Sin dudas de las más lindas casas en la calle Italia, y la habitaban el señor Dimas y su esposa Brunette.
La casa de estilo francés tenia un inmenso balcón semicerrado, con vista que daba a la calle y todas las mañanas desayunaban te con medialunas y exprimido de naranjas. Siempre se los veía juntos, muy compañeros. Disfrutaban de una vida cómoda acorde a su situación económica.
— La tela tropical mecánica tiene la ventaja de que no se arruga. —comentó Brunette— y creo que la tapa del radiador pierde, si te apoyás en la chapa te quema.
— Manzana, frutilla y ananá. Menos 7 grados, siempre y cuando el Arzobispo de Constantinopla haga los panqueques
Ella lo miró a los ojos... —¡Qué suerte tenés! — exclamó.
Siete por ocho... cincuenta y seis ¡Falta envido!
Se abrazaron, él se levantó a poner la pava para el té.
— ¿Sabías que la hipopotomonstrosesquipedaliofobia me da miedo antes de dormir?
Ella retuvo sus manos entre las propias y con una caricia mencionó:
— En verano no sabía ni en qué día estaba y ahora me sé todos los feriados de memoria.
Él la abrazó, contendor
— A veces soy el payaso ninja.
—Y es lo que más me gusta de ti, aparte de gastar 2.000 y pico en cada empanada.
Se quedaron en silencio, en esa zona de confort, mientras la fonola reproducía un tema de Adriano Celentano. Por momentos Dimas usaba el sorbete negro del exprimido para dirigir una orquesta imaginaria; ella, en cambio, con la habilidad de un sushiman usaba los palitos para servir pequeños trozos de queso brie bañado en chocolate.
Una inesperada llamada irrumpió la armonía del lugar. Dimas recibió un mensaje que lo dejó perplejo, mudo,atónito.
— ¿Qué sucede querido? ¿Las tortugas dejaran de hibernar en el Delta?
— No, una fea noticia... Enrique y Sofía se acaban de separar—. Ella hizo un gesto involuntario, apretando sus labios hacia adentro, luego de unos minutos abrazó a Dimas.
— Pobres... ya encontrarán cada uno alguien que los entienda.
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