— ¿Estamos de acuerdo todos? ¿Cada uno sabe lo que tiene que hacer? ¿La bolsa negra para el secuestro está preparada? — Los tres hombres y la mujer solo tenían que esperar la señal. El corte de luz accidental acontecido a las 3 y media de la mañana les daría el tiempo necesario para el secuestro, y así lo hicieron.
Encapuchados y vestidos de negro regresaron a la tapera donde prepararon toda
la logística de la operación. Aprovecharon a robar varios objetos de valor simbólico
y algunos libros. Festejaron en silencio el éxito del plan.
El cuerpo
fue colocado dentro de un caño de agua junto con las pertenencias robadas y
luego lo taparon con tierra para y contaron una cantidad de pasos desde la
tranquera. No dejaron señal alguna del lugar, ni una piedra, ni una referencia
posible y guardaron el secreto durante mucho tiempo.
Fueron
envejeciendo y nunca se habló del hecho cometido. Solo quedaba un registro: uno
de los implicados era el fotógrafo del pueblo, y por lo tanto el que estaba en
todos los eventos sociales. La familia celosamente cuidó que ni la lluvia, ni
el arado ni ninguna otra cosa pudiera descubrir el cuerpo de aquella importante
mujer yaciente bajo tierra.
El tiempo
pasó, y también pasaron las costumbres. Fueron 18 años de invierno, de encierro,
de vientos de odio y tormentas de plomo. Los autores del secuestro resistían
escondidos, invisibles. Eran 3 catangos[1]
incluyendo al susodicho fotógrafo, y una maestra.
Cada tanto
el odio volvía en su tormenta y regaba con sangre las calles. Los perseguidos
fueron militantes y sindicalistas, básicamente El ADN del peronismo: los
trabajadores.
Varios
inviernos habían pasado hasta la llegada de la primavera del 1983. El viento de
ese año soplaba con tal fuerza que el campo y la ciudad se llenaron de brotes y
flores, dejando atrás las lágrimas y el miedo.
Los autores
del hecho se sacaron una foto en la plaza, ritual que repetían todos los años.
El paso del tiempo había dejado sus huellas en cada uno: Raúl estaba gordo y
nadie hubiese creído que de joven pesaba 65 kilos. Orlando intentaba con la
barba ocultar la calvicie y para esos fines usaba una gorra todo el tiempo. A César
mantener el secreto de lo hecho le había pasado factura y lo tuvieron que
operar de quistes en las cuerdas vocales, estaba muy débil. En tanto Betina era
ahora una mujer adulta que se había hecho cargo de la granja.
Todos los
años en octubre se juntaban a comer un asado. Durante los 4 años siguientes
permanecieron muy unidos.
Y decidieron
revelar la historia sucedida. Convocaron a las autoridades del pueblo, a las
fuerzas vivas del Paraje de Martinez de Hoz (Conocido por los lugareños con el
apodo de Cojudo Muerto) y ante la presencia de un grupo de vecinos y militantes
políticos cavaron en la chacra de la familia.
El tiempo había
pasado, y reconocer el lugar del hecho los llenaba de incertidumbre y dudas. El
filo de la pala encontró el caño de agua con tapa enterrado, dentro del cual estaban
el medio cuerpo de Eva Perón, intacto, sin ningún rasguño en la piedra como también
intactos el resto de los símbolos y documentos guardados. Osvaldo retrató el
momento con la misma calidad, como lo había hecho en 1955 cuando junto a sus
compañeros de militancia le arrebataron a la Revolución Libertadora la estatua
frente a sus narices, evitando así que la pasearan atada a un vehículo para su
total destrucción, y protegiendo así las raíces de su historia.
Betina no pudo
contener las lágrimas, y entre abrazos los compañeros pusieron a la estatua en
su lugar. Años temiendo por su vida y la de sus amigos. Ya liberada, sintió que
atrás quedaría la división entre hermanos de un mismo pueblo. El mismo donde
termina el ramal del Ferrocarril Sarmiento. El mismo de la resistencia en
silencio. El mismo donde la estatua sigue aun hoy generando las mismas
controvertidas reacciones.
[1] insecto, tipo escarabajo, que hace
pequeños pozos revolviendo el suelo. De ahí se llamó "Catangos" a los
trabajadores ferroviarios, peones de vía, que trabajan en el mantenimiento de
los ramales.
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