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miércoles, 5 de julio de 2023

La abuela y nosotros en el jardín (de MACHÉ)

 

Tal vez fue el paisaje quien te escondió

Detrás de las guirnaldas de hojas frescas.

A vos te gustaba ir por las mañanas al jardín,

creo que te atraía el perfume de sus flores preferidas,

era como verla, sentir su aroma, abrazarla.

Cerrabas los ojos y ahí te quedabas con los demás sentidos alertas.

Tal vez la veías venir,

Como un cristal muy fino, frágil,

y no querías que se rompiera en mil pedazos,

el aire podía llevársela muy lejos y no era justo.

Esas ilusiones que se toman entre las manos como un tesoro.

La brisa se convertía en viento suave y la abrigabas con tus brazos

cubriéndola de amor.

Para la abuela eso significaba que estaba entre nosotros,

por eso vos ibas y nosotros te seguíamos

escondiéndonos detrás de los arbustos del jardín

porque vos tenías miedo que esa imagen en tu recuerdo se asustara

y se diluyera, como se diluyó su voz esa mañana.

A mí no me cuenten historias de abuelas y nietos,

porque yo las sé casi todas,

son historias inolvidables.

 Contaba los pétalos de cada margarita que le robaba a mi abuela del jardín cuando no me veía. Me habían dicho que era una señal de amor y a mi ese chico me encantaba.

-          Me quiere, no …

-          ¿Qué hacés mi niña?

-          Regando abuela – siempre tenía a mano la regadera roja que me habían regalado para mi cumpleaños.

Ella se acercaba y me miraba con una sonrisa pícara que nunca supe si se refería a la gracia que le daba verme regar, o me había espiado entre los matorrales de achiras que crecían como en manada y de todos colores. Eran plantas altas, mi abuela me había dicho que podían crecer hasta tres metros y lo estaba comprobando.

Tenía muchísimas especies de plantas en su jardín, y de todas sabía mucho. Las mantenía hermosas porque las cuidaba muchísimo, protegiéndolas de los insectos y las malezas, y no dejaba pasar la oportunidad de ir explicándome todo. Yo creo que ella quería que yo heredara ese amor por las plantas porque veía que a mamá no le llamaba la atención. Hizo con esta enseñanza como un caminito de hormigas, despacito, lento, paso a pasito. Como el caminito de hormigas del jardín, que noche tras noche le comía alguna especie. ¡Dios santo! Cuando llegaba el día y veía tal atropello a su creación. Se enfurecía, corría al galpón a buscar el veneno, ese polvo blanco que desparramaba por cuanta hormiga encontraba, diciendo:

-          ¡Ya van a saber lo que es comerse mis plantas, dañinas del diablo!¡Fuera de aquí! ¡Fuera!

No quería que me escuchara decir que me daban lástima aquellos pequeños insectos tan trabajadores; creo que  si lo hubiera sabido a ella también le daría lástima. Es más creo que gritaría para no escucharme y tener que fundamentar entre lo que significaba ese trabajo laborioso de la hormiga y la destrucción de su jardín, que al final para mí, estaba justificado. Ellas van de acá para allá, llevando su alimento, nunca lo hacen desordenadamente, siempre forman una fila perfectamente organizada, con una gran disciplina.

Alguna vez leí que “Las hormigas suelen ser útiles al hombre en diversos aspectos. No sólo trituran y oxigenan el terreno, haciéndolo más fácil de cultivar, sino que también matan numerosos insectos dañinos.” Mi abuela hubiera reaccionado si yo le hubiese hecho este planteo, pero era mi abuela y yo no quería verla dudar. Para mí, ella significaba algo digno de imitar y la tenía como ejemplo de vida.

Bueno, yo me adelantaba a sus quehaceres cotidianos en el jardín, para saber si el chico que me gustaba me quería y apelaba por eso a las margaritas. A veces me comparaba con las hormigas, pero las margaritas eran muchas, crecían en cantidad y se multiplicaban cada día. No era para tanto. Y ese chico me gustaba mucho.

Juan era un chico muy lindo. Tenía ojos vivaces, miraba y se reía con la mirada. Su piel morena brillaba y dejaba caer sobre su frente un mechón de cabello renegrido. Lo veía llegar a la escuela, después de estar mucho tiempo con mi vista fija en la esquina de su casa. Lo seguía hasta que llegaba a su grupo de amigos, y me quedaba mirándolo reír. Siempre reía, cada tanto me miraba, bueno miraba para donde yo estaba, y yo me sentía dichosa. Eso era maravilloso, tan maravilloso como los cuentos de princesa que me contaba mi abuela. Al fin y al cabo yo siempre supe que iba a tener mi príncipe azul, así de lindo y alegre. No necesariamente los príncipes habitan en palacios, a veces los príncipes están en sus casas con su familia y se llaman Juan. Listo.

Me gustaba ir a la escuela pero esperaba el recreo, era como una contradicción. Estaba entretenida aprendiendo pero sabía que si tocaba la campana, yo iba a ver a Juan, mi príncipe azul sin caballo ni castillo. Era real, tan real como mi enamoramiento. Pensaba en mi casamiento y en su mirada puesta en la mía.

-          Me quiere mucho, poquito, nada …

Cuando los pétalos se iban terminando y me decían: nada, yo pensaba que era una margarita defectuosa y nada, me iba sin pensar lo peor. Mirá si Juan no me iba a querer porque una margarita lo dijera, qué tontería era ese juego.

La piedra (De Cristina Cingolani)

Tengo en mis manos una piedra.

Por su aspecto liso, supongo que es del sur, ese lugar que tanto me gusta. Por qué? Será por los recuerdos que vienen a mi mente de viajes compartidos en pareja ó grupales.
Con la nieve como regalo, cayendo en copos sobre mi cara. Hermosa blancura donde yo no sé hacer nada, pero me gusta! Y juego con ella haciéndola bollitos y arrojándola al aire, para que, como un boomerang vuelva a caer sobre mi cara.
O tal vez por los valles, rodeados de montañas, con alguna cascada convirtiéndose en río. Lugar tranquilo, en medio de la nada, con un verde eterno, que habrá sido mi morada en vidas pasadas...? Bueno, al menos así lo sueño.
Y esta piedra lo reúne todo, porque tiene historia de agua pasando sobre ella, hasta limar sus asperezas, y convertirla en lisa y suave al tacto.
Historia de noches estrelladas, con luz de luna, haciéndola brillar con cierta tonalidad plateada.
Historia de caracolas que no conoce porque le han contado que viven en otras aguas, con olas de mares que las arrastran a la orilla. Caracolas de ciudades populosas, con turistas habitando sus playas.
Sigue la piedra en mis manos y pienso... hé visto tantas pintadas, con aplicaciones de flores y malaquitas, adornando macetas. Pero no, es bella así, al natural, por más que sea gris, aunque ese color represente esos días de mi vida que más bien prefiero olvidar. 
Sí gris, así la quiero guardar.
Para cargarla las noches de luna llena, así como lo hago con cada piedra que conservo, que me energiza como si fuera una fruta de jugo dulzón.
Esta piedra no tiene olor, lo fue dejando en el cauce del río, pero lo guarda por dentro. Y me sabe a encuentro de jóvenes declarándose su amor.
Toda esta historia la convirtió en lo que es, simple, gris, lisa.
Así llegó a mis manos, a mi casa, a mi vida.
- Hola piedra! Bienvenida!

lunes, 3 de julio de 2023

Laberintos (de Mariana Esturo)

 

 

Hay dos laberintos. Mi mamá me ama- El segundo: Si mi mamá no me ama ¿Quién me va a querer?

“Yo” dijo el lobo

Te voy a amar y te voy a enseñar el mal

El mal está en el fondo del mar

En la profundidad del campo donde se

esconde el sol y desaparece

En la oscuridad donde los objetos no existen

En la mirada que hace que el tiempo se

Detenga

En ese hechizo que nos protege

El mal es la locura

El mal es animal

El mal es ancestral

¿Lobo estás?

Si