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viernes, 17 de febrero de 2023

Las calles

 

 El sabía que los nombres delas calles habían sido un gran debate histórico en el país. Se lo ponía un nombre a una calle, de alguna persona que había hecho algo, y ya saltaba el debate sobre la disposición moral del personaje, y una contrapropuesta mas justa. Rara vez los nombres se cambiaban. A veces se tapaban, a veces las personas las denominaban diferente, a veces se ignoraban. Eran mas fácil que las calles cambiaran el apellido, con las modificaciones que le veía hacer a la ciudad, que se agrandaba, se transformaba. A veces pasaban a ser avenidas, a veces bulevar, por ahí volvían a ser calles. Si les aparecia algo eran cortada. Si no las consideraban muy importantes se volvían pasaje. Y si ya había mucha gente que caminaba en la ciudad y querían que no hubiera mucho transito, probaban con peatonal. Pero los nombres de las calles por nombres mas justos jamás se cambiaban

Pero esa mañana cuando se levanto e hizo su caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de nombres de las calles vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos, debatidos, nombrados. Se paro en medio de la plaza principal, una plaza de arboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la ciudad le decían. Miro hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que había tenido un nombre y una identidad sin nombre. Casi todos de hombres que para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban importante para el país ¿Adonde habían ido los nombres? Se pregunto ¿El seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de orientación? Para el no era un problema ese, porque el no se orientaba por los nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado, plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De hecho pensaba que quizás, culpojeno que era, los nombres de las calles obedecían a su conocimiento, y aquellos que el no conocía, eran los que habían cambiado.

Se fue a dormir con una sensación de culpa y de ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como era ya había empezado a pensar como iba a hacer para vivir en una ciudad sin nombre

Cuando se despertó al otro día, y salió casi con miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acerco a mirar como con miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a todos lados” La primer calle tenia nombre de gato, del gato de una vecina cualquiera. Esto iba mas allá de lo que habían buscado los revolucionarios mas avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzo se llamaba “Calle El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina” Pero mira vos, se dijo, al tito Marfati lo conocía, había muerto el año pasado, pero que buen hombre que era. Enseguida empezaron sus especulaciones y fantasías. Si al Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quien podía ser, uno si quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo “Calle el Cucha Saavedra, el cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos” Eso lo confundió un poco también conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a todos a mal traer. Sin pensar que el cucha era difícil, también le ponían nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo desoriento un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de necesitar modus operandis generales, para sentirse cómodo. Mientras llegaba a la próxima cuadra caminando por la Cucha Savedra, se puso a pensar que quizás le estaba poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban. Bueno eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llego, la de la esquina, una calle cortita de seis cuadras se llamo “Calle Mirta Marfeti, le gustan las tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y esta tranquila si todas las tardecitas habla un ratito por teléfono con sus amigas” Eso lo despisto totalmente, la cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…” Y a la Mirta Mafei el la conocía, de hecho estaba viniendo caminando de frente por, vaya uno a saber que calle. Ella con una sonrisa picara lo cruzo, lo saludo, y tomo por su calle, pero no dijo nada. Entonces pensó, le ponían los nombres de las calles por los nombres de los vecinos aun vivos. Mas que enojarlo lo puso contento, cuantas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asusto, su propia calle, esperaba que no estuviera, el era tímido, no quería de ninguna manera encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además que característica iban a destacar de el, si ni el mismo se conocía lo que le gustaba. Pero la calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban varios lo dejo mudo. Cuando llego a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris bonita que esta en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa” Se acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces. Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.

Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzo el pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso” Que el cree haber visto mas de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame, los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar” Se alegro que el pepe también tuviera una calle, el conocía al pepe Ferrone. Y llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos” Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida que se hacia ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba tuviera una calle

Se fue a dormir contento de haber encontrado una lógica, se le ponía calle a todo, porque mas que liberar un país o descubrir una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro dia al salir a caminar iba a poder caminar en la lógica mas que en la incertidumbre, conocía los nombres de las calles.

Cuando llego al otro día a la primer calle, la de la esquina, la calle de la pulga del  Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos” vino la primera sorpresa, cuando la calle esa ya no se llamaba así sino que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que nos ha sacado la hinchazón a mas de uno” Los nombres de las calles habían cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo todos nombres distintos a distintas, cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico, las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el marianito, que siempre nos alcanzaba la pelota. Sorprendiéndose y también tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban. Aunque todas las consideraciones eran positivas, el mismo era negativo. En el camino fue pensando como se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía igual. Su sorpresa mayor fue cuando llego a la placita de su infancia, la del campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ese y todos los campitos de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugo de relleno acá con los equipos que le faltaban jugadores y como entrego en cada partido. Buen pie, buen compañero” Un nombre un poco largo para un campito pero eso no le impidieron las lagrimas, Jorge Pérez era el, el que tantas veces había ido de relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Si, pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosas en la ciudad, estaba bastante bien. A las cosas por su nombre se fue diciendo, y se fue a dormir tranquilo esa noche

 

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