Firualit tenía un espíritu alegre y festivo, se enganchaba en
cualquier juego que se le proponía. Como era un perro explorador, de chico y
hasta adulto, cuando vivíamos en la otra casa, uno de los juegos preferidos del
Firulait era el que hacíamos con su comida. Yo lo encerraba en la pieza y después
le iba escondiendo comida en todos los lugares de la casa, atrás de las
masetas, adentro, arriba de las sillas, en el baño, en el bidet, arriba del
inodoro, en los escalones de la escalera. Para que se divirtiera más le envolvía
los granos de alimento en servilletitas de papel y le hacía bombitas de papel. Después
le abría la puerta de la pieza y él como un verdadero explorador iba por toda
la casa encontrando las servilletas, rompiéndolas todas y comiendo el alimento.
Esa búsqueda de la comida le llevaba cerca de media hora, hasta que encontraba
y comida todos los granos de comida que le dejaba regados en la casa, pero no
dejaba un solo grano sin encontrar. A veces le ponía los granos debajo de algo
tapado, por ejemplo un balde, y se quedaba ahí esperando que lo destapara
Otro de los juegos que le gustaba mucho a Firulait era el de
tirar, con alguna prenda de ropa mía, una media, o un repasador, o una remera
vieja, íbamos a la cama y él tiraba de un lado y yo del otro. Para complejizarle
el juego yo le iba tocando las patas (odiaba que le tocara las patas) y él las volvía
para atrás, sin dejar de tirar. Cuando ya le tocaba las dos patas el quedaba en
el aire con las patas retraídas tirando de la prenda de ropa que estábamos disputando.
Era cómico como cuidaba sus patitas y trataba que no le tocaba. Eso nos da pie
el otro juego que teníamos. A veces él estaba en la punta de la cama acostado y
se lamia las patitas, con concentración y dedicación, primero una y después otra,
con suavidad y con amor, tratándolas como algo precioso. Yo me ponía en la cama
al lado de él, en la misma posición en la que estaba él, con las dos manos
hacia adelante como las patas de él, y el lamía una de sus patas. Enseguida él,
como si lo hubiese ensuciado se lamía la pata que le había lamido yo, en la
parte que le había lamido, se limpiaba. Enseguida yo le lamía de nuevo la pata
de él, y él se volvía a lamer en el mismo lugar. A la tercera ver yo me lamía
mi propia mano, que estaba al lado de las patas de él, y él me lamía la mano,
en el mismo lugar que me había lamido yo, me limpiaba. Enseguida yo me volvía a
lamer la mano y el volvía a lamer mi mano en el mismo lugar
Una variante del juego de esconder la comida es el juego que teníamos
cuando yo iba a la terraza de alguna de las dos casas a hacer taichí o yoga, él
venía conmigo. Yo le regaba toda la terraza de granos de aliento, y mientras yo
entrenaba él iba comiendo los granos por toda la terraza. Después terminaba, se
acostaba y se quedaba esperándome que terminara
Pero los juegos más interesantes eran los que proponía el. En
mi peor época, cuando más deprimido o quieto estuve, fue cuando más juegos me
vino a proponer. Yo solía estar en la cama, y él me traía siempre una media o
un repasador para que tiráramos uno de cada lado. Yo tiraba un ratito y después
lo dejaba que se lo llevara. O sino, yo solía estar en la cama acostado y el
venia me rozaba con la cabeza, y después de ponía de espalda, cerca de la mano,
para que yo le rascara la espalda. Yo le rascaba un ratito y después lo dejaba.
Y él se volvía a su cucha
En la casa anterior que estuvimos, la segunda casa que
vivimos teníamos un garaje debajo de nuestra casa que era parte de la casa y
varias pelotitas de tenis. Íbamos al garaje y yo e hacia rebotar las pelotitas
de tenis contra la pared o contra el piso, y se volvía loco porque trataba de
agarrar todas las pelotitas juntas. Cuando agarraba una la soltaba e iba hacia
otra. Firulait amaba saltar. Una de las veces puso una de esa pelotitas de
tenis adentro del bolso de una alumna de los talleres de escritura. Se la
regaló. Cuando llegó a su casa ella me escribió sorprendida y entretenida diciéndome
que en el bolso le había aparecido una de las pelotitas de tenis de Firulait
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