Cuando me lo trajeron a Firualit, un par de meses después del fallecimiento de mi madre, un poco para llenar el vacío, otro poco porque yo quería tener un cachorro era un pomposito de 23 días de vida. Era una cruza de labrador y border coli, con más de labrador que de border coli. Era todo negro salvo las terminaciones de los pies y la cola que eran blancos. Y el pecho que era blanco corbatita. Con esas características de labrador Firulait amaba el agua. Por miedo no le pude dar tanto agua como él hubiese querido. La primera y única vez que fuimos a la quinta de un amigo con pileta el firu lo primero que hizo fue tirarse a la pileta. Fue caminando hacia la pileta y siguió caminando hasta que cayó en ella, y después siguió nadando. La gente del lugar no quería a los perros en la pileta y lo tuve que sacar y no permitirle volver a tirarse. Cuando volvíamos de pasear, esos paseos de media hora que hacíamos dos veces por día en los veranos, el solo iba y ponía el lomo debajo de la canilla para que yo la abriera y lo mojara todo. Amaba eso. Después subía y se ponía en la cama frente al ventilador encendido para que el viento le diera en el pelo mojado y lo refrescara. Fabricaba su propia tormenta. Cuando yo tomaba baños de inversión en la bañera o me duchaba, el venía y se ponía pegado a la bañera y me miraba, como pidiéndome que lo bañara ahí o lo pusiera debajo de la ducha. Yo lo había hecho algunas veces pero después lo había dejado de hacer porque una de las veces por el agua que le había entrado se había agarrado una infección en la oreja y yo tenía, Miedo. Ahora que ya no está traté de conectar con su alma y de visualizarlo, y lo visualicé en el mar, en una playa que debe estar en alguna dimensión por las que anda
Cuando lo trajeron lo eligió la hija de una amiga. Era el más
pequeño de una camada de hermanos. Ella lo miro y lo eligió a él. Los dueños de
los cachorros le dijeron si quería elegir otro más grande, alguna de las
hermanitas que lo duplicaban en tamaño. Ella lo eligió a él. De cachorro
Firualit tenía una característica, comían poco, porque sus hermanos más grandes
no le dejaban lugar, y dormía relajado, boca arriba, despatarrado. Cuando lo
trajeron yo fui hasta la casa de mi amiga y me lo presentó. Firualit estaba en
una cajita, y justo cuando ella dijo este es tu perro, Firu me miró, Firulait
era un perro de miradas, hablaba con la mirada, y me miró como diciendo: Ok, a
este tengo que cuidar, manos a la obra entonces, Lo llevé a casa, lo puse en la
cama e investigando se cayó al piso. A
los pocos minutos de tenerlo en casa ya estábamos en problemas. Nos volvimos a
meter en problemas una semana después, entendí mal la ración de alimento que le
tenía que dar y lo sobrealimente y lo descompuse. Tuvimos que ir de urgencia a
la madrugada al veterinario que nos esperaba la veterinaria de guardia, y con
unas inyecciones le salvó la vida.
Me llamó la atención de Firulait al principio su inteligencia
y su capacidad de obediencia. No tenía dos días conmigo y yo le pedía que se
quedara durmiendo en la cajita y el obedecía a rajatabla. Se conformaba y se
tiraba a dormir. Después a los días de eso ya no me hizo más caso y empezó a
salir de la cajita todo el tiempo. Firulait era un perro intenso, ya de
chiquito lo era
Firulait era un perro de miradas y silencios, hablaba con las
miradas y los silencios. Una de las veces más notorias que me hablo con la
mirada, estábamos en la otra casa en la que vivimos, había tormenta. Firulait
le tenía terror a las tormentas. Estaba en el silloncito en el que dormía y se
escuchaban los truenos, Firulait temblaba. No sabía que podía estar conmigo en
la tormenta. Yo me levanté, lo traje conmigo y lo puse debajo de la sabana,
pegado a mi cuerpo. Dormimos toda la noche. A la otra mañana cuando nos
levantamos ya no había tormenta y Firualit me miraba y en los ojos había un
gesto de agradecimiento que me conmovía. A partir de ese día me empezó a
respetar. Lo había protegido, y en sus ojos se veía el agradecimiento y el
amor. Me sorprendió que un ser tan chiquito podía estar tan agradecido, y más
me sorprendía que podía manifestarlo y hacérmelo llegar. Esa mirada hablaba y
decía un montón de cosas. A partir de ahí, siempre que hubo tormenta Firulait
tuvo temor, y siempre aun siendo el perro grande que era, venia, se subía a la
cama y se me pegaba, se quedaba parado al lado mío, casi encima, toda la
tormenta. Era el recuerdo de aquella primera tormenta en la que se había
sentido protegido. Ahora lo veo, Firulait se sentía seguro en la tormenta al
lado mío, porque en una entrega total de amor y cariño, me tenía confianza. Lo
tuvo hasta el último día
No era carente de magia Firulat, tenía mucha y a su manera.
Un día nuestra gata Sapirha cayó del techo de nuestro departamento a la calle.
Firu y yo estábamos en la calle, cayo rozándome la cabeza y pego en el piso al
lado. Después se fue corriendo a esconderse debajo de un auto. Yo la fui a
buscar, la subí, y subimos con Firulait. Se había dañado una patita y no la
apoyaba. Yo pensé que estaba quebrada, le hice un poco de reiki, y le dije a
Firu, curá a tu hermana. Y Firu le empezó a lamer la pata lastimada. Nunca supe
cómo podía él saber que ella estaba lastimada en esa pata, fue un registro de la
magia que tenía Firulait, Otro día vino un amiga a hacerse reiki al gabinete y
antes de la sesión de reiki Firulait agarró uno de sus huesos y lo dejó al lado
de la camilla. Eso me llamó la atención porque firu respetaba el gabinete y
nunca ponía nada al lado de la camilla, casi ni se metía ahí. Le pregunté si
había tenido algún problema con algún hueso, porque Firualit estaba tratando de
informarnos, y me dijo que la noche anterior su perra había muerto por comer un
hueso envenenado. Firualit como siempre informaba con los gestos
Cuando estaba contento una lucecita verde esmeralda le
atravesaba el cuerpo de lado a lado. Se lo vi tres veces. Una vez cuando volvía
de pasear con su paseadora, estaba tan contento, que cuando subía una lucecita
en forma de línea verde esperándola le atravesaba uno de los flancos del cuerpo
de lado a lado. Otra vez cuando yo lo llevaba a encontrarse con su paseadora,
de nuevo una luz verde, como una línea verde, le recorría el cuerpo. Después
esa luz paso a mí, y cuando volví a mi casa sin Firulait yo la tenía en la mano
y en el brazo
A la noche, cuando yo salía a la terraza a practicar taichí y
entrenar alguna de las enseñanzas de mi maestro, al salía conmigo. Cuando la
noche estaba fea, muy cargaba la atmosfera, cuando había algo raro y feo en el
aire, el olfateaba hacia el lugar de donde venía esa mala energía. Y se quedaba
entre ese lugar y yo, Protegiendo. Esas salidas a la terraza, donde yo hacía
taichí y el comía huesos o miraba eran mágicas. A los dos nos encantaba. Yo
entrenaba y el olfateaba el aire, buscando cosas en los olores, encontrando. Después,
como teníamos tapiales altos, yo lo subía con las dos patas al tapial y el
miraba para abajo. Amaba mirar para abajo. Era curioso. En esta otra casa en la
que vivimos también teníamos unas terrazas y unos patios donde se podía mirar a
todo el vecindario. Una estábamos paseando con el Firu y una vecina le dijo a
su hija: Ahí está el perrito que nos espía desde la terraza. No sabía yo, el
Firu espiaba y observa desde la terraza a los vecinos. En la casa anterior
también una vez paso una vecina de la vuelta, me pidió permiso y lo abrazó y lo
besó. También la había estado espiando desde nuestro patio a su casa. Era el
ser más sociable que conocí y hacia grandes amigos con mucha facilidad, cuando
paseamos muchos lo querían tocar o lo saludaban. Tengo para mí de su obediencia
absoluta, que de grande pero aun cachorro, era un perro grande y robusto, a las
personas les saltaba y les apoyaba las dos piernas de adelante, así había
tirado un par de personas al piso, sin quererlo. Yo por miedo a que lastimara a
alguna persona mayor le enseñé que no podía apoyar las patas de adelante en las
personas. Se lo dije una vez, dos veces, sin mucha intensidad, pero no sé cómo
ni porque le quedó grabado a fuego. A partir de ese día cuando le saltaba a las
personas, doblaba las patas y quedaba en el aire sin tocarlos. Y a pesar que le
daba permiso o trataba de ponerles las patas para que se apoyara, él se negaba
y doblaba las patas para no apoyar a nadie por esa enseñanza que le había hecho
hacia mucho y le había quedado grabado a fuego. Porque era un perro de una sola
experiencia, con una sola experiencia el hacía costumbre
5
Firulait y las personas
El año pasado íbamos caminando por la calle con Firualit,
esos paseos que a él le encantaba hacer, que hacíamos dos por día. Como todos
los perros Firulait tenía una relación especial con las palabras, le bastaba
una o dos palabras para ya darse cuenta que íbamos a hacer y predisponerse para
eso. Es que esta era otra de las cualidades especiales de Firu, como se dice:
Se prendía en todo. Participaba de todas las propuestas que se le hacía, en
enganchaba en cualquier juego que se le proponía. Él era un alma dispuesta a
las proporciones. El “vamos” para él era el comienzo de los ladridos y ponerse
cerca de la correa para que le pongamos la correa. Después la llevaba el mismo
con la boca hasta la puerta. A veces en un exceso de alegría se iba con la
correa en la boca a la cucha y se acostaba ahí. Cuando hacia eso era gracioso
porque era lo contrario a lo que necesitaba para salir. Decía, íbamos caminando
con Firulait y pasó una amiga de él que lo había cuidado de chico, en auto,
paró y se bajó a saludar. Firu le hizo una fiesta de saltarle, ladrar y mover
la cola y doblarse todo. A los días íbamos paseando y pasó en camioneta otro
amigo que había sido parte de la infancia de Firu. Y lo mismo, la alegría, los
ladridos, la fiesta hasta que el amigo charlo unas palabras conmigo y se fue
Después de eso, cada vez que íbamos por la calle Firulait
miraba todos los autos, la parte de la ventanilla, sobre todo los que estaban
parados en la verada y se quedaba esperando que bajaran de ahí amigos de él
para saludarlos. Él se había quedado con la idea que de esas cosas, que eran
los autos bajaban amigos y conocidos a los que se podía saludar con alegría. Yo
le decía: No va a bajar nadie de ahí Firu, ya va a pasar otro amigo. Y me lo
llevaba a pasear
Firulait era un gran amigo, mío, y de todos los que habitaron
su vida. Acompañaba a cada uno en su actividad, o esperaba en silencio que cada
uno terminara con lo suyo. A mí me acompañaba todo el tiempo, y estaba todo el
tiempo pendiente de las rutinas que teníamos. Cuando comía se ubicaba a mi
derecha, sentadito, en silencio, solo mirando, sin pedir ni ladrar. Solo
miraba, pero no miraba la comida, miraba hacia adelante. Podía estar toda la
comida así, hasta que yo le daba algo. Además de su comida yo compartía parte
de mi comida. Cuando alguien venía a casa él ya lo sabía de antes, Incluso de
algunas cuadras antes, o de antes que bajara del coche. Se ponía atento y
empezaba a ladrar y llorisquear. Yo me daba cuenta con esa actitud de él que
alguien estaba viniendo a casa. Y cuando la persona subía le hacía un festejo y
una fiesta de ladridos, y mover todo el cuerpo, y rozarlo y doblarse, hasta que
se iba calmando. Al principio era un maremoto de alegría. Ya cuando se calmaba
pasaba a los pequeños juegos. Solía traer su mejor juguete, un almohadón tejido
que lo había tejido mi abuela paterna, que él se ponía en la boca y lo llevaba
a todos lados pero lo suficientemente suave como para no romperlo ni un
poquito. Como si supiera que ese almohadón era una reliquia familiar, que era
muy delicado, y que no se podía romper. Era su almohadón, a veces dormía
apoyado en él, y si bien lo llevaba en la boca, lo hacía como si fuera un
cachorro, con suavidad. Y cuando lo mordía ante las visitas lo hacía
apretándolo suave, para después lamerlo un poco, y enseguida dejarlo entre sus
patas delanteras, como custodiándolo. Era sorprendente la suavidad que tenía
con ese almohadón. Se lo traía a las visitas y se lo dejaba cerca de ellos,
sosteniéndolo con la boca, como para que jueguen a sacárselo o perseguirlo. Después
de eso dejaba el almohadón en la pieza y traía todo otro tipo de cosas, royos
de papel higiénico, rollos de papel, medias, pequeños tesoros que le traía a
los visitantes y se los dejaba ahí. Después ya se calmaba del todo y como era
un perro ubicado se retiraba a ponerse en su cucha en silencio, y dejaba a la
visita conmigo
Firulait era un gran amigo de todos, y hacia lo necesario
para no incomodar a nadie. Solía tirarse al costado mío, en el paso, a
descansar, cuando yo me levantaba para pasar a agarrar algo, él se levantaba a
toda velocidad, como movido por un resorte, para dejar el espacio libre y que
yo pasara. Era cómico la velocidad e intensidad con que se levantaba. La misma
intensidad que le ponía a cada amigo cada vez que lo veía, en las fiestas de
recibida. Era como si no lo hubiese visto durante muchísimos años. Ya más
grande y más maduro, cuando yo me ponía a hablar con alguien en la calle
mientras lo paseaba, él se sentaba y se quedaba en silencio el tiempo que
fuera, hasta que terminábamos
6
Firulait y Saphira
De chiquito tenía una relación de curiosidad distante con los
gatos. Criado en un barrio lleno de gatos callejeros, Firulait no los
molestaba, no los corría ni les ladraba, los respetaba. El desafío para
Firulait se presentó cuando llegó a nuestra casa Sapirha, nuestra gata. Sapirha
era una colorada diminuta escurridiza y con mucho carácter. Era muy chiquitita
y se sentía en peligro todo el tiempo, así que todo el tiempo escapaba y se escondía.
Primero entró en confianza conmigo, Yo para que entrara en confianza conmigo me
sentaba en una punta de la pieza que ella ocupaba, donde se escondía de
nosotros y le iba tirando arrastrando por el piso los granos de alimento que
ella comía. Ella los trataba de atrapar o los perseguía. Después de un rato la
pieza estaba llena de alimentos y ella comía de ahí. Ese juego hizo que entrara
en confianza conmigo. Ahora faltaba que entrara en confianza con Firulait. La
primera vez que los presenté fue gracioso, y un desastre también. La llevé
hasta Firulait en las dos manos y le dije: Firulait, esta es tu hermana
Saphira. El echó la cabeza para atrás, abrió los ojos grandes y levantó las orejas
como diciendo “¿Qué cosa es esa?” Sus gestos de sorpresa siempre fueron
graciosos. Ella, una pequeña gata colorada con mucho carácter lo tomó por su
parte como el depredador más peligroso del mundo. Le hizo un bufido, como hacen
los gatos cuando pelean, después puso las manos en garra en señal de protección
y le mostró todas las uñas. Después se revolvió tratando de rasguñarme. Yo la solté
y se fue corriendo a su escondite. Firulait seguía en su posición en la cama,
ojos grandes, orejas hacia arriba mirando adonde había ido la gata, como
diciendo “¿Qué acaba de pasar?”
Después de varios encuentros precavidos logramos que ella se
amigara con Firulait. A los días compartían coma y algunos juegos. Pero nunca
se prestaron mucha atención, salvo compartir la cama. Cuando yo venía de la
calle siempre estaban los dos en la cama. Salvo ese día que Firualit lamiéndole
le curó la patita renga. Y ese otro día en que hubo una devolución de gentilezas
de Sapirha, y ella lo cuidó a él. Hubo una época en que yo publicaba fotos de
Firulait en el faceb, una de vez en cuando, y cuando lo hacia Firulait amanecía
descompuesto, hacia caca con sangre. O era casualidad o alguien le tiraba mala energía.
En una de las descomposturas Firulait no se recuperaba, habíamos ido ya al
veterinario y hacia caca con sangre y vomitaba. De día estaba bien pero a la
noche se descompensaba. Entonces yo le dije a Saphira, cuidá a tu hermano,
ayudá a tu hermano. Esa noche Saphira durmió toda la noche debajo de la cama,
justo debajo de donde estaba Firulait arriba de la cama, como protegiéndolo de
la calle o de algo que venía de abajo. Firulait amaneció curado
La relación con Saphira, ya ganada den carácter, era de
cierto temor. Sapirha a veces se ponía bardera y Firulait, que nunca le
gustaron los problemas, se iba. Cuando estábamos en la pieza y Saphira se
trepaba en un lugar demasiado alto, Firulait se levantaba y se iba. Cuando
Saphira abría una de las puertas del mueble, que chirriaban, Firulait se
agachaba, echaba las orejas para atrás y se iba. Le tenía miedo a los ruidos de
las puertas y a las puertas que se abrían y cerraban.
Pero a su manare la quería y la cuidaba a Saphira. Un día
como conté antes, salíamos a la calle con Firualit, y Saphira que estaba
espiando desde los techos cayó de los techos hacia la calle. Me rozó la cabeza
y cayó al piso, de aproximadamente tres pisos. Tuvo suerte que cuando cayó
nosotros estuviéramos en la calle, sino jamás la hubiésemos visto, Enseguida salió
corriendo y se escondió abajo del auto del vecino. Yo la fui a buscar, y la
llevé adentro. Paseamos con Firu y cuando volvimos Saphira no apoyaba una
patita. Yo temí que se hubiera quebrado y le hice un poco de reiki a esa pata. Después
le dije a Firulait curá a tu hermana, nada más que eso. Firulait vino y le
empezó a lamer la pata que no apoyaba. Firualit no tenía manera de saber que
sapirha tenía esa pata lastimada, sin embargo, sin dudarlo, vino y le empezó a
lamer esa pata. Al otro día saphira amaneció con la pata curada
Firulait y los paseos
Los paseos con Firualit empezaban con una extraña precisión
horaria. Hacíamos dos por día. Uno a la una de la tarde, otro a las cinco de la
tarde. Con él que pasaba algo extraño era con el paseo de las cinco de la
tarde. Sin saber yo jamás como conocía el horario cinco menos diez venía para
el comedor donde estaba yo trabajando para que le pusiera la correa. Todos los
días, sin faltar, cinco menos diez venia al comedor, se ponía al lado y se me
sentaba mirándome, como diciéndome “Bueno es hora que salgamos a pasear” Yo ahí
le decía la palabra mágica “Paseo” Y él empezaba a ladrar y apurarse. Le ponía
la correa, la llevaba el en la boca hasta abajo, y abajo la dejaba para que yo
la agarrara. Después salíamos a la calle y empezaba el paseo. En el paseo
íbamos yendo por el camino que el elegía, a
veces yo trataba de definir el camino pero me terminaba entregando a su
hoja de ruta. La otra cosa que tenía era que era terriblemente rutinario, si un
día había cruzado enfrente por la mitad de la calle, el resto de los días iba a
cruzar enfrente por la misma mitad de la calle. No iba a haber manera de
disuadirlo de hacerlo. En los paseos iba olfateando todo en el camino, y chupando. A veces se frenaba en árboles y se
ponía a olfatear, seguramente orina de otro perro, o una perra en celo, y
después se ponía a chuparlo. Sacarlo de ahí era un delito, no quería salir y
hacia pequeño gruñidos para que se lo dejara en el lugar. Como tenia forma de
labrador pero genes de border coli, cuando veía un perro que venía de lejos, se
acostaba en el piso mirándolo y esperándolo, como hacen los bordes colis. Con
los perros que nos cruzábamos en la calle la situación era difícil. Dos veces
tratando de jugar dos perros machos lo habían atacado y lo habían mordido, así
que le había quedado esa imagen, y le gruñía a todos los perros machos que se
le acercaban. Con las hembras era diferente, con ellas socializaba y tenía
muchas amigas en el barrio. Firulait tenía sentimientos profundos y puros, y
los manifestaba en el cuerpo. Uno de los machos que lo atacó lo estaba paseando
yo. Era de noche, estábamos en la plaza del club Junín, dos veces había venido
a jugar y había jugado con él. Pero la tercera lo agarró a Firulait distraído
esperando que jugaran, y lo que hizo fue atacarlo. Firulait intentó defenderse
pero la sorpresa del ataque lo sobrepasó, lo volteó, y lo empezó a morder en el
piso. Yo le pegué una patada fuerte al perro atacante y logré sacarlo de ahí y
que se fuera. Cuando se levantó Firulait temblaba de la bronca. Era un
sentimiento genuino y puro, tenía tanta indignación, se sentía tan ultrajado
que no dejaba de temblar de la bronca. De a poco se fue calmando y se le fue
pasando
No siempre fueron paseos fáciles los que hacíamos con Firu,
sus primeras salidas quería andar suelto, pero no lo sabía hacer, cruzaba la
calle, yo no había sabido enseñarle a no hacerlo, aunque lo había intentado. Quizás
me había frenado justo cuando estaba por empezar a aprender. Cuando salía,
conmigo o con alguien más, tiraba de la correa, la quería arrancar de las manos
para pasear en libertad. Lo hizo eso por muchos meses, quizás por un año, hasta
que se a poco se acostumbró a la correa, pero de todos modos era el quien
dirigía el paseo y hacia donde se iba, tenía genes de borde coli, su padre era
un border coli. Cuando se cansaba del paseo o no quería ir hacia algún sitio,
sencillamente se sentaba en el piso y no se movía más. Él amaba sus paseos,
esas dos salidas por día, de un rato cada una, eran para el los mejores
momentos del día. Sé que debí darle mucho más que eso, pero es lo que le pude
dar Después volvíamos y se acostaba en la cama a descansar, con el deber
cumplido. Los últimos paseos, en verano, Firu falleció en verano, volvía e iba
hacia la canilla que estaba en el patio externo de mi casa, se ponía justo
debajo de ella, pegaba el lomo a la canilla, y esperaba que yo la abriera para
mojarlo. Ahí yo lo mojaba todo, el paseaba de lado a lado abajo del agua, y
después subía a ponerse frente al ventilador arriba de la cama
Una de las cosas que más le gustaban era pasear bajo la
lluvia, los días de lluvia salíamos los dos y se paseaba mojándose y pisando
los charcos y las alcantarillas inundadas, a veces se recostaba en la
alcantarilla completo
Otra cosa que le gustaba era pasar por la casa de artículos
para mascotas que estaba justo a la vuelta del paseo. Mediodía y media tarde
cuando volvíamos, no la dejaba pasar. Iba a la casa se metía y la recorría toda
oliendo todos los rincones, saludaba a sus dueñas. A veces recibía algún
regalo. Después salía e íbamos para casa
Firulait amaba los paseos, espero que este paseando donde
esta
Firulait y los juegos
Firualit tenía un espíritu alegre y festivo, se enganchaba en
cualquier juego que se le proponía. Como era un perro explorador, de chico y
hasta adulto, cuando vivíamos en la otra casa, uno de los juegos preferidos del
Firulait era el que hacíamos con su comida. Yo lo encerraba en la pieza y
después le iba escondiendo comida en todos los lugares de la casa, atrás de las
masetas, adentro, arriba de las sillas, en el baño, en el bidet, arriba del
inodoro, en los escalones de la escalera. Para que se divirtiera más le
envolvía los granos de alimento en servilletitas de papel y le hacía bombitas
de papel. Después le abría la puerta de la pieza y él como un verdadero
explorador iba por toda la casa encontrando las servilletas, rompiéndolas todas
y comiendo el alimento. Esa búsqueda de la comida le llevaba cerca de media
hora, hasta que encontraba y comida todos los granos de comida que le dejaba
regados en la casa, pero no dejaba un solo grano sin encontrar. A veces le
ponía los granos debajo de algo tapado, por ejemplo un balde, y se quedaba ahí
esperando que lo destapara
Otro de los juegos que le gustaba mucho a Firulait era el de
tirar, con alguna prenda de ropa mía, una media, o un repasador, o una remera
vieja, íbamos a la cama y él tiraba de un lado y yo del otro. Para complejizarle
el juego yo le iba tocando las patas (odiaba que le tocara las patas) y él las volvía
para atrás, sin dejar de tirar. Cuando ya le tocaba las dos patas el quedaba en
el aire con las patas retraídas tirando de la prenda de ropa que estábamos
disputando. Era cómico como cuidaba sus patitas y trataba que no le tocaba. Eso
nos da pie el otro juego que teníamos. A veces él estaba en la punta de la cama
acostado y se lamia las patitas, con concentración y dedicación, primero una y
después otra, con suavidad y con amor, tratándolas como algo precioso. Yo me
ponía en la cama al lado de él, en la misma posición en la que estaba él, con
las dos manos hacia adelante como las patas de él, y el lamía una de sus patas.
Enseguida él, como si lo hubiese ensuciado se lamía la pata que le había lamido
yo, en la parte que le había lamido, se limpiaba. Enseguida yo le lamía de
nuevo la pata de él, y él se volvía a lamer en el mismo lugar. A la tercera ver
yo me lamía mi propia mano, que estaba al lado de las patas de él, y él me lamía
la mano, en el mismo lugar que me había lamido yo, me limpiaba. Enseguida yo me
volvía a lamer la mano y el volvía a lamer mi mano en el mismo lugar
Una variante del juego de esconder la comida es el juego que
teníamos cuando yo iba a la terraza de alguna de las dos casas a hacer taichí o
yoga, él venía conmigo. Yo le regaba toda la terraza de granos de aliento, y
mientras yo entrenaba él iba comiendo los granos por toda la terraza. Después
terminaba, se acostaba y se quedaba esperándome que terminara
Pero los juegos más interesantes eran los que proponía el. En
mi peor época, cuando más deprimido o quieto estuve, fue cuando más juegos me
vino a proponer. Yo solía estar en la cama, y él me traía siempre una media o
un repasador para que tiráramos uno de cada lado. Yo tiraba un ratito y después
lo dejaba que se lo llevara. O sino, yo solía estar en la cama acostado y el
venia me rozaba con la cabeza, y después de ponía de espalda, cerca de la mano,
para que yo le rascara la espalda. Yo le rascaba un ratito y después lo dejaba.
Y él se volvía a su cucha
En la casa anterior que estuvimos, la segunda casa que
vivimos teníamos un garaje debajo de nuestra casa que era parte de la casa y
varias pelotitas de tenis. Íbamos al garaje y yo e hacia rebotar las pelotitas
de tenis contra la pared o contra el piso, y se volvía loco porque trataba de
agarrar todas las pelotitas juntas. Cuando agarraba una la soltaba e iba hacia
otra. Firulait amaba saltar. Una de las veces puso una de esa pelotitas de tenis
adentro del bolso de una alumna de los talleres de escritura. Se la regaló. Cuando
llegó a su casa ella me escribió sorprendida y entretenida diciéndome que en el
bolso le había aparecido una de las pelotitas de tenis de Firulait
Firulait y las plantas
Cuando nos mudamos a la segunda casa con Firulait, el
cachorro aun, yo enseguida empecé a tener un montón de plantas. Las tenía en el
pequeño patiecito interno que teníamos. Al principio a Firu le daban
curiosidad, iba a ese patio y andaba entre las plantas o se acostaba ahí cerca
de ellas. Yo traía una nueva planta y él veía todo el proceso de pasarla a la
maseta y después al patio con dedicación y curiosidad. Después iba al patio y
se echaba entre las plantas. Temeroso de que las empezara a romper un día le
dije: Firu, no rompas las plantas, son importantes para mí. Nada más que eso,
ni lo amenacé ni le pegué, solo le pedí, hablándole que no rompiera las
plantas. Eso alcanzó para el cachorro Firulait, nunca rompió una planta, nunca
intentó hacer nada con ninguna de las plantas, teníamos más de 40. Yo veía que
las trataba con respeto y aceptación. La otra cosa que le dije fue, las plantas
son nuestras hermanas. Y de ese modo las trató siempre
Firulait y sus compañeros
En el segundo barrio que vivimos Firulait cachorro intentó
hacer un amigo, se trataba de un gran perro policía que vivía a la vuelta de
nuestra casa, siempre estaba encerrado tras una reja, y me había comentado una
vecina que le había matado un pequeño perro a ella, que tuviera cuidado con él.
Siempre que pasábamos por ahí él iba hasta donde estaba el perro policía y se
acostaba a mirarlo. Pero un día agarró algo de la calle, no me acuerdo bien que
cosa, fue hasta la reja de donde estaba el perro policía y se lo dejó ahí con
la boca. Se lo regaló. El cachorro Firulait le hizo un regalo a su amigo, el
perro policía. Que como una deferencia, si bien le ladraba a todos los que
pasaban por ahí, a Firulait no le ladraba.
La otra amiga de Firulait fue su gran amiga, Lola, una perra
blanca con manchas marrones que vivía en nuestro barrio, tenía varias casas,
aunque le encantaba estar en la vereda. Se ponía siempre en la vereda enfrente
de nuestra casa y miraba y ladraba hacia la casa de Firulait. Firu se ponía en
la cama y la miraba por la ventana. Estaban horas mirándose, era su gran amiga.
Cuando Firulait salía de paseo ella lo acompañaba todo el paseo, y de regreso
intentaba entrar a casa. Una vez la deje entrar y entre los dos hicieron
pedazos una de las camitas que tenía firu. Hubo un día que lo salí a pasear a
la tardecita, y como firulait quería estar libre, no se dejaba pasear y tiraba
de la correa, ella comenzó a ayudarlo, agarró la correa con la boca y comenzó a
tirar de la correa de firulait junto con él para arrancármela de la mano.
Finalmente lo solté y firu anduvo unas cuadras sin correa. Después de suelto
entre los dos continuaron mordiendo la correa que estaba en el piso para
liberarlo de eso. Cuando nos mudamos de golpe de la casa que estábamos a la última
casa en la que vivió Firulait, ella estaba en la calle y vino con nosotros.
Ella y otro perro más, esta vez macho, que era amigo de Firulait. Cuando
llegamos, entramos, fuimos hasta la terraza, era una casa en la que había vivió
firu sus primeros dos meses de vida, y de la excitación que tenía firu saltó al
tapial de la terraza, pasó de largo, yo lo traté de agarrar pero no pude
retenerlo y cayó al patio del vecino un piso y medio abajo. Cayó con toda la
espalda, pegó de espalda, se levantó y salió caminando. Después fui hasta la
vuelta a buscarlo y el vecino me lo trajo. Esa vez Firu tuvo un Dios aparte esa
vez, no se hizo nada. Como Lola sabia donde vivíamos, y a veces la traían hasta
acá, a partir ese momento, lo visitó casi siempre. Venía y se quedaba afuera
esperándolo que saliera o que la dejemos entrar. A mí se me complicaba dejarla
entrar porque tenía una gata que vivía con nosotros y que Lola había corrido
varias veces. Cuando íbamos por la calle yo la iba retando a Lola porque corría
todos los gatos. Aunque uno de sus dueños después me dijo, al tiempo, que
cuando los alcanzaba no les hacía nada. Como algo marcado por el destino cuando
murió Firulait, Lola había muerto quince días antes, Por un cáncer terminal que
le había agarrado. Murió Lola, y a los quinces días se fue Firulait. Ahora
deben estar juntos corriendo por los campos del cielo. Fue su gran amiga,
muchas veces yo la dejé subir a la terraza junto con Firuliat, y ahí se corrían,
se mordían y jugaban hasta que quedaban agotados
La otra amiga que tuve Firu fue Olivia, una perra amarilla
del barrio, líder de toda la manada que se juntaba en la esquina, a media
cuadra de mi casa. Al principio recibió a Firu en el barrio con indiferencia,
pero se notaba que ella quería algo más que esa relación distante, así que de a
poco se fue acercando a Firu, hasta que se hizo amiga íntima. Cuando salíamos a
pasear ella levantaba la manada de perras y perros que había en la esquina, y
nos acompañaba todo el paseo. Además de acompañarnos todo el paseo, traía con
ella a todos los perros que se juntaban en la esquina. Olivia tenía una
característica, para saludar a Firu venia y le lamia la trompa apenas, lo veía,
le daba un beso, después seguía su camino. También lo hacía con las personas,
pero a nosotros nos pasaba muy cerquita y nos lamía la mano.
La otra amiga de Firulait era la negrita, la perra aliada de
Olivia, que vivía con ella. Era una cruza de Border Coli, viejita y de modales
suavecitos y cuidados. Ella era la que guiaba a todos los perros con sus
ladridos. Para entrar a la casa de Firulait ladraba en la puerta, le abríamos y
todos entraban. Para salir ladraba en la puerta del lado de adentro, la
abríamos y todos salían. Cuando ladraba en la esquina era porque su dueña
Cristina salía a darles de comer, y todos los perros iban a comer ante su
ladrido. La dos, Olivia y la negrita, comían todos los días con Firulait a la
tarde la comida que les daba mi tío. Compartían comidas y paseos, eran su
manada
Había un perro más que venía a otro barrio a sumarse a la
manada que era la galga. Una perra toda negra, alta y grandota, que venía a
comer y dormir en la casa de mi tío. También compartía comida y paseos con
Firulait. A veces traía al Pancho, un perro mediano negro con blanco, que venía
del barrio de la galga. Ambos tenían dueño y dormían en las casas de sus dueños
por la noche. El perrito se llamaba Pancho. Con Pancho Firulait compartía una
competencia sana, se recelaban, se gruñían pero no se atacaban, cuando se
pasaban cerca lo hacían con tensión y gruñidos pero nunca ninguno de los dos
ataco al otro. Pancho en los paseos nos seguía a 10, 15 metros respetándole la
distancia a Firulait. En medio de los paseos Firulait de a poco se iba relajando
y lo dejaba acercar. Un perro macho más venia y era un gran amigo de Firulait.
Era un perro al que le decíamos viejito, que venía con Lola del viejo barrio de
Firu. Los dos eran del mismo dueño, venían hasta acá para pasar rato con Firu.
Con el viejito Firu si se acercaba, le movía la cola y le lamia la cara, y el
viejito si bien no movía la cola, lo dejaba hacer, nunca le mostro los dientes.
Él, un poco más atrás, a su ritmo, nos acompañaba todo el paseo.
Firulait y su partida
El mensaje me llegó el viernes 26 10 de la mañana. Falleció Firulait. Quince
minutos antes de eso yo había recibido otro mensaje: El gordito pasó una muy
mala noche, se deprimió muchísimo, vomitó un vomito negro y casi no tiene
reflejos. Está en las últimas. Creo que no vamos a poder salvar al gordito.
Eran los mensajes de su veterinario. Con el primer mensaje yo me preparé para
ir a acompañarlo en su partida, tomarle la patita mientras se iba, pero cometí
el error de tardar un poquito más porque pensé que iba a tener más tiempo. Me
hice unos mates para asimilar la noticia, hasta ahí yo pensaba de nuevo que se
salvaba, iba a tomar dos mates y salir, y justo cuando salía me llegó el
segundo mensaje. A los tres años y medio había fallecido Firulait. Toda la vida
me voy a arrepentir de esa tardanza en arrancar. Todos los mensajes me
dolieron. Yo ya sabía que iba a fallecer Firulait porque un mensaje que me
había mandado el veterinario el día anterior, él estaba internado ya, yo a
punto de salir para taichí, y un mensaje que me había enviado el veterinario
hablaba de que tenía destrozados el hígado, los riñones y el estómago. Cerraba
diciendo “El panorama que se nos presenta es horroroso” Era 25 de enero de
2024, un 2024 que a mí se me presentaba como un año malísimo. El 24 se estaba
llevando a mi compañero Firulait. Les envié el mensajito del veterinario a los
familiares y amigos que estaban interesados por la salud de Firulait. Me
comuniqué con mi hermana que me dijo que ese momento tenía que visitarlo y
estar la mayor cantidad de tiempo posible con él. Me acuerdo cuando recibí ese
mensaje porque se me aflojaron las piernas y me invadió la angustia y el
horror. Después, enseguida me resigné con la resignación acostumbrada que tenía
a todas las cosas malas que me pasaron en la vida. Lo mismo siempre, dolor
angustia y rápida resignación. Lo mismo me paso cuando me avisaron la muerte de
mi madre, de mi abuelo y de mi abuela. Todos los avisos a la mañana, como si la
noche estuviera maldita y se los llevara. Todos en el mismo lugar, la casa en
la que estoy escribiendo esto. Mi hermana me dijo que le llevara un chiche que
quisiera mucho Firulait, iba a estar
internado e iba a ser la primera noche en mucho tiempo que no iba a estar
conmigo. Le llevé una media que él siempre me traía para jugar, para que
tiremos uno de cada lado o para que lo persiga para sacársela. Fue la última
vez que me miró, Firulair era un perro de miradas. Estaba en el canil que
estaba internado para terapia, con la sonda que le estaban pasando para que no
le doliera, estaba acostado. Escuchó mi voz, levanto la cabeza y me miró a los
ojos, después volvió a acostarse. Lo tuvimos que internar porque había empezado
a llorar del dolor y en la internación iba a estar asistido y sedado
Ahora mismo, mientras escribo esto siento con mucho fuerza su
presencia. La sentí cuando salí del baño, como nunca la había sentido, como si
estuviera acá. Y ahora mientras estoy escribiendo la siento a mis espaldas,
sentadito, como se sentaba en vida, esperando como un señorcito, sin ladrar ni
decir nada, que le diera algo, o algo de lo que estaba comiendo, o la correa
para pasear. Se podía pasar horas enteras esperando sentadito sin decir nada a
que se le diera algo. No tenía que esperar tanto porque yo enseguida compartía
con el algo de lo que estaba comiendo. Pero ahora lo percibo, esta atrás, a mis
espaldas, en mi lado derecho. Está acompañándome en este texto que está siendo
necesario pero doloroso. La voz de él me habla en la cabeza, me dice que no
quiere que escriba más de él, porque está siendo doloroso para mí
Y sin embargo sigo.
Todo empezó un día de enero, a mediados de enero, un día
normal, metido en la rutina normal de nosotros. Yo me levanté, me vine a hacer
unos mates, y Firulait vino hasta la cocina donde yo estaba, como siempre, pero
no estaba normal, tenía el lado derecho de la cara hinchado. Parecía un Pitbull
como le había quedado la trompa. Enseguida llamé a mi hermana y le dije lo que
pasaba. Me dijo que lo llevara al veterinario porque una infección en la cara
era peligrosa. Media hora después estábamos en el veterinario que estaba a tres
cuadras de mi casa. Cuando entró se dio cuenta por el olor, y se agachó y
empezó a tratar de irse. Lo habían inyectado algunas veces y le tenía miedo a
los veterinarios. Logré calmarlo y pasamos a la sala de espera y después a la
sala del veterinario. Dijo que era una infección por un problema en el maxilar,
me dio el remedio en pastillas, 8 tomas en 4 días, cada 12 horas. Y una
inyección para que empezara a trabajar
rápido la cura. Cuando lo inyectó lo tuve que poner entre las piernas y tenerle
la cabeza para que no escapara y el Firu pego dos gritos tan claros, tan
vividos, como pidiendo ayuda, porque los pegó hacia afuera. Yo me di cuenta que
pedía ayuda con esos gritos para que no se lo inyectara. Eso me habló de nuevo
de la bondad de Firulait, jamás se le ocurrió morderme para defenderse, o
morder al veterinario. Era un perro grande,
fuerte. Solo pidió ayuda y se resignó al pinchazo. Me di cuenta lo bueno
que era como perro cuando a la semana volvimos al veterinario y Firulait le
movió la cola. Al veterinario que ya lo había inyectado un par de veces. No
obstante eso el Firu lo consideraba un amigo y le movía la cola. Todo aquel que
el firu había conocido, todo aquel que había tenido un leve contacto con él,
fuera bueno, fuera malo, para el firu era su amigo y le movía la cola
Esa hinchazón en el maxilar era un síntoma de la verdadera
enfermedad, la que lo iba a matar, pero los íbamos a descubrir días más tarde,
y demasiado tarde para salvarlo. La enfermedad trabajó tan rápido que era imposible
salvarlo, aunque lo supiéramos antes
El primer vomito de
Firulait fue cuando terminaba de tomar las pastillas (Por acá debe estar
Firulait de nuevo porque ahora mismo escribo y unas lucecitas chiquititas, como
puntas de aguje se prenden en la pantalla y el teclado. A veces esas
pequeñísimas lucitas también se me aparecen en los libros que estoy leyendo) me
levanté y había en la cocina un vomito de carne picada, la carene picada con la
que le daba las pastillas. Además hubo otro síntoma ese día, cuando bajamos a
ver a mi tío, Firualit amaba a mi tío, tenía muy buena relación con él, y comía
lo que le daba él, Firu comía con mi tío, una comida saludable de carne
cocinada o arroz con pollo. Cuando
fuimos a ver a mi tío Firulait no ladró. Siempre ladraba apenas le decía
vamos a ver al tío, ladraba apenas salíamos de mi casa e íbamos abajo que
estaba mi tío. Pero esa vez, si bien tuvo energía, no ladró. En ese silencio
iba a estar hasta el final de sus días. Firulait ya no iba a ladrar. Tampoco
comió porque había vomitado. Lo llevé al veterinario, Firu tenía energía y
caminaba bien a esa altura. Días más tarde iba a caminar arrastrando las
piernas. Y a los días ya no iba a caminar, yo lo iba a tener que cargar hasta
al veterinario. Fui al veterinario, y cuando Firulait lo vio se puso contento y
le movió la cola. Estaba viendo a alguien que conocía, un nuevo amigo. Lo trató
por una descompostura, lo inyectó, me dijo que estuviera atento a que el
estómago no se le dilatara más, o como se dice en la jerga, no se le diera
vuelta, que si eso pasaba había que operarlo y nos fuimos a nuestra casa. Esa
noche estuve toda la noche atento a que el estómago no se le diera vuelta, que
no se agrandara, hinchara o cayera de costado, pero el estómago no se le dio
vuelta. No obstante eso al otro día Firulait amaneció peor. Ahora estaba como
doblado y caminaba más lento, parecía que hubiese envejecido 15 años. Fuimos
muy lento hacia el veterinario, pero aun lo pude llevar caminando. Lo médicó
para el hígado, me dijo que el problema ahora ya estaba en el hígado y lo
inyectó para el dolor. Fuimos a casa caminando muy lento. Pero volvió a
empeorar, y a la tarde estábamos de nuevo en el veterinario. Lo volvió a
inyectar para el hígado y para el dolor. La esperanza era que con esto
mejorara. Pero a la mañana siguiente el Firu caminaba arrastraba las piernas.
No podía caminar del dolor, no podía recostarse todo como le gustaba a él. Se
quedaba quieto largos ratos debido al dolor, y a la noche cuando estábamos
durmiendo venía a buscarme y se me ponía al lado en silencio, mirándome, como
pidiéndome ayuda, Firu estaba muriendo, pero yo no lo podía ayudar. Yo me
despertaba, me desvelaba y contaba las horas que faltaban para la primera
mañana en que abría la veterinaria e íbamos para allá. Él en su silencio me
pedía ayuda. Me acuerdo la última vez que dormimos juntos, el dormía en la cama
conmigo desde muy chico y habíamos dormido juntos, uno en cada lado de la cama,
o él a los pies más de tres años. La última vez que dormimos juntos fue la
última noche que durmió en casa, él estaba tirado todo de costado y yo pegado a
él. Y allá, en el fondo de la cama
nuestras piernas se tocaban. Dormimos tocándonos los pies toda la noche,
se sintió bien, se sintió de nuevo normal, de nuevo Firu en casa. Yo no lo
sabía, nos estábamos despidiendo.
A la tercera vez seguida que fuimos al veterinario, el probó
algo más radical, lo sedó, y lo subimos a la camilla. Le pasó suero, le sacó
sangre, le hizo una ecografía y le revisó la boca. Antes de eso me había dicho
que era importante que Firu dejara de vomitar, hacía tres días que vomitaba. No
había vomitado a la noche, pero a la mañana antes de ir al doctor vomitó en la
cama, un vomito amarillo que era todo bilis. Yo le limpié la boca del vomito
antes del ir al veterinario con servilletas de papel, como si eso hiciera que
ese vomito no existiera, como si eso sacara al vomito de nuestras vida y curara
al Firu. Le tomé una foto al vómito, se lo mandé al veterinario y en un ratito
ya estábamos de nuevo en el consultorio. A esa altura Firu estaba doblado del
dolor y casi no caminaba, o lo hacía muy lento y arrastrando las piernas, a
pesar que se esforzaba y lo intentaba, así que la mitad del camino yo lo cargué
hasta la veterinaria. Esa breve caminata fue la última vez que caminó, desde
ahí ya no caminó más. En la camilla le
hizo una ecografía y vio que el estómago se fusionaba con el hígado, que el
hígado estaba muy comprometido. Después le saco sangre. Y al final le revisó la
boca y ahí encontró la enfermedad. Tenía llagas en la boca, una señal de que
tenía leptopirosis. Le tomó la fiebre y me dijo que tenía 42 de fiebre. Una
fiebre que pasaba lo normal. Después se despertó un poco y volvimos. Lo cargue
todo el camino, haciendo paradas porque me era muy pesado. En una de esas
paradas paramos en el negocio de artículos para mascotas que él amaba ir y nos
quedamos un ratito ahí, el acostado en el piso, consciente y sin poder moverse,
y yo al lado de él. Después seguimos y llegamos hasta casa. Lo acosté en la
cama, y por primera vez en todo un proceso de dolor muy grande que estaba
viviendo lloró. Estaba en la cama sin poder moverse y lloraba. Llamé a mi
hermana y acordamos pedir la internación al veterinario. En una hora con mis
tíos en auto lo llevamos a internar. Lo dejamos en el canil que hacía de
internación con una sonda. Y esa misma tarde vinieron los resultados de los
análisis de sangre que daban números de deterioros terribles. Fui a visitarlo a
la tarde con mi hermana, le llevé una media que usaba para jugar y fue la
última vez que lo vi con vida. Si bien reaccionaba al tratamiento y mejoraba el
deterioro que le había hecho la leptopirosis era muy grande. Esa vez que se
elevó y me miró a los ojos fue el último contacto que tuvimos en vida con mi
perro Firuliat. Nuestro primer contacto, cuando tenía 23 días fue mirarnos a
los ojos. Me miró a los ojos él. Nuestro último contacto tres años y medio
después fue mirarnos a los ojos. Me miró a los ojos él. En medio quedan tres
años y medio de una vida de compañía maravilloso, y un dolor y un vacío que
hace que el mundo se me haya vuelto distinto, mucho más feo y mucho menos
habitable. Escribo de el para revivirlo de nuevo, para que en los recuerdos de
los textos en presente esté de nuevo vivo. Pero esa semana de padecimiento y
esa partida, Firualit, que muchas veces me oficiaba de maestro, me dejo algunas
enseñanzas y una razón
Una de las tantas veces que volvíamos del veterinario,
Firulait doblado por el dolor y volando de fiebre, caminando bien despacio y
arrastrando por momentos las piernas, y siendo cargado por momentos por mí,
estábamos en la vereda de nuestra casa, Firulait hacia días que no ladraba y no
comía. Y en eso vio venir caminando desde la esquina una perrita viejita y
cieguita, y le movió la cola. Se concentró en ella y la esperó moviendo la
cola. Ahí Firuait me dio una nueva lección, podía mostrar alegría a pesar del
estado en que estaba. A pesar de todo ese dolor y todo ese padecimiento, del
estado en que tenía los órganos, igual le mostro alegría a la perrita cieguita
que pasaba y la esperó moviendo la cola.
Toda esa semana Firulait hizo una serie de cosas como si se
estuviera despidiendo. Otra vez lo saqué al patio, era el momento en que ya
arrastraba las piernas y el costaba subir a la cama, se quedaba a mitad de
camino y había que subirlo. Lo saqué al patio un poco para ver si había alguna
mejora, otro poco para que se oxigenara un poco. Y caminando lento solo enfiló
para la escalera que daba a la terraza, con todo el esfuerzo del mundo empezó a
subir, escalón tras escalón hasta que llegó a la terraza y dio unas vueltas
ahí. En esa terraza habíamos sido felices, habíamos jugado, me había acompañado
mientras yo hacía taichí y el comía el alimento para perros que yo le regaba
por toda la terraza. Habíamos jugado con pelotitas, o simplemente había
observado a todos. Firu amaba estar en esa terraza. Aunque estaba en casa era
una de nuestras salidas. Yo le decía terraza y el subía contento para la
terraza como si fuera el mejor programa del mundo. En ese momento me sorprendió
aun en ese estado queriendo subir a la terraza. Después me di cuenta, se estaba
despidiendo de la terraza
No fue de la única cosa que se despidió por esos días, En
otro momento, viniendo del veterinario, caminando con dificultad pasamos por la
casa de artículos para perros a la que íbamos de pasada siempre que paseábamos,
dos veces por día, al mediodía y a la media tarde. Pasábamos y él entraba y
olfateaba todo, saludaba a las dueñas y después se iba, Amaba hacer eso, en el
camino recibía siempre alguna golosina de regalo. Ese di asubio con esfuerzo
los dos escalones de la entrada, dio una vuelta alrededor de la casa, y se fue.
Se había ido a despedir de la casa y de sus dueñas
Más tarde ya en el barrio hizo que lo llevara hasta la
esquina, donde estaban las perritas del barrio amigas de él, y su dueña
Cristina. Llegamos hasta allá y estuvo un rato con ellas. Después volvimos a
casa. Más tarde me lo dijo Cristina, vino a despedirse
En el camino había una bolsa de arena, de las de
construcción, de las grandes, él amaba acostarse en esas bolsas de arena. Se
frenó ante ella, dio un pequeño salto con esfuerzo y se acostó por última vez
en la bolsa de arena. También se estaba despidiendo de la bolsa de arena
La otra cosa que demostró Firulait en todo esta enfermedad
fue su gran fuerza y su entereza. A pesar de sufrir un dolor insoportable que
lo hacía estar doblado y arrastrar las piernas de atrás no lloró hasta el
último día, el día anterior a la internación, que estaba en la cama y cada
tanto pegaba un pequeño llorido mientras intentaba levantarse pero levantaba
nada más la cabeza y no podía más que eso. Fue un ratito, enseguida lo
internamos. Después por los números que tenía y el estado en que tenía los
órganos nos dimos cuenta del sufrimiento que estaba teniendo
Otra cosa que mostró fue la enorme fuerza de voluntad, para
comprobar si mejoraba y contenerlo un poco, cuando él estaba tirado en la cama,
yo agarraba la correa y le decía vamos a pasear, palabras mágicas para él. Y él
estaba como estaba, se levantaba igual y venía a que le pusiera la correa. Eso
lo haca cada vez que íbamos al veterinario o salíamos un poco
Tres veces mostró una fuerza de voluntad donde venció a los
impedimentos de la enfermedad. Una vez fue la vez que se subió a la bolsa de
arena, saltó, quedó colgado, trepó, y logró lo que quería. Se apoyó en la
arena. Otra vez fue la última vez que orinó, las patas de atrás ya no lo
sostenían, y a pesar de eso hizo un gran esfuerzo y casi temblando, casi
agachado, orinó en un árbol. Fue la última vez que orinó. Y la tercera vez fue
cuando se recostó por completo en la cama, como le gustaba hacer a él. Le dolía
mucho toda la zona de la panza, y lo había intentado varias veces pero siempre
había desistido de acostarse por completo en la cama. Esa vez, lo intentó, bajo
un poco, se frenó, bajo un poco más, se frenó y bajo completamente, y se
recostó por completo en la cama. Las piernas de atrás estiradas y toda la pansa
apoyada en la cama. Logró lo que quería. Se le vio un gesto de satisfacción en
la cara, Era un guerrero
De las razones de la muerte de Firualit que me dieron me
quedo con una que me dio un amigo mapuche. Me mandó un mensaje y me dijo: Ese
perro fue un héroe, fue su héroe. Por los datos tan grandes de deterioro que
tenía y el daño que tenía el cuerpo tan grande, esa enfermedad no era para él,
era para usted, y le tomó el por usted. El tomó y padeció algo que iba dirigido
a usted, por amor
Firulait, lo que me dejo
Me acuerdo todavía, tengo una imagen, de cuando Firu y yo
salíamos a pasear a las tardecitas, íbamos a todas las plazas y plazoletas de
la avenida San Martin y nos frenábamos en la última plazoleta que había antes
que se convirtieran en plaza, en la esquina de Primera junta. Nos sentábamos
los dos ahí, en invierno, con el frio del invierno, y veíamos pasar los coches
que iban por la avenida. Yo le iba dando pequeños pedacitos de masita y él iba
comiendo. Así nos pasábamos un rato, mirando las plazas, los coche sque pasaban
y comiendo macitas. Era nuestra salidita de tardecita. Dicen que cuando morís
te vas al momento en que fuiste más feliz (Es una de las tantas teorías sobre
la muerte) Si yo tengo que elegir dónde ir al momento de mi muerte elijo ir a
ese momento, en las plazas, comiendo masitas y mirando el mundo pasar, con
Firulait sentado a mi lado
El gordo me dejó los momentos más felices de mi vida. Me dejó
una vacío, que aunque haga este libro y cuente la vida de él nunca lo voy a
llenar. Me dejó una ausencia que se vuelve pesada, pero me dejó también la
certeza de que viví con un ser mágico. Dios me dio la posibilidad, Dios y quienes
me lo regalaron, me dieron la posibilidad de compartir tres años y medio con un
ser maravilloso y mágico. Y lo único que espero en esta historia de
continuidades y reencarnaciones, y multimenciones es volvérmelo a encontrar,
volver a compartir un rato con él. No tener ya tantos miedos que lo limiten, y
ser mejor compañero de lo que fui para él, le pude haber dado mucho más de lo
que le di. Si ahora me dijeran que Firulait está vivo, viviendo con otras
personas, pagaría toda la plata del mundo porque así fuera. Que él pudiera
estar vivo, viviendo los años que le faltaron en paz y armonía, como él amaba
en la vida, la paz, la armonía y el amor. Porque el gordito, el negro, el
cachorro, como le decíamos, era todo amor. Vino al mundo a dar amor, y de sobra
que lo dio. Ojala el mundo nos vuelva a encontrar en alguna otra dimensión
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