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sábado, 13 de julio de 2024

CONVERSANDO CON NORMA (De Marcelo Maggiolo)


Mucha gente compra el diario y se detiene a mirar los avisos clasificados, ahí se publica desde autos y

propiedades hasta servicios personales diversos, tanto para la oferta como para la demanda. El domingo 27 de Junio en el diario apareció un anuncio que rezaba: “Fantasma experimentado actualmente desocupado ofrece sus servicios a bajo costo. Atiendo a domicilio. Consulte planes y tarifas en Bar Enol durante la mañana”.

El fantasma llegó temprano y pidió un café con un vasito de soda. De tanto en tanto relojeaba el diario y anotaba en una libretita. Al cabo de unos minutos concretó una entrevista con un profesor de matemáticas. No habrá estado más de 5 minutos cuando el profesor le extiende la mano para saludarlo mientras dice: “mire, déjeme pensarlo, en caso de que me decida por sus servicios me comunico a su celular”.

Luego se dio una situación similar con una señora que tenía una empresa familiar, aunque la entrevista quedó en suspenso para más tarde dado que la mujer recibió un llamado urgente que le impedía quedarse a seguir conversando. “Parece que hoy no es mi día” dijo el fantasma, mientras desde una esquina del bar Norma lo observaba entre temerosa y atenta.

Había escuchado las anteriores conversaciones oculta detrás de las páginas del diario. Solterona, acababa de enterrar a su hermano menor, el jueves de la semana pasada. Entablaron conversación y se pusieron de acuerdo enseguida, fijaron condiciones e hicieron un encuadre por tiempo completo e indeterminado. Ella se despidió, estaba muy agradecida de haberlo contratado, le dijo que a veces se sentía muy sola y que le gustaba la idea de tener alguien con quien conversar. El fantasma se retiró con una sonrisa para empezar su trabajo al día siguiente.

Era muy eficiente en ello. No perdía oportunidad para recordarle a Norma que había que mantener las puertas y ventanas cerradas debido a los casos de inseguridad recientes; por la mañana la despertaba con la radio y la abrumaba con las peores noticias, que le repetía a lo largo del día. Con grandes titulares contaba las mismas tragedias durante la tarde y la hora de la cena, para continuar comentando acerca de lo poco saludables que son los alimentos industrializados y las enfermedades posibles provocadas por la falta de higiene durante la trazabilidad de estos. Llegada la noche y hasta altas horas de la madrugada pasaban revistas a grandes dilemas éticos como la eutanasia, el aborto y diversas realidades distópicas posibles como consecuencia de las nuevas tecnologías. El fantasma siempre encontraba ideas para atormentarla.

Ahora preocupada por los peligros de la calle, Norma evitaba salir de su casa. Utilizaba guantes de látex

esterilizados, barbijo y cofias descartables para evitar el COVID, la gripe u otros malestares. Tampoco se cortaba el cabello, más bien usaba una trenza larga, por debajo de la rodilla.

Se hacia llevar los remedios por el encargado de la farmacia, y antes de abrirle la puerta para recibirlos le pedía una fotocopia de su documento. Eso hasta que un día escucho en la radio sobre un laboratorio trucho que adulteraba medicamentos, por lo que abandonó su tratamiento psiquiátrico.

Una a una fue cancelando a sus familiares y amigas por miedo a que alguna le pidiese dinero prestado. Dudaba de los estudios médicos y se los hacía en tres centros de salud distintos y rara vez asomaba la nariz a la calle, solo lo en caso de extrema necesidad, y cuando lo hacía iba de incognito. Para esos casos usaba disfraces para confundir a los posibles asaltantes ¿Quién pondría su atención al ver por por la calle a una mujer mayor, con pijama asomando bajo el vestido verde y un perramo del año 1915 que pertenecía a su papá?.

El fantasma la cuidaba advirtiéndole que los conductores manejaban ebrios por las veredas, que los colectiveros habían perdido la caballerosidad y formaron un gremio de acosadores sexuales. Cierto día escuchó un chiste de mal gusto que la dejó preocupada: “en argentina es un problema llamarse Norma, porque a las normas las violan a cada rato”.

La literalidad de Norma impedía que el humor actuara como válvula de escape. Así se fue convirtiendo cada vez más fundamentalista.

Un día el fantasma sintió que le faltaba el aire y se desvaneció sobre una silla. Norma había puesto tantos filtros que era imposible respirar a su alrededor. No pocas veces pispeó por la cerradura que la anciana revisaba los bolsillos de su sábana para comprobar que no le estaba robando el dinero de su jubilación. Otra ocasión el fantasma sufrió un cuadro de deshidratación, es que hablando con Norma se convenció que era un peligro beber de la canilla y mucho peor contaminar la naturaleza con botellas plásticas. Que no fomentar el imperialismo de la Coca Cola, que la Fanta era la bebida de la propaganda nazi o que los jugos de frutas tienen excesos de carbohidratos.

Del susto se puso pálido, mucho mas pálido que los fantasmas del norte de Europa, y falleció de miedo.

Norma lamentó el hecho y lo velo durante 3 días seguidos, mientras no dejaba de pensar qué ritual obsesivo podía inventar para esconder la angustia, o al menos mantenerla a raya. El sacerdote que ofreció el servicio sintió pena y le pidió permiso para visitarla...

“Gracias, me haría bien tener alguien con quién conversar. ¿Sabe? A veces me siento tan sola...”.

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