2
El mensaje me llegó el viernes 26 10 de la mañana. Falleció Firulait. Quince
minutos antes de eso yo había recibido otro mensaje: El gordito pasó una muy
mala noche, se deprimió muchísimo, vomitó un vomito negro y casi no tiene
reflejos. Está en las últimas. Creo que no vamos a poder salvar al gordito.
Eran los mensajes de su veterinario. Con el primer mensaje yo me preparé para
ir a acompañarlo en su partida, tomarle la patita mientras se iba, pero cometí
el error de tardar un poquito más porque pensé que iba a tener más tiempo. Me
hice unos mates para asimilar la noticia, hasta ahí yo pensaba de nuevo que se
salvaba, iba a tomar dos mates y salir, y justo cuando salía me llegó el
segundo mensaje. A los tres años y medio había fallecido Firulait. Toda la vida
me voy a arrepentir de esa tardanza en arrancar. Todos los mensajes me
dolieron. Yo ya sabía que iba a fallecer Firulait porque un mensaje que me
había mandado el veterinario el día anterior, él estaba internado ya, yo a
punto de salir para taichí, y un mensaje que me había enviado el veterinario
hablaba de que tenía destrozados el hígado, los riñones y el estómago. Cerraba
diciendo “El panorama que se nos presenta es horroroso” Era 25 de enero de
2024, un 2024 que a mí se me presentaba como un año malísimo. El 24 se estaba
llevando a mi compañero Firulait. Les envié el mensajito del veterinario a los
familiares y amigos que estaban interesados por la salud de Firulait. Me
comuniqué con mi hermana que me dijo que ese momento tenía que visitarlo y
estar la mayor cantidad de tiempo posible con él. Me acuerdo cuando recibí ese
mensaje porque se me aflojaron las piernas y me invadió la angustia y el
horror. Después, enseguida me resigné con la resignación acostumbrada que tenía
a todas las cosas malas que me pasaron en la vida. Lo mismo siempre, dolor
angustia y rápida resignación. Lo mismo me paso cuando me avisaron la muerte de
mi madre, de mi abuelo y de mi abuela. Todos los avisos a la mañana, como si la
noche estuviera maldita y se los llevara. Todos en el mismo lugar, la casa en
la que estoy escribiendo esto. Mi hermana me dijo que le llevara un chiche que
quisiera mucho Firulait, iba a estar
internado e iba a ser la primera noche en mucho tiempo que no iba a estar
conmigo. Le llevé una media que él siempre me traía para jugar, para que
tiremos uno de cada lado o para que lo persiga para sacársela. Fue la última
vez que me miró, Firulair era un perro de miradas. Estaba en el canil que
estaba internado para terapia, con la sonda que le estaban pasando para que no
le doliera, estaba acostado. Escuchó mi voz, levanto la cabeza y me miró a los
ojos, después volvió a acostarse. Lo tuvimos que internar porque había empezado
a llorar del dolor y en la internación iba a estar asistido y sedado
Ahora mismo, mientras escribo esto siento con mucho fuerza su
presencia. La sentí cuando salí del baño, como nunca la había sentido, como si
estuviera acá. Y ahora mientras estoy escribiendo la siento a mis espaldas,
sentadito, como se sentaba en vida, esperando como un señorcito, sin ladrar ni
decir nada, que le diera algo, o algo de lo que estaba comiendo, o la correa
para pasear. Se podía pasar horas enteras esperando sentadito sin decir nada a
que se le diera algo. No tenía que esperar tanto porque yo enseguida compartía
con el algo de lo que estaba comiendo. Pero ahora lo percibo, esta atrás, a mis
espaldas, en mi lado derecho. Está acompañándome en este texto que está siendo
necesario pero doloroso. La voz de él me habla en la cabeza, me dice que no
quiere que escriba más de él, porque está siendo doloroso para mí
Y sin embargo sigo.
3
Todo empezó un día de enero, a mediados de enero, un día
normal, metido en la rutina normal de nosotros. Yo me levanté, me vine a hacer
unos mates, y Firulait vino hasta la cocina donde yo estaba, como siempre, pero
no estaba normal, tenía el lado derecho de la cara hinchado. Parecía un Pitbull
como le había quedado la trompa. Enseguida llamé a mi hermana y le dije lo que
pasaba. Me dijo que lo llevara al veterinario porque una infección en la cara
era peligrosa. Media hora después estábamos en el veterinario que estaba a tres
cuadras de mi casa. Cuando entró se dio cuenta por el olor, y se agachó y
empezó a tratar de irse. Lo habían inyectado algunas veces y le tenía miedo a
los veterinarios. Logré calmarlo y pasamos a la sala de espera y después a la
sala del veterinario. Dijo que era una infección por un problema en el maxilar,
me dio el remedio en pastillas, 8 tomas en 4 días, cada 12 horas. Y una inyección para que empezara a trabajar rápido la cura.
Cuando lo inyectó lo tuve que poner entre las piernas y tenerle la cabeza para
que no escapara y el Firu pego dos gritos tan claros, tan vividos, como
pidiendo ayuda, porque los pegó hacia afuera. Yo me di cuenta que pedía ayuda
con esos gritos para que no se lo inyectara. Eso me habló de nuevo de la bondad
de Firulait, jamás se le ocurrió morderme para defenderse, o morder al veterinario.
Era un perro grande, fuerte. Solo pidió
ayuda y se resignó al pinchazo. Me di cuenta lo bueno que era como perro cuando
a la semana volvimos al veterinario y Firulait le movió la cola. Al veterinario
que ya lo había inyectado un par de veces. No obstante eso el Firu lo
consideraba un amigo y le movía la cola. Todo aquel que el firu había conocido,
todo aquel que había tenido un leve contacto con él, fuera bueno, fuera malo, para
el firu era su amigo y le movía la cola
Esa hinchazón en el maxilar era un síntoma de la verdadera
enfermedad, la que lo iba a matar, pero los íbamos a descubrir días más tarde,
y demasiado tarde para salvarlo. La enfermedad trabajó tan rápido que era
imposible salvarlo, aunque lo supiéramos antes
El primer vomito de
Firulait fue cuando terminaba de tomar las pastillas (Por acá debe estar
Firulait de nuevo porque ahora mismo escribo y unas lucecitas chiquititas, como
puntas de aguje se prenden en la pantalla y el teclado. A veces esas
pequeñísimas lucitas también se me aparecen en los libros que estoy leyendo) me
levanté y había en la cocina un vomito de carne picada, la carene picada con la
que le daba las pastillas. Además hubo otro síntoma ese día, cuando bajamos a
ver a mi tío, Firualit amaba a mi tío, tenía muy buena relación con él, y comía
lo que le daba él, Firu comía con mi tío, una comida saludable de carne
cocinada o arroz con pollo. Cuando
fuimos a ver a mi tío Firulait no ladró. Siempre ladraba apenas le decía
vamos a ver al tío, ladraba apenas salíamos de mi casa e íbamos abajo que
estaba mi tío. Pero esa vez, si bien tuvo energía, no ladró. En ese silencio
iba a estar hasta el final de sus días. Firulait ya no iba a ladrar. Tampoco comió
porque había vomitado. Lo llevé al veterinario, Firu tenía energía y caminaba
bien a esa altura. Días más tarde iba a caminar arrastrando las piernas. Y a
los días ya no iba a caminar, yo lo iba a tener que cargar hasta al
veterinario. Fui al veterinario, y cuando Firulait lo vio se puso contento y le
movió la cola. Estaba viendo a alguien que conocía, un nuevo amigo. Lo trató por
una descompostura, lo inyectó, me dijo que estuviera atento a que el estómago
no se le dilatara más, o como se dice en la jerga, no se le diera vuelta, que si
eso pasaba había que operarlo y nos fuimos a nuestra casa. Esa noche estuve
toda la noche atento a que el estómago no se le diera vuelta, que no se
agrandara, hinchara o cayera de costado, pero el estómago no se le dio vuelta.
No obstante eso al otro día Firulait amaneció peor. Ahora estaba como doblado y
caminaba más lento, parecía que hubiese envejecido 15 años. Fuimos muy lento
hacia el veterinario, pero aun lo pude llevar caminando. Lo médicó para el
hígado, me dijo que el problema ahora ya estaba en el hígado y lo inyectó para
el dolor. Fuimos a casa caminando muy lento. Pero volvió a empeorar, y a la
tarde estábamos de nuevo en el veterinario. Lo volvió a inyectar para el hígado
y para el dolor. La esperanza era que con esto mejorara. Pero a la mañana
siguiente el Firu caminaba arrastraba las piernas. No podía caminar del dolor,
no podía recostarse todo como le gustaba a él. Se quedaba quieto largos ratos
debido al dolor, y a la noche cuando estábamos durmiendo venía a buscarme y se
me ponía al lado en silencio, mirándome, como pidiéndome ayuda, Firu estaba
muriendo, pero yo no lo podía ayudar. Yo me despertaba, me desvelaba y contaba
las horas que faltaban para la primera mañana en que abría la veterinaria e
íbamos para allá. Él en su silencio me pedía ayuda. Me acuerdo la última vez
que dormimos juntos, el dormía en la cama conmigo desde muy chico y habíamos
dormido juntos, uno en cada lado de la cama, o él a los pies más de tres años.
La última vez que dormimos juntos fue la última noche que durmió en casa, él
estaba tirado todo de costado y yo pegado a él. Y allá, en el fondo de la
cama nuestras piernas se tocaban.
Dormimos tocándonos los pies toda la noche, se sintió bien, se sintió de nuevo
normal, de nuevo Firu en casa. Yo no lo sabía, nos estábamos despidiendo.
A la tercera vez seguida que fuimos al veterinario, el probó
algo más radical, lo sedó, y lo subimos a la camilla. Le pasó suero, le sacó
sangre, le hizo una ecografía y le revisó la boca. Antes de eso me había dicho
que era importante que Firu dejara de vomitar, hacía tres días que vomitaba. No
había vomitado a la noche, pero a la mañana antes de ir al doctor vomitó en la
cama, un vomito amarillo que era todo bilis. Yo le limpié la boca del vomito
antes del ir al veterinario con servilletas de papel, como si eso hiciera que
ese vomito no existiera, como si eso sacara al vomito de nuestras vida y curara
al Firu. Le tomé una foto al vómito, se lo mandé al veterinario y en un ratito
ya estábamos de nuevo en el consultorio. A esa altura Firu estaba doblado del
dolor y casi no caminaba, o lo hacía muy lento y arrastrando las piernas, a
pesar que se esforzaba y lo intentaba, así que la mitad del camino yo lo cargué
hasta la veterinaria. Esa breve caminata fue la última vez que caminó, desde ahí
ya no caminó más. En la camilla le hizo
una ecografía y vio que el estómago se fusionaba con el hígado, que el hígado
estaba muy comprometido. Después le saco sangre. Y al final le revisó la boca y
ahí encontró la enfermedad. Tenía llagas en la boca, una señal de que tenía
leptopirosis. Le tomó la fiebre y me dijo que tenía 42 de fiebre. Una fiebre
que pasaba lo normal. Después se despertó un poco y volvimos. Lo cargue todo el
camino, haciendo paradas porque me era muy pesado. En una de esas paradas
paramos en el negocio de artículos para mascotas que él amaba ir y nos quedamos
un ratito ahí, el acostado en el piso, consciente y sin poder moverse, y yo al
lado de él. Después seguimos y llegamos hasta casa. Lo acosté en la cama, y por
primera vez en todo un proceso de dolor muy grande que estaba viviendo lloró.
Estaba en la cama sin poder moverse y lloraba. Llamé a mi hermana y acordamos
pedir la internación al veterinario. En una hora con mis tíos en auto lo
llevamos a internar. Lo dejamos en el canil que hacía de internación con una
sonda. Y esa misma tarde vinieron los resultados de los análisis de sangre que daban
números de deterioros terribles. Fui a visitarlo a la tarde con mi hermana, le
llevé una media que usaba para jugar y fue la última vez que lo vi con vida. Si
bien reaccionaba al tratamiento y mejoraba el deterioro que le había hecho la
leptopirosis era muy grande. Esa vez que se elevó y me miró a los ojos fue el último
contacto que tuvimos en vida con mi perro Firuliat. Nuestro primer contacto,
cuando tenía 23 días fue mirarnos a los ojos. Me miró a los ojos él. Nuestro último
contacto tres años y medio después fue mirarnos a los ojos. Me miró a los ojos él.
En medio quedan tres años y medio de una vida de compañía maravilloso, y un
dolor y un vacío que hace que el mundo se me haya vuelto distinto, mucho más
feo y mucho menos habitable. Escribo de el para revivirlo de nuevo, para que en
los recuerdos de los textos en presente esté de nuevo vivo. Pero esa semana de
padecimiento y esa partida, Firualit, que muchas veces me oficiaba de maestro,
me dejo algunas enseñanzas y una razón
4
Una de las tantas veces que volvíamos del veterinario,
Firulait doblado por el dolor y volando de fiebre, caminando bien despacio y
arrastrando por momentos las piernas, y siendo cargado por momentos por mí,
estábamos en la vereda de nuestra casa, Firulait hacia días que no ladraba y no
comía. Y en eso vio venir caminando desde la esquina una perrita viejita y
cieguita, y le movió la cola. Se concentró en ella y la esperó moviendo la
cola. Ahí Firuait me dio una nueva lección, podía mostrar alegría a pesar del
estado en que estaba. A pesar de todo ese dolor y todo ese padecimiento, del
estado en que tenía los órganos, igual le mostro alegría a la perrita cieguita
que pasaba y la esperó moviendo la cola.
Toda esa semana Firulait hizo una serie de cosas como si se
estuviera despidiendo. Otra vez lo saqué al patio, era el momento en que ya
arrastraba las piernas y el costaba subir a la cama, se quedaba a mitad de camino
y había que subirlo. Lo saqué al patio un poco para ver si había alguna mejora,
otro poco para que se oxigenara un poco. Y caminando lento solo enfiló para la
escalera que daba a la terraza, con todo el esfuerzo del mundo empezó a subir, escalón
tras escalón hasta que llegó a la terraza y dio unas vueltas ahí. En esa
terraza habíamos sido felices, habíamos jugado, me había acompañado mientras yo
hacía taichí y el comía el alimento para perros que yo le regaba por toda la
terraza. Habíamos jugado con pelotitas, o simplemente había observado a todos.
Firu amaba estar en esa terraza. Aunque estaba en casa era una de nuestras
salidas. Yo le decía terraza y el subía contento para la terraza como si fuera
el mejor programa del mundo. En ese momento me sorprendió aun en ese estado
queriendo subir a la terraza. Después me di cuenta, se estaba despidiendo de la
terraza
No fue de la única cosa que se despidió por esos días, En
otro momento, viniendo del veterinario, caminando con dificultad pasamos por la
casa de artículos para perros a la que íbamos de pasada siempre que paseábamos,
dos veces por día, al mediodía y a la media tarde. Pasábamos y él entraba y
olfateaba todo, saludaba a las dueñas y después se iba, Amaba hacer eso, en el
camino recibía siempre alguna golosina de regalo. Ese di asubio con esfuerzo
los dos escalones de la entrada, dio una vuelta alrededor de la casa, y se fue.
Se había ido a despedir de la casa y de sus dueñas
Más tarde ya en el barrio hizo que lo llevara hasta la
esquina, donde estaban las perritas del barrio amigas de él, y su dueña
Cristina. Llegamos hasta allá y estuvo un rato con ellas. Después volvimos a
casa. Más tarde me lo dijo Cristina, vino a despedirse
En el camino había una bolsa de arena, de las de construcción,
de las grandes, él amaba acostarse en esas bolsas de arena. Se frenó ante ella,
dio un pequeño salto con esfuerzo y se acostó por última vez en la bolsa de
arena. También se estaba despidiendo de la bolsa de arena
La otra cosa que demostró Firulait en todo esta enfermedad
fue su gran fuerza y su entereza. A pesar de sufrir un dolor insoportable que
lo hacía estar doblado y arrastrar las piernas de atrás no lloró hasta el último
día, el día anterior a la internación, que estaba en la cama y cada tanto
pegaba un pequeño llorido mientras intentaba levantarse pero levantaba nada más
la cabeza y no podía más que eso. Fue un ratito, enseguida lo internamos. Después
por los números que tenía y el estado en que tenía los órganos nos dimos cuenta
del sufrimiento que estaba teniendo
Otra cosa que mostró fue la enorme fuerza de voluntad, para
comprobar si mejoraba y contenerlo un poco, cuando él estaba tirado en la cama,
yo agarraba la correa y le decía vamos a pasear, palabras mágicas para él. Y él
estaba como estaba, se levantaba igual y venía a que le pusiera la correa. Eso
lo haca cada vez que íbamos al veterinario o salíamos un poco
Tres veces mostró una fuerza de voluntad donde venció a los
impedimentos de la enfermedad. Una vez fue la vez que se subió a la bolsa de
arena, saltó, quedó colgado, trepó, y logró lo que quería. Se apoyó en la
arena. Otra vez fue la última vez que orinó, las patas de atrás ya no lo
sostenían, y a pesar de eso hizo un gran esfuerzo y casi temblando, casi
agachado, orinó en un árbol. Fue la última vez que orinó. Y la tercera vez fue
cuando se recostó por completo en la cama, como le gustaba hacer a él. Le dolía
mucho toda la zona de la panza, y lo había intentado varias veces pero siempre había
desistido de acostarse por completo en la cama. Esa vez, lo intentó, bajo un poco,
se frenó, bajo un poco más, se frenó y bajo completamente, y se recostó por
completo en la cama. Las piernas de atrás estiradas y toda la pansa apoyada en
la cama. Logró lo que quería. Se le vio un gesto de satisfacción en la cara,
Era un guerrero
De las razones de la muerte de Firualit que me dieron me
quedo con una que me dio un amigo mapuche. Me mandó un mensaje y me dijo: Ese
perro fue un héroe, fue su héroe. Por los datos tan grandes de deterioro que tenía
y el daño que tenía el cuerpo tan grande, esa enfermedad no era para él, era
para usted, y le tomó el por usted. El tomó y padeció algo que iba dirigido a
usted, por amor
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