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jueves, 11 de abril de 2024

Firualit

 

Cuando me lo trajeron a Firualit, un par de meses después del fallecimiento de mi madre,  un poco para llenar el vacío, otro poco porque yo quería tener un cachorro era un pomposito de 23 días de vida. Era una cruza de labrador y border coli, con más de labrador que de border coli. Era todo negro salvo las terminaciones de los pies y la cola que eran blancos. Y el pecho que era blanco corbatita. Con esas características de labrador Firulait amaba el agua. Por miedo no le pude dar tanto  agua como él hubiese querido. La primera y única vez que fuimos a la quinta de un amigo con pileta el firu lo primero que hizo fue tirarse a la pileta. Fue caminando hacia la pileta y siguió caminando hasta que cayó en ella, y después siguió nadando. La gente del lugar no quería a los perros en la pileta y lo tuve que sacar y no permitirle volver a tirarse. Cuando volvíamos de pasear, esos paseos de media hora que hacíamos dos veces por día en los veranos, el solo iba y ponía el lomo debajo de la canilla para que yo la abriera y lo mojara todo. Amaba eso. Después subía y se ponía en la cama frente al ventilador encendido para que el viento le diera en el pelo mojado y lo refrescara. Fabricaba su propia tormenta. Cuando yo tomaba baños de inversión en la bañera o me duchaba, el venía y se ponía pegado a la bañera y me miraba, como pidiéndome que lo bañara ahí o lo pusiera debajo de la ducha. Yo lo había hecho algunas veces pero después lo había dejado de hacer porque una de las veces por el agua que le había entrado se había agarrado una infección en la oreja y yo tenía, Miedo. Ahora que ya no está traté de conectar con su alma y de visualizarlo, y lo visualicé en el mar, en una playa que debe estar en alguna dimensión por las que anda

Cuando lo trajeron lo eligió la hija de una amiga. Era el más pequeño de una camada de hermanos. Ella lo miro y lo eligió a él. Los dueños de los cachorros le dijeron si quería elegir otro más grande, alguna de las hermanitas que lo duplicaban en tamaño. Ella lo eligió a él. De cachorro Firualit tenía una característica, comían poco, porque sus hermanos más grandes no le dejaban lugar, y dormía relajado, boca arriba, despatarrado. Cuando lo trajeron yo fui hasta la casa de mi amiga y me lo presentó. Firualit estaba en una cajita, y justo cuando ella dijo este es tu perro, Firu me miró, Firulait era un perro de miradas, hablaba con la mirada, y me miró como diciendo: Ok, a este tengo que cuidar, manos a la obra entonces, Lo llevé a casa, lo puse en la cama  e investigando se cayó al piso. A los pocos minutos de tenerlo en casa ya estábamos en problemas. Nos volvimos a meter en problemas una semana después, entendí mal la ración de alimento que le tenía que dar y lo sobrealimente y lo descompuse. Tuvimos que ir de urgencia a la madrugada al veterinario que nos esperaba la veterinaria de guardia, y con unas inyecciones le salvó la vida.

Me llamó la atención de Firulait al principio su inteligencia y su capacidad de obediencia. No tenía dos días conmigo y yo le pedía que se quedara durmiendo en la cajita y el obedecía a rajatabla. Se conformaba y se tiraba a dormir. Después a los días de eso ya no me hizo más caso y empezó a salir de la cajita todo el tiempo. Firulait era un perro intenso, ya de chiquito lo era

Firulait era un perro de miradas y silencios, hablaba con las miradas y los silencios. Una de las veces más notorias que me hablo con la mirada, estábamos en la otra casa en la que vivimos, había tormenta. Firulait le tenía terror a las tormentas. Estaba en el silloncito en el que dormía y se escuchaban los truenos, Firulait temblaba. No sabía que podía estar conmigo en la tormenta. Yo me levanté, lo traje conmigo y lo puse debajo de la sabana, pegado a mi cuerpo. Dormimos toda la noche. A la otra mañana cuando nos levantamos ya no había tormenta y Firualit me miraba y en los ojos había un gesto de agradecimiento que me conmovía. A partir de ese día me empezó a respetar. Lo había protegido, y en sus ojos se veía el agradecimiento y el amor. Me sorprendió que un ser tan chiquito podía estar tan agradecido, y más me sorprendía que podía manifestarlo y hacérmelo llegar. Esa mirada hablaba y decía un montón de cosas. A partir de ahí, siempre que hubo tormenta Firulait tuvo temor, y siempre aun siendo el perro grande que era, venia, se subía a la cama y se me pegaba, se quedaba parado al lado mío, casi encima, toda la tormenta. Era el recuerdo de aquella primera tormenta en la que se había sentido protegido. Ahora lo veo, Firulait se sentía seguro en la tormenta al lado mío, porque en una entrega total de amor y cariño, me tenía confianza. Lo tuvo hasta el último día

No era carente de magia Firulat, tenía mucha y a su manera. Un día nuestra gata Sapirha cayó del techo de nuestro departamento a la calle. Firu y yo estábamos en la calle, cayo rozándome la cabeza y pego en el piso al lado. Después se fue corriendo a esconderse debajo de un auto. Yo la fui a buscar, la subí, y subimos con Firulait. Se había dañado una patita y no la apoyaba. Yo pensé que estaba quebrada, le hice un poco de reiki, y le dije a Firu, curá a tu hermana. Y Firu le empezó a lamer la pata lastimada. Nunca supe cómo podía él saber que ella estaba lastimada en esa pata, fue un registro de la magia que tenía Firulait, Otro día vino un amiga a hacerse reiki al gabinete y antes de la sesión de reiki Firulait agarró uno de sus huesos y lo dejó al lado de la camilla. Eso me llamó la atención porque firu respetaba el gabinete y nunca ponía nada al lado de la camilla, casi ni se metía ahí. Le pregunté si había tenido algún problema con algún hueso, porque Firualit estaba tratando de informarnos, y me dijo que la noche anterior su perra había muerto por comer un hueso envenenado. Firualit como siempre informaba con los gestos

Cuando estaba contento una lucecita verde esmeralda le atravesaba el cuerpo de lado a lado. Se lo vi tres veces. Una vez cuando volvía de pasear con su paseadora, estaba tan contento, que cuando subía una lucecita en forma de línea verde esperándola le atravesaba uno de los flancos del cuerpo de lado a lado. Otra vez cuando yo lo llevaba a encontrarse con su paseadora, de nuevo una luz verde, como una línea verde, le recorría el cuerpo. Después esa luz paso a mí, y cuando volví a mi casa sin Firulait yo la tenía en la mano y en el brazo

A la noche, cuando yo salía a la terraza a practicar taichí y entrenar alguna de las enseñanzas de mi maestro, al salía conmigo. Cuando la noche estaba fea, muy cargaba la atmosfera, cuando había algo raro y feo en el aire, el olfateaba hacia el lugar de donde venía esa mala energía. Y se quedaba entre ese lugar y yo, Protegiendo. Esas salidas a la terraza, donde yo hacía taichí y el comía huesos o miraba eran mágicas. A los dos nos encantaba. Yo entrenaba y el olfateaba el aire, buscando cosas en los olores, encontrando. Después, como teníamos tapiales altos, yo lo subía con las dos patas al tapial y el miraba para abajo. Amaba mirar para abajo. Era curioso. En esta otra casa en la que vivimos también teníamos unas terrazas y unos patios donde se podía mirar a todo el vecindario. Una estábamos paseando con el Firu y una vecina le dijo a su hija: Ahí está el perrito que nos espía desde la terraza. No sabía yo, el Firu espiaba y observa desde la terraza a los vecinos. En la casa anterior también una vez paso una vecina de la vuelta, me pidió permiso y lo abrazó y lo besó. También la había estado espiando desde nuestro patio a su casa. Era el ser más sociable que conocí y hacia grandes amigos con mucha facilidad, cuando paseamos muchos lo querían tocar o lo saludaban. Tengo para mí de su obediencia absoluta, que de grande pero aun cachorro, era un perro grande y robusto, a las personas les saltaba y les apoyaba las dos piernas de adelante, así había tirado un par de personas al piso, sin quererlo. Yo por miedo a que lastimara a alguna persona mayor le enseñé que no podía apoyar las patas de adelante en las personas. Se lo dije una vez, dos veces, sin mucha intensidad, pero no sé cómo ni porque le quedó grabado a fuego. A partir de ese día cuando le saltaba a las personas, doblaba las patas y quedaba en el aire sin tocarlos. Y a pesar que le daba permiso o trataba de ponerles las patas para que se apoyara, él se negaba y doblaba las patas para no apoyar a nadie por esa enseñanza que le había hecho hacia mucho y le había quedado grabado a fuego. Porque era un perro de una sola experiencia, con una sola experiencia el hacía costumbre


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