Claribel, la que
se peinaba con dos colitas para ordenar sus bucles, la de los ojos chiquitos,
lucía, aún hoy las luce, unas pestañas largas y curvas que le adornan la cara,
y completa su belleza con una sonrisa que le marca un pocito en cada mejilla,
esa niña había comenzado a trabajar en la casa de López y López, -agreguemos
alegría a estas paredes sin niños-, se habían dicho los López, gustosos de que
Claribel le agregue frescura a esa casa. Algunas de las tareas domésticas,
parte de la limpieza, ayudar con la comida, los mandados diarios y cama adentro
formaban parte de la nueva vida de la jovencita, que comenzó a usar unos
brillantes aros, de oro, que la señora López le ofreció en carácter de préstamo
primero, y que con el tiempo pasaron a ser de su propiedad. Claribel es una
hermosa muchachita, distinguida por sus porfiados bucles de esa cabellera color
castaño claro, y que algunos rayos del sol, de testarudos nomás, a veces los
teñían como un trigal. En aquel tiempo tenía apenas trece años y en el
noviembre anterior había terminado la primaria. La señora y el señor López no
tienen hijos. Claribel con su sonrisa permanente y el brillo de sus ojitos, fue
ganando un lugar en un rinconcito del sillón que ocupa el matrimonio cuando
mira televisión después de cenar. Febrero avanzaba, una noche el señor López,
dijo: -debemos comprar lo que sea necesario para que comience primer año-. La
señora López hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, sin sacarle la vista
al televisor, pero era evidente que no le prestaba atención a la serie que
estaban mirando, mientras se le cruzaba por la cabeza la idea de que no eran
ellos quienes debían ocuparse. Cuando la niña fue hasta la cocina en busca de
unos vasos y una botella con agua, el señor López había avisado que tenía sed,
la señora López, sin sacarle la vista a la tele le preguntó a su marido; - ¿no
te parece que de eso se tiene que ocupar la madre?, no hablemos del padre
porque ése nunca apareció, ¿vos tenés idea? -, siguió preguntando. -La madre es
una pobre mujer que también trabaja en casas de familias, en lo que pueda debo
ayudarla, para un mejor decir debemos ayudarla, Claribel tiene que ir a la escuela-.
La conversación giró cuando la niña anunció su cercanía con el campanilleo de
las copas y la botella con agua, sirvió, y repartiendo la mirada les agradeció
a los señores López por ese lugar en el sillón. El señor López se corrió hacia
su mujer dejándole un espacio a su derecha, pero la criada prefirió sentarse en
el medio de ambos, la señora López le acarició el pelo y el señor López se
aferró a su cuerpo con un abrazo estrujador. La serie de televisión había
pasado a un segundo plano, pero prometieron repasarla la noche siguiente,
después de la cena. -Ustedes la miran, mientras lavo los platos y los vasos,
después me la cuentan-, se adelantó Claribel, -dale-, respondió la señora
López, ¿por qué?, preguntó el señor López, -podemos lavar entre los tres,
guardamos, y nos sentamos a tomar el café mientras miramos la serie-. La señora
López miró a su marido y con el mismo gesto le preguntó para qué habían
contratado una criada. El señor López hacía como que quería retomar la serie,
Claribel entendió que los señores tenían opiniones diferentes, pero no logró
darse cuenta sobre qué estaba esa diferencia, en tanto se había recostado encima
de las faldas de sus patrones, sus piernas descansaban sobre la humanidad de la
señora y la cabeza hacía lo propio en el pecho del señor, los dueños de casa
más de una vez la habían invitado para que tome esa posición. La publicidad
avisó que el capítulo había terminado y los avances dejaban imaginar cómo
seguiría la historia. La señora López, mientras le acariciaba las rodillas,
observaba cómo Claribel le pasaba el dedo índice por la barbilla a su esposo, -una
demostración de falta de afecto demasiado clara, y dura-, pensó, mientras se le
cruzaron por la mente los intentos que ella hizo por tener un hijo y que el
destino o vaya a saber quién se lo ha negado, -mientras que Claribel se cría
sin saber nada del padre-, agregó a su pensamiento.
Los días y las
noches y las series se han repetido. La vida sigue en la casa de los López.
Claribel parece una más en esa familia, su madre viene a visitarla cuando los
López no están, y la niña ha encontrado en el señor López el resguardo paterno
que equilibra sus emociones.
Los días y las
noches se sucedieron, el invierno hacía gala de su maldad con los que extrañan
al verano, Claribel es una de esas, bufandas y camperones se superponían sobre
su cuerpo hasta restringirle le movilidad. La bicicleta que la trasladaba hasta
el colegio secundario le porfiaba al camino y la llevaba por dónde a la rueda
delantera se le ocurría, a la señora López le preocupaba, decía que era
peligroso, que podía caer y lastimarse, al señor López le resultaba gracioso,
la veía como a una hábil del volante.
Los días y las
noches y los años fueron devorándose entre sí. La criada, la niña, la ahora
señorita, era conocida como la niña López, todos sabían que no es ese su
apellido, pero todos desconocen quién es su padre y por ser la criada “de”, la
rebautizaron, “la niña López”, casi nadie en la calle cuando se refiere a ella
la llama Claribel, es una costumbre en el pueblo, y a Claribel no le molesta.
Una tarde, en la casa de los López, sólo se escuchaba el cantar de un canario,
el silbo y el silencio eran una misma cosa, hasta que el timbre irrumpió
repetidas veces. Claribel no estaba. Atendió el portero eléctrico la dueña de
la casa y una voz se presentó como; la policía, la señora López corrió hasta la
puerta y escuchó al uniformado, que quitándose la gorra le comunicó que el
señor López había tenido un accidente de automóvil y estaba internado en el
hospital, que por favor vaya urgente. Claribel, que llegaba en ese momento,
escuchó y ambas salieron rápidamente, casi sin hablar llegaron al nosocomio.
El médico que las
contuvo, dándoles la noticia, les dijo que el señor López, estaba bien, que
sólo debían esperar cuarenta y ocho horas, -es protocolar en estos casos-, les
aclaró, que lo más delicado fue que perdió por una de las heridas mucha sangre
y debían transfundirlo lo antes posible, que si alguien de la familia o algún
conocido compartía grupo sanguíneo la transfusión sería inmediata. El
laboratorio se encargó de comparar los valores y la sangre de Claribel viajó
por las venas de ella para instalarse en las de él, en las venas del señor
López. ¿Fue una devolución de atenciones?, quizás no, tal vez es la vida que se
encarga de reconstituir los lazos.
La señora López
nunca antes supo de la primera historia de Claribel. La madre de ésta guardó el
secreto. La señora López ahora entiende al señor López y su relación con la
niña, no la mira como la “del cuento de la criada”, porque ama Claribel, pero
se preguntó, ¿el pueblo sabía?, ¿por qué la llaman la niña López? Cuando el
señor López despertó de su sedación, se quedó perplejo mirándolas, y se animó a
creer un poco más en el destino. Mientras, la mamá de Claribel observaba la
situación desde la ventanita de vidrio redondo.
Esta historia de
amor fue contada, textual y en tercera persona por la señora López, en unas
hojas, que dejó sobre el sillón, escribió sobre esos días, meses, años, que
vivimos juntos. Cuando volvimos con el señor López del hospital la señora ya no
estaba, y faltaban algunas pertenencias suyas. El señor sintió su culpa y yo me
sentí la niña López, más tarde quemé las hojas, después de leerlas, ¿para qué
las querría?, pensé mientras tocaba mis aros. Ahora quien hace falta en la casa
para ser felices es la señora López. Nos miramos con él, ya no le digo señor
López.
Cacha—Julio /23.
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