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sábado, 20 de julio de 2024

LAS HERMANAS TARANTINI (De Marcelo Maggiolo)



Hay historias que están destinadas a permanecer vigentes, y otras a veces se pierden entre los vericuetos del tiempo...

En la ciudad de Rojas, sobre la famosa calle Italia —punto cardinal que nuclea los más variados personajes que uno pudiese imaginar— vivieron hace muchos años dos mujeres deportistas que supieron representar a nuestro país en futbol femenino. Nadie más ni nadie menos que las Hermanas Tarantini. Luisa, la mayor y con la número “9”, era alta y ágil, media un metro ochenta y siete. Olga era de menor porte, pero tenía un cuerpo macizo como una aplanadora, llevando el “2” en el dorso de su casaca. Era común verlas entrenar en la cancha de Juventud, siempre en compañía de su perra Ronaldinha. Cuando no entrenaban, trabajaban en los camiones que recolectan residuos y de paso aprovechaban los kilómetros del recorrido para correr y fortalecerse.

Luisa era parecida a una cigüeña: alta, esbelta y el talle 43 destacaba en la etiqueta de calzado de sus botines. Olga era más bien su antítesis si hablamos de complexión física: bajita y maciza, como si fuera un jabalí con ropa deportiva; inspiraba miedo y actuaba como una fuerza de choque, derribando sin dudar a sus oponentes.

Fuera del rudo entrenamiento intentaban —sin suerte — ser un poco más “femeninas”. Olga bordaba su ropa deportiva con lentejuelas, y Luisa prefería apuntar a lo práctico, pues usaba plasticola con brillantina.

¿Pero cómo empieza esta historia? A mí me lo contaron, y más o menos es así...

Don Genaro apenas había llegado de Italia para trabajar en el campo de la familia Collins, oriundos ingleses que habían adquirido una estancia en Rojas. Parece ser que, en pos de evitar el aburrimiento de los fines de semana y mantener entretenidos al personal, organizaban algo muy de moda en su tierra natal: el futbol. Este nuevo deporte había cautivado la pasión de hombres y mujeres, pero por esas cosas del prejuicio a las mujeres se les permitía jugar pero no nuclearse en ligas o torneos, fueran amateurs o profesionales.

El viejo Collins se mofaba de Don Genaro porque tenía dos hijos varones que se destacaban en el balompié, y Don Genaro cansado de las burlas de su patrón, empezó a entrenar a sus hijas para callado. Armó una canchita improvisada en el fondo de la casa. Las hermanas, que habían heredado la tozudez del padre, practicaban hasta hacer jueguitos con la pelota. Olga destacaba derribando rivales y Luisa era imparable dentro del área.

Un domingo de Pascua, luego de los oficios religiosos, Collins desafió a quien pudiese vencer a sus hijos, cuyo premio era ni más ni menos que su automóvil. Don Genaro aceptó la apuesta y puso en juego la medalla de Oro de San Benedicto que había heredado de su madre. Collins y su afable señora se sentaron al lado del otro apostante. Doña Assunta, madre de las chicas, vestía de negro según marcaba la época, y se abanicaba debajo de una palmera de la Estancia mientras se acomodaba las enaguas del vestido

El árbitro designado había el cura del pueblo, que luego de las celebraciones religiosas estaba un poquito entonado con vino tinto. El primer tiempo el partido se mantuvo en tablas a cero. El segundo tiempo marcaría un ritmo radical, pues las hermanas Tarantini se lucieron en la gambeta, mantenían el dominio de la pelota, metian goles de cañonazo desde media cancha; de cabeza; de caño. La “9” saltaba y paraba de pecho el esférico para luego pegarle un baile a los Colllins y terminar en gol, y la “2” era una defensora férrea, imposible de sortear. El partido terminó treinta y dos (sí, 32) a cero, por lo que Don Genaro se hizo acreedor por el valor del auto, que canjeó por pasajes a Londres.

El Arsenal Women's Football Club las contrató apenas las vio jugar. No había transcurrido el primer cuarto de hora del amistoso cuando las Tarantini lograron salir de la presión para encontrar el juego y llegar con peligro el arco contrario, con cada contacto con la pelota siendo una preocupación para las rivales.

Apenas a los 20 minutos, con un control soberbio, Olga asiste a Luisa y marcan el primer gol del encuentro haciendo temblar la red, y ya en la segunda mitad las hermanas metieron 8 de los 10 goles del partido. Faltand poco más de 15 minutos para el final, mientras Olga festejaba un gol recibió al resto del equipo encima, y provocándole un infarto y pérdida de consciencia. El Dr. Cornelles decide administrarle Coramina, que al parecer hizo efecto y Olga siguió jugando un partido de vida o muerte

Esto provocó la reacción de la gente de la hinchada y terminó en una batalla campal. El médico fue acusado de doping, y a la vez le había salvado la vida; por lo tanto la Corte lo condenó en distintas ocasiones a 6 meses de libertad y 6 meses de cárcel a lo largo de 4 años, ya que no lograban ponerse de acuerdo en la condena. Volviendo al tema de los disturbios: el árbitro, en una acción poco convencional se autoexpulsó del partido, pero lo más curioso resultó ser que el mudo del pueblo, allí presente, exclamó una fuerte y clara puteada. 300 detenidos fue el saldo de la pelea campal. Doña Assunta se desmayó y fue atendida por Don Genaro quien intentaba reanimarla con un frasco de colonia. En el área chica, espalda contra espalda, Luisa y Olga repartían certeras trompadas y patadas contra las fuerzas del orden. Hasta el comisario ligó, pues doña Assunta en su segundo vahído lo aplastó con su generosa anatomía, y el pobre terminó tragándose el silbato; mientras intentaba sin éxito restaurar el orden gesticulaba ampulosamente y se oía un “pri priiiii” proveniente del silbato atascado.

A las hermanas el idioma les resultaba “very difficult” y solo conversaban entre ellas, y como dato curioso compartían el mismo representante con Ángel Labruna. Al vencimiento del contrato decidieron volver a Argentina, a la calle Italia, precisamente.

Posterior a la Primera Guerra Mundial el futbol femenino había adquirido más importancia que el masculino, y sin embargo el machirulismo —que hasta día de hoy persiste, aunque expresado de otras maneras— fue prohibiendo los encuentros y las ligas, aunque poco les importó a Luisa y a Olga; los pibes del barrio las recuerdan haciendo un picadito frente al gallinero o sosteniendo la pelota cabeza a cabeza.

Las hermanas Tarantini terminaron sus días olvidadas por la prensa, pero plenamente felices, sobre todo cuando los domingos despuntaban el vicio de cara al sol, sobre la fresca gramilla recién cortada.

Fin

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