En la página 123 de su libro “Autobiografía
de un yogui” Yogananda cuenta “…Los instructivos mosquitos sirvieron para otra lección
inicial en la ermita. Era la hora apacible del crepúsculo: mi gurù estaba
interpretando incomparablemente los textos antiguos. Sentado a sus pies me
hallaba yo en perfecta paz. Un impertinente mosquito entró en escena y principiò
a distraer mi atención. Y como introdujera su venenosa aguja hipodérmica en mi
muslo, automáticamente levanté mi mano vengadora ¡Reprime la inminente ejecución!
El oportuno recuerdo de uno de los aforismos de Pantajali vino a mi mente,
aquel que trata de ahimsa (no dañar) …”
A continuación completa la
enseñanza con el dialogo con su maestro:
“…¿Por qué no terminaste la
obra?
-Maestro ¿Aprueba usted matar?
-No, pero el golpe mortal ya
ha sido ejecutado en tu mente
-No comprendo
-El sentido del aforismo de
Patanjali es eliminar el deseo de matar-Sri Yukteswar había leído mi proceso
mental como un libro abierto-. Este mundo esta inconvenientemente arreglado
para la práctica literal del ahimsa. El hombre puede verse obligado a
exterminar las criaturas perjudiciales. Pero no debe caer bajo la ira o la animosidad…”
Y concluye su planteo diciendo
“…El santo que descubre los secretos de la creación deberá estar en franca armonía
con las múltiples y desconcertantes creaciones de la naturaleza. Todos los seres
humanos llegaran a comprender esta verdad, superando su pasión por la destrucción…”
En el párrafo siguiente el
bello dialogo entre Yogananda y su maestro arroja un concepto muy importante
sobre el cuerpo humano, al que el budismo todo y principalmente el tibetano,
consideran un templo: “
-Maestro ¿Debe uno ofrecerse a
sí mismo en sacrificio en vez de matar a una bestia salvaje?
-No, el cuerpo del hombre es
precioso. Su valor es de primer orden en la escala evolutiva, porque posee un
cerebro y centros espinales únicos. Estos le permiten al devoto adelantado
comprender y expresar plenamente los más elevados aspectos de la divinidad…”
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