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jueves, 18 de abril de 2024

Firulait y las personas

 

El año pasado íbamos caminando por la calle con Firualit, esos paseos que a él le encantaba hacer, que hacíamos dos por día. Como todos los perros Firulait tenía una relación especial con las palabras, le bastaba una o dos palabras para ya darse cuenta que íbamos a hacer y predisponerse para eso. Es que esta era otra de las cualidades especiales de Firu, como se dice: Se prendía en todo. Participaba de todas las propuestas que se le hacía, en enganchaba en cualquier juego que se le proponía. Él era un alma dispuesta a las proporciones. El “vamos” para él era el comienzo de los ladridos y ponerse cerca de la correa para que le pongamos la correa. Después la llevaba el mismo con la boca hasta la puerta. A veces en un exceso de alegría se iba con la correa en la boca a la cucha y se acostaba ahí. Cuando hacia eso era gracioso porque era lo contrario a lo que necesitaba para salir. Decía, íbamos caminando con Firulait y pasó una amiga de él que lo había cuidado de chico, en auto, paró y se bajó a saludar. Firu le hizo una fiesta de saltarle, ladrar y mover la cola y doblarse todo. A los días íbamos paseando y pasó en camioneta otro amigo que había sido parte de la infancia de Firu. Y lo mismo, la alegría, los ladridos, la fiesta hasta que el amigo charlo unas palabras conmigo y se fue

Después de eso, cada vez que íbamos por la calle Firulait miraba todos los autos, la parte de la ventanilla, sobre todo los que estaban parados en la verada y se quedaba esperando que bajaran de ahí amigos de él para saludarlos. Él se había quedado con la idea que de esas cosas, que eran los autos bajaban amigos y conocidos a los que se podía saludar con alegría. Yo le decía: No va a bajar nadie de ahí Firu, ya va a pasar otro amigo. Y me lo llevaba a pasear

Firulait era un gran amigo, mío, y de todos los que habitaron su vida. Acompañaba a cada uno en su actividad, o esperaba en silencio que cada uno terminara con lo suyo. A mí me acompañaba todo el tiempo, y estaba todo el tiempo pendiente de las rutinas que teníamos. Cuando comía se ubicaba a mi derecha, sentadito, en silencio, solo mirando, sin pedir ni ladrar. Solo miraba, pero no miraba la comida, miraba hacia adelante. Podía estar toda la comida así, hasta que yo le daba algo. Además de su comida yo compartía parte de mi comida. Cuando alguien venía a casa él ya lo sabía de antes, Incluso de algunas cuadras antes, o de antes que bajara del coche. Se ponía atento y empezaba a ladrar y llorisquear. Yo me daba cuenta con esa actitud de él que alguien estaba viniendo a casa. Y cuando la persona subía le hacía un festejo y una fiesta de ladridos, y mover todo el cuerpo, y rozarlo y doblarse, hasta que se iba calmando. Al principio era un maremoto de alegría. Ya cuando se calmaba pasaba a los pequeños juegos. Solía traer su mejor juguete, un almohadón tejido que lo había tejido mi abuela paterna, que él se ponía en la boca y lo llevaba a todos lados pero lo suficientemente suave como para no romperlo ni un poquito. Como si supiera que ese almohadón era una reliquia familiar, que era muy delicado, y que no se podía romper. Era su almohadón, a veces dormía apoyado en él, y si bien lo llevaba en la boca, lo hacía como si fuera un cachorro, con suavidad. Y cuando lo mordía ante las visitas lo hacía apretándolo suave, para después lamerlo un poco, y enseguida dejarlo entre sus patas delanteras, como custodiándolo. Era sorprendente la suavidad que tenía con ese almohadón. Se lo traía a las visitas y se lo dejaba cerca de ellos, sosteniéndolo con la boca, como para que jueguen a sacárselo o perseguirlo. Después de eso dejaba el almohadón en la pieza y traía todo otro tipo de cosas, royos de papel higiénico, rollos de papel, medias, pequeños tesoros que le traía a los visitantes y se los dejaba ahí. Después ya se calmaba del todo y como era un perro ubicado se retiraba a ponerse en su cucha en silencio, y dejaba a la visita conmigo

Firulait era un gran amigo de todos, y hacia lo necesario para no incomodar a nadie. Solía tirarse al costado mío, en el paso, a descansar, cuando yo me levantaba para pasar a agarrar algo, él se levantaba a toda velocidad, como movido por un resorte, para dejar el espacio libre y que yo pasara. Era cómico la velocidad e intensidad con que se levantaba. La misma intensidad que le ponía a cada amigo cada vez que lo veía, en las fiestas de recibida. Era como si no lo hubiese visto durante muchísimos años. Ya más grande y más maduro, cuando yo me ponía a hablar con alguien en la calle mientras lo paseaba, él se sentaba y se quedaba en silencio el tiempo que fuera, hasta que terminábamos.

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