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sábado, 19 de agosto de 2023

El niño que no salió en la foto (de Cristina Cingolani)

 Todo había sido programado. Hasta el último detalle de esa única foto que quedaría estampada en una lámina sobre varias capas de cartón.

La silla, como elemento central, donde el hombre se habría de sentar, la mujer se ubicaría detrás, de pie, y el niño a un costado.
Pero un imprevisto iría a modificarlo todo.
Ese día, no quise colocarme la boina que completaba el conjunto de mi atuendo a estrenar.
Con sus apenas 8 años, demostró su rebeldía tirando la boina al suelo.
Lo que vino después es entendible para el rigor y disciplina de la época.
El reto, acompañado de un brazo extendido con el índice indicándole que se vaya de la escena, el niño llorando, y la mujer sin aportar palabra alguna, como la sumisión así lo imponía ante la autoridad machista.
Cómo me hubiese gustado haber hablado en ese momento!
Ante esta situación el fotógrafo metió su cabeza adentro del paño negro, hizo una señal antes de accionar, y un humo blanco indicó que la foto había comenzado su proceso.
Pasaría un largo tiempo para saber cuál sería el resultado de un retrato que sólo vería el fotógrafo, porque nadie se acercó a retirarlo.
Mostrándolo pudo averiguar que ese hombre y esa mujer se habían embarcado hacia Italia, pero claro, como el niño no estaba retratado, no pudo saber nada de él.
Y así, cuando limpió su taller para jubilarse, decidió llevar a un museo, su vieja máquina y esa foto. 
Sí, esa foto que atrajo mi atención durante mi visita al museo. Por qué? Simplemente porque tenía un cartelito que rezaba: falta un niño de 8 años de nombre Justo.
Le pregunté al guía y me dijo que poca oportunidad tuvieron de analizarlo, que no podía aportarme demasiado, ya que la historia transmitida de boca en boca, seguramente había sufrido varias transformaciones, pero que, el fotógrafo había retenido el nombre del niño, porque su padre al retarlo le había gritado: 
 "Justo, no vas a salir retratado".
Salí del museo pensando...creando posibles historias, imaginando diferentes destinos de ese niño, que no fue retratado, pero sí maltratado, y que por un juego de palabras justo no había salido en la foto.

LA CARTA REVELADORA (de Mariana Ormaechea)


Quemó las hojas después de leer esa carta que estaba bien guardada en el fondo de aquel

Cajón, habia descubierto el secreto de su vida donde declara haber cometido un asesinato y revelado dónde se encontraba el cuerpo.

El día que la encontró en el último cajón del mueble  del lavadero, estaba tirando cosas viejas que olían a humedad, la manija estaba rota, así que tuvo que hacer fuerza para poder abrirlo y allí dentro de un libro viejo la encontró. Cuando la leyó, se quedó paralizada, intacta casi momificada sin moverse ni hacer un solo gesto con su cara; no reaccionaba. No lo podía creer y no entendía porque nunca le había confesado aquel hecho y por qué habría esperado que ella se enterase de

esa forma.

La carta que estaba escrita por él,  le decía que se iba a llevar el secreto a su tumba y así fue.

¿Sería realmente así? Ese cuerpo estaba enterrado al lado de la planta de nueces en el

fondo del patio. Ella se preguntaba qué hacer pero no se animaba a desenterrarlo tampoco . El solo hecho de pensar que convivió gran parte de su vida con un cadáver en el patio de su casa

la aterrorizaba. Ahora resolvía las preguntas que siempre se había hecho; el por qué su

marido nunca quería tener perros o decía que no le gustaban porque hacían pozos y

desastres en las plantas. Tendría miedo que lo encontraran.

Lo que ella no terminaba de entender es como había convivido con ese secreto, tranquila sin decírselo a nadie. En realidad seguramente en defensa propia pero nadie le iba a creer, no había testigos.

La carta decía que una noche de invierno él se encontraba durmiendo solo en la casa y

escuchó un ruido en el techo. Enseguida asustado se levantó,  manoteó la carabina que

tenía en el placard y salió a ver que había. No vio nada al principio pero cuando se dio

vuelta para meterse nuevamente en su casa, ya resignado y con la idea de que

podía haber sido un gato, alguien por detrás lo sorprendió y le pegó en la cabeza. El atinó a

apretar el gatillo y le dio en la mandíbula. El delincuente cayó desplomado como una bolsa

de papa al piso. Horrorizado, desesperado y sin saber qué hacer optó por mirar para asegurarse que nadie estuviera pasando por la calle o que ningún vecino estuviera espiando. Agarró el cuerpo y lo metió enseguida dentro de su casa. Así fue que decidió enterrarlo en el fondo.

Cuando ella leía cada renglón de la carta temblaba del frío, por un momento pensó que toda

su vida había convivido con un asesino y por otro trató de pensar que él no lo había hecho

queriendo sino por accidente y en defensa propia.

Por lo que decidió quemar la evidencia y dejar el secreto como estaba, algún día alguien lo

iba a descubrir o no por lo pronto ella se iba a mudar de esa casa, no solo por los recuerdos

de su marido ya muerto sino por el secreto que había en ella. 

La Chavela, supersticiosa y refranera, y sus amigas (de cacha Arruiz)

 


Chavela Ingals se ha destacado por ser supersticiosa y el punto de exageración  nunca está al alcance de la mano, no, es una enferma creyendo en aparecidos, y ustedes saben como es esto, “hazte fama,  échate a dormir”, cuando se habla de la supersticiosa, el mundo sabe que la figura en cuestión es Chavela. “A palabras necias, oídos sordos”, contesta rápidamente. Todo porque la Ingals a una amiga que le anunció su boda  le pidió por favor que no sea un martes, “martes, no te cases ni te embarques” sabedora que la pareja haría un crucero, y que tuviera mucho cuidado, que lo vigile al futuro marido, ya que éste supo tener otra guarida y “dónde hubo fuego cenizas quedan”, le agregó. –No seas así con el pobre Dardo, ése, es un tema superado, no le diré una palabra- le ha contestado frenéticamente la prometida, pero Chavela no sabe quedarse callada, a lo que agregó, “el que calla otorga”. Se comentó que la historia que recordó Chavela sobre Dardo tiene mucho de verdad, “pero del dicho al hecho hay mucho trecho. En rueda de de té, el té las amigas, Chavela contó detalles de ésta conversación, e hizo mención sobre el consejo a su amiga respecto a lo que ella llama andanzas del Dardo, antenti pebeta, que “el ojo del amo engorda al ganado” la rueda de participantes movió la cabeza de arriba hacia abaja varias veces, porque “a buen entendedor, pocas palabras”. La conversación varió, pero Chavela y la que estaba a su lado siguieron chusmeando al Dardo, que le vamos a hacer dijo esta última, pobre piba, menos mal que “no hay mal que dure cien años”, “ni cuerpo que lo resista” sumó Chavela, la supersticiosa. Es buen chico, dijo levantando la voz una sentada en la otra punta, más o menos, la paró la de la izquierda, son todos iguales acá “el que no corre, vuela”. No sé para qué sé casa, preguntó Chavela. Porque el Dardo tiene una fortuna, fue el comentario de la mesa, ¡qué cosa che! No se dan cuenta “que el que mucho abarca poco aprieta”. Y no saben ustedes, comentó Chavela parándose, se me quejó por un regalo que hice para el casamiento, que ya lo tiene, me refregó, hija de su madre, no sabe que “a caballo regalado no se le miran los dientes. Igual que la madre, “de tal palo tal astilla·. No le des más pelota, que no te busque nunca más, mejor que se haya enojado, “no hay mal que por bien no venga”, le aconsejaron las residentes del té. Es que nací para perdonar, o soy como mi papá, que es rencoroso, “en casa de herrero, cuchillo de palo”, ¿y eso que tiene que ver?, fue la pregunta generalizada, no sé, contestó Chavela, lo dijeron en la novela y me gustó. Estás como tu amiga vociferó el coro, “dime con quién andas y te diré quién eres”. Denle nomás, viejas chusmas, acuérdense, que “el que ríe último ríe mejor”. Chavela juntó las tazas de té, ofreciéndoles alguna otra cosa, la de la otra punta le pidió un café alegando que el té estaba frío y amargo, desagradecida, gritó Chavela, no, si es de gusto, “cría cuervos y te sacarán los ojos”. ¿Qué decis?, saltó la de la punta, ¿somos mejores amigas o no?, mamita siempre decía, cuando encontraba a un desagradecido, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. ¿Vieron ustedes?, cree el ladrón que todos son de su condición”. ¿Y eso que tiene que ver?, saltó el grupo. No sé, pero lo escuché en la novela, dijo Chavela llevándose los pocillos.

 


LA HISTORIA DE COJUDO MUERTO (de Marcelo Maggiolo)

 — ¿Estamos de acuerdo todos? ¿Cada uno sabe lo que tiene que hacer? ¿La bolsa negra para el secuestro está preparada? — Los tres hombres y la mujer solo tenían que esperar la señal. El corte de luz accidental acontecido a las 3 y media de la mañana les daría el tiempo necesario para el secuestro, y así lo hicieron.

Encapuchados y vestidos de negro regresaron a la tapera donde prepararon toda la logística de la operación. Aprovecharon a robar varios objetos de valor simbólico y algunos libros. Festejaron en silencio el éxito del plan.

El cuerpo fue colocado dentro de un caño de agua junto con las pertenencias robadas y luego lo taparon con tierra para y contaron una cantidad de pasos desde la tranquera. No dejaron señal alguna del lugar, ni una piedra, ni una referencia posible y guardaron el secreto durante mucho tiempo.

Fueron envejeciendo y nunca se habló del hecho cometido. Solo quedaba un registro: uno de los implicados era el fotógrafo del pueblo, y por lo tanto el que estaba en todos los eventos sociales. La familia celosamente cuidó que ni la lluvia, ni el arado ni ninguna otra cosa pudiera descubrir el cuerpo de aquella importante mujer yaciente bajo tierra.

El tiempo pasó, y también pasaron las costumbres. Fueron 18 años de invierno, de encierro, de vientos de odio y tormentas de plomo. Los autores del secuestro resistían escondidos, invisibles. Eran 3 catangos[1] incluyendo al susodicho fotógrafo, y una maestra.

Cada tanto el odio volvía en su tormenta y regaba con sangre las calles. Los perseguidos fueron militantes y sindicalistas, básicamente El ADN del peronismo: los trabajadores.

Varios inviernos habían pasado hasta la llegada de la primavera del 1983. El viento de ese año soplaba con tal fuerza que el campo y la ciudad se llenaron de brotes y flores, dejando atrás las lágrimas y el miedo.

Los autores del hecho se sacaron una foto en la plaza, ritual que repetían todos los años. El paso del tiempo había dejado sus huellas en cada uno: Raúl estaba gordo y nadie hubiese creído que de joven pesaba 65 kilos. Orlando intentaba con la barba ocultar la calvicie y para esos fines usaba una gorra todo el tiempo. A César mantener el secreto de lo hecho le había pasado factura y lo tuvieron que operar de quistes en las cuerdas vocales, estaba muy débil. En tanto Betina era ahora una mujer adulta que se había hecho cargo de la granja.

Todos los años en octubre se juntaban a comer un asado. Durante los 4 años siguientes permanecieron muy unidos.

Y decidieron revelar la historia sucedida. Convocaron a las autoridades del pueblo, a las fuerzas vivas del Paraje de Martinez de Hoz (Conocido por los lugareños con el apodo de Cojudo Muerto) y ante la presencia de un grupo de vecinos y militantes políticos cavaron en la chacra de la familia.

El tiempo había pasado, y reconocer el lugar del hecho los llenaba de incertidumbre y dudas. El filo de la pala encontró el caño de agua con tapa enterrado, dentro del cual estaban el medio cuerpo de Eva Perón, intacto, sin ningún rasguño en la piedra como también intactos el resto de los símbolos y documentos guardados. Osvaldo retrató el momento con la misma calidad, como lo había hecho en 1955 cuando junto a sus compañeros de militancia le arrebataron a la Revolución Libertadora la estatua frente a sus narices, evitando así que la pasearan atada a un vehículo para su total destrucción, y protegiendo así las raíces de su historia.

Betina no pudo contener las lágrimas, y entre abrazos los compañeros pusieron a la estatua en su lugar. Años temiendo por su vida y la de sus amigos. Ya liberada, sintió que atrás quedaría la división entre hermanos de un mismo pueblo. El mismo donde termina el ramal del Ferrocarril Sarmiento. El mismo de la resistencia en silencio. El mismo donde la estatua sigue aun hoy generando las mismas controvertidas reacciones.



[1] insecto, tipo escarabajo, que hace pequeños pozos revolviendo el suelo. De ahí se llamó "Catangos" a los trabajadores ferroviarios, peones de vía, que trabajan en el mantenimiento de los ramales.

 

martes, 15 de agosto de 2023

Claribel; la de los ojos chiquitos (de Cacha Arruiz)

 


Claribel, la que se peinaba con dos colitas para ordenar sus bucles, la de los ojos chiquitos, lucía, aún hoy las luce, unas pestañas largas y curvas que le adornan la cara, y completa su belleza con una sonrisa que le marca un pocito en cada mejilla, esa niña había comenzado a trabajar en la casa de López y López, -agreguemos alegría a estas paredes sin niños-, se habían dicho los López, gustosos de que Claribel le agregue frescura a esa casa. Algunas de las tareas domésticas, parte de la limpieza, ayudar con la comida, los mandados diarios y cama adentro formaban parte de la nueva vida de la jovencita, que comenzó a usar unos brillantes aros, de oro, que la señora López le ofreció en carácter de préstamo primero, y que con el tiempo pasaron a ser de su propiedad. Claribel es una hermosa muchachita, distinguida por sus porfiados bucles de esa cabellera color castaño claro, y que algunos rayos del sol, de testarudos nomás, a veces los teñían como un trigal. En aquel tiempo tenía apenas trece años y en el noviembre anterior había terminado la primaria. La señora y el señor López no tienen hijos. Claribel con su sonrisa permanente y el brillo de sus ojitos, fue ganando un lugar en un rinconcito del sillón que ocupa el matrimonio cuando mira televisión después de cenar. Febrero avanzaba, una noche el señor López, dijo: -debemos comprar lo que sea necesario para que comience primer año-. La señora López hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, sin sacarle la vista al televisor, pero era evidente que no le prestaba atención a la serie que estaban mirando, mientras se le cruzaba por la cabeza la idea de que no eran ellos quienes debían ocuparse. Cuando la niña fue hasta la cocina en busca de unos vasos y una botella con agua, el señor López había avisado que tenía sed, la señora López, sin sacarle la vista a la tele le preguntó a su marido; - ¿no te parece que de eso se tiene que ocupar la madre?, no hablemos del padre porque ése nunca apareció, ¿vos tenés idea? -, siguió preguntando. -La madre es una pobre mujer que también trabaja en casas de familias, en lo que pueda debo ayudarla, para un mejor decir debemos ayudarla, Claribel tiene que ir a la escuela-. La conversación giró cuando la niña anunció su cercanía con el campanilleo de las copas y la botella con agua, sirvió, y repartiendo la mirada les agradeció a los señores López por ese lugar en el sillón. El señor López se corrió hacia su mujer dejándole un espacio a su derecha, pero la criada prefirió sentarse en el medio de ambos, la señora López le acarició el pelo y el señor López se aferró a su cuerpo con un abrazo estrujador. La serie de televisión había pasado a un segundo plano, pero prometieron repasarla la noche siguiente, después de la cena. -Ustedes la miran, mientras lavo los platos y los vasos, después me la cuentan-, se adelantó Claribel, -dale-, respondió la señora López, ¿por qué?, preguntó el señor López, -podemos lavar entre los tres, guardamos, y nos sentamos a tomar el café mientras miramos la serie-. La señora López miró a su marido y con el mismo gesto le preguntó para qué habían contratado una criada. El señor López hacía como que quería retomar la serie, Claribel entendió que los señores tenían opiniones diferentes, pero no logró darse cuenta sobre qué estaba esa diferencia, en tanto se había recostado encima de las faldas de sus patrones, sus piernas descansaban sobre la humanidad de la señora y la cabeza hacía lo propio en el pecho del señor, los dueños de casa más de una vez la habían invitado para que tome esa posición. La publicidad avisó que el capítulo había terminado y los avances dejaban imaginar cómo seguiría la historia. La señora López, mientras le acariciaba las rodillas, observaba cómo Claribel le pasaba el dedo índice por la barbilla a su esposo, -una demostración de falta de afecto demasiado clara, y dura-, pensó, mientras se le cruzaron por la mente los intentos que ella hizo por tener un hijo y que el destino o vaya a saber quién se lo ha negado, -mientras que Claribel se cría sin saber nada del padre-, agregó a su pensamiento.

Los días y las noches y las series se han repetido. La vida sigue en la casa de los López. Claribel parece una más en esa familia, su madre viene a visitarla cuando los López no están, y la niña ha encontrado en el señor López el resguardo paterno que equilibra sus emociones.

Los días y las noches se sucedieron, el invierno hacía gala de su maldad con los que extrañan al verano, Claribel es una de esas, bufandas y camperones se superponían sobre su cuerpo hasta restringirle le movilidad. La bicicleta que la trasladaba hasta el colegio secundario le porfiaba al camino y la llevaba por dónde a la rueda delantera se le ocurría, a la señora López le preocupaba, decía que era peligroso, que podía caer y lastimarse, al señor López le resultaba gracioso, la veía como a una hábil del volante.

Los días y las noches y los años fueron devorándose entre sí. La criada, la niña, la ahora señorita, era conocida como la niña López, todos sabían que no es ese su apellido, pero todos desconocen quién es su padre y por ser la criada “de”, la rebautizaron, “la niña López”, casi nadie en la calle cuando se refiere a ella la llama Claribel, es una costumbre en el pueblo, y a Claribel no le molesta. Una tarde, en la casa de los López, sólo se escuchaba el cantar de un canario, el silbo y el silencio eran una misma cosa, hasta que el timbre irrumpió repetidas veces. Claribel no estaba. Atendió el portero eléctrico la dueña de la casa y una voz se presentó como; la policía, la señora López corrió hasta la puerta y escuchó al uniformado, que quitándose la gorra le comunicó que el señor López había tenido un accidente de automóvil y estaba internado en el hospital, que por favor vaya urgente. Claribel, que llegaba en ese momento, escuchó y ambas salieron rápidamente, casi sin hablar llegaron al nosocomio.

El médico que las contuvo, dándoles la noticia, les dijo que el señor López, estaba bien, que sólo debían esperar cuarenta y ocho horas, -es protocolar en estos casos-, les aclaró, que lo más delicado fue que perdió por una de las heridas mucha sangre y debían transfundirlo lo antes posible, que si alguien de la familia o algún conocido compartía grupo sanguíneo la transfusión sería inmediata. El laboratorio se encargó de comparar los valores y la sangre de Claribel viajó por las venas de ella para instalarse en las de él, en las venas del señor López. ¿Fue una devolución de atenciones?, quizás no, tal vez es la vida que se encarga de reconstituir los lazos.

La señora López nunca antes supo de la primera historia de Claribel. La madre de ésta guardó el secreto. La señora López ahora entiende al señor López y su relación con la niña, no la mira como la “del cuento de la criada”, porque ama Claribel, pero se preguntó, ¿el pueblo sabía?, ¿por qué la llaman la niña López? Cuando el señor López despertó de su sedación, se quedó perplejo mirándolas, y se animó a creer un poco más en el destino. Mientras, la mamá de Claribel observaba la situación desde la ventanita de vidrio redondo.

Esta historia de amor fue contada, textual y en tercera persona por la señora López, en unas hojas, que dejó sobre el sillón, escribió sobre esos días, meses, años, que vivimos juntos. Cuando volvimos con el señor López del hospital la señora ya no estaba, y faltaban algunas pertenencias suyas. El señor sintió su culpa y yo me sentí la niña López, más tarde quemé las hojas, después de leerlas, ¿para qué las querría?, pensé mientras tocaba mis aros. Ahora quien hace falta en la casa para ser felices es la señora López. Nos miramos con él, ya no le digo señor López.

 

Cacha—Julio /23.