-¡Sorpresa! Qué
alegría Sordo, qué haces por el pueblo, tanto tiempo, ¿te habías olvidado de
nosotros?
-Qué tal Loco,
enserio, mucho tiempo sin vernos, ¿todo normal por acá?
-Sí, sí, sin
demasiadas cosas que alteren la vida, ya no es lo que vos conociste, falta
mucha gente, mirá cómo serán las noticias en el pueblo que lo que todo el mundo
comenta es la venta del camión del viejo Álvarez, ¿te acordas de Álvarez?
-No, ¿Álvarez?,
no. Algunos recuerdos se me han borrado, hubo un clic en mi vida, un momento
bisagra.
-Ahora vas a
hacer memoria, ¿sabes de qué me estaba acordando, Sordo?, en estos días se van a
cumplir 50 años de la tarde aquella que al flaco Peregrino le partieron la
mandíbula de una patada, ¿de eso te acordas? El viejo Álvarez fue el que nos
llevó en el camioncito.
-La patada en la
mandíbula… ¡flor de patadón! 54 años se van a cumplir.
-¿Tanto? No puede
ser.
- A ver Loco,
¿Cuántos años teníamos nosotros?
-No me acuerdo.
-Y entonces… ¿¡para
qué porfias!?
-Bueno che…
-Qué gracioso, en
eso estás igual que cuando éramos pendejos. De eso me acuerdo, me quedó algo
así como una memoria selectiva, pero de eso no me voy a olvidar jamás.
-Viste que de
algo te acordas.
-15 teníamos, 15
más 54, ¿Cuánto te da?, 69 te da, ¿cuántos años tenemos? 69, no están difícil
la cuenta.
-No, no debe ser
así, si vos ese día ya mirabas a las mujeres y a los 15 no sabías que existían.
-Me haces reír. Seee,
Loco, ¡que lindas minas!
-Sordo, ¡que
lindos se ponían los partidos!, eran de hacha y tiza. El que no salía todo
raspado era maricón, así se decía.
-No Loco, con las
rosetas que había en todas las canchas sí o sí salías raspado. ¿Te acordás de
ese partido justamente? La pelota parecía de rugby, picaba para dónde se le
antojaba. Esos partidos de futbol eran solo una excusa, pura cháchara. Fuimos a
jugar porque al mandamás se le ocurrió quedar bien no sé con quién y de paso
para quedarnos en el baile, a los jugadores no nos cobraban la entrada, por eso
fuimos. ¡Qué lindas minas!, ¿cómo se llamaba la que me gustaba a mí?
-Si no te acordás
vos cómo querés que me acuerde yo. Perdoname, pero a mí lo que me da por las
bolas es que vos y algunos pocos basureen al futbol de esta manera, termínenla
viejos; con que el futbol es una excusa. La pelota es algo sagrado, antes y
ahora, pero no solo en esa escuela de campo que era lo único que tenía, en el
mundo la pelota de futbol es lo más grande que hay. El partido no importaba, el
partido no importaba… si no hubiera sido por el partido…al baile, minga que lo
iban a hacer, tomá que ibas a bailar.
-Loco, como no…
la gente va siempre a los bailes, aunque no haya partidos de futbol.
-La gente fue por
el partido. Todos los de los campos vecinos fueron a ver como los hijos de
ellos nos cagaban a patadas y de paso llevaron a las hijas. Qué locura, 300 km
hicimos para eso, al milico de acá se le ocurrió que debíamos festejar el 25 de
mayo haciendo patria fomentando la convivencia con unos campesinos que no
conocíamos. Una estupidez. La consigna que ellos tenían no era conmemorar la
gesta patriótica, no, ellos entraron a la cancha para quedarse con el diente de
alguno de nosotros, producto de un encontronazo artero de un codo de los
marginales con alguno de los incisivos nuestro. Al principio trataron de regular
la altura de la plancha, pero después se fueron a la mierda, nos estaban
esperando, a vos y a mí nos vieron tiernitos. Nosotros éramos los del pueblo,
teníamos cancha. Ellos casi todos unos negros de músculos exagerados, de pasos
prepotentes y sin el más mínimo atisbo de cortesía. ¿Y el campo de deportes de
la escuela? Reite si querés, al lugar adónde encerraban a las ovejas le
pusieron arcos. ¿Te acordás que discutíamos porque uno era más grande?
-Creo que se
llamaba Mabel, ¿Mabel o Ester?, uno de esos nombres tenía, tenía o tiene, no se
va a morir, estaba linda, era una nena para mí, eso me pareció cuando la vi,
pero después el 3 de ellos me dijo que estaba por cumplir los 15 y que ya la
llevaban a los bailes.
-Que Sordo hijo
de tu madre. Me estoy desayunando, en lugar de jugar al futbol te pusiste a
charlar con la contra, vos eras el wing derecho y él tu marcador al cuál tenías
que pasar por arriba y te pusiste a hacer sociales con el enemigo.
-No sé si ella se
había percatado que yo la miraba mientras corría, me acuerdo que en un momento
la pelota, ponele que se pueda llamar pelota a eso, como si fuera hoy me
acuerdo mirá. El bofe se fue para afuera de la cancha y la piba me la iba a
alcanzar, yo medio transpirado y todo pensé en decirle: gracias, esta noche
bailamos, y la vieja se la sacó de las manos y me alcanzó ella a la pelota. Me
parece que la nena se llamaba Mabel, sí, sí, Mabel. Hay cosas que con esfuerzo
las recuerdo.
-Sordo, la pelota
era casi nueva, lo qué pasó es que se mojó y viste esas que no son de marca no
aguantan un chaparrón, por ahí la noche anterior llovió y la habían dejado
afuera, que se yo. Para eso no había como la Pulpo.
- Loco, lo que
tenía la Pulpo era que si el que pateaba le pegaba fuerte, siempre fue
preferible que te metieran el gol, si te agarraba te desmayaba.
-Yo era arquero,
vos me viste Sordo, y no se me pasaba por la cabeza que iba a dolerme, no
querido, pensar que un tipo entraba a la cancha con la idea de esquivar un pelotazo era imposible.
-Loco, ¿por
qué imposible?, yo no iba a hacerme hacer un hematoma, y a la noche tener que
explicarle a la nena que el fiero Gornacho, que le pegaba como una mula, me
aplastó la mejilla de un balinazo.
-Pero si el
fiero jugaba para nosotros.
-Es un
ejemplo. Un tarambana de esos cuando empalmaba una pulpo te dejaba la marca.
-¿Entrabas
a la cancha pensando en eso? ¡Qué cagón Sordo, que cagón! Vos y todos los nenes
de mamá que no se rayaban las patas con los pastos duros querían jugar con una
pelota profesional, como los jugadores de primera, solo que a ustedes les faltó
aprender a patear.
-Haber
Loco… la gran mayoría no preguntaba cómo era la pelota, todos preguntábamos que
orquesta venía, orquesta, me acuerdo y me da risa, orquesta, ¡qué antigüedad!
-Qué cosas
pasaron ese día Sordo. El partido se había puesto lindo. Nosotros no deberíamos
haber hecho el cuarto, con un 3 a 0 estábamos bien, si ellos nos metían 1 ahí
si acelerábamos y listo, ya estaba hablado, pero Ayola siempre fue igual de
fanfarrón, se quiso lucir gambeteando 3 veces al arquero, ¿te acordas del negro
grandote?, y se le rió… una hecatombe fue aquello. Pobre flaco Peregrino. ¡Qué
injusticia! El flaco la ligó sin querer. A la patada voladora se la tiraron a
Ayola, pero Peregrino venía corriendo para separar, ¿te acordas quién tiro la
voladora?
-Siii,
ahora si me acuerdo, Mabel se llamaba, me acuerdo porque yo había tenido otra
novia, bah, novia, íbamos a la primaria, que se llamaba Mabel, por eso se me
refrescó la memoria. La madre no salía de al lado de ella, debía ser una vieja
metida. Con el padre no hubo problema,
mientras que duró el partido estuvo muy atento mirando al pibe, el hijo, ¿te
acordás el que jugaba de wing izquierdo en el equipo de ellos?
-Sordo, mientras
que vos hacías política de hermandad nosotros jugábamos un partido de futbol,
como íbamos a reparar en sociales. Eso queda para los anti-futbol.
-Después escuché que decían que estaba
estudiando afuera y que jugaba en un equipo que competía en el torneo regional,
pero como sus compañeros le pegaban de punta a todas, qué iba a hacer pobre pibe.
Yo lo quería de cuñado, casi le digo: “che, cuñado”. Los 2 jugábamos por la
misma banda, él era muy ligero, yo lo dejé que se las arregle el Buitre que
jugaba de 4 y le pegaba hasta a la sombra. El viejo después que terminó el
partido se fue a la cantina así que tampoco jodió ahí.
-Qué va a
terminar el partido… sí se pudrió todo cuando nos quedamos sin referee, con la
fractura expuesta de la mandíbula de Peregrino. Pobre flaco, me acuerdo que
había recortado 2 cartulinas, una tarjeta roja y otra amarilla, con semejante
sacudón se volaron del bolsillito de la camisa negra que se había puesto para
dirigir, se volaron como volaron las ilusiones del flaco de ser referee
profesional. ¿Para eso tampoco te funciona la memoria? ¿De nada te acordás?
-Siii, cómo
no recordar ese instante. El flaco Peregrino y yo no éramos amigos por entonces,
no me acuerdo que en el momento me haya conmovido. Lo que sí me acuerdo es que la
piba tenía puesta una pollera a cuadros, con franjas marrones y amarillas,
corta, arriba de la rodilla y una polera roja y una gorra a cuadros, que le
hacía juego con la pollera, que le cubría parte de la cabellera negra.
-¿Del
despelote del final te acordás?, cuándo Ayola salió corriendo para que no lo
emboquen y se llevó la de gajos y la escondió en la camioneta con la que
llevaron los restos de Peregrino, ¿te acordás?
-A la tarde
tenía esa pollerita que te dije, pero a la noche se apareció con un pantalón
ajustadísimo color negro, camisa blanca y el pelo suelto. ¡Ah! Y la vieja al
lado.
-Lo que yo
me acuerdo es que fuiste el único que te quedaste. En el viaje de vuelta se
armó una rica puteada en contra tuya, volvimos todos en el camión que nos había
llevado, todos eh, menos vos y el flaco, pobre flaco. El viejo Álvarez se
recontra calentó porque le pedíamos que acelerara para salir de ese infierno,
pero más se enfureció cuando se dio cuenta que había estado esperándote al pedo.
El ciento por ciento coincidimos que eras un Sordo hijo de puta y traicionero,
con el debido respeto a tu viejita que había partido un poco antes; -y ojalá
que la mina no le dé pelota y que algún mamado que anduviera por ahí lo cagara
a trompadas-, esos eran los ruegos, el deseo unánime arriba del camión. Ayola
era el que más quería que te pasara algo de todo eso que habíamos implorado.
-Seee, me
hice amigo del hermano, del gran wing, el número 11, le dije que se parecía al
Toti Veglio, uno que jugaba en San Lorenzo, era el único wing izquierdo que yo
sabía que existía, que tampoco estoy tan seguro que jugara de wing. Lo felicité
después del partido por el gran jugador que era, cuando ya se había
tranquilizado todo, justo cuando la hermana se arrimó para saludarlo también. Fue
ahí que le pregunté el nombre, Mabel me dijo, en ese momento todavía andaba con
la pollera a cuadros.
-Sordo
traidor.
-Y después
con el 11 nos fuimos a charlar un rato, me contó que se iba a probar en un
equipo de Buenos Aires. Lo interrumpí diciéndole que fuera a San Lorenzo, que
sería el reemplazante del Toti Veglio, yo no tenía idea de lo que estaba
opinando, pero tenía que seguirle la conversación al futuro cuñado. En una de
esas nos llamaron para comer algo, cortaron chorizos y trajeron unas galletas.
Vino en damajuana me querían dar, - nooo, no tomo alcohol-, les respondí, no podía
hacer un papelón.
-Te juro
Sordo que hablás y me hacés acordar de la bronca que teníamos todos arriba del
camión… te encajaría una piña ahora mira, todo por una nena.
-Qué estaba
por cumplir los 15. El 3 me contó que estaban engordando un chancho para
hacerlo chorizos para la fiesta.
-Bueno
Sordo, te quedaste al baile, ¿y?... lo que nunca se supo fue adónde te metiste
luego, no apareciste más en el pueblo, años pasaron. El flaco Peregrino y vos desaparecieron
y reaparecieron casi juntos, pero el flaco estuvo internado, después que le
acomodaron un poco la carretilla cuando lo llevaron a Buenos Aires, a Morón me
dijeron que se fue porque ahí cerca había un hospital en el que le iban a hacer
una cirugía reparadora y no se supo más nada hasta ahora. Me contaron que hoy lo
han visto caminar por las calles del pueblo, dicen que anda como un sonámbulo.
Y con respecto a vos acá se comentó que el viejo de la nena te había llevado a
trabajar con él al campo. ¿Sos propietario de una extensión agraria?, ¿oligarca
en 4x4? Me haces reír, la gente se olvida de sus orígenes muy fácilmente.
-¿Eso se
decía?, no Loco, nada de eso, frio, frio. ¡Que linda que estaba la nena!
-¿Y adónde
te metiste todo este tiempo? ¿Te haces el misterioso conmigo? Rajá Sordo, rajá.
-¡Que
misterioso!, yo estuve al lado del flaco Peregrino.
-Pero si
ustedes no eran amigos, lo dijiste recién, hace dos minutos lo refrescaste. No
me digás que te fuiste a cuidarlo y te quedaste allá renunciando a la familia,
a la nena, a los que te queríamos. Eso es ser un gran tipo. Qué orgulloso
estará el flaco Peregrino por tener un ladero así, alguien como vos, con él. Ese
compañero que no tuvo ni un reparo en dejar todo para cuidar al prójimo, al que
necesita, dejame que te dé un abrazo y quiero que sepas disculparnos a todos
los que te deseamos lo peor pensando que solo habías visto la falda corta de
esa niña, que esa mirada lujuriosa te había llevado por el camino de la ceguera
y del olvido. Perdón Sordo por pensar mal.
-Loco, ¡qué
loco que estás, qué película que te hiciste! Te cuento, yo me había ido
preparado, en el bolso llevé una muda para cambiarme, me la había comprado para
estar a tono con las circunstancias. Buena pilcha, mejor percha. Para hacerla
corta, vamos al grano. Empezó a tocar la orquesta y como nunca se largó con los
lentos, era la mía, viste que siempre empiezan bien arriba, a sacudir el
esqueleto, bueno, esa noche no, salieron con los melódicos, dejé pasar el
primer tema, “Adiós chico de mi barrio”, ese gran éxito de Tormenta
interpretaron los muchachos para presentarse, “Noelia”, de Nino Bravo, fue la
segunda y ahí sí, levanté la vista buscándola. Mabel venía caminando hacia mí.
Todo a pedir de boca. Sonriente caminaba, me miraba disimulando, haciendo como
que su punto de vista era otro, pero el sugerente brillo de sus ojos tenía un
único destino. El corazón se me aceleraba cada vez más. Ella se meneaba muy
elegantemente a cada paso, tenía que cruzar la pista, -¿ la cruzaba ella o la
cruzaba yo?- ¿Qué hace un caballero en circunstancias similares?, eso hice, fui
al encuentro canturreando; “Hay una chica que es igual pero distinta a las
demás, la veo todas las noches, larala rara”… la tomé de un brazo, más
precisamente del izquierdo e intenté llevarla hacia la zona más poblada de
bailarines, cuando de repente, un morocho grandísimo, el arquero, que había
salido no sé de dónde, viniendo detrás de mí me dijo: “está conmigo”.
Cuando
desperté con cañitos y cables enchufados por todos lados, una enfermera me
alcanzó la pelota, me dijo que estaba entre las camillas, en la ambulancia, que
se la había ofrecido a Peregrino, pero que él la había rechazado, que no quería
tener ningún recuerdo de aquella tarde. Y siguió contándome que hacía 60 días
que estaba ahí con politraumatismos y fracturas varias, que tenía para unos
cuantos meses más para la rehabilitación. Me dijo que al flaco Peregrino y a mí
nos habían llevado en la misma ambulancia, que 2 camillas medias ajustadas
entraron y aprovecharon el viaje. Cuando estábamos de alta nos quedamos con el
flaco a trabajar en el hospital, terminamos siendo camilleros. Ahora ya estamos
jubilados. No jugamos más a la pelota y a los bailes tampoco he ido. Un día, hace
poco, jugaban los camilleros contra los de ordenanza y le preguntaron al flaco:
che, ¿no queres ser el referee? - Nooo, ni loco-, les contestó Peregrino
agarrándose la cara. Cuando hay tormenta al flaco le molestan los fierros que
tiene puesto en la carretilla y a mí me duelen todos los huesos.
-Menos mal que
es solo cuando hay tormenta, Sordo.
-Y eso
tiene que ver con que haya perdido un poco la memoria. Esa fracción de segundo
me cambió la vida, Loco.
-Sordo, el
que es una mala leche es Ayola, si le cuento lo que te pasó se te va a cagar de
risa. 54 años, como pasa el tiempo che.
-Loco, en
tu apuro por recordar boludeces recién dijiste:“con el debido respeto a tu
viejita que se había ibo poco antes”, ahí mi vieja vivía y estaba bárbara.
Ahora haceme un favor, decile a Ayola, de parte mía decile, ¡que se vaya a la
puta madre que lo parió!
-Me haces
reír. ¿Y tu vida allá, cómo fue tu vida en el hospital? Siempre viviste en el
hospital, ¿no?
-Sí, sí,
siempre. A mi mamá en las primeras cuatro veces que fue a verme no la reconocí,
mi registro estaba solo en la voz de la enfermera Susana y ella me retrasmitía
lo que mami me decía. De a poco me iba contando cosas que pasaban y la paciente
Susana con toda su sabiduría hacía que yo entendiera. Me enteré después de la
quinta visita de todo lo que anduvo mi madre. Al otro día del despelote mi
vieja preguntó adónde me había quedado y le dijeron que ahí mismo, en la cancha
de la escuelita, había un representante de jugadores, un capo creo que le
dijeron que era, que conseguía ponerlos, a los jugadores buenos, en diferentes
clubes de segunda o tercera línea del futbol angoleño, a Angola me mandaron. Eso
es muy difícil de creer hasta para una madre que es incapaz de reconocer que su
hijo no cuenta entre los habilidosos. Segura estaba que no vendrían a buscarme
para jugar al futbol, ni siquiera de la tercera división angoleña.
-¿Esa
pelotudez le dijeron? Hay que ser ganso eh. ¿¡Quién te iba a llevar para jugar
al futbol!?
-Claro. Ahora
que estoy lúcido imaginemos una situación disparatada. El jefe de la tribu Himba
era fanático del fútbol y al tipo se le hubiera ocurrido reforzar el ataque del
deportivo Himba, vos decime la verdad, ¿crees que me iban a llevar a mí con lo
lenteja que era, teniendo esos negros con músculos de acero más rápidos que una
centella?
-¿Y qué te
dije?
- Ni mi
vieja se lo creyó. Cuando lo relataba nos reíamos los tres, a esto me lo contó
Susi cuando yo ya entendía. Mirá que ella, mami, tenía depositada en mí una
confianza desmedida para ciertas cosas, pero el coeficiente intelectual le daba
como para darse cuenta que aquello era una mentira difícil de sostener.
-Ese ha
sido el fiero Gornacho o Ayola, si, de maldito, para burlarse de tu mamá.
-Dos meses
o más, para mi madre habrán sido un calvario, porque por más que mi hermana le
dijera: -no lo busqués que no sirve para nada-, porque es seguro que mi hermana
le ha dicho así reiteradas veces, siempre lo decía. Yo y mi hermana dejamos de
tratarnos desde que tenía… parate un cacho, ¿qué tendríamos?, yo nueve y ella
once años, yo soy dos años menor, te decía desde aquella discusión fea que
tuvimos no nos hablamos más. Mami sufrió un montón, al principio creyó que se
nos iba a pasar con el tiempo, pero el tiempo pasó y la muy ladina no dio el brazo
a torcer, y si la caprichosa no aflojaba, ¿por qué iba a aflojar yo? Como te
contaba, los primeros días de mí desaparición forzada, la pobre vieja ha
sufrido mucho. En una de las visitas le contó a Susana, ya te dije que hablaban
entre ellas y la única voz que yo reconocía me lo susurraba despacito, al oído,
que uno de los que jugaron ese partido le chamuyó que al flaco Peregrino le
habían pegado una paliza bárbara, que le destrozaron la cara, y que lo
trasladaron en ambulancia, no sabía adónde y que yo me había enganchado con una
mina que me llevó con ella.
-Ahí me
inclino por Gornacho, él anda en eso del chusmerío estúpido. Es muy ingenuo.
-Mami se dio cuenta que el pibe hablaba
enserio, pero no se tragó esa supuesta verdad, a los quince años así porque sí
no me iba a ir de mí casa.
-Y… no, ¿adónde
ibas a ir?
-Mamá nos
contó que fueron días muy duros, que ya no sabía por dónde buscarme, y sola, mi
hermana no la acompañaba ni loca. Se recorrió todos los lugares posibles de la
zona y nadie sabía que decirle. No sé en qué salita de primeros auxilios de
algún pueblo vecino, la que daba órdenes ahí, le gritó: - no pierda el tiempo
doña, los pibes de ahora son todos vagos, cuando se cague de hambre va a
aparecer-. A mami le cayó muy mal, porque esa mujer, desubicada, le había
contestado de la peor manera. Mamá siempre odió que le dijeran “doña”, para
ella esa mujer que la ofendió, murió para siempre, y quedó un tanto molesta también
de que me dijera vago a mí, más allá de que se habrá acordado de algunas
agarradas que habíamos tenido cuando me mandaba a conseguir laburo. Era
difícil, experiencia me pedían, catorce, quince años tenía yo, qué experiencia
podía tener.
-Sordo,
¿vamos a tomar algo? ¿Vos tomás cerveza?
-No, no
tomo alcohol. Agua, pedí para mí una botellita de agua, no muy fría, tengo un
problema en las encías.
-¿Te las
aflojó el arquero? Jajajaja. Perdón se me escapo. Seguí contando.
-Muchos caminos habrá recorrido la pobre
vieja, bah, en ese tiempo no era vieja. ¿Cuántas piedras habrá tenido que sacar
de la huella en su derrotero? Hasta que una tarde llegó un policía a casa con
la noticia de que lo habían llamado de un hospital del gran Buenos Aires, para
avisarle que yo estaba internado ahí. Mami se tomó el primer tren que consiguió
y se apareció allá en el hospital. Yo, apenas veía una silueta en el espejo y
no me daba cuenta que veía, y Susana que siempre tuvo mucho tacto para manejar
a los enfermos nunca destacó mi estado, pero mami cuando me vio le dijo a Susi,
que estaba viendo al fiel retrato de la momia de titanes en el ring. Nos
saludamos a la distancia, no podía abrazarme, a mí me dolía todo el cuerpo,
recién habían pasado sesenta y pico de días desde cuando mi vida tuvo un
quiebre, bah, varios quiebres y con desplazamientos. Pero qué contentos
estábamos los dos, o los tres, mejor dicho, a mí no se me notaba por las
vendas, a la Candelaria sí, Candelaria es el nombre de mami. Todo eso me contó
Susana cuando yo empecé a entender.
-¿La Susana
esa, hacía guardia permanente?
-Para la quinta
visita los ojos se habían deshinchado un poco y ya identificaba a las personas,
¡qué alegría tenía yo de verlas!, aparte de reconocerlas por la voz, la de
Susana era inconfundible. A mi viejita también se le notaba que estaba muy
feliz, tanto que, a la enfermera, Susana, mientras que ésta me tomaba la fiebre,
le dijo: -qué tranquilidad de verlo así, mire si hubiera sido cierto que se
había embarullado con una chinita de esas, una cualquiera-, Susi me miro y se
encogió de hombros.
-¿Era linda
la enfermera?
-Candelaria,
mi mami, siguió visitándome hasta que me dieron el alta, ¡bah! un alta a
medias, porque me seguían asistiendo, y después también, aunque cuando
consideró que mi estado había mejorado las visitas fueron esporádicas, pero no
le contó a nadie, mucho menos a mi hermana, total desde aquella pelea que
tuvimos ella nunca me habló, ni una palabra, bueno, no es tanto así, algunas
veces se dirigía a mi recordándome las ganas que tenía de que me fuera al
carajo. Con la gente del pueblo se había enojado mami, con vos Loco ni te
cuento.
-¿Conmigo?
¿Por?
- Me decía
que ella había pedido ayuda para encontrarme y nadie le dio bolilla. La mayoría
le retrucaba que yo era un desagradecido, que había olvidado mis orígenes, qué
por una mocosa, que además de ser linda era futura heredera de una porción de
campo, yo había echado a la hoguera a mis raíces, que para mí los afectos
tenían un valor secundario, porque habiendo viajado todos juntos, por un
arrebato, tan sólo un arrebato sentimental, los dejé en el rincón del olvido.
Atando cabos, cuando de a poco fui recuperando algo de lucidez, se me ocurrió
pensar que ese ha sido Ayola, que nunca me quiso y se consideraba más leído que
el resto, siempre se descolgaba con una frase con sentido poético, él se lo
creía así, pobre infeliz.
-¿Estaba
buena la Susi?
-A mí
siempre me curó y me cuidó ella, no por mucho, pero es algo mayor que yo. Linda
mujer, unos modales hermosos. Cuando empecé a escuchar, ella fue la que me
ubicó. Yo no sabía dónde estaba, no me acordaba como me llamaba, Justo, Justo
Garcíaaa, me llamaba estirando la última vocal de mi apellido. Gracias a Dios
que el día del partido había llevado mis documentos, una cédula tenía.
-La cédula.
Nos parecía que ya éramos grandes con ese cacho de cartón.
- ¿Te
acodas Loco cuando nos dieron el documento nacional de identidad?, vos lo
tramitaste acá, yo ya había cambiado de domicilio. A nosotros ya nos dieron las
chiquitas, de tapas verdes, no hacía mucho que las habían cambiado. Me acuerdo
que el ganso de Ayola, que era más viejo, tenía la libreta de enrolamiento,
parecía un cuaderno de grande que era. ¿Te aburrí?, vos a esto te lo acordás,
esas son las cosas de las que nosotros nos reíamos de los viejos, que contaban historias
ya sabidas, y yo estoy igual.
-La mina,
¿te curaba todos los días? ¿Siempre la misma mina?
-Susana, la
enfermera, me curó primero las heridas del cuerpo y con paso del tiempo las del
corazón. Yo estuve en recuperación un año y pico, y Susana firme al lado mío, ella
me creó el hábito de leer, todas las mañanas se aparecía con el diario, cuando
a mí me durmió el negro infame ese, estaba Onganía de presidente, a Susana no
le gustaba, a mí me daba lo mismo, yo no entendía nada, - de esto tenés que
saber-, me decía mientras me atendía. Cuando mataron a Aramburu, se lo leí en
voz alta para que se enterara, después de hacerme los masajes, -“que Dios
nuestro señor se apiade de su alma”- dijo sin sacarle la vista al mate que
rezongaba por falta de agua. Yo seguía sin entender, después con su habilidad
me cambió de tema. El tiempo al lado de Susana volaba, corría más fácil. El día
que me operaron la pierna izquierda para que se pareciera un poco a la derecha,
estaba Cámpora de presidente, y cuando reaccioné de la anestesia, ocupaba el
sillón Lastiri, y cuando me quise acomodar llegó Perón, como Colón, el 12 de
octubre. Susana estaba contenta con Perón en la presidencia. Yo no, yo venía de
cuna radical. El único presente perteneciente a mi padre fue una boina blanca
que toda la vida estuvo colgada en un perchero, fue lo único que dejó cuando se
fue de casa.
-Como la
canción; “ella era peronista y él un joven radical” no me acuerdo quién la
cantaba, ¿o no era de esa época la canción?
-Susana me
cambió la vida, yo me despertaba a las cinco de la mañana porque sabía que a
las seis Susi aparecía en el cambio de turno. Conmigo siempre tuvo una atención
especial, al principio yo la miraba hasta con vergüenza, si bien era joven, era
mayor que yo, veinte tenía en esa época, en aquellos tiempos era inimaginable
que se me ocurriera faltarle el respeto mientras me bañaba. Cuando me decía
vamos a higienizaaarrr, te dije que tenía la costumbre de estirar la última
sílaba, ahí me agarraba la timidez, pero ella lo hacía con total naturalidad y
un día que la ducha se había hecho larga me dijo que estaba enamorada de mí. Me
agarró una cosa inexplicable, me corrió una especie de electricidad por el
cuerpo y me levanté casi de un salto de la silla bañadora, pisé el jabón que
estaba en el suelo y me caí, me hice un esguince en el tobillo y otra vez con
la pata levantada por unos días. Recuerdo que le armaron un sumario por no
haber tenido el debido cuidado con el paciente.
-¡Qué
pedazo de chambón!
-Pero el
esguince no cambió lo importante, yo me quería bañar tres o cuatro veces por
día, hasta que Susana me dijo que habían sospechado algo y mandaron un
enfermero para que me bañe, de esos que están dispuestos a bañar a cuanto
paciente masculino encuentren y entonces busqué la vuelta para explicar que yo
ya podía higienizarme por mis propios medios, y además iría rescatando cierta
independencia, dije.
-¡Ah! No
era lo mismo, ¿no? Le esquivaste al pan con pan, Jajajaja.
-Susana
había conseguido una habitación para mí sólo. Yo, con mis limitados
movimientos, frecuentaba la oficina de la administración, iba a cebar mates, me
había hecho conocido y entonces no le fue difícil que le dijeran que me mudara
a la piecita del fondo, así la llamaban, tenía baño privado. Susana argumentó
que me resultaría cómodo, dada mi dificultad para caminar. En la oficina nadie
le creyó el motivo, pero accedieron porque a ella la querían mucho, y de paso
chusmeaban imaginándose nuestros ratitos íntimos. Un día mientras fingíamos una
ducha con la compañía terapéutica, Susana me dijo: -te voy a contar algo que
vos tenés que saber… soy casada, pero con mi marido está todo mal-. ¡No dejé
qué terminara de hablar!, te juro que se me apareció la figura de aquel negro
grandote, ¡el arquero! La memoria me hizo un flash de aquel momento, y me vi
envuelto en vendas nuevamente, una imagen terrible, una situación de mierda, me
separé de ella como eyectado, y volví a caerme, esta vez contra la pata de la
cama, con tanta mala suerte que con un tornillo me abrí desde la rodilla hasta
el tobillo, tuve que decir que sólo me choqué la cama por bruto nomás, para que
no le iniciaran otro sumario. Me tuvieron que coser, como diecisiete puntos me
pusieron. A Susana no le gusto mi actitud, me dijo que era un cagón, que cuando
una persona quería a otra debía jugarse, que si el amor era verdadero había que
enfrentar la situación, que los cagones pasan por la vida sin pena ni gloria. Me
volvió a decir cagón. Yo, después de partirle la boca con un beso, con lo poco
que memorizaba de aquel día del partido de futbol y el baile, le conté la
verdadera historia, por qué había llegado yo ahí. Me respondió que me entendía,
pero que ésta era otra historia, que tenía que decidirme, -o vas para adelante
o esto se termina acá- agregó. Mis diecisiete años, observando a una hermosa
mujer, me pegaron una cachetada, pero esta vez para bien, me sacudieron y volví
a besarla. Cinco años de diferencia en ese tiempo eran muchos, si no ponía todo
de mí perdía por goleada. Ese día salimos dos a dos.
-Dos a dos,
buen resultado. Justo viejo y peludo nomás.
-Ella no
estaría segura tampoco de lo que debería hacer con su vida, a los veintidós o
veintitrés años no le resultaría fácil resolver su futuro, que tampoco podría
imaginarlo al lado de un pendejo, más de una vez se habrá preguntado si eso no
sería solamente una calentura.
¿Era rubia,
carnosa?
-El tiempo
fue pasando, el país estaba convulsionado políticamente, los diarios solo
mostraban tragedias, salvo algunas noticias aisladas ponían un poco de alegría.
Carlos Monzón y sus victoriosas peleas y alguna que otra parecida, no mucho más.
Había un viejo que trabajaba en mantenimiento del hospital, que cada vez que el
diario decía algo de la separación de los Beatles, se ponía loco, que nosotros
deberíamos escuchar la música nuestra, que, -esos nos deforman el idioma-
decía. Susana no lo quería porque el viejo era conservador, -pro milicos-, le
decía. Una mañana yo me había peinado con el flequillo en la frente y cuando Hipólito
me vio, gritaba, -te peinaste como esos, sos un marica-.
-¿Maricón
te dijo… y no lo embocaste? No claro, de piñas no querrías saber nada.
-No sé cómo habrá sido acá, en el interior, lo
que sí allá cayó como una bomba fue cuando quedamos afuera del mundial de
México, que empatamos con Perú en la cancha de Boca, dos a dos, eso fue
horrible. Vos sabes que yo nunca le di pelota al futbol, parece un juego de
palabras, pero aquella vez estaba triste, y ver a la gente tan mal peor me
ponía yo. Un día Susana me pegó una levantada bárbara. -Vos no le das ni
bolilla al futbol, no podés estar así, con todo lo que te pasó por culpa del
futbol, ¿vale la pena estar cómo estás? Ella tampoco sabía nada de la pelota,
mira que dos situaciones comparaba, el partidito en una escuela de campo, con
un mundial de futbol, al mundial lo miramos todos.
-Yo no me
acuerdo mucho de ese mundial. Sé que lo ganó Brasil y nada más.
-Ustedes
acá no lo veían muy bien, tenían que orientar las antenas de los televisores, e
igual hacían lluvia, me acuerdo que se decía así. Nosotros allá lo veíamos
perfecto, claro que no lo vas a comparar con lo de ahora, el avance de la
tecnología es increíble.
-¿Y el
marido, conociste al marido?
-Susana
había conseguido que me tomaran como cadete interno, un acomodo que al hospital
le salía dos pesos, pero para mí era importante, no solo por esos dos pesos, si
no que me sentía con una ocupación, y así fui conociendo otras personas, me
consideraban una mascota, muchos no sabían mi nombre y me decían el gauchito,
porque había llegado del campo. Todos los días eran iguales, salvo los que
Susana tenía franco, que me sacaba a pasear, me llevaba a conocer lugares diferentes
y siempre la pasamos muy bien. La verdad que no puedo decir que gracias a ese
negro delincuente, del arquero te hablo, mi vida floreció, pero el haber
conocido a Susana en el hospital para mí la vida tuvo un sentido diferente,
nunca dejamos de proyectar juntos y los pasos de uno estaban directamente
relacionados con los del otro. Lo único que nos separaba era que Susana vivía
en su casa y yo en el hospital. El flaco Peregrino también vivía en el
hospital, en otro sector, él ya era camillero. Los días se iban sucediendo,
Susana con el paso del tiempo había ascendido, la nombraron jefa de enfermería
y yo seguía haciendo mandados, ya me mandaban a llevar correspondencia al
correo y a otros lados más. Una vez Susi me dio un paquetito, en un papelito me
anotó una dirección y me dijo: -la casa tiene un jardincito, dejalo debajo del
arbolito, toca timbre y listo, andate-. Después fui un par de veces más, con la
misma recomendación. La primera vez que fui al cine también me llevó Susana,
fuimos a ver, “Ladrón de trenes”, una película fantasiosa, norteamericana, se
trataba de un tipo que había choreado un palo verde de un tren y después se
murió y la viuda quería recuperarlos, pero… nunca supimos si los encontró o no,
era la primera vez que íbamos juntos al cine.
-¿Sé
durmieron?
-Un día de
febrero del ’74 llegó Susana al hospital con una sonrisa grande, más grande y más
linda que nunca, Susana había logrado el objetivo, en buenos términos logró
separarse de su ex, un buen tipo, según me contaba ella, que tampoco estaba a
gusto en esa pareja, así que fue relativamente accesible la separación. Más
allá de que a pesar de la corta edad de los dos, y habiendo tenido una historia
compartida desde muy adolescentes supieron resolverla. Susana sacó de una bolsa
que colgaba de su hombro un paquete de masas finas, nos endulzamos, nos
besamos, nos amamos. La felicidad había golpeado a nuestra puerta.
-Seee,
dejala que golpee.
-Cuando
ella terminó su turno le propuse salir a caminar, disfrutar del sol, hacía
calor, yo quería mojarme en su cuerpo, ella tenía mucho para dar. Susi me miró
otra vez ampliando la sonrisa, -Garciaaaa, paso a paso, hoy tengo reunión con
unos compañeros en la casa de uno de ellos, nada importante, pero hay que
cumplir con los compromisos-. Nuestros encuentros en la piecita del fondo y las
salidas al cine se fueron repitiendo seguido, pero también se repetían las
reuniones de Susi con sus compañeros, cuando le preguntaba para que se reunían
siempre me contestaba lo mismo, -nada importante, cuestiones de trabajo-, hasta
se me ocurrió preguntarle si era en el sindicato, o porqué no se juntaban en el
mismo hospital, -me voy tengo que pasar por las salas- me respondía
generalmente.
El veinte
de febrero de 1974, no me olvido más, volvía del correo y al pasar por el hall
vi a Candelaria, a mamá, sentada y con un sobre en la mano, como ya habíamos
vuelto a los abrazos nos apretujamos bastante, mamá no estaba alegre, algo le
pasaba. A la pregunta se la hice con la mirada, y sus lágrimas le inundaron las
mejillas. El sobre tenía escrito el informe no deseado, mi hermana estaba
internada esperando el momento de la partida, -esa larga enfermedad siendo tan
joven- decía mami, sin poder dejar de llorar, a la vez que me pedía que perdone
a mi hermana. Yo no tenía problema, si al final ella se enojó conmigo porque le
comí una pata de pollo que le hubiera correspondido, nueve años tenía yo.
Después de estar juntos casi un día y sin hablar, o hablando muy poco, salvo
algo relacionado a la larga enfermedad, yo pretendí nombrar al cáncer y
Candelaria me paró en seco, -de eso no sé habla-, dijo. Cuando llegó la hora la
acompañé hasta la estación, subió al tren y asomándose por la ventanilla me
pidió que me vuelva al pueblo, que yo era lo único que le quedaba. Yo también
lloré, pero ella no me vio, la que me vio fue Susana, que salió un rato antes
para despedirse de mamá, pero no llegó a tiempo. El tren se llevaba a una madre
destrozada.
-La pucha
che, qué impotencia
-Yo estaba
triste, ver a mi madre así y sin poder hacer nada, sentía rabia, me veía
incapaz, no sé, nunca puedo explicar lo que sentí ese día. Susana me abrazo
fuerte y caminamos en silencio hasta la puerta del hospital, la puerta de mi
casa. No quería estar solo y me daba cosa que ella se metiera nuevamente ahí
adentro después de haber pasado ocho horas de trabajo intenso. Nos miramos y se
puso tensa, de su cartera socó un sobre, que lo que primero que dejó ver era el
escudo de la república argentina. El ejército y la patria me reclamaban. El
once de marzo de mil novecientos setenta y cuatro, después de despedirme de
Susana, no sin lágrimas, me presenté en el cuartel para incorporarme a las
filas del ejército. Mi vida dio otro vuelco, por primera vez no me sentía
contenido, todo lo contrario, yo era una pelota que saltaba y saltaba, todos me
gritaban, todos. Un día, después del almuerzo, a una hoja de acelga flotando en
agua caliente le llamaban sopa, un sargento, el sargento Brisgas, nos dijo que
teníamos una hora para escribir una carta a los familiares y que les contáramos
lo bien que la estábamos pasando, pero antes nos hizo un enfervorecido discurso
referido a que nosotros debíamos estar atentos porque la subversión era el
enemigo que atacaba desde la clandestinidad, que la izquierda, que el erp, que
montoneros y casi se nos fue la hora que teníamos para escribir. Yo apenas si
tuve la ocurrencia de escribirle que la quería y que se cuide de los montoneros,
a Candelaria también le escribí, con otras palabras, claro. Cuando entregamos
los sobres cerrados el sargento nos dijo que a medida que fueran llegando las
correspondencias de nuestros familiares, ellos mismos la repartirían. A la
semana siguiente todos o casi todos mis compañeros recibieron cartas de sus
familias, yo solo de mamá, Susana no me respondió. A los diez días le escribí
nuevamente, ya con más tiempo, hasta le conté lo que ella ya sabía, le decía a
mi manera lo que representaba para mí, y me quedé esperando al cartero que
nunca llegó. Y se fueron sucediendo mis cartas y no tuvieron respuestas. Decí
que los milicos no nos daban tiempo para deprimirnos, nos tenían cagando, vos
no entendés porque te salvaste por número bajo.
-Sí, el 036
me tocó. En mi casa lo jugaron a la quiniela y sacaron, no sé cuanto sacaron,
se compraron un lechón y se agarraron un pedo bárbaro, me acuerdo.
- Y a la noche se me ponía feo, ahí sí
pensaba. Pensaba que cuándo saliera de franco me la iba a encontrar en el
hospital, ¿y con qué cara me iba a mirar Susana? ¿Qué me iba a decir?, qué
volvió con su antiguo amor. Qué conmigo fue un error, que fue sólo una
calentura. Yo estaba mal, había momentos que por lo menos la hubiera insultado,
pero pensándolo mejor, ¿qué tengo yo para decirle?, si no es un gracias
grandote, estirando la última silaba como lo hacía ella.
-Yo la re
puteo.
-A los
cuarenta días de estar incorporado estuve en la enfermería con un problema
bronquial agudo, además de mi inconveniente de la movilidad, de ahí me
derivaron a junta médica, me detectaron asma bronquial, una pierna más corta,
apenas más corta, y me dieron la baja. Deficientes en actitudes físicas, decía
lo que alguien escribió en la libreta y con sello del ejército argentino se
completaba la leyenda de que había servido a la patria. Le avisé a mi vieja con
un telegrama, pidiéndole perdón por no haber escrito más que aquella primera
carta, y me fui para mi lugar, debía reiniciar mi trabajo, ya sabía que al
reincorporarme mi puesto sería de camillero. El colectivo que me dejó en la
puerta del hospital, tardó bastante en llegar, pero aun así, yo no tuve tiempo
de acomodar mis ideas, no sabía cómo reaccionar al encontrarme con Susana.
-Y… las
mujeres son impredecibles, nunca sabes con qué te van a salir.
-Desde la
parada del colectivo hasta el pasillo central fue un recorrido interminable. Al
primero de los conocidos que encontré fue a Hipólito, Hipólito me dio un abrazo
no frecuente, yo no sabía de qué, pero de algo tenía que sospechar.
-Se decía
que andaba en algo raro, a Susana la agarraron en la casa de un compañero,
siete eran y no aparecieron más. Todo por una ideología, solo una ideología. Yo
sabía-, me dijo con voz quebrada.
-¡Qué lo
parió!
-Mi vida
sin Susana fue otra cosa. Loco, hace cuarenta y nueve años y no me la puedo
sacar de la cabeza. A veces hablo de ella como si estuviera a mi lado. No salgo
a ninguna parte, hoy me acompañó el flaco Peregrino, vine a traerle unas flores
a la vieja, pobre Candelaria, al final siguen juntas con mi hermana, a ella
también le puse flores. Una pata de pollo, que locura, no hablarnos por una
pata de pollo.
-¿Me dejas
que te abrace sordo, Justo García?
-Dale loco
lindo. ¿Viste que la vida se da vuelta sin avisar?
-Un gol, un
gol fue el disparador para que todo cambie radicalmente, y fue el cuarto, ¿con
qué necesidad? Qué íbamos a imaginar que Ayola, por hijo de puta nomás,
cambiaría los destinos de tanta gente. El flaco Peregrino, por ejemplo, terminó
de camillero en un hospital que él no sabía que existía. Su sueño había sido
ser árbitro de futbol profesional, desde chiquito lo tuvo claro, si hasta había
conseguido un contacto para que le facilitara un certificado de quinto año,
trucho, así le había prometido un amigo que él tenía, que decía tener
influencia sobre los padres qué eran abogados.
-El flaco
no pudo terminar la primaria, el padre, su padre, se lo llevaba al campo a
juntar maíz y la escuela quedó olvidada. Al flaco siempre le gustó mucho el
futbol.
- Sordo,
vos no te acordaras porque en aquél tiempo ustedes no eran amigos, él se hizo
fanático de Talleres de Remedios de Escalada. Un pariente lo llevó por primera
vez cuando era chiquito a una cancha enserio y se entusiasmó.- Algo de otra
galaxia-, decía cuando comparaba a la “T” del sur del gran Buenos Aires con el
potrero del tricolor. Vestirse con la albirroja era vestirse para una fiesta.
El flaco, de aquél viaje con el pariente viejo, no solo se trajo el amor por Talleres,
sino que también conoció a su primera media naranja, una morochita le había
sacudido el corazón. Seguro que de ahí vino su fanatismo por el tallarín de
Lanús. La chica era de ahí. Me acuerdo como se ponía, de cachetes colorados se
ponía cuando me contaba que la había besado, que la besó varias veces y que
ella cerraba los ojos cuando lo hacían. El flaco era chico, doce o trece años
tendría, y ya se había enamorado, dos amores, tenía.
-Ah, mirá
vos, de chiquito fue mujeriego entonces.
-Después de
entender que sería imposible que jugara al futbol en primera, defendiendo
cualquier camiseta dada la escasez de condiciones futboleras, se juró ser
árbitro de futbol, él conocía todas las reglas. Que iba a dirigir en primera,
en la primera de Buenos Aires, aclaraba. Qué lástima, este pelotudo de Ayola,
por hacer una fanfarronada desató el caos. Si con tres a cero estábamos bien.
-El flaco
Peregrino nunca quiso que lo llamáramos por el nombre, ¿vos sabías que se llama
Eulogio? Los viejos de antes te ponían los nombres de un abuelo o del bisabuelo
o cualquier pavada que se les ocurriera. Reverendos turros eran en ese sentido.
A mí me pusieron Justo, porque mi papá no estaba en el pueblo, trabajaba de
peón golondrina, y llegó a casa media hora antes de que yo naciera, así me la
contaron.
-¿Eulogio?
Nunca me hubiera imaginado.
-Eulogio,
yo le decía así cuando ya pude hablar en el hospital, y él se recalentaba. El
flaco, allá en el hospital, tuvo unas cuantas parejas, todas clandestinas,
todas con maridos o novios oficiales. En aquella época se le decía pata ‘e lana,
la clandestinidad para aquellos años era otra casa. De clandestinidad se
hablaba haciendo alusión al accionar de aquellos grupos que actuaban desde las sombras, ya te
dije, yo vivía en una nube de pedo, yo ni enterado de lo pesado que era eso. Me
desayuné después, tarde, muy tarde, que me iba a imaginar que Susana era una
integrante de un grupo clandestino.
-Mirá che,
hay que tener un cuidado… ¿zurda era?
-Qué me
importa que haya sido zurda, guerrillera o qué sé yo, el amor que nos tuvimos
estaba a la luz del día, nunca nos ocultamos, era palpable, ¡y qué felices que
fuimos! Después de un tiempo conocí a otra mujer, ¡oh, casualidad!, Mabel se
llamaba, pero no fue lo mismo, duró poco, duró hasta el día que le dije: ¡te
quiero Susana! Que loco el destino, pensar que Mabel, aquella mocosa de apenas
quince años fue la bisagra de esa puerta que abruptamente se cerró, pero abrió
un camino que aunque lleno de baches me
llevó hasta Susana. Susana la que me enseñó a ser feliz, lástima lo que vino
después.
-¿No te vas
a tomar una cervecita?
-Dale, total
mi casa está cerca, acá todo está cerca.
-¿Tú casa?
-Le voy a
hacer caso a mami, ella me pidió que vuelva. A ellas les puedo llevar unas
flores de vez en cuando y a Susana la llevo en mi corazón. Susana se vino
conmigo.
Fin.
Omar
(Cacha) Arruíz
Diciembre
de 2022
Buenísimo Cacha !!!!!!!
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