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jueves, 10 de agosto de 2023

El Silencio .Transito nominal y la batata (de Hugo Merlo)



El día despertaba, Plaza Moreno y su imponente Catedral dejaban ver la bella ciudad de la Plata. El habitante típico de la ciudad es una persona que media entre las costumbres pueblerinas y con atisbos de las pretensiones de la capital. Por ese mar navegaba con un olvido visible, Rosa Soledad y con un silencio atroz que le devolvía todo aquello que había partido sin memoria.
Aquella mañana de invierno no creaba en la mujer .expectativas de nuevas emociones, sentía que la niña que había crecido dentro de ella, estaba ahí navegando en una total apatía, nada desafiaba ese estado de letargo, revoleaba sus ojos y pensaba su vida en silencio y quería encontrar una significación de ese mutismo. 
Se detuvo, en el camino que bordea el espacio de árboles y bancos, apretó los puños y gritó sin importarle el lugar y los paseantes.
- ¿Ya habré oído todo en mi vida? 
- ¿Deberé permanecer callada?
Preguntas que no tenían respuestas sencillas
Ese día se había despertado temprano, y como mil días recordó el poema “A la Rosa” del Fede, le decía ella, como un guiño de confianza con Lorca.
Cuando se abre en la mañana
Roja como la sangre está
El rocío no la toca 
Porque se teme quemar”
Recito entre labios apretados y carentes de besos. 
Se desperezó, le sonaron unos huesos. Con sus dedos acomodó el pelo y se acarició la cabeza y por un momento se sintió sola. 
Frente al espejo, que la reflejaba triste, fue cruel con ella,
Desvelada entre tantas palabras ahora buscaba significado en los silencios
- Soy una mierda pensó… Ni el rocío, ni nadie me quiere tocar…sonrió
Su vida se había ido apagando. 
 De niña, brillaba en sus primeros años de escuela en su Ushuaia natal, a su actualidad, vacía de afectos y llenas de silencios. Solía pensar en la metamorfosis de Rosa a Soledad, sus nombres relataban el recorrido de su vida.
Hace poco tiempo leyó que la soledad prolongada enferma. Las vivencias de vacío, la tristeza, la imperiosa necesidad de ser reconocida. Sin eso la vida carecía de sentido.
Había intentado armar relaciones con personas que llenaran esos espacios. Las llamaba con frecuencia y por cualquier motivo. Esas conversaciones calmaban su angustia por un rato, pero se daba cuenta que no importa la cantidad de gente que uno conoce, si no que depende de si esa gente la sentimos “cerca “en determinado momento.
Detrás de cada puerta hay esperanza, pensaba, para alcanzar la felicidad, 
Salió a la calle, por lo menos el día estaba soleado, camino dos cuadras, hasta la verdulería. Sonaba una música, linda a sus oídos, “quereme así. Yo sé que no hago todo bien, quereme así yo a vos te quiero lalala”.
Por un momento su gesto cambio sintió, las palabras que fueron fuego y alumbraron
- ¿Le gusta la música dijo Julio?, con una batata en la mano…mirando fijamente a Rosa
Le causó gracia la interpelación del verdulero y dijo -¿ la batata o la música ? 
El verdulero estalló en una carcajada espontanea como rompiendo el silencio,  
Una cliente que probaba una uvas, le dijo en voz baja, - es la primera vez que lo veo sonreír desde que falleció su esposa, hace seis meses.
Rosa Soledad escucho el “chisme” se conmovió, por primera vez en mucho tiempo y sintió que no todo estaba muerto
Y como un soplo, escuchó su voz, que sonó a milagro…son Los Caligaris, quiere verlos el Domingo, la invito.

hugomerlo

lunes, 7 de agosto de 2023

LA CHICA DE LAOS (de Marcelo Maggiolo)

 

CUENTO PERTENECIENTE A LOS INVISIBLES Y LA MUJER OMBLIGO

 

 

Cruzaron el rio Mekong y tuvieron la suerte de poder hacerlo con vida. Aún les faltaba burlar a los soldados que buscaban a los traidores: los proamericanos.

Maly todavía recuerda las explosiones de las municiones mientras cargaba a su hija en brazos. Pasaron más de 50 años y todavía retumban en su cabeza. Junto a su marido, Had, se refugiaron en una choza de Camboya y estuvieron varias noches ocultos. La lluvia les dio una mano y esa noche el patrullaje enemigo no fue tan feroz como en noches anteriores.

La bruma oscura del rio se adentraba a la costa de Tailandia. El gobierno comunista había cerrado las fronteras y se desató una cacería en contra de los colaboradores alistados al ejército norteamericano. El actor menos pensado por nosotros los lectores (aunque al final tenga cierta lógica) les permite escapar y establecerse en Misiones, Argentina.

Pasado tres años, Maly y su hija se habían reencontrado con su esposo y el resto de sus hermanos. Una mañana vieron que sus nombres estaban dentro de un programa de repatriados a Argentina, bajo la autorización de Jorge Rafael Videla. La condición para ello era que fuesen menores de 35 años, así rápidamente aprenderían el idioma en dos meses para integrarse a la comunidad. Otros despatriados por el comunismo que llegaron a estas tierras luego de exiliarse en Francia, trajeron oro y joyas desde Rusia, y compraron estancias durante la época de Perón.

Vieron con agrado esta iniciativa del dictador Videla y alojaron en sus estancias de la provincia de Buenos Aires a los laosianos. Parte de leyenda y parte de verdad, se decía que los expulsaron por diezmar la población de perros de las estancias y por comerse las flores de los zapallos.

Lo cierto es que ya habían llenado sus bolsillos aprovechando la circunstancia, junto a sus amigos en el poder: Had trabajó como chofer, en Laos había sido aviador. En Argentina le ofrecieron distintos trabajos, y el último era manejar el móvil “tleinta” en una agencia que tenía solo tres autos de remises.

Maly en cambio nunca aprendió a hablar el español. En su media lengua cuenta: “yo lavar ropa rio ir a otra costa miedo soldado hija mía chica”. Hace caras y no se sabe si hace un esfuerzo para recordar o más bien para olvidar. Sus hijos no quieren saber nada con regresar, tal vez sí a pasear, pero crecieron en Argentina. Toman mate y escuchan a Rodrigo Bueno.

Had hace unos años viajó a Misiones junto a su esposa, ya que la iglesia budista inauguraba un templo y fue elegido monje. Pero antes de emprender viaje pasó a saludarme junto a su hija. “Es la Power Ranger amarilla” le dije a mi hijo menor, “¡Mirala bien!”.

Me dejó un japa mala de regalo, el mismo que usaba el día que cruzó el Mekong para salvar a su familia, y que aún conservo con sus cuentas de madera. En el momento en que me lo entregó, me dijo que es como el rosario, pero budista, y sirve para recordar los mantras sagrados.