Pero esa mañana cuando se levanto e hizo su
caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de
nombres de las calles vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos,
debatidos, nombrados. Se paro en medio de la plaza principal, una plaza de
arboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la
ciudad le decían. Miro hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que
había tenido un nombre y una identidad sin nombre. Casi todos de hombres que
para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban
importante para el país ¿Adonde habían ido los nombres? Se pregunto ¿El
seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a
ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo
se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de
orientación? Para el no era un problema ese, porque el no se orientaba por los
nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado,
plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De
hecho pensaba que quizás, culpojeno que era, los nombres de las calles
obedecían a su conocimiento, y aquellos que el no conocía, eran los que habían
cambiado.
Se fue a dormir con una sensación de culpa y de
ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como era ya había empezado a
pensar como iba a hacer para vivir en una ciudad sin nombre
Cuando se despertó al otro día, y salió casi con
miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos
vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acerco a mirar como con
miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba
pasando “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a
todos lados” La primer calle tenia nombre de gato, del gato de una vecina
cualquiera. Esto iba mas allá de lo que habían buscado los revolucionarios mas
avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzo se llamaba “Calle
El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los
días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina” Pero mira
vos, se dijo, al tito Marfati lo conocía, había muerto el año pasado, pero que
buen hombre que era. Enseguida empezaron sus especulaciones y fantasías. Si al
Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le
estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la
ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida
principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quien podía ser, uno si
quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo “Calle el Cucha Saavedra, el
cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos” Eso lo confundió un
poco también conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a
todos a mal traer. Sin pensar que el cucha era difícil, también le ponían
nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo
desoriento un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de
necesitar modus operandis generales, para sentirse cómodo. Mientras llegaba a
la próxima cuadra caminando por la Cucha Savedra, se puso a pensar que quizás
le estaba poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban.
Bueno eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llego, la de la esquina, una
calle cortita de seis cuadras se llamo “Calle Mirta Marfeti, le gustan las
tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y esta tranquila si todas las tardecitas
habla un ratito por teléfono con sus amigas” Eso lo despisto totalmente, la
cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que
agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la
plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora
se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…” Y a la Mirta Mafei
el la conocía, de hecho estaba viniendo caminando de frente por, vaya uno a
saber que calle. Ella con una sonrisa picara lo cruzo, lo saludo, y tomo por su
calle, pero no dijo nada. Entonces pensó, le ponían los nombres de las calles
por los nombres de los vecinos aun vivos. Mas que enojarlo lo puso contento,
cuantas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que
todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asusto, su propia
calle, esperaba que no estuviera, el era tímido, no quería de ninguna manera
encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además que característica
iban a destacar de el, si ni el mismo se conocía lo que le gustaba. Pero la
calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban
varios lo dejo mudo. Cuando llego a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer
dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris
bonita que esta en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa” Se
acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces.
Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.
Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzo el
pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso” Que el cree
haber visto mas de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame,
los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar” Se
alegro que el pepe también tuviera una calle, el conocía al pepe Ferrone. Y
llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga
el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a
la vista de todos” Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida
que se hacia ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba tuviera una
calle
Se fue a dormir contento de haber encontrado una
lógica, se le ponía calle a todo, porque mas que liberar un país o descubrir
una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro dia al salir a
caminar iba a poder caminar en la lógica mas que en la incertidumbre, conocía
los nombres de las calles.
Cuando llego al otro día a la primer calle, la de
la esquina, la calle de la pulga del
Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de
todos” vino la primera sorpresa, cuando la calle esa ya no se llamaba así sino
que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que
nos ha sacado la hinchazón a mas de uno” Los nombres de las calles habían
cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo todos nombres
distintos a distintas, cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico,
las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes
de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el
marianito, que siempre nos alcanzaba la pelota. Sorprendiéndose y también
tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca
iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban.
Aunque todas las consideraciones eran positivas, el mismo era negativo. En el
camino fue pensando como se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de
gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía
igual. Su sorpresa mayor fue cuando llego a la placita de su infancia, la del
campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ese y todos los campitos
de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugo de relleno acá con
los equipos que le faltaban jugadores y como entrego en cada partido. Buen pie,
buen compañero” Un nombre un poco largo para un campito pero eso no le
impidieron las lagrimas, Jorge Pérez era el, el que tantas veces había ido de
relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Si,
pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosas en la ciudad, estaba
bastante bien. A las cosas por su nombre se fue diciendo, y se fue a dormir
tranquilo esa noche
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