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domingo, 2 de junio de 2024

CARAMELOS PUMPLICK (de Marcelo Maggiolo)



Como todas las mañanas, mientras el silbato del tren hacía ruido entre los galpones de chapa, recitaba el mismo credo: “Señoras y señores, y con el permiso del señor conductor, voy a molestar un minuto de su amable atención para ofrecer este producto que solo por hoy está en promoción de fabrica. Son 36 unidades de caramelos Pumplick, que en cualquier kiosko o supermercado están a 100 pesos la unidad. Les estoy ofreciendo una caja a mil quinientos. Fresca y sana golosina para llevar de regalo y disfrutar en el trabajo; en familia; para su novia caballero; para sus nietos...” la abuela levantó la mano. —se hace paso para llegar al fondo—.

Así, desde las 5:30 de la mañana, Mónica intentaba hacer unos pocos pesos que le alcanzaban para subsistir. Entre viaje y viaje calentaba, con unos palitos, una pava chamuscada de hollín y sarro para hacer café. Contenta, pues le habían regalados dos termos viejos y una mochila. Algunas veces secaba el café usado al sol para estirar la producción. Sin lugar donde bañarse y vestida de harapos, esquivaba las miradas de lastima y desprecio, mientras se inventaba una sonrisa para sobrevivir.

Soñaba con comprar una olla de cobre, una paila para hacer “rapiñada” como hacía su madre antes de venir de Salta a Buenos Aires. Se mojan sus ojos cuando la recuerda, sabe que está en un loquero pero no sabe dónde. Un día pensó en visitarla pero no pudo por culpa de la inundación.

Del valle de Cafayate, cuna del vino patero, a dormir de prestado en algún vagón vacío de Constitución, así es la vida de Mónica Rosales, la salteña. “Señoras y señores” repite sin cesar... “y con el permiso del señor conductor, traigo para ustedes caramelos Pumplick”, y junto con el tren, se van sus sueños y sus ilusiones hasta la próxima estación.

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