolores la señora está muy triste- la escuchó a Juana, en tanto se refregaba las manos en el delantal, tal cuál es su costumbre evidenciando sus nervios. Florinda mantenía el libro que eligió para esos días en sus manos, pero no lograba concentración. Maldecía a Belinda y a todos los Iriarte y a la vez les pedía perdón a ellas por el mal rato que les estaba haciendo pasar. Dolores les pasaba la mano por la cabeza sin decir una palabra, Juana le alcanzaba un mate y unos bollitos de maicena riquísimos. Las horas se hicieron largas y la conversación entre las tres no fue variada, Juanito más algún insulto para Belinda las mantuvieron en esa charla.

Carlos, que estaba en la ventana que da a los palenques no podía con su bronca con Juanito. Él quería haber estado en su lugar, pero la juventud del muchacho y la avidez de Belinda pudieron más. Un cigarrillo lo acompañaba apretado entre sus labios resecos cuando escuchó ladrar al perro, levantó la vista por si algún bicho andaba por las ovejas y vio la polvareda que se acercaba por el camino. Una sonrisa se le dibujó a pesar de que su momento no lo preveía. Juanito volviendo sólo, bajó del sulki con los cachetes colorados y la gorra casi hasta las orejas. Carlos apresuró el paso desde el cuarto hacia la sala donde estaban las tres mujeres, -Juanito, volvió Juanito- Dijo en el mismo momento que por la puerta principal Juanito ponía los pies en “La Regalada”, pidiendo permiso y perdón, les dijo: -no pude, yo soy de acá-.

La bandeja con los bollitos rodó, el libro no corrió mejor suerte y el mate se salvó de milagro. Florinda y Carlos se apresuraron para abrazarlo. Juana y Dolores se miraron sorprendidas, hacía mucho que los patrones no coincidían en algo. El muchacho se disculpó sin dar demasiadas explicaciones. Dolores entendió que era lo correcto, que la vida privada no se debe ventilar. Rato después la campanita de Juana sonó a deshora, temprano había armado la mesa dulce como para agasajar a alguien, no sabía a quién. Todos se reunieron alrededor de la mesa, Juana se sentó al lado del patrón, frente a Juanito, -mirame che- le gritó con una carcajada y brindaron, con el vino del patrón, por la vuelta del hijo del encargado, como lo conocía la gente de Pozo del medio.

 

CONFUNDIERON LA AMISTAD

 

Belinda no le dijo nada al vasquito que se había enterado de la ruptura amorosa de la que había sido partícipe precisamente el pobre Negrito. En realidad, después de que Juanito la dejó en el boliche, pensó en quedarse unos días más de vacaciones. Si bien ella eligió a la gran ciudad para vivir, Pozo del medio no era un lugar más en su vida, ahí tiene recuerdos. La familia de su marido es fundadora del pueblo. Los Iriarte, donantes de las tierras para esa población, son importantes y sentía que algo de todo aquello le pertenecía, es la viuda de quien fuera el primer dueño de la estancia que ahora se llama “La Regalada”. –Recordemos que el pueblo está emplazado en tierras que fueron de Baldomero- Hablaba sola Belinda, porque el Vasquito estaba en otra dimensión, no escuchaba, no entendía, solo un pensamiento lo ataba por aquellos días, el forastero y las copas seguían dando vueltas en su cabeza. -En tiempos de mi finado esposo, siendo él el propietario tenía otro cartel en la entrada, algo de “Cacique Guichén”, una cosa así era su nombre-, seguía hablando para ella, pensando que nunca les había dado demasiada importancia a las cosas de su entonces marido. Cuando Belinda se enteró que se acercaba la fecha del aniversario de la llegada al lugar del santo patrono, “San Daniel de los que buscan justicia”, creyó que era una buena idea quedarse con el Negrito, de paso lo entretenía, y presenciar los festejos patronales, de los que ya se venía hablando, era tentador. La fiesta se realizaría por primera vez, después de largo tiempo desde que el santo es el patrono de Pozo del medio.

 Bendecida Noble se encargó de juntar a algunos habitantes del lugar con la idea de que ayuden a organizar los actos litúrgicos y también para la reunión de las familias, en torno a una kermes, que sería en la plaza, a la que considera como de ella. Haber ganado la votación para ponerle el nombre, “Plaza San Daniel de los que buscan justicia”, le dada según pensaba, cierta autoridad sobre el predio. Sin ir muy lejos, tiempo atrás tuvo un altercado con el Vizcacha y el Micaelo Gorrindo, porque los encontró corriendo una carrera de a caballo cruzando la plaza desde el almacén de Koski, hasta el bodegón del Vasquito. El Vizcacha no le contestó nada, porque él no habla estando fresco, pero el Micaelo es un hombre de pocas pulgas, así que la amenazó avisándole que correría otra carrera con quién se cuadre de esquina a esquina de la plaza, esta vez sería cambiando la dirección. Bendecida, ya con un tono de voz más bajo, le avisó que el santo lo iba a castigar si no se arrepentía de los dichos y lo mandó a rezar a la capilla por tres días consecutivos, prestándole un librito chiquito que sacó de uno de sus bolsillos. -No voy a ir, ¿para qué? Si ni sé rezar y leer menos, pero tengo una idea, déselo al Moro Giménez, él se las rebusca leyendo-. Bendecida guardó el libro pensando que el santo pude hacer algunos milagros, pero encaminar a cierta gente le cuesta, hasta ahí no llega.

Jacobo Koski ofreció el lugar para que pudieran reunirse los organizadores, en tanto pensaba en una venta mayor de bebidas. En la primera reunión no eran muchos los presentes con ganas de colaborar. Lucía Almirón fue unas de las primeras en llegar. Jacobo y Bendecida se miraron sabiendo que no era un buen paso hacerla participar. Obdulio llegó un poco después y se llevó a Lucía a otra mesa para que no desbarrancara con algún comentario fuera de lugar. El Chato Cabrera y el Moro Giménez siempre atentos a cualquier manifestación en el pueblo, llegaron juntos y dispuestos para lo que sea necesario. Como de casualidad, con la excusa de comprar yerba, entró Primitiva Jiménez, se apoyó contra una pila de bolsas de azúcar suelta, esas, de arpillera de 50 kg, puso atención para escuchar lo que decían en la otra mesa y con la sonrisa de boca torcida que se le forma cuándo pretende burlarse de algo, hablaba con Jacobo sin bajar el tono, recordándole que: ella no está de acuerdo con la fiesta, o, mejor dicho, con la fiesta sí, pero no con el santo, que se debería seguir investigando, insistía. Los organizadores de la primera fiesta en honor a “San Daniel de los que buscan justicia”, incómodos por sentirse atacados con los comentarios de Primitiva, le comunicaron a Koski qué: de seguir este tipo de agresiones, así habían catalogado al comentario de Jiménez, -desalojaremos el recinto- se descargó Bendecida. Koski se negó a perder un céntimo de venta por culpa de alguien que no estaba de acuerdo con el resto y le pidió a Primitiva que se mantenga callada, o fuera pensando en retirarse, cosa que no le cayó bien a la señora Jiménez, porque siendo ella una clienta tiene derecho a decir lo que siente; -porque estamos en un país libre y soberano-dijo levantando aún más la voz.

-O se va ella, o nos vamos nosotros, gritó Bendecida desde su asiento.

El Chato Cabrera y el Moro Giménez, con un vino cada uno ya servidos, no estuvieron de acuerdo con dejar el lugar, le aconsejaron a la rezadora que no la escuchara, que se concentre en lo de ellos, que había que poner la fuerza y la razón al servicio del evento. Toda conmovida por las palabras de sus compañeros, Bendecida también pidió un vinito, pero con un poco de soda; -a esta hora de la mañana, quizás puro no me caiga bien-, comentó.

-Salud compañeras- Lucía levantando su vaso, desde la otra mesa, señaló a Bendecida e hizo lo propio con Primitiva. -Aprovechemos para brindar, total qué más da, sea quien sea, el patrón o la patrona-. Obdulio, como siempre atento a estas reacciones de su ladera, con cuidado le sacó el vaso de la mano y cerrando los dedos le asestó dos golpes en la cabeza con los nudillos que la volvieron a poner en calma, a la buena de Almirón.

La señora Florinda mandó a preguntar con Dolores, qué cosas harían falta para que la celebración sea distinguida, exitosa. Adelantándose a cualquier respuesta, con la enviada les hizo llegar una caja cerrada. A Primitiva Jiménez se le iluminaron los ojos pensando que otra imagen estaría a punto de cambiar a la actual, -Yo sabía que ese no es, no tiene cara de Daniel-, se decía en voz baja, la a esa altura de los dichos, protestante Jiménez.

Dolores le pidió al Moro que abriera el paquete; -vos tenes manos suaves, hacelo con cuidado-, mirándolo a los ojos y regalándole esa sonrisa que dibuja en su cara, cuándo pone a los labios rectos. El Chato Cabrera, también en principio interesado en galantear a la bella dama, dejó de lado su intención, liberando el camino para qué su amigo y la exquisita Dolores se hicieran todas las señas que quisieran, -y que la vida los lleve por la mejor huella-, murmuró. Bendecida al escucharlo, Bendecida tiene una dificultad auditiva, pero no siempre, a veces algo escucha, levantó la cabeza sin entender lo que el Chato quiso decir con su murmullo, ella estaba ansiosa por ver que le había mandado doña Florinda. Primitiva que ya se había parado para ver mejor la desenvoltura del paquete, ahora estiraba el cuello para mejorar el ángulo de enfoque y así no perderse detalle, fundamentalmente quería observar la cara de Bendecida cuándo viera que en la caja había otra imagen, mandada para cambiar, a la que según ella no era la de San Daniel.

Bendecida le pidió al Moro que por favor tenga cuidado al desempaquetar, que no rompa el papel del envoltorio, porque ella lo guarda, -es lo primero que tocamos de la imagen-, le dijo convencida de que la señora Flores le había mandado otra escultura, más pequeña, y que ella, Bendecida, imaginó encabezando la procesión por las calles de Pozo del medio.

-Mira si la vieja se apioló y mandó a la que decías vos Primitiva- Lucía, hacía bastante que estaba callada y no pudo contener lo que pensaba, ni la carcajada, también la señora Jiménez lanzó al aire con vozarrón de tabaco, algo similar. Obdulio que se había levantado para ir hasta la letrina, no pudo sujetar a su compañera y ésta se despachó a boca suelta con lo que le salió. Bendecida le pidió que se callara y que terminara con sus bromas de mal gusto, sin mirar a Primitiva, pero con ganas de estrujarle el cuello. Lucía siguió a los gritos. Obdulio que venía del fondo del patio entró apurado para sacudirla y casi choca con Jacobo que estaba con intención de llevarse el coperío vacío y reponer el contenido. -Al mío no le pongas tanta soda che, al anterior me lo bautizaste demasiado-, Bendecida le recriminaba al bolichero por haberle puesto más agua que vino en el vaso.

El Moro con mucho cuidado, y sin dejar de mirar a Dolores, desenvolvió el paquete que tenía otro mantel blanco para cambiar a aquel, ya amarillento, que se luciera vistiendo a la mesa que ha sostenido al santo durante tanto tiempo, paño que también había obsequiado la señora Flores, y le sumó al presente, un cuadro de “San Daniel de los que buscan justicia”, enmarcado, pintado sobre una tela, al óleo, por un distinguido pintor que alguna vez supo andar por el pueblo, que en esos días había hecho una pasada, y se refería al gran artista del pincel, el uruguayo, Juan Noble.

Las manos del arte ambulante, según dicen que pregonaba el propio Juan, habían trazado líneas en el rostro que no se emparentaban con las de la imagen original. De aquel gesto adusto, que la escultura primitiva tenía, paso a una sonrisa insipiente y con unas líneas al costado de los ojos que le marcaban muy visiblemente sendas patas de gallo. La nariz aguileña y el cabello más largo, definitivamente hicieron dudar a Bendecida sobre la habilidad del pintor,-o bien le mostraron otra foto- dijo la rezadora, haciendo hincapié en la gran diferencia entre una imagen y la otra. Dolores acotó que la frente no tiene los surcos marcados, pero que la pera y el color de los ojos, son idénticos, aunque que en el busto se veían más achinados. El Moro sin dudar de la palabra de Dolores, opinó que tal vez la escultura que ellos poseían era del santo cuando niño.

-Y… los años pasan para todos- agregó Lucía

-¿Y ahora que me contas? Viste Jacobo, no saben ni quien es- Primitiva se frotaba las manos como cuando un triunfo está al caer.

El Moro se paró e increpó a Primitiva, -señora Jiménez, ¿usted sabe leer?, creo que sí, vea, acá abajo bien clarito aclara que la pintura del artista Noble refiere a “San Daniel de los buscan justicia”-. Dolores, el Chato Cabrera y Bendecida, que eran los otros tres que sabían deletrear, asintieron con leves movimientos de cabezas.

-Che Chato, ¿vos viste lo que es eso? Anda a saber quién cuernos es el pintor Noble, ¿no será pariente tuyo, ¿no? -, ahora Primitiva mirándola a Bendecida.

-No, no es nada mío, ¿y se fuera qué?-

-Si fueran de la familia le podrías decir que se dedique a otra cosa- aconsejaba Jiménez, clavándole la vista al bolichero y pechándole un cigarrillo. -Si llega a volver por acá, decile que yo quiero que me haga un retrato, por ahí me saca como Juana de Arco y me ponen como la santa de Pozo del medio-.

Lucía volvió a largar esa carcajada fuera de lugar, Obdulio le pegó un fuerte golpe a la mesa y le preguntó - ¿por qué esa desmedida falta de respeto? -.

-No sé- le contestó, -pero me parece que aquella dijo algo que a esta otra no le gustó- señalando primero a Primitiva y después a Bendecida.

Después de un largo rato, tal vez hayan pasado más de dos horas, Juanito, con hambre, extrañando la siesta y esperando arriba del sulki que Dolores se desocupara y así poder volver temprano a la estancia para que la patrona no cambie el humor para peor, se bajó. El sol, qué había superado la altura del árbol gigante, ya le molestaba pegándole de lleno sobre su humanidad. Entró al bodegón, molesto y sin saludar, actitud que normalmente no suele tener, le dijo a su compañera que ya era hora de volver al casco, pero ésta ni lo advirtió.

Giménez, que estaba atento a todos movimientos o referencias que tuvieran que ver con Dolores, le salió al cruce. -Este encuentro de la feligresía necesita y merece la participación de quienes, como en el caso de Dolores, estén presentes y a disposición del evento más importante que haya surgido de las mentes de nuestro amado pueblo-. El Moro inspirado en la presencia de la niña bonita, hacía que de su verba brotasen palabras que él nunca supuso que podría juntar para armar una frase.

Juanito, se disculpó por no pedir permiso para interrumpir, se sentó en una silla de otra mesa, sólo, colgó la gorra en el respaldar, pidió una Spur Cola y se dispuso a esperar, estirando los escasos centímetros que le recorren desde la cabeza del fémur hasta la punta de la alpargata.

En un determinado momento todas las miradas se clavaron en la puerta, cuando con un vestido muy colorinche y una gran capellina blanca, algo que llamó mucho la atención a todos los que allí estaban, entró Belinda al almacén de Koski en busca de aceite suelto, lo saludó a Jacobo como si se vieran todos los días, éste ni la recordaba, la tenía presente por algunos comentarios que había escuchado y nada más, en tiempos que Belinda vivía en la zona no bajaba al pueblo, no salía de la estancia, sólo lo hacía para viajar a la ciudad, pero igual la atendió como corresponde a un caballero. Cuándo le preguntó si deseaba alguna otra cosa, - ¿pan, necesitas pan? - fue lo primero que se le ocurrió, a lo que ella le contestó con un: -gracias Jacobo, siempre tan atento, a vos no se te pasan los años che-. El bolichero, entre sorprendido y agradecido, le respondió con una sonrisa, -no están así, sos muy generosa Belinda, como decía Lucía hace un ratito, los años pasan para todos-.

-¿Qué dije yo que no me acuerdo?- Lucía que escuchaba a todos y no entendía a nadie, siempre se metía en alguna conversación.

-No, Jacobo, no es tu caso, se te ve jovial, mantenes tu pinta de aquellos tiempos-.

-Muchas gracias, a vos también se te ve muy bien. ¿Tu estadía por estos días acá, es con fines de radicarte, o simplemente de paso? La vida en la ciudad es otra cosa, ¿renunciaste a ella?

Belinda, lo escuchaba y elaboraba una respuesta, no veía mal endulzarle el ego al dueño de casa y persuadirlo con formar una sociedad, o una pareja. Ella se ofrecería a ayudarlo con el negocio, haciendo exquisiteces gastronómicas, y así asegurarse casa y comida, dos cosas que le estarían flaqueando en la metrópolis.

-Todavía no sé qué voy a hacer, allá estoy muy bien, pero vivo muy sola, yo soy joven todavía y tengo derecho a rehacer mi vida, ¿vos qué opinas Jacobo?-, ella, muy astuta, sabía que le dejaba picando una propuesta. -Tal vez el interés de conocer bien las entrañas de esta mezcla de judío y de gaucho la llevó a decirme todo aquello-, fue lo que pensó Koski, a él le sonaba bien cuando alguien le hacía notar el ensamble de dos tradiciones, que en él habitan, y aparte que también estaba con un exceso de soledad, y lo dejó reflexionando con que él también sé merecía una oportunidad. El Chato Cabrera, sin demasiados aportes en la mesa organizadora, ya retirado de la carrera por Dolores y al ver a Belinda, si bien había una gran diferencia, porque ésta tenía arrancadas las hojas de varios almanaques más que la joven, también era cierto qué se mantenía en forma y con ese estilo de mujer fina siempre dejaba una nota de color. Dejó entonces que su amigo se las arregle con las dos mujeres y se arrimó al mostrador con ganas de entrar en conversación, cualquiera fuera el tema, con la dama de la capellina. Belinda, tan rápida en esas cuestiones, reconoció inmediatamente la intención del Chato y lo convidó a compartir ese lugar del escaparate, que no era demasiado extenso y le propuso beber juntos: lo que gustes. El Chato, no muy caminador en esos encuentros fortuitos con una moza, no tenía un abanico de ofertas seductoras, solo algunas cosas ya aprendidas por haberlas repetido muchas veces que había preparado por sí un encuentro de esta magnitud se produjera con Dolores, cuestión ya descartada, pero de ese pequeño libretito, cambiándole algunas costas, como por ejemplo la edad, y fundamentalmente el nombre, -no debe haber peor cosa para una mujer, como que le confundan el nombre y mucho menos en el primer encuentro-. Si la memoria lo ayudaba podría romper el hielo del primer día.

-Chato, ¿Por qué te dicen Chato, debes tener un nombre propio?

-Sí, sí, Octavio me llamo, me pusieron así porque yo soy el menor de los ocho hermanos y me dicen Chato porque de chiquito me vieron nariz de boxeador-

-Ay, no, rotundamente no, tenes una naricita hermosa, tus amigos deben ser de esos que les gustan las bromas que a veces hieren- Belinda lucía su voz aterciopelada desparramando encantos. -Te noto callado, ¿no tenes nada para decirme?-.

Jacobo, que había vuelto de lavar las copas, se encontró con un cuadro totalmente opuesto al que dejó cuando se fue a la pileta a higienizar los cuencos, él, mientras refregaba imaginó ya una vida junto a Belinda y ahora la ve poco menos que entregada a esa mole de carne sin forma de hombre.

Juanito, que se había puesto la gorra sobre la cara para no ser reconocido por Belinda, observaba la situación por debajo de la visera y pensaba en silencio, que la carrera entre el Chato y Jacobo iba a ser muy pareja, porque si bien Belinda elegiría al primero por su juventud, conocedor de los gustos de la veterana, ésta, lo que estaba buscando eran techo y morfi y el que le podía saciar sus necesidades era Jacobo, no el Chato. Todo es posible en la alocada vida de Belinda qué con semejante manifestación de afectos, hacia el dueño de casa primero y posteriormente al joven Cabrera, se olvidó que había venido a buscar un poco de aceite suelto, razón por la cual el Vasquito tuvo que cruzar la plaza para hacerse de ella, sino no serían posibles los huevos fritos que injería cada vez que le picaba la garganta, receta que le sugirió su abuela, alguna vez cuando niño y andaba con carraspera.

El barullo no era menor en lo de Koski después de tantas horas y copas, por lo menos para algunos, todos hablaban y de distintos temas. Lucía lo miró fijo a su compañero diciéndole: -estos están locos, así no se van a entender-. Obdulio, sorprendido por la reflexión, la miró haciéndole un gesto, que no era de ternura porque a él no le sale, pero era un gesto diferente, más conciliador, le puso la mano en la cabeza y no le dijo nada.

-Bendecida creyó que lo mejor era dejar todo como estaba, -veremos si hacemos la kermes, capaz que con una misa lo arreglamos. Vos agradécele a tu patrona por el mantel, del cuadro no le digas nada, yo igual lo voy a colgar en la capilla, ya sé que a más de uno habrá que explicarle quién es el del retrato. Tomó sus bártulos, el cuadro, saludó y se marchó.

El Vasquito, con su voz quebrada, la cara triste y el medio litro de aceite suelto, le dijo a Belinda,    -me voy, te espero en casa, vos hace lo que quieras-.

El Chato, que había ido hasta la mesa de su amigo que charlaba con Dolores, a saludarlos porque interpretó que éstos estaban por retirarse, volvió a su lugar en el mostrador viendo a Belinda ubicada detrás del mismo pasándole un trapo húmedo a la madera, siempre manteniendo una sonrisa. -Sos simpático Octavio, nos veremos seguido acá, con Jacobo haremos una sociedad, Jacobo es un tierno-. El gaucho/judío, que había escuchado a su ahora compañera, levantaba las manos en señal de triunfo detrás del biombo, entendiendo que cortaría con esas ataduras de muchos años de soledad. Que tendría con quien compartir su tiempo pensó, mientras que Belinda ponía a su imaginación al servicio de su estómago.

Primitiva Jiménez, también se acomodó para irse, le dijo a Jacobo que a la yerba la llevaría mañana u otro día, hoy tengo otras cosas en que ocuparme, levantó la mano saludando mientras se escuchaba el ronronear de un auto, algo no tan común en el pueblo, Don Juan Cantero, hombre con un pedacito de campo en Green Grass, la esperaba en un Playmon negro, para llevarla quién sabe adónde.

Juanito le aviso a Dolores que él se iba, -¿qué pensas hacer vos?, yo no quiero llagar tarde-. El Moro entendió la situación, pero igual le pidió el sulki prestado por un ratito, a cambio de otra Spur Cola, a lo qué Juanito accedió, accedió pensando que Dolores un día debería devolverle todos esos favores y él sabía cómo. La bella se negó a ir con el Moro por que se haría tarde, -otra vez será- le dijo poniendo los labios en paralelos. En el viaje de regreso a la estancia, ninguno de los dos abrió la boca en la primera legua recorrida, hasta que Juanito, muy dubitativo, hizo un intento, precario, pretendiendo cobrar aquellos favores que según pensaba, Dolores le estaba debiendo. La muchacha le pidió que fuera más claro, que siendo amigos no debería dar tantas vueltas,- ¿qué pretende usted de mí? - le dijo parafraseando a un párrafo de una película que había visto hacía poco, cuándo hicieron un viaje con la patrona a la ciudad. A Juanito por poco no se le cayeron las riendas de la mano. Dolores se rio mucho, no por burlarse de la postura de su amigo, sino que fue algo natural, un aviso que le salió de adentro, que hizo que esos labios carnosos tuvieran movimientos como con sobresaltos insignificante y sin poder ser controlados. Juanito que era tímido, pero es hombre, detuvo al caballo que los llevaba, estacionándolo detrás de un gran árbol, un gigante plantado en el medio de la pampa, y ahí confundieron la amistad, por un rato, o para siempre talvez. A Dolores le vinieron a la memoria los comentarios de Belinda ponderando las virtudes de Juanito, -no siempre miente la vieja esa, es el rey de la selva- pensaba mientras viajaban rumbo al casco, apoyando su cabeza sobre el hombro de Juanito, riendo y sin decir palabras. Juanito, más tranquilo, pero algo transpirado iba como en una nube, dejando que el caballo los guiara.

La llegada a la estancia fue diferente, indisimulable era que algo les pasaba, Florinda, que estaba apoyada en la ventana que da a los palenques, los miraba con un dejo de satisfacción al verlos tan alegres, expresó,  -mejor así, que estos locos sigan amigos, no cómo la vez pasada que andaban cómo, perro y gata.

 

LA LLUVIA APAGÓ LA LUZ

 

El Moro Giménez y el Chato Cabrera, Octavio, para Belinda, se quedaron solos en la mesa, en ese cuadrado de madera con manchas de vino tinto y varias quemaduras de cigarrillos, en la que poco antes había dejado su perfume Dolores. Aromas de incienso de mirra flotaban en el ambiente hasta adentrarse en las fosas nasales del Moro, que se blandeaban al contraerse y expandirse con esa respiración sonora, profunda y relajante. Haber alcanzado la meta al conocer a la mujer de su vida en un encuentro casual aquel día en lo del Vasquito, un encuentro de esos que ni de casualidad se le cruzó alguna vez por la cabeza, hacía que sintiera que una fuerza mayor lo había señalado con el rayo de la felicidad, esa marca que solo él percibía lo catapultó a la cima de un imaginario cerro encantado. Cerró los ojos y fantaseó con esos labios carnosos, estirados, tirándole flechazos directos al corazón con esa sonrisa penetrante, esa mueca alegre capaz de abrir mil puertas en el zurdo del Moro, músculo duro que a veces aflojó ante esa mirada que como una daga le dejó su sello. El “bobo” de Giménez se había hecho merecedor de una atención, ese último tiempo estuvo muy acelerado, ya que de solo verla caminar a Dolores meneando las caderas al acercarse, dejando que un mechón negro juegue en su cara, como molestando, pero coqueteando, hacía que las venas de las sienes le golpeteen más seguido, dejando un retumbe en los oídos, que para el Moro era como el jadeo debido a la excitación de Dolores cuándo estaban juntos.

Para el Chato no era lo mismo, rendido ante la evidencia, Dolores no fue ni siquiera un paso en falso en su camino de amoríos, él nunca estuvo en el radar de la hermosa niña que de primer momento fijó sus ojos en su amigo, por eso y habiendo estado incentivado para la seducción, para la que no era muy ducho, puso atención a algunos movimientos de Belinda cuándo ésta apareció en lo de Koski, también luciéndose con su rebolear de  buena parte de su anatomía y con una gran simpatía que aunque parecía improvisada tenía la virtud de llegar hasta las entrañas de la mayoría de los caballeros. Belinda Corbalán era mayor pero todavía mantenía varios de sus encantos y reconocido era, por la gran mayoría de los hombres que habían tratado con ella, qué el manejo de situaciones era una de sus virtudes, alegre, dispuesta a participar para pasarla bien en cualquier grupo que integrara. Esas bondades y otras tal vez, fueron las que hicieron que Octavio pusiera proa al puerto de la señora de la gran capellina. Ese barco cargado de ilusiones, después de recorrer escasas millas, encalló poco antes de llegar a amarrar.

El intento fallido no lo corrió del lugar al Chato por estar acompañado por su amigo del alma. Un rato más tarde, cuándo se habían quedado solos los dos en el boliche, Jacobo se arrimó a la mesa y como al descuido le hizo notar a Octavio que se consideraba ganador, por sus méritos o su billetera quizás, con la sonrisa entre inocente y fanfarrona a la vez, como si hubiera sacado la sortija en la calesita, le mostraba el galardón mirando de reojo a Belinda y sin que ninguno le preguntara le refregó que era él quien gozaba del respirar cercano de la dama, -es hermosa, con los breteles tensos que recorren esos hombros desnudos, insinuantes, que descienden hasta los voluminosos pechos-, y dio dos pasos hacia atrás por cualquier reacción del oponente.

El Chato pensó en irse entendiendo que no valía la pena masticar tanta bronca, pero al amigo no se lo deja sólo con una copa sin terminar. Poco tenía Cabrera para aportar a una charla trunca, los dos frente a frente y callados. Giménez, pensaba y una sonrisa apenas dibujada en su cara le reflejaba que había encontrado la forma de ser feliz. Ambos vasos como únicos testigos de dos realidades diferentes eran tratados de maneras opuestas. El Moro jugaba con el vino haciéndolo girar, pretendiendo guardar en su armoniosa turbulencia esos momentos vividos aferrado a una realidad de primavera inesperada, viendo en ese maremoto color bordó oscuro dos perlas sobre las mejillas de Dolores y en cada una de ellas estrellas fugases que se hacían eternas en las pupilas del Moro. La copa del Chato, vacía, no esperaba nada, entendedora, porque las copas de la noche son sabias, de que Octavio no sabía que contarles a esas cuatro gotas pegadas al vidrio, colgadas como lágrimas que se desprendían estallando contra el fondo aceptando la derrota, por sentirse hijas de una triste verdad, la verdad de una copa sin historia por haber sido compañera de un corazón desierto.

El Moro daba vueltas con su cuento de encuentros y de amores, así de corto, porque no sabía con explicarlo; para él todo era hermoso y las cosas tenían el mejor perfume. - Algún que otro sueño se le habrá cruzado por la cabeza-, suposiciones del Chato, que lo miraba a través de una leve cortina de humo que se levantaba indiferente, separando estados de ánimos antagónicos. En el centro de la mesa el cigarrillo del Moro había quedado olvidado, consumiéndose lentamente en el cenicero lleno de colillas en el que se destacaba una con la marca del rouge que dejó Dolores. El Chato veía un recipiente lleno de resaca y el Moro observaba la marca de esos labios carnosos, rojos y tensos, en ese revoltijo de puchos abandonados.

La posibilidad de seguir tomándose otro vinito dependía del cambio de tema, uno no sabía cómo explicar lo que le pasaba y el otro no tenía nada para contar. A ambos le gusta tomarse un trago, no son de aquellos empedernidos que hasta que no se arrastran no dejan de chupar, varios ejemplos hubo y habrá en Pozo del medio, pero les apetece juntarse con una copa a charlar. Las conversaciones son casi siempre las mismas, alguna que otra anécdota que agrega uno u otro, o los dos, enriquece al archivo para el próximo encuentro. Esta vez era en lo de Koski, pero al pobre Vasquito si le habrán robado horas de sueño, el Negrito ya los conocía, si a las dos de la mañana no se habían ido él se recostaba en un sillón grande que tenía, y dormía un rato mientras estos proyectaban hacer un mundo mejor. Desde acomodar su situación económica, hasta formar una familia, iban variando las propuestas que ponían a consideración normalmente en los enfoques a futuro. Pero esa vez era en lo de Jacobo y él no estaba dispuesto a tolerar que las horas se les hagan largas. El gaucho Koski ese día tenía otro objetivo. Si bien es cierto que las ventas, en este caso dos copas de vino, siempre fueron hacia dónde apuntó con el afán de tener más plata, ése, era un momento especial, una noche diferente y los invitó a retirarse, -por razones obvias-, les dijo, mirándolo como con desprecio al Chato, que campaneaba el techo buscando una respuesta que no encontró. –Hoy estrenamos cama matrimonial- boconeó Belinda, frase seguida por una carcajada, asomada desde una puerta que está atrás del biombo, pero que uno de los agujeros del mismo dejaba ver. Jacobo, pretendiendo que el Chato sienta la derrota en carne viva, les contó que había puesto su inteligencia al servicio de la pareja, que juntando dos camitas turcas hizo una de dos plazas con patas reforzadas. –Para la comodidad de mi reina, comodidad que comparto- agregó, jugando con una falta total de empatía con el Chato.

El Moro reaccionó ante el mal gusto de Jacobo al pretender relatar el preámbulo de una historia que a ellos no les interesaba, -callate, guarda tus golpes bajos para otro momento-, pagó y salieron sin saludar. Ellos tenían la costumbre de que quien no paga lo consumido deja una propina, pero esa vez el Chato se negó y el Moro no le pidió explicaciones. Caminaron las pocas cuadras para llegar a sus casas, en Pozo del medio todas las casas están cerca, antes de despedirse en la esquina en la que se separaban habitualmente, el Chato le sugirió que algo deberían hacer para las patronales, - ¿qué te parece un partido de futbol? –. Al Moro le gustó la idea, pero contaban con el primer inconveniente, -cuando mucho juntaremos once, los que podemos correr un rato somos poquitos acá-, mientras se rascaba la oreja con la intención de que le afloje el zumbido provocado por la permanente pulsación acelerada de la vena que le pasa al lado del ojo.

-Desafiamos a los de Green Grass, ellos vienen si los invitamos- aseguró el Chato.

Una cascara de peludo con cabeza y cola que voló desde la ventana en la que estaba el Moro apoyado y rozándole la frente al Chato, les avisó que a esa hora estaban molestando con sus comentarios a viva voz, motivo por el cual decidieron dejar el tema abierto para el día siguiente, despidiéndose con un hasta mañana que debió escucharse en la otra esquina. Una chancleta salió disparada desde las sombras, que fue a dar de lleno en el cachete del Chato, les reavivó el mensaje de que se estaban desubicando. -Lo que me faltaba- exclamó, -hoy no fue mi mejor día, lo único que me llevo es un alpargataso en la cara-. Y la noche los vio irse a cada uno por su lado y sus realidades a cuesta. El Moro con las alforjas llenas y el Chato con los bolsillos del corazón dados vuelta.

Bendecida Noble regaba un rosal que ya mostraba pimpollos rojos en el jardincito que luce con otras flores frente a la capilla. La mañana transcurría sus primeras horas. El pueblo estaba en silencio, tranquilo, la mayoría de los hombres ya estarían en sus labores, casi todos en el campo y las mujeres en las tareas hogareñas. El Chato Cabrera que no había pegado un ojo en toda la noche, se levantó mal humorado pensando en Jacobo y sus modos, le molesta la gente que solo busca que su opositor muerda el polvo de la derrota. La burla y la soberbia lo habían sacado de esa pasividad que normalmente lo acompaña y suele distinguirlo aun cuando se relaciona con personas que no piensan como él. Con todo ese malestar salió rumbo a la capilla, no tenía pensado rezar, sino que supuso que ahí podría encontrar a Bendecida e informarle sobre la idea de hacer un partido de futbol o una reunión entre las dos comunidades con diversos juegos para celebrar por primera vez la llegada a Pozo del medio de “San Daniel de los que buscan justicia”. Bendecida recibió con alegría que el Chato, el Moro y otros más, tuvieran presente que el santo patrono merece un homenaje y se ofreció para hablar con autoridades de Green Grass para que juntos poder organizar el evento, -yo conozco al médico, es muy buena persona, estoy segura que va a querer colaborar-.

Los días pasaron y en una reunión, esa vez en lo del Vasquito, el Chato se negó a hacerla en el bar de Jacobo, Bendecida les contó que estuvo charlando con el doctor, aprovecho cuándo fue a la consulta médica, les dijo que a éste le pareció buena idea para celebrar el acontecimiento y fraternizar entre vecinos, acercándole algunas ideas, ya que ellos cada cuatro años festejan por la fundación de lo que fue primero un paraje alrededor de la estación ferroviaria y luego un pueblo que es referencia en la zona.

Lucía Almirón, sentada en la cabeza de vaca con un cojinillo de cobertura que estaba en un rincón, creyó que había entendido mal y entonces preguntó; - ¿cada cuatro años festejan y por qué no todos los años? -

Bendecida, que también le había hecho la misma observación al doctor, le contó que en el estatuto que alguna vez escribieron, dice qué: todos los 29 de febrero se realizarán los actos con los que celebrarán las fiestas cumpleañeras comunales. –Sólo festejan los años bisiestos-, agregó.

Lucía sin entender nada lo miró a Obdulio y no siguió preguntando para no meter la pata y así evitar un coscorrón. El Moro no se aguantó y pidió que le avisaran a doña Florinda del nuevo programa, era relevante según sus dichos, lo que de palabras de la señora surgiera para una realización de gran resonancia, todos se miraron y cruzaron una carcajada, coincidiendo que al Moro le interesaba la presencia en el lugar de Dolores Tala, cosa que a este no le molestó.

Julio Doménico, participante de la mesa organizadora de los festejos propuso una idea: -para continuar dándole forma de pueblo con destino de grandeza, Pozo del medio debería tener quién dirija los destinos de la comuna. Se lo voy a proponer a mi primo Carlos, recordemos qué si bien él donó estas tierras, todavía son de su propiedad. Yo me postularía como director del caserío, hasta tanto desde la gobernación sea declarado formalmente como pueblo y que figuremos en catastro-.

-¿Mas catástrofes?, no me gustan las catástrofes-, le confesó Lucía a Bendecida y ésta le devolvió una mirada contemplativa mientras le acariciaba la cabeza.

Nadie había pensado en eso de las leyes, pero todos estuvieron de acuerdo con que un día tenían que ser reconocidos por las autoridades mayores.

Bendecida Noble no quiso desviar el tema que los convocó y retomó recordando su afinidad con el doctor de Green Grass, -y podemos aprovechar esa cercanía para ponerla al servicio de la fiesta de la liturgia y la hermandad entre los pueblos-. Bendecida había querido separar los acontecimientos, pero Julio la había contagiado con el tono político con que él tomó la posible bandera del liderazgo. La señora Noble no tenía, por ahora, pretensiones de poder en la comuna, pero sí quería dejar bien en claro que; después de “San Daniel de los que buscan justicia” en la capilla y en todo lo que se refiera a la misma, manda ella. Lucía, que escuchaba atenta, se encogió de hombros, lo miró a Obdulio, firme, a los ojos y le dijo: -y mi qué me importa-, y se cubrió con los brazos esperando la reprimenda de Obdulio, que solo atinó a mover la cabeza con señales negativas.

-Propongo un cuarto intermedio hasta que notifiquemos a mi primo Carlos, él, seguro estará de acuerdo y rápidamente nos comunicaremos con las autoridades correspondiente a los efectos de que le den celeridad a los documentos que hemos de celebrar en el escritorio de la estancia para que el reconocimiento como pueblo esté pronto y seamos considerados en el mapa, ¡salud! -. El entusiasmo de Julio Doménico por hacer fondo blanco y tomar el mando en el poblado era evidente. Bendecida junto a la mayoría se querían abocar a la celebración y veían que el primo de don Carlos pretendía ir por otro camino.

-Quiere la manija, quiere-, opinó Lucía aprovechando que Obdulio no estaba en el rincón. -Obdulio, atrás de la planta no-, esta vez le grito estirando la “o”, cuando vio por el hueco de la puerta abierta salir disparado al perro que descansaba a la sombra del árbol, la pobre se despachó con una carcajada torpe, que sólo la celebró Julio con el afán de demostrar simpatía a los efectos de lograr una adhesión futura.

Alcira Diamante, que se había sumado a la rueda de emprendedores de la fiesta vio con buenos ojos que sin desentenderse del acontecimiento por el que se habían reunido, no dejar de lado los requisitos burocráticos, necesarios, para el reconocimiento del gobierno provincial. -Y dejar de ser una aldea-, manifestó, palabras que retumbaron feas en los oídos de los que tanto aman a Pozo del medio. -¿Quién la avisa a doña Florinda?-, preguntó el Moro, demostrando su cintura para salir de posibles discusiones que solo retrasan los temas importantes.

-No hay problema m’hijito, cuando ella vuelva de la capital yo le aviso-. Julio quería dejar satisfechos a todos.

-Yo mañana tengo una reunión con el señor Carlos y le puedo ir adelantando algo de lo aquí conversado-, prometió Alcira. Bendecida y el Moro intercambiaron un mensaje malicioso con esas miradas ponzoñosas.

-Ya sé lo que están pensando ustedes dos, señora Noble y señor Giménez-.  - Qué casualidad, cada vez que la vieja no está, ellos se reúnen en la estancia- Lucía, con sus acostumbrados comentarios desubicados, sacó de quicios otra vez a Obdulio que con un sopapo le hizo perder el vaso. Alcira Diamante le pidió al Vasquito que saque a -“ese personaje”-, así se refirió a Lucía, -o yo me voy y dejo de ser un enlace entre los organizadores y don Carlos-. Lucía que ya estaba saliendo del lugar por voluntad de Obdulio, se dio vuelta y le preguntó: ¿muy viejo está que le decis don? ¿Sigue regalando pulseras caras en las reuniones?, Y con otro empujón apareció en el medio del patio.

-Listo, parece que tendríamos que dejar por hoy-, Bendecida consideró que la cosa se podría ir de madres y le bajó el martillo a la reunión. -Usted Julio abóquese a conseguir los papeles que se necesitan para ser reconocidos como pueblo y nosotros seguimos con la organización de las patronales, ya me voy a poner en contacto con el doctor para ver como seguimos-.

Unos y otros se fueron marchando cuando ya estaba oscureciendo. Bendecida juntaba el cuaderno de apuntes, el librito de los rezos, la cartera y una mañanita que siempre la lleva colgada del brazo, por si refresca.

-Señora Bendecida, no sé cuáles serán los motivos de su visita al médico, no se le nota algún mal, todo lo contrario, fíjese, pero en todo caso yo tendría el remedio para alguna de sus nanas-, Julio, que se había parado para retirarse, volvió sobre sus pasos y se sentó frente a Bendecida que lo miraba entendiendo a medias la indirecta del caballero.

-Usted Julio cuando toma un trago de más dice cualquier cosa, ya le ordené tareas, siga nomás-

-Solo dos copitas, y solo dos… ayudan a abrir bien los ojos y no perderse momentos, objetos o personas que normalmente por el trajinar diario a veces dejamos pasar. Dicen que un vaso de vino es bueno para el corazón y me está pereciendo que es cierto, que lo abre para que entren los mensajes saludables y acogedores del órgano homónimo que late en el pecho al que hemos flechado.

A Bendecida no le habían caído mal las palabras de Doménico y decidió seguir el juego, -Julio, Julio, ¿está leyendo la revista Radiolandia?, sonriendo lo miró a los ojos, -no llegan muchas de esas acá, ¿cómo las consigue?, esa revista es para las mujeres Julio-, y volvió a sonreírle.

-Hay situaciones que por más que nos parezcan adversas debemos encontrarle el lado positivo y yo ya se lo encontré, le arranqué una sonrisa y a esa me la llevo, ¿me permite? Debe ser muy placentero tener una sonrisa suya permanentemente-.

El Vasquito había encendido el farol a kerosene, en esos días no andaba bien la luz eléctrica, que tenía un tendido de cables provisorios a modo de prueba, conectada a una línea que los comunicaba con los conductores de alta tensión y se cortaba seguido. Iba y venía el Negrito desde adentro de la vivienda hasta la bacha dónde lavaba los vasos, mientras acomodaba los secos para guardarlos observó que Bendecida les prestaba mucho cuidado a las palabras en tono amable, moderado, y le llamó la atención la cortesía de Julio, -algo está tramando el farabute este-, pensaba mientras que con un trapo se secaba las manos y hacía lo propio con el mostrador. El palabrerío dulce no era tan común en Julio, que siempre se hizo notar por su soberbia, con modales altaneros, con pretensiones de estanciero, pero sin estancia, él acostumbraba a contar las hectáreas del primo como propias, hasta que más de cuatro lo paraban para que se dejara de macanear, pero al discurso siempre lo tenía preparado por si agarraba a algún desprevenido.

Con las cejas arqueadas, los ojos chiquitos, redondos y abiertos en su mayor expresión, Bendecida atendía al caballero, que cómo tal pretendía que la dama se interese en una conversación que dejara abierta la posibilidad de profundizarla, y tal vez encaminarla hacia una relación. Julio, aventurero, avezado en el arte del amor, cómo su primo, al percibir esas cejas como arcos negros adornando el brillo de los farolitos que alumbraban la cara de Bendecida se acomodó en las silla, sonriente, sintiéndose un ganador, sacó del bolsillo de la chaqueta un atado de cigarrillos, largos con filtro, novedosos para la época y el lugar, y convidó a la dama que más sorprendida todavía se negó, -nunca fumé, no sé fumar, me da vergüenza hacerlo adelante de la gente, qué van a decir de mí-, Bendecida, con sus cachetes ahora coloreados y no por el maquillaje, aunque nunca había estado en una situación así se dio cuenta de que la carne es débil y se arrebata tratando de descubrir más allá de los riesgos y con los dedos en “V” se acomodó para sostener el cigarrillo que marcaría un antes y después, una bisagra en su vida. A punto estuvo de romper con la vieja regla paterna, aquella que maldecía a los vicios, pero la memoria de sus ancestros y “San Daniel de los que buscan justicia” la frenaron. A poco de estar sentada frente a ese hombre y tan cerca, un cosquilleo le corría por la pierna. Cuanto más hablaba Julio más nerviosa se sentía. Él, seductor de largas noches, jugaba entre el humo del cigarro y golpeaba la mesa rítmicamente ensayando un valsecito, como al descuido lucía un encendedor de oro que tenía las mismas iniciales, “JD”, que el anillo, del mismo metal que le tapaba la tercera falange del dedo anular izquierdo, se sentía el gato maula que jugaba con la indefensa presa. El cosquilleo se agudizaba en la pierna de Belinda, en un momento paso a ser picazón, pero creyó que era descortés agacharse para rascarse y dejar de atender a ese hombre que seguía hablando, contándole de la nocturnidad y sus laberintos de los cuales se sale, le aclaró, pero se tarda, -se tarda tanto como uno tarda en entender al juego de la pasión, y eso se aprende recorriendo esa maraña de curvas, señora-.

-¿Serán las cosas que dice que me hacen hervir la sangre? - Belinda se preguntaba tratando de encontrar respuesta a tanta confusión, por un instante se vio atrapada por esa ensalada de palabras, algunas desconocidas por ella, tiradas como con una picadora de carne por la verborragia de Julio. A la segunda invitación la aceptó, el Vasquito no se hizo esperar, una copa de vino tinto para cada uno, un platito con maní y otro con unos cubos de queso, fueron el aderezo para la primera vez que Bendecida estaba charlando con un hombre, aunque algunos años mayor que ella, que le había provocado interés por escucharlo y la vez una picazón en la pierna que cada vez más marcada la tenía en vilo, estaba entre preocupada y contenta, preocupada por no saber cuánto le duraría la comezón en la pierna y contenta porque le pasaban cosas, algo que nunca la había ocurrido, el fuego interior se le había bajado primero a la pierna izquierda, pero después comenzó a percatarse que a la derecha le pasaba lo mismo, pensó en pedir permiso para ir al baño a rascarse, pero se contuvo ya que recordó haber escuchado que en estas cuestiones la procesión va por dentro y hubiese sido de gusto arañarse las pantorrillas, -me voy a rayar las piernas y esto debe pasar solo, no sé-, pensaba sin poder controlar sus nervios. Julio, estirado cuan largo pudo, al tocar con sus piernas las piernas de Bendecida sintió que temblaban demasiado y se percató que su encanto verbal había llegado. Aquellos viejos truco que como telas de arañas atraparon a tantas muñecas rendidas ante la dialéctica que le brotaba de su inspiración nocturna daban resultado, él siempre ganó el corazón de una mujer de noche, era como que el sol lo aplacaba, pero una vez que éste desaparecía se consideraba invencible en cuestiones de polleras.

Julio ya había terminado con su vino, Bendecida apenas probó del suyo, los nervios la anularon tanto que no se dio cuenta que a la garganta reseca la podía haber aflojado con un sorbo. Julio le preguntó si no iba a tomar más él lo consumía y volvió a ofrecerle con su atado de largos con filtro, la tentación de la muchacha estuvo a punto de ceder, pero la imagen de “San Daniel de los que buscan justicia” fue más fuerte, por lo menos hasta ese momento, y agradeció esta vez sin dar explicaciones, actitud que no fue bien valorada por Julio e hizo fondo blanco con lo quedaba en el vaso de Bendecida. No le cayó bien que la mujer fuera tan tajante en su negativa a aceptar un cigarrillo, la ira lo transformó al punto de precipitársele una deformación facial, los músculos de la cara del hombre se veían contraídos, los ojos más achinados y opacos, tal vez por la espesura de la humarada o la ingesta de unas cuantas copitas de más ya no era el dulce que habitaba esa silla un rato antes. Con el pucho pegado a la comisura izquierda, Doménico pretendía seguir contándole, reboleando humo, de sus hazañas nocturnas pero las palabras ya no le salían tan fluidas y el aliento se había tornado denso y hediondo. La molestia de las piernas de Bendecida no aflojaba a pesar de que el encanto de Julio había desaparecido, llegó a preguntarse: -¿tanto me  marcó esa primera hora del juego de palabras hecho almíbar de este tipo, ahora en ruinas?- La memoria de Bendecida la llamó a una reflexión, ese hombre vencido por el alcohol es el mismo que disparó dos tiros en este lugar el día de la votación para elegir el nombre de la plaza y disimuladamente giró la cabeza mirando a la puerta como buscando una salida, cuando volvió a enfrentarlo Julio se había dormido sentado, bien tirado sobre el respaldar de la silla, Bendecida todavía luchaba con el escozor en sus piernas que se encontraban apretadas por las piernas de él, trató de sacar la izquierda primero y un calor que le llegó hasta la garganta producido desde el tendón de Aquiles hacía arriba la dejo poco menos que sin aire, con la derecha fue un poco menos pero nada agradables. Las pantorrillas lucían como con un gran sarpullidlo, algunas gotitas de sangre fluían desde la epidermis en la zona de los gemelos de Bendecida, que curiosa como es, buscó sin saber qué por debajo de la mesa sin despertar al candidato y se encontró con la triste realidad por la cual primero sintió cosquillas y después ardor. No fue Cupido. Julio usaba polainas tejidas con lana hilada, de oveja, y fue con ellas que al friccionar contra sus piernas le produjeron esas sensaciones que en un momento la hicieron pensar que una puertita se le estaba abriendo para deshacerse de su soltería. Tomó sus cosas y salió para su casa, ya estaban iluminadas las calles de Pozo del medio, no era tan tarde y tampoco alguien esperaba por ella.

Julio se despertó cuando Bendecida pegó el portazo, lo llamó al Vasquito para pagarle mientras trataba de acomodarse el pelo que dormido rascándose la cabeza lo había puesto desprolijo, se puso el sombrero mientras se levantaba. -Che Vasquito, salió apurada la fulana, se olvidó la mañanita, las mujeres que están un rato conmigo nunca tienen frio-, y con risa burlona inundó el lugar con un vaho a quesos vencido que le salió con el aliento. –Al final de cuentas yo lo que quería era una adhesión más para cuando me postule para alcalde-. Salió despacio, caminando con las patas abiertas, clásica postura por haber superado ampliamente el límite de las dos copitas y como pudo se subió al caballo que acostumbrado lo llevó rumbo a la querencia. Y otra noche consumió a otro día sin que avanzaran los preparativos en la organización de las fiestas patronales.

Primitiva Jiménez, a la mañana siguiente, bien temprano fue hasta lo de Koski en busca de la yerba que días pasados había dejado cuando salió apurada por motivos personales y no pudo menos que abrir el juego con Jacobo, -¿vos sabes algo de la fiesta que están por armar? A mí la Bendecida esa no me cuadra, es autoritaria, se cree que se las sabe a todas y le erra como desde acá a la China-.

-Yo no sé nada, por este lugar no aparecieron más, el Chato no me quiere porqué le soplé la dama y se los llevó a todos a lo del Vasquito. Le voy a decir a Belinda que se haga una pasada como para saludarlo al Negrito, a ver si se entera de algo-.

El viento veraniego que levantaba conos de arena era aprovechado por algunas madres para mandar adormir a esos caprichosos niños de pocos años diciéndole que Satanás estaba en el remolino y si no dormían la siesta se los llevaba, que “San Daniel de los que buscan justicia no los iba a proteger, y el silencio se apoderaba del poblado. Todo era quietud hasta que una pelea de perros callejeros rompía con el reposo que cortaba el día en Pozo del medio. De a poco iban asomando para seguir descansando un rato más a la sombra de unos paraísos o algunos otros árboles, que nacían en las veredas y ayudaban con el follaje.

Poco antes del crepúsculo los parroquianos se arrimaban al bar del Vasquito, a los que se sumaban algunas mujeres interesadas en el desarrollo organizativo del evento mayor que haya acontecido en Pozo del medio, una de las que pasó de casualidad, dijo, fue Belinda, que como siempre saludó amablemente sin saltearse a ninguno, dejó para lo último al Chato y al Vasquito, con éste tenía un recuerdo de aquellas andadas de juventud, pero con Octavio, nunca más le dijo Chato desde que sabe su nombre, una inquietud le daba vueltas por la cabeza, no estuvo muy segura del paso que dio cuándo decidió quedarse con Jacobo, no le fue fácil optar por el almacenero, no estaba desconforme, pero sentía que le faltaba descubrir que cosas pasaban en ese cuerpo, que si bien no era atlético, se lo veía forzudo e inexplorado según dejaba traslucir cuando el muchacho hablaba.

Alcira, según contó, que hace apenas unas horas estuvo reunida con don Carlos y trajo como novedad un total apoyo para tramitar todo lo que fuera necesario para que Pozo del medio tenga rango de pueblo. Que él en persona, se encargaría de los detalles para lo cual convocaría a unos contactos partidarios, ya que le debían desde la parroquia central un par de gauchadas, por haber tenido cobijados en la estancia a algunos camaradas por un tiempo cuándo la justicia los reclamaba por tener que ver con unos aprietes pre electorales. –Alcira, comentale a esa gente que no cuenten con Julio, ese dice ser primo mío, pero no somos nada, un borrachín de cuarta con pretensiones de abolengo, no responde a nuestra estirpe, no es un Iriarte-. La señora Diamante comentó textualmente el mensaje del mandamás, con tono de vocera del patrón. Agregó también, que le dejó en claro que al regreso de doña Florinda le informaría sobre la planificación del encuentro con los vecinos de Green Grass a raíz de los festejos en honor a “San Daniel de los buscan justicia”. Bendecida le agradeció a Alcira mientras pensaba que las palabras de don Carlos sobre Julio, no hacían otra cosa que corroborar lo que ella misma había vivido y sufrido la noche anterior.

Como siempre, Belinda no había pasado desapercibida, Alcira la miró una vez y con desprecio, pero disfrutando, porque ella aún sigue gozando de su amistad con Carlos, el estanciero, mientras Belinda con un zarpazo de última encontró cobijo en el almacenero. Octavio tenía otra mirada, los modos, la cintura y el escote le hacían florecer aquella idea, aquellas palabras dulces que una vez preparó debía recitárselas si fuera posible al oído. Apoyado en el mostrador no le sacaba la vista a quién en ese momento era la mujer anhelada y estaba decidido a confesárselo, solo esperaba la ocasión o tal vez una ocurrencia que a ella le llamara la atención y le sirviera de disparador para el inicio del diálogo. En eso estaba cuándo el Vasquito lo sorprendió tocándole el hombro y por lo bajo le dijo: -che, se mantiene la veterana, un día de estos la voy a invitar para que venga a la siesta a recordar los tiempos de cuando ella era joven y yo tenía la cara llena de granitos, después se me curaron-. El Chato tenía todo en la cabeza, palabras por palabras, pero con un golpecito en el hombro el Negrito se las desacomodó.

-Hola Octavio, qué tal Daniel-, al Vasquito nadie lo llamaba por su nombre, así que la mayoría se dio vuelta un tanto sorprendida. Belinda caminó entre las pocas mesas zigzagueando, con el bamboleo de caderas como si caminara por una pasarela, provocando que un hilo brilloso descendiera, como una leve catarata, por la comisura del Chato que sentía calor en la cara, como con un estado de excitación, casi al punto de la deshidratación. Con la garganta oprimida y la mente nublada no supo que decir cuando el aroma a Polyana 555, lo envolvió. Belinda sin dejar pasar un minuto manejó la situación y los nervios de Octavio. -Tranquilo, tranquilo, tenemos tiempo, te dije que nos íbamos a ver seguido, ¿te acordas?, bueno, ya ves, aquí estamos frente a frente como dos buenos amigos que hace rato no se ven, -¿conoces ese tango?, quizás no, eso se escucha en la ciudad, acá van por otra música-.

-¿Queres tomar algo Belinda?-, los interrumpió el Vasquito.

El Chato lo miró serio. –No Daniel, gracias. O sí, si me invita Octavio si- y le sonrió a éste.

Octavio, a pesar de sentirse maniatado por los nervios, recordó aquella vieja historia de cuando al Vizcacha lo egresaron anticipadamente de la escuela por haber invitado a la maestra a comer una manzana en su casa con intenciones de saborearla juntos, aptitud no correspondiente entre un alumno y la señorita según el estatuto. Con la ayuda de la memoria y rompiendo las ligaduras del cepo que lo anulaba invitó a Belinda a tomar un anís y a comer una manzana en su casa, que quedaba a la vuelta de la capilla. La señora de la capellina, ese día sin ella, acepto la invitación pidiéndole a él que saliera primero, que ella iría un rato más tarde, Octavio, en esas circunstancias era Octavio, obedeció y fue preparando la cancha, ese día jugaba de local.

Belinda cortó unas flores del jardín del Vasquito, -las flores robadas, aunque sean para un santo, tienen mejor perfume-, pensó. Salió caminando para la casa de “San Daniel de los que buscan justicia”, levantó el ramo mostrándoselo a Jacobo que desde la otra cuadra observaba todos movimientos y con la otra mano le hizo señas que estaba yendo para la capilla, cosa que dejó más tranquilo al almacenero que con su paciencia siguió barriendo, esta vez adentro del local. La imagen del santo la miraba con el ceño fruncido, ella no estaba muy acostumbrada a verlo, nunca iba a ese lugar, no sabía de las señas particulares en las que el artista había hecho hincapié y pensó que el patrono le había adivinado las intenciones, pero también estaba segura de que no se lo contaría a nadie, dejó las flores y salió por una puertita trasera desde la que se veía la casa del Chato, giró, le echó la última mirada al santo y con el dedo índice sobre sus labios le rogó que hiciera silencio, juntó las manos en señal de perdón y cruzó el baldío para llegar corriendo al encuentro con Octavio, que más apurado que ella le abrió la puerta que se cerró rápidamente para que se descubrieran ambos. Belinda y todo su bagaje encendieron es volcán encerrado en el pecho del Chato para que entrara en erupción y ella bañarse en la lava del amor que Octavio tenía contenida.

El reloj corrió al ritmo del corazón y la hora se voló como siempre se vuela en ese tipo de encuentros, el anís quedó para la próxima vez, Belinda tenía que volver con Jacobo, su prometido. El Chato necesitaba encontrarse con el Moro, debía contarle de su dicha, porque el amigo tenía que enterarse y él no podía guardar toda esa felicidad que le brotaba por los poros. La señora de Koski volvió a cruzar el terreno, se adentró en la capilla por la puerta de atrás, miró al santo y lo notó más sonriente, casi con cara de compinche, ella le prometió llevarle flores más seguido por su complicidad, se inclinó a modo de saludo, con media vuelta se encaminó hacia la salida y la puerta principal le dio paso a una mujer feliz.

Bendecida que pasaba por ahí, no por casualidad, sino que todas las tardecitas cerraba la capilla, la vio salir a Belinda y no pudo menos que asombrase, mucho más cuando observó las flores recién cortadas al pie de “San Daniel de los que buscan justicia”, sacó de la cartera el librito de los rezos y le agradeció al santo por haber traído a su casa a una nueva feligresa, a la que pensó pedirle, aprovechando su parentesco con don Carlos, le recordara, a éste, sobre la posibilidad de construir una ermita del santo patrono a la entrada del pueblo.

La fecha del aniversario se acercaba, por lo cual Bendecida y el Moro decidieron convocar a los comprometidos con la planificación del encuentro. El Vizcacha se encargó de avisarle a Juanito cuando fue a la estancia y éste pasó el mensaje a doña Florinda que ya había regresado de la ciudad. Don Carlos iría en el auto hasta Green Grass a traer al doctor para que con su experiencia ordenara los preparativos del evento.

Le reunión fue preparada para el domingo y sé celebraría en el bar “El cardo negro”. Un cordero y varias damajuanas esperaban a los comensales. El Micaelo Gorrindo, Cachito y Luisa, fueron los encargados del asador. El Chato esperaba encontrarse con el Moro, tenía que contarle lo vivido con Belinda, tres días lo buscó y Giménez no apareció por el pueblo. Bendecida el sábado fue a cerrar la capilla un rato antes y aprovechó ese tiempo para pedirle a “San Daniel de los que buscan justicia”, que hiciera lo posible para que todo salga bien, para no entorpecer la relación con la gente de Green Grass y juntos pudieran hacer la fiesta deseada.

Ese domingo “El cardo negro” abrió sus puertas más temprano, para cuando los gallos comenzaron a cantar en Pozo del medio el Vasquito ya tenía la vereda regada. Las lenguas de fuego, provocado por el equipo de asadores, asomaban por sobre el techo del edificio. El Chato Cabrera llegó primero esperando a su amigo, ansioso por narrar la nueva historia, -una vez tenía que ser-, se decía a sí mismo. El negrito lo escucho hablar solo y prestó atención por si repetía algo porque no llegó a entenderlo, pero el Chato no repitió nada más y solo se frotaba las manos, así que dejó de prestarle atención. El Moro Giménez y Bendecida, puntuales, llegaron a la hora convenida. Octavio agarró del brazo al Moro arrastrándolo para el patio, mientras le explicaba que algo maravilloso le había ocurrido, -majestuoso- llegó a decirle en tanto lo empujaba hacia afuera. Al equipo de asadores le llamó la atención la manera con la que Cabrera lo agarraba, más allá de que siempre andaban juntos. Luisa le pregunto por lo bajo a Cachito si no serían pareja, cosa que éste negó rotundamente. El relato apurado para contarle todo a la vez hizo que una llovizna expulsada, en forma de rocío, desde la cavidad bucal del Chato humedeciera el rostro del pobre Giménez, que estaba feliz por lo que escuchaba, pero incomodo con la cara mojada. El Vasquito, Bendecida y otros más no ocultaron su asombro de verlos abrazados en el patio. –Amigos, amigos, estos andan siempre juntos y los besos, ¿serán amigovios? -, comentó Lucía que se había alejado de Obdulio.

Una volanta reluciente con filetes dorados atracó al palenque, de la misma bajó Juanito y como corresponde se apresuró hasta el otro estribo, dándole una mano a la dama la ayudó para que esta descendiera sin problemas. Dolores Tala se tomó del brazo de su compañero y ambos entraron saludando, dirigiéndose a la mesa dónde estaba Bendecida que lo primero que hizo fue llamar al Moro que no había advertido la presencia de Dolores. La pareja se sentó y quedaron muy juntos. Dolores tomó la palabra anunciándole a Bendecida que doña Florinda no estaba de acuerdo con que la celebración por el aniversario de la llegada a Pozo del medio de “San Daniel de los que buscan justicia” sea compartido con gente de otro pueblo, que nada tenían que ver con dicha fiesta parroquial. Bendecida abrió todo lo que pudo sos ojos chiquitos, la sorpresa fue mayor, quería preguntar si hubo otro motivo por el cual la señora pensaba así pero no le salían las palabras, el librito de los rezos se cayó al suelo y quedó ahí sin que la señora Noble se diera cuenta. El Moro se precipitó sobre la mesa empujando a Juanito que casi se cae de la silla y pretendió agarrar la mano de Dolores sin resultado positivo porque ésta contrajo el brazo dejando al muchacho con un ademán en el aire, -¿podemos hablar Dolores?, preguntó el Moro por sobre el hombro de Juanito, a lo que éste respondió: -está conmigo-, y sin más palabras le aplicó un codazo en la nuez haciendo que el forzudo Giménez trastabillara, éste, envalentonado por semejante provocación con la pata de una silla le abrió un tajo en la cabeza que al instante baño de sangre a Juanito y una neblina le puso un manto oscuro a los ojos del hijo del encargado que se desplomó junto a los pies de la incrédula Dolores, ella, empalideciendo primero lo miró al Moro sin poder creer lo sucedido. Un silencio atroz ganó el recinto, Juanito yacía estirado en el piso. Bendecida rezaba, nadie sabía si imploraba para qué despertara del desmayo o lo estaba despidiendo. El Moro con cara de arrepentido se inclinó con la intención de levantarlo, pero en el mismo movimiento Dolores, haciéndole la grulla, le asestó un rodillazo en la pera que noqueó al indefenso Giménez. El Chato y Belinda, que había llegado un instante antes, se inclinaron con intención de auxiliar al Moro, Obdulio sin tener en claro quién tenía razón pegó tres empujones sólo porque le gustan las peleas. -Y se armó la discusión por culpa de una pollera- cantaba Lucía mientras se empinaba el vaso que había dejado Obdulio. Gritos y llantos se escuchaban desde la vereda.

El Playmon negro de Juan Cantero, que ya había recorrido las calles de Pozo del medio paseando a Primitiva Jiménez, dejó oír su ronroneo estacionando frente a la puerta, Juan se había comprometido con don Carlos a traer al Dr. Matta desde Green Grass para que colabore con su experiencia y así decidir y programar los festejos. Matta y Cantero no pudieron ocultar su asombro al ver semejante desorden, dos hombres en el piso, el galeno fue en busca del botiquín rogando que solo fueran desmayos, pidiéndole a un tercer habitante del Playmon que le alcanzara la maleta de cuero negro con cierre de broches dorados y con una pequeña crucecita verde en un costado. Obdulio estaba ya más tranquilo, el Chato, que también anduvo por el suelo debido al guaso empujón, nunca supo de quién, se sacudía la ropa para sacarse el polvo. Dolores en otro rincón temblaba de miedo, llorando la supuesta muerte de Juanito y suponiendo que la reacción del Moro cuando despertara sería con más agresiones, ahora hacia su persona. Bendecida seguía rezando para que todo se solucionara pronto y poder hablar con Matta sobre el motivo que lo había traído hasta el “Cardo negro”.

Obdulio y el Chato, con un esfuerzo mayor, levantaron al Moro y lo sentaron en una de las sillas que había quedado entera, quedándose uno de cada lado para sostenerlo, el Vasquito trajo agua fresca del aljibe por si el Dr. consideraba necesario para unos paños fríos. El facultativo se abocó a la noble tarea para la cual se había preparado dedicándole atención a Juanito ya que el Moro respiraba, las fosas nasales advertían vida con sus característicos movimientos flameantes. Matta lo tomó a Juanito de la muñeca izquierda apoyándole el pulgar sobre dos venitas insignificantes y con un decir que sí con la cabeza confirmó que tenía pulso, que solo fue un desmayo y que el tajo en la cabeza fue solo un raspón, -la pata de la silla no ha dado de pleno, sino que resbaló por el cuero cabelludo, sin incidir en la zona ósea, debido a la abundancia de gomina-. Solo recomendó que: - cuando despierte, adviértanle de la humedad entre las piernas, esa emanación de prolongados gases gástrico, ácidos, producto del flujo evacuado debido a la incontinencia por la relajación de los esfínteres, atribuida ésta al pavor por las patas de las sillas que vuelan, públicamente lo muestra desfavorecido-.

-¡Se cagó!, el hijo del encargado se cagó- gritó Lucía sin poder detener la carcajada.

El hombre que acompañaba en el automóvil a Cantero y al Dr. era de baja estatura, ojos chiquitos, más bien oblicuos, pelo negro corto, el color de la piel de difícil definición y las ojeras con sombra verde militar, hablaba solo con Juan y al oído, algunas pocas señas y nada más. Mientras se llevaban al Moro al patio para que tomara aire. El Vizcacha, haciendo gala de su poderío, se cargó al hombro a Juanito sentándolo en la volanta y que Dolores se lo llevara antes de que Giménez despertara. Bendecida llamó a un rincón apartado a Matta, quería pedirle disculpas por lo acontecido y comenzar de una vez por todas a organizar los festejos.

El Dr. le puso una mano en la espalda y con gesto sutil la invito para ir a charlar a la vereda. A Bendecida se le cruzaron muchas cosas, esa mano sobre su omóplato le hizo pensar que ese hombre al que ella tanto admiraba por sus conocimientos médicos tenía otras cosas para decirle que nada tenían que ver con un evento popular, supuso que el Dr. con su dialéctica llenaría ese vacío que la acompañaba desde hacía tantísimo tiempo, que a su soledad le quedaría poco tiempo, que la capilla le abriría su puerta y que “San Daniel de los que buscan justicia” bendeciría esa unión.

-Vea señora Bendecida-.

-Señorita-, le aclaró ella.

-Debo comentarle que hablaremos de otras cosas, y no de lo que teníamos pensado, todo será un volver a empezar-, casi murmurando y poniéndole la otra mano en el hombro izquierdo, mientras Bendecida apoyaba lentamente su espalda en el olmo gigante, en tanto un sudor tibio le comenzaba a fluir por los poros, imaginando que un vestido blanco la estaba esperando para entrar del brazo del médico e hincarse a los pies de “San Daniel de los que buscan justicia” y un par de anillos sellarían el compromiso.

-Le cuento Bendecida-, comenzó el Dr.-, un orfebre chino, con sos manos callosas, realizó la escultura del “Monje del arroz” a pedido de un con nacional, que vive en esta tierra, dado que este último se comprometió a entregar en carácter de pago de una apuesta perdida en una carrera de galgos chinos, qué se corrió en el último aniversario de Green Grass, los galgos chinos son más ligeros que los galgos rusos-, le aclaró, para continuar con: -y por no cumplir con la entrega del mismo, un comando lo está buscando para cobrarse la cuenta de cualquier manera. Ese hombre que viajó con nosotros, es representante del deudor y está buscando la escultura, debido a seguimientos, ellos tienen muchos aparatos capaces de descubrir hasta lo imposible, le decía que por su capacidad para encontrar objetos en el mundo han descubierto que el jefe de la estación de Green Grass equivocó el paquete que vino de oriente. El santo que venía para acá se extravió, y por error le entregó a usted el monje de yeso que como le cuento tenía otro destino y ese señor quiere hacerse hoy de la estatua del “Monje del arroz”, de no ser posible vendría con el grupo comando que entrena cerca del parque japonés a destruir todo que se le oponga, porque dice, en chino lo dice, que a las deudas hay que honrarlas.

La desazón invadió a Bendecida, un hilo helado le corrió por la médula, con lo que le quedaba de voz le preguntó al Dr., - ¿qué hago ahora? Nos quedamos sin patrono, la yegua de Primitiva gozará por este momento, ¿a quién voy rezarle ahora? Yo pensé que usted quería hablar conmigo de otra cosa Sr. Matta, ¿cómo se atrevió a ponerme una mano encima por esto? ¿No le parece un exceso de confianza? El Dr., pretendía remediar con la promesa de seguir hablando en otra oportunidad. El chino salió del local casi colgado a la oreja de Cantero y en voz baja algo le decía. Juan que oficiaba de intérprete, nadie sabía si traducía correctamente, le pidió a Bendecida ir hasta la capilla a retirar el monje, que los tiempos se acortaban, que el comando rastrero, así los llamaban, estaba cerca de allí dispuestos a intervenir. Matta le indicó con un gesto a la encargada de los rezos que obedeciera por qué; - los del comando no tienen límites-. Ya todos los presentes estaban enterados dado que Bendecida había levantado lo voz. Alcira Diamante también estaba confundida, - ¿qué habré visto cuando entendí que en el envoltorio algo de Daniel decía? -, se preguntó también en voz alta. El chino, que no se separaba de Juan Cantero, volvió a hablarle al oído, -dice que “comandante Daniel” es el nombre de combate del dueño de la estatua, que el nombre de pila no se le conoce, esta gente vive camuflada-, le explicó el improvisado traductor. Después de otro acercamiento del asiático a la oreja de Juan, éste mirando a Alcira le tradujo: ¿Cuál es su nombre? También está interesado en usted. Alcira pensó un instante, pero después recordó las reuniones con Carlos y se alejó sin responder.

Bendecida y Matta encabezaron la fila hacia el lugar del monje, ya no era más el patrono, la mesa con el mantel blanco vacía daba una imagen de orfandad que congelaba los huesos, los habitantes de Pozo del medio no tendrían a quien pedirle por un milagro, aunque éste no había hecho ninguno y a partir de ese momento se explicaban el porqué de tanta negligencia, si era un impostor. Solo les quedaba el cuadro pintado por el artista Noble, pero no era ni parecido, aunque se llamaban igual.

El monje pagó la deuda, o al menos iba en camino. Primitiva Jiménez, que había subido al Playmon como habitualmente lo hacía, sacando la estatuilla por la ventanilla le gritaba a Bendecida, -qué te dije, éste no era-, y despacio, sin levantar más polvareda, salieron los cuatro en el auto negro rumbo a Green Grass.

Otra vez el silencio en Pozo del medio retumbaba en la loma alta, esa vez parecía más profundo, todos estaban en una gran depresión. El fuego del asado sé fue apagando lentamente. El propietario del bar tomó la palabra. -“El cardo negro” ha sido testigo de otro acontecimiento histórico, en este lugar ha ocurrido el hecho, como una fruta saturada de maduración se han caído todas las ilusiones. –En ese lugar- decía el Vasquito apuntando con el dedo, -ahí mismo se desparramaron todas las esperanzas. Yo vi caer a un grande, nocaut por un rodillazo-. Los pocos que quedaban esperaban que el Negrito se refiriera al santo que ya no estaba, pero también sabían que el Vasquito suele sorprenderlos con salidas ilógicas.

-Que loca que está la gente- se le escucho decir a Lucía Almirón, mientras el Vasquito, para que no siguiera aumentando la hinchazón, le ponía rodajas de papas en la pera morada al Moro, que no podía mantener la vertical. El Chato y Belinda no ocultaban lo suyo, Belinda ya no tenía la coartada de ir el templo por unas oraciones, pero quería nuevas experiencias y Octavio le ofrecía la savia fresca y Jacobo solo polenta. El Micaelo Gorrindo, el Vizcacha, el Mulato Capdevila, Cachito y Luisa, acompañaron a Bendecida, que no podía con su desazón, hasta su casa. -Vos veni conmigo que sos mi santo. Viste, el hijo del encargado se fue con la Dolores al final- le dijo Lucía a Obdulio.

La lluvia disimuló las lágrimas de algunos y comenzó a caer en el poblado, otros salieron corriendo para mojarse menos, nunca ocurre eso de llegar a la casa menos mojado, pero la gente corre igual. El Moro se quedó con el Vasquito para que le pusiera paños fríos y todos se acordaron del forastero, del caballo zaino y de las copas rotas.

La noche de Pozo del medio quedó a oscuras, y todos le echaron la culpa al chubasco, que no era un gran chaparrón, pero con una llovizna alcanzó para apagar a las tan pocas luces.

 

 

FIN.